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La carne de las palabras

Fuentes: Rebelión

Le doy vueltas al presente; no al que conforma la actualidad, sino al puro presente que se nos escurre de las manos, y leo estas frases de Bernard Noël: «Pintar es un acto que se realiza y pasa, pero sin fijar de él más que el presente. Un presente que se opone a la irreversibilidad […]

Le doy vueltas al presente; no al que conforma la actualidad, sino al puro presente que se nos escurre de las manos, y leo estas frases de Bernard Noël: «Pintar es un acto que se realiza y pasa, pero sin fijar de él más que el presente. Un presente que se opone a la irreversibilidad del tiempo. Mirar es un acto que, siempre, sucede en presente. Pintar y mirar recortan lo inmutable en un perpetuo arrebato» -son unas líneas del Diario de la mirada. Me quedo pensando en la última frase; parece retórica, excesiva al lado de la evidencia anterior, pero luego me doy cuenta de que mi extrañeza se debe a un modo de nombrar inesperado: «lo inmutable» sería el tiempo, aquello que estimamos lo más mutable; ¿y el «perpetuo arrebato»?, ¿una forma de estar?, ¿la energía necesaria para imponerle al tiempo la conciencia de un presente?, ¿para separar en él algo que se singulariza, se hace propio de quien pinta o mira? Vuelvo así a preguntarme por ese corte del tiempo que juzgamos tan conocido, aquí mismo, al alcance de la mano; recuerdo que ya lo hice en estos artículos a propósito del curso de Roland Barthes sobre el haiku. Y, como entonces, la pregunta sería más bien por la posibilidad de escribir el presente -y no este presente de hoy, como digo, no la actualidad, sino una experiencia temporal que fluya con el mismo compás de la vida.

Bernard Noël empieza cada uno de los poemas de El jardín de tinta (libro inacabado, quizá por su propia naturaleza; pero ya con versiones en castellano del trabajo en proceso) diciendo: «y ahora», así en minúsculas, et maintenant. Este ahora, inevitable y débil, es el presente sometido a todas las presiones -«el ya no es tan sospechoso como el aún no». Resulta ser un sedimento de todo lo previo que ha llegado hasta aquí: experiencias ya tenidas, huellas de anteriores pisadas, palabras dichas. Resulta un ancla que se arroja como último recurso para fijar algo que no cesa de irse. Una puerta cerrada ante la inexistencia de un futuro -tan asumida que el no future, el lema punk, parece clásico ya. Quitando capas de pensamiento y memoria, escamas de frustraciones y edad, músicas de esperanza (pero todo esto nunca se podría quitar, diría Kafka), lo que quedaría del ahora sería un fluir ajeno a todo, reacio a medida y periodización, hostil a relato, irresistible tentación para el nombrar de los poetas. No en vano toda poética se constituye en torno a las imposibilidades que ha sido capaz de reconocer. Así, el modo en que Noël se debate con el ahora: «pero ahora ya no hay suficiente presente para ver / cómo se transparenta la nada que germina bajo los actos».

Todo consiste en probar, en seguir probando pese a la imposibilidad: «como si alguna revelación pudiese surgir al límite de la insistencia», «como si bastara con poner una palabra y luego otra / para construir por fin el punto de vista que cruce sobre el horizonte». Con una capacidad extrema de insistir, e insólito poder autocrítico, abierto a una búsqueda continua, las seis décadas de escritura de Bernard Noël (Sainte-Geneviève-sur-Argence, Aveyron, 1930) ofrecen una obra cuyas dimensiones son infrecuentes en la literatura actual. Poeta alto en su exigencia, autor de ensayos de reflexión estética, de análisis de la percepción, de crítica antropológica y social, comprometido siempre en una política del deseo revolucionario, no ha dejado de explorar las vías que permean los géneros literarios, como lo prueba su libro más reciente, La comedia íntima, donde reúne una colección de monólogos crecidos a partir de los pronombres personales (en cada monólogo, cada frase empieza siempre por el mismo pronombre; por otro pronombre, en el siguiente monólogo, etc.), encrucijada entre lo narrativo y lo reflexivo, mundos de lengua puestos en movimiento. ¿Hay un espacio europeo de la poesía? Se diría que no, pues, de haberlo, figuras como la de Bernard Noël serían patrimonio común, un camino para los pasos de todos; la docena de traducciones de sus libros al castellano, dispersa entre España, Argentina, México y Chile, abre al menos la vía de la lectura.

Junto al desafío de la escritura del ahora, las páginas ejemplares de El jardín de tinta -aparte de la dureza de su posición política, de su oscuridad y su tenacidad existenciales- abordan al menos otras dos imposibilidades. La primera apunta a la forma poética. «El problema de la poesía más o menos insoluble desde hace un siglo -se lee en El espacio del poema, un volumen de conversaciones-, es que solo puede ser informal. Y que no desea ser informal. Nos fastidia que sea informal, es como la ausencia de Dios». Mientras las narraciones y ensayos de Noël agrietan las convenciones, sus versos gustan de tantear alguna clase de pauta que restañe esa nostalgia; pocas veces con el riesgo de El jardín de tinta, poemas de 17 versos de 17 sílabas, donde una fórmula métrica alcanza quizá sus límites con la prosa sin perder el aliento de un ritmo insoslayable.

La segunda imposibilidad parece resumida en unas frases de Jacques Rancière que tratan de caracterizar a la poesía moderna en general, en su libro La carne de las palabras: «la literatura no vive sino de la separación de la palabra respecto a cualquier cuerpo que encarnaría su potencia; no vive sino de frustrar la encarnación que vuelve a activar incesantemente». Quizá fue Bernard Noël, con Extractos del cuerpo (1958), quien introdujo el cuerpo en la poesía francesa, que llegó a hacer de él uno de sus tópicos; también fue Noël quien definió el «espacio mental» como un depósito de lo visto, equivalente de los pulmones para la otra respiración que sería la vista, pero adonde no llegaban ya las cosas sino solo su representación, consumando la fractura en el acceso al mundo. En El jardín de tinta regresa a esta imposibilidad última, con algo de implacable balance -«se ha hablado tanto del cuerpo que no le queda la mínima carne»-, aunque con ese punto de obstinación que define, en efecto, a la poesía: «un tiempo en que cada frase es pervertida para que se pudra en la cabeza / el lugar donde vocales y consonantes se reúnen para el acto de pensar / convocando entre saliva y dientes huecos la voluntad de resistir».

 

Lecturas:

– Bernard Noël, Extraits du corps. Paris, Gallimard, 2006.

L’espace du poème. (Entrevistas con Dominique Sampietro). Paris, P.O.L., 1988.

Este jardín de tinta. Traducción de Sara Cohen. Abbeville, Cadastre8zero, 2011.

El jardín de tinta. Secuencia 6. Traducción de Miguel Casado. Minerva, núm. 19, 2012.

Diario de la mirada. Traducción de Miguel Casado. Madrid, Libros de la resistencia, 2014.

La commedie intime. Paris, P.O.L., 2015.

– Jacques Rancière, La chair des mots. Paris, Galilée, 1998.

 

Fuente: El Norte de Castilla, septiembre de 2018

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.