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La causa de las cosas

Fuentes: Rebelión

Cuando se premie el cariño y lo rebelde del alma, cuando se entienda la risa y se le cante a la gracia, cuando la justicia rompa entre mi pueblo y su marcha y el tierno botón de un niño sea una flor en la esperanza, habrá que poner al pecho de mi niña una medalla […]

Cuando se premie el cariño
y lo rebelde del alma,
cuando se entienda la risa
y se le cante a la gracia,
cuando la justicia rompa
entre mi pueblo y su marcha
y el tierno botón de un niño
sea una flor en la esperanza,
habrá que poner al pecho
de mi niña una medalla
aunque el batey, malicioso,
me le dé tan mala fama,
y tú -mi pobre vecino-
no entiendas una palabra.

Raúl Ferrer

El pasado domingo 19 de marzo el diario Juventud Rebelde preguntaba en su portada ¿Para qué los jóvenes necesitamos la política?, y después de un breve comentario remitía al artículo ¨25 preguntas y respuestas sobre nuestro sistema político¨, de la periodista Susana Gomes Bugallo, que en esencia daba a conocer, en las páginas 4 y 5 de la publicación, parte del contenido de una aplicación desarrollada por una muy prestigiosa universidad cubana en beneficio de la ampliación de la cultura política y jurídica de la población, un empeño loable. El día anterior, al mediodía, un reportaje en el Noticiero Nacional de Televisión, se hacía eco de una campaña nacional del Ministerio de Salud Pública, cuyo propósito parece ser, bajo el slogan: La salud es gratis pero cuesta, mostrar el costo que tiene el mantenimiento de la salud en Cuba, con independencia de su gratuidad.

Las diferentes opiniones que la promoción de esa campaña por el sistema de información de la televisión cubana ha suscitado pueden ser constatadas, más allá de los innumerables debates que espontáneamente se dieron y aún se dan en la población, en la (de) limitada pero muy dinámica y reactiva zona de interacción de la esfera pública que constituye ya en Cuba las redes sociales y el espectro de publicaciones que allí se producen.

En realidad la mencionada campaña llevaba, al momento de ser replicada mediáticamente, algunos años desplegándose en las instalaciones del sistema de salud pública cubana como un mensaje pasivo trasmitido a través de diversos soportes como posters y recetarios desde la inicial aprobación de un significativo recorte del presupuesto nacional dedicado a la atención médica, y la implementación en el ramo de directrices de trabajo que buscaban lograr niveles de eficiencia y racionalidad en el uso de los recursos dispuestos para la atención de la población. De hecho, no era la primera vez que dicha matriz obtenía cobertura en el medio televisivo nacional.

¿Qué es lo que ha causado entonces esas opiniones? ¿Tendrá que ver con las características, las urgencias y demandas, las contradicciones y creciente complejidad de la sociedad cubana y con la reflexión sobre importancia -y la necesidad- de la política que hace el diario Juventud Rebelde a un sector etáreo del país?

Resulta elemental asumir que la campaña La salud es gratis pero cuesta es esencialmente una dinámica política, primero porque ha sido delineada y decidida como tal por el órgano público que en nuestro país ejerce la rectoría del desarrollo y funcionamiento del sistema de salud, segundo porque tiene como objetivo influir en la sociedad usando, en éste caso, y de diversas maneras, la comunicación social.

Su finalidad aparente, que he comentado más arriba, puede ser deducida por informaciones generales y sobre todo por el mensaje y los contenidos que sea capaz de trasmitir, no cabe hacer otra cosa.Pero cuando se construye un mensaje para influir en la opinión pública y éste resulta ser controvertido y no cubre satisfactoriamente las posibles interpretaciones que de él se hagan, puede resultar ser potencialmente desastroso a la finalidad para la que se concibió. Ese es también un resultado político del que resulta difícil desligarse.

La política, como manera de ejercer influencia social, y más precisamente la acción política, supone también asumir y tomar en cuenta esa responsabilidad. No hay que olvidar que la mayoría de los grandes eventos políticos son alimentados, o se desencadenan, por cuestiones que parecen ser insignificantes.

Una pregunta, que eventualmente pudiera entenderse como anodina por su sencillez, puede servir sin embargo para apreciar algunos aspectos claves para entender el origen de esas reacciones y la naturaleza y consecuencias políticas de la misma: ¿pudo ser diferente el slogan de la campaña?

Se pudieran, naturalmente, esgrimir muchos criterios y argumentos comunicológicos, alegar teorías y técnicas de creación de la opinión pública, de trasmisión de contenidos, relacionados en mayor o menor medida con las características de brevedad que debe tener el mensaje a trasmitir, en función de su apreciación y la posibilidad de ser apropiados fácil y efectivamente por los destinatarios, u otros, que en cualquier caso, debieron estar presentes en la defensa de la campaña en curso ante las autoridades competentes, pero esos mismos argumentos tendrían que coherentemente coincidir o adaptarse, en todo caso, con los factores que determinaron la campaña y el mensaje, también con sus metas, o sea, sus límites, y establecer el cómo lograrlos, y a través de qué medios.

El problema de fondo es que el objeto de la campaña: el derecho a la salud, responde a unos fundamentos filosóficos y constitucionales, que respaldan un extraordinario -en nuestras condiciones de desarrollo económico- ejercicio ciudadano, que en el mensaje promocionado por nuestros medios televisivos, se soslayan y difuminan. ¿Nadie se dio cuenta de ello?¿se subvaloró?

Desde esos fundamentos, sobre los que se organiza el sistema de salud cubano y la ética de la mayoría de sus profesionales, la atención de la salud de la población no es un bien, ni servicios susceptibles a la enajenación y prestación onerosa, sino un auténtico derecho consagrado en la Constitución y garantizado a los cubanos y cubanas en un sistema altamente extendido, desarrollado además, como parte de las estructuras de la civilización construidas en Cuba en correspondencia a la finalidad de lograr el bien común y el carácter accesible que define el sentido de lo público defendido para sus instituciones por las nociones de la República y del Socialismo.

De modo que no es que el Derecho a la Salud -o su expresión práctica: la atención- sea gratis, como si fuese una cualidad reversible o condicional, dependiente de ofertas y demandas, o de determinismos y condicionantes económicos, es que se atiene un sencillo y elemental dogma de nuestro constitucionalismo -también de la decencia-: con los derechos no se lucra. Una reflexión elemental sobre el envejecimiento de la población cubana y sus índices de esperanza de vida podría, por otra parte, arrojar que los gastos directos -descontando los realizados por concepto de salarios- que enfrentará el presupuesto nacional para sostener la garantía del derecho a la salud no sólo deberán incrementarse aceleradamente en los próximos años, sino que el propio sistema de atención tendrá que replantearse, extenderse y especializarse aún más para poder enfrentar ese desafío.

Yo no sé si es ingenuo entregar -y divulgar mediáticamente- ¨facturas de cortesía¨ de costos estimados de la atención médica a los usuarios del sistema de salud cubano al momento de finalizar una consulta o un ingreso, o cuan residual puede ser de las mareas que durante años han llegado a nosotros desde instancias gubernamentales y políticas demonizando un pretendido fantasma llamado gratuidades, lo que me parece muy evidente es lo sustancialmente simbólicas y holográficas que ellas resultan de la cobranza típica de cualquier servicio, y que hacerlo poliniza, se tenga intención o no, algunas ideas subyacentes en las relaciones sociales vinculadas a la erosión y descarte social del principio de igualdad, al afán de lucro y la consiguiente mercantilización de los derechos en Cuba.

Ahora que en nuestra realidad los imaginarios sociales son asediados cotidianamente por efectivas e impunes simplificaciones del capitalismo, travestidas como representaciones de modernidad y de un pujante ¨proceso de modernización¨, capaces de trastocar en cualquier espacio, en principio semánticamente, atención por servicio, usuario por cliente,capitalista por emprendedor, ciudadano por consumidor, en la creación de una nueva cultura social, hay que advertir una vez más que lo simbólico sigue siendo un campo de batalla crucial de las ideologías. Todo aparente nihilismo y autismo político en nombre de criterios de rentabilidad y eficiencia al interior de las instituciones y de las políticas públicas que ellas planeen y ejecuten, ha sido siempre un primer paso para la conculcación de derechos y libertades trabajosamente alcanzadas y sostenidas.

Se abren paso ya en nuestras relaciones sociales, diversas expectativas, demandas y modos de entender la realidad que impostan la canibalización de lo público con la aparente inocuidad de su convivencia con servicios privados bajo un mantra de calidad, personalización de la atención y confort.

Tales ideas, enfocadas directamente a la educación y la salud, pero también al transporte, la seguridad, el deporte, la construcción, las comunicaciones, la cultura, o a casi cualquier zona de desarrollo de las funciones del Estado después de años de carencias, dificultades económicas y mala gestión, están siendo promovidas por élites de triunfadores -y por cohortes de entusiastas servidores- que han hecho del paradigma de su propio éxito personal la piedra rosetta para descifrar el desmantelamiento del Estado y el Socialismo mediante su equiparación con anonadantes y contradictorias formas económicas y estatales que muchas veces burócratas, prohibiciones, urgencias, mediocridades y errores nos impusieron.

No hay que olvidar que el reto que tienen esas élites, a largo plazo, y mientras se consolidan como clase, sobrepasa el ámbito meramente económico y se extiende y apunta directamente al poder político. Es precisamente por ello que necesitan partir de la apropiación de conceptos, o su reformulación, de mediaciones y creación de consensos y sentidos que le permitan introducir nuevas relaciones de poder capaces de portar sus intereses y encausarlas en el funcionamiento de instituciones, en las decisiones que dentro de ellas se tomen, cuando no en su diseño y función social.

Como nos enseña la mundialmente exitosa promoción e internalización de los derechos de los consumidores por sobre los derechos de los ciudadanos, la percepción de la política y las actitudes que se tienen en relación a ella, pueden ser absorbidas y suplantadas con relativa facilidad por sistemas de atención al cliente que den la sensación a sus usuarios -y a la masa potencial de ellos- de poder participar, ser escuchados, respetados y tomados en cuenta, incluso en mercados relativamente cautivos y homogenizados como los nuestros; y de hacerlo, anestesiando y anulando la posibilidad de cualquier ejercicio de pensamiento que repare en el carácter típicamente excluyente de la igualdad que posee el mercado cuando pierde su función y límites sociales.

Confundir la política con técnicas de administración o de publicidad, tratar a ciudadanos como espectadores y consumidores abúlicos, o como subordinados ubicados dentro un orden jerárquico, o intentar enfrentar y resolver complejísimos problemas de la sociedad como si fuere dentro del mundo empresarial puede ser también, desgraciadamente, un resultado de haber subestimado la política y un indicio, además, de haberla olvidado y no saberla hacer.

Una crisis del conocimiento de la política, y de su manejo para articular y regular las inestables relaciones de poder que se establecen constantemente en cualquier sociedad -o como metodología inclusiva para conseguir su emancipación colectiva de cualquier circunstancia injusta y avanzar hacia objetivos públicos deseables-, casi siempre se traduce en la fascinación por prácticas rituales del poder que acaban por ser una carcasa vacía, en las que formas, etiquetas y discursos derivadas de la cultura e influencias que pesan sobre sus actores, son más importantes que los fines -y sus concreciones- relevantes a la sociedad.

Entender el valor de la política, redescubrirla y practicarla de forma creadora y lúcida, realista, popularizarla y socializarla como la virtud ciudadana más valiosa de una sociedad puede ser y auna necesidad colectiva que en nuestro caso y circunstancias, más allá de fortalezas y potencialidades, adquiere significaciones de sobre vida para un proyecto, sus instituciones y la manera en que se reproduce socialmente.

Ciertamente lograr un grado de interés de los ciudadanos por la política está esencialmente determinado por la efectividad que ellos alcancen en la toma de decisiones que atañen a los procesos económicos, políticos, culturales y sociales que inciden en la realización de sus proyectos de vida, no ya como sujetos pasivos que son consultados sobre las decisiones gubernamentales, sino como sujetos activos que intervienen en ellas mediante la iniciativa y propuesta, la deliberación, el acuerdo y su implementación práctica.

Como se conoce, las actitudes que los ciudadanos tienen sobre la política se desarrollan generalmente a partir de tres grandes ejes:

1) la información y el conocimiento que dominen sobre el funcionamiento de su sistema político (y económico y social) y los derechos que les son reconocidos y garantizados, así como las prácticas y ejercicios de ciudadanía que dentro de él pueden desarrollar efectivamente;

2) los sentimientos que tienen sobre el sistema político como organizador de la gestión de la diversidad de aspiraciones, demandas, metas y objetivos individuales;

3) la evaluación que hacen los ciudadanos del funcionamiento del sistema político como zona de realización y satisfacción óptima de sus intereses.

Si el primero de tales ejes es esencial a la formación del pensamiento, a la racionalidad y la cultura, y a la existencia de una identidad ciudadana construida desde prácticas individuales y colectivas que sean resultado y al mismo tiempo validen y reproduzcan los valores cívicos que conviertan en práctica social a la política, tal como reivindica el diario Juventud Rebelde, los otros dos ejes están intensamente mediados por la relación de afectividad que sostengan los individuos con su sistema político.

Esto último remarca la importancia de la política, sus oscilaciones, sensibilidad y el papel y las acciones de sus actores, pero sobre todo el valor fundamental del conocimiento y apropiación de las ideas, los principios, los derechos y las reglas que se dio -o se pueda dar- la propia sociedad cubana, como cualquier otra, para su funcionamiento y la consecución de la felicidad y la justicia por los cubanos y las cubanas.

Por esa razón, por ser esos sus contenidos y su emancipador alcance, es que en tiempos de reforma de su letra pensamos precisamente en ese sol de nuestro mundo ciudadano que es la Constitución, en su destino, por lo que es,por lo que podemos entre todos hacer que sea y también por lo que está en juego, y porque el ejercicio de pensar que intentamos hacer como simples ciudadanos siempre será más difícil y hermoso -y naturalmente riesgoso- que el execrable oficio de encender hogueras para revolucionarios.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.