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La ciudad invisible: sobre el 25s

Fuentes: Rebelión

El tiempo no crea radicalidades; son las radicalidades las que se inventan un tiempo Jacques Rancière 1. La efectividad política de una estrategia no depende de su corrección o de su pureza teórica inicial. La política no consiste en «saber» qué hacer antes de actuar, porque uno se ensimisma y se enzarza en la búsqueda […]

El tiempo no crea radicalidades; son las radicalidades las que se inventan un tiempo

Jacques Rancière

1. La efectividad política de una estrategia no depende de su corrección o de su pureza teórica inicial. La política no consiste en «saber» qué hacer antes de actuar, porque uno se ensimisma y se enzarza en la búsqueda de la solución perfecta pero, cuando vuelve la mirada a la realidad en la que tiene que aplicarla, resulta que el paisaje ha cambiado completamente, y que lo que parecía posible hace un minuto ahora ha desaparecido. Es lo que sucede en Fedora, una de las ciudades invisibles de Italo Calvino:

«En el centro de Fedora, metrópolis de piedra gris, hay un palacio de metal con una esfera de cristal en cada habitación. Mirando dentro de cada esfera se ve una ciudad azul que es el modelo de otra Fedora. Son las formas que la ciudad habría podido tener si no se hubiera convertido, por una u otra razón, en la ciudad que es hoy. En todas las épocas alguien, mirando Fedora tal y como era, había imaginado el modo de convertirla en la ciudad ideal, pero mientras construía su modelo en miniatura Fedora ya no era la misma de antes, y lo que hasta ayer era un futuro posible para ella se había convertido en nada más que un juguete encerrado en una esfera de cristal».

No es cierto que esas esferas no sirvan para nada; de hecho son imprescindibles. Pero el debate estratégico debería evitar en lo posible su reclusión entre esas paredes de cristal. La política no existe en una esfera, en un espacio a parte que se pueda fabricar y moldear al antojo del pensamiento, para después traducirlo a la realidad.

2. En sus escritos sobre la Francia revolucionaria del XIX, Marx opone varias veces la «fuerza sin frase» de la represión militar a las «frases sin fuerza», aquellas que no tienen en cuenta la complejidad del paisaje político en el que se debe intervenir, los equilibrios y desequilibrios que lo componen, las posibilidades reales de entroncar las palabras de la revolución con los cuerpos que tienen que hacerlas suyas, que hacerlas verdad. Claro que ese paisaje nunca es neutro, y que dependiendo de la sensibilidad y la perspectiva desde las que se mire, se verá cosas diferentes. Pero esas diferencias no se resuelven de una vez en la teoría, sino confrontándose como cuerpos reales: oponiéndose y restándose fuerza unos a otros, o articulándose en un conjunto más grande y poderoso. Así avanza (o retrocede) una multitud democrática: haciendo reales las palabras y los problemas, aumentando su fuerza al resolverlos en su favor, convirtiendo un lugar y un momento en algo diferente de lo que tenía que ser, de lo que iba a ser en un principio, o fracasando en el intento de lograrlo.

3. Las intervenciones políticas son siempre maquinarias de desestabilización o de desvío: funcionan incorporando verdades que fracturan el sentido común, que rompen los consensos y los paisajes hegemónicos, que transforman el campo de lo dado y abren así espacios y tiempos para una vivencia y una construcción diferentes. Son intervenciones en un campo de posibles que, como tal, nunca se elige del todo, pues no pertenece a aquel que tiene que hacerlo propio. Rancière explica que la política consiste en actuar allá donde no se le espera a uno, allá donde uno no pertenece, en un espacio que siempre es además bastardo, que está lleno de impurezas, de solapamientos, de complejidades. Pero ese es el único campo, esos son los únicos materiales con los que, una vez expropiados, se puede componer y recomponer algo diferente. Es la otra mitad de la frase que abre estas notas : las intervenciones políticas crean sus propias condiciones y sus propios horizontes de posibilidad, pero sólo lo hacen expropiando un espacio y un tiempo que se presentan en principio como hostiles o ajenos, para afirmar en su lugar una historicidad propia, común, diferente.

4. Ese proceso de expropiación será polémico y común o no será. Marx lo tenía bastante en cuenta en la resaca de esas mismas revoluciones del 48, cuando en sus textos programáticos de la Neue Rheinische Zeitung se dirigía al partido democrático. Ese partido no era un Partido: era la suma multitudinaria, heterogénea y compleja de elementos disparatados pero unidos en su lucha por la democracia, contra el absolutismo y la reacción. Por supuesto «democracia» quería decir cosas diferentes e incluso contrapuestas para unos y otros, pero algo estaba entonces bien claro: la única manera de generar espacios posibles para su propia diferencia era la lucha misma, una lucha compartida que pudiera nutrir con principios comunes cuerpos muy diferentes.

5. Hoy estamos ante el mismo problema. Nadie sabe muy bien cuál es el programa a seguir, ni qué relación debe establecerse entre medios y fines; es complicado acordar ahora mismo una idea clara de a qué se debe parecer lo que se construya. Hay una lucha multitudinaria en la que nadie sabe muy bien a dónde ir, y aún así todos saben que la única manera de andar es abrirse el camino. Por eso creo que la confusión que ha rodeado la convocatoria del próximo 25 de septiembre no es algo negativo en sí mismo. Antes incluso de suceder, el 25S ha forzado a transformar las evidentes diferencias de intenciones y objetivos en problemas concretos, prácticos, estratégicos, sobre los que se puede intervenir. Es una buena noticia: esas diferencias se están politizando, se están abriendo un hueco en un paisaje que se ha vuelto inestable, magmático y complejo. Ese espacio y ese tiempo son precisamente lo que está en disputa; no se trata de ponerles un nombre verdadero de antemano, sino de convertirlos a través del choque y el encuentro en un lugar productivo y propicio para la resistencia democrática, en un lugar donde ese nombre y su cuerpo, quizás, puedan aparecer.

6. En otro pasaje de las ciudades invisibles, el emperador habla con Marco Polo; le angustia la idea de no conocer la realidad de su inmenso imperio, y teme no poderlo gobernar sin saber realmente cómo es, de qué está compuesto, a qué se parecen y qué quieren las gentes que lo habitan. Por eso le pregunta al viajero:

-el día que conozca todos los emblemas -le preguntó a Marco,- lograré poseer por fin mi imperio?

A lo que el veneciano contestó:

-No lo creas, señor: ese día serás tú mismo un emblema entre los otros.

Para el partido democrático, no hay emblema que pueda resolver de antemano las preguntas fundamentales respecto a la estrategia a seguir. Al contrario: expropiar, liberar y construir el tiempo y el espacio de su propia radicalidad son ahora mismo la misma cosa, vista desde tres órdenes diferentes.

Blog del autor: http://pourlafindutemps.com/2012/09/04/la-ciudad-invisible-notas-sobre-el-25s/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.