Extracto de la Comunicación presentada en el Congreso Internacional Pensar con Marx hoy en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), 2 a 6 de octubre de 2018
La clase social o el pueblo han adquirido nueva relevancia sociológica y política. No solo para la explicación de los nuevos procesos sociopolíticos presentes. Sino como interpretación de los mecanismos que influyen en el campo social y político y profundización normativa y estratégica para la transformación socioeconómica, cultural e institucional. Se ha superado el simple análisis convencional reducido al sujeto individual y su expresión electoral, por una visión más compleja de las interacciones sociales y los actores colectivos.
Clase social ‘objetiva’ y ‘subjetiva’
El elemento fundamental para un análisis de clase ‘objetiva’, partiendo de la relevancia de la situación ‘material’ en las relaciones sociales y económicas, es el de la posición de dominio, control o posesión respecto de los medios de producción (y distribución y reproducción) y la fuerza de trabajo, incluida la capacidad de decisión y gestión productiva y de los recursos humanos (y su relación con los educativos y familiares).
Esta idea de clase social, por sus condiciones ‘objetivas’, anclada también en el (neo)marxismo de influencia weberiana (representado por E. O. Wright), aborda mejor la realidad sustantiva de las posiciones de explotación y poder en las relaciones económicas y productivas. Es significativa la diferencia entre la posesión y el control efectivo y la situación derivada de la propiedad jurídica.
No obstante, esa realidad objetiva todavía no constituye una ‘clase social’, concebida como actor sociopolítico. Todo lo más, como algunos autores, podríamos hablar de clase ‘latente’, ya que el aspecto principal a dilucidar es la conexión no mecánica, y mediada por distintos mecanismos sociales e institucionales, de esa condición real de explotación y subordinación con su actitud sociopolítica y cultural respecto de las élites dominantes.
Podemos simplificar la realidad de tres grandes clases sociales ‘objetivas’, con fuerte segmentación interna: dominantes, medias y trabajadoras. Con la diferenciación interna de las clases medias, en el actual contexto de crisis, se produce la formación, por un lado, de un bloque de poder, al que se incorporan capas acomodadas (20%) (y el aval de sectores populares conservadoras), y, por otro lado, las clases populares (trabajadoras y medias estancadas o descendentes) (80%).
Respecto de su configuración subjetiva debemos renovar la clásica idea de conciencia de clase, como sentido de pertenencia e identidad colectiva. Los contenidos y referencias han cambiado, empezando por la palabra clase (que vuelve a resurgir), pero persisten elementos de diferenciación. Existen percepciones de la existencia de las tres clases fundamentales, con tres niveles distintos respecto del estatus socioeconómico y la posición de poder y dominación o bien de subordinación: élites dominantes (poder establecido, casta, clase gobernante, poderosos, 1%…), capas medias (acomodadas y ascendentes) y gente común o popular (clases trabajadoras, más o menos precarizadas, y clases medias estancadas o descendentes).
No hay una conciencia profunda de pertenencia de clase y existen muchos rasgos transversales o interclasistas y mucha fragmentación interna en cada una de ellas; pero sí existen rasgos diferenciadores entre las tres tendencias, aun con fuertes segmentaciones (incluido en el consumo, el ocio y la cultura).
Aunque hay sectores conservadores y acomodaticios, la mayoría popular en España tiene una cultura democrática y de justicia social que, ante la crisis socioeconómica y las políticas de austeridad, se ha reafirmado en la indignación cívica y la exigencia de cambios de progreso frente a los poderosos. Es decir, ha reforzado su actitud popular o de clase respecto del poder. Aparte del fenómeno del nacionalismo independentista catalán y la reacción españolista, no ha habido una masiva reacción populista indeterminada que enlace con una opción autoritaria-regresiva de derecha extrema. La polarización se da entre continuismo neoliberal y autoritario en los ámbitos institucional, territorial y de las políticas socioeconómicas, o cambio de progreso, democrático y social.
Por tanto, hay tres tendencias sociopolítico-culturales globales: conservadoras-continuistas; intermedias-moderadas y adaptativas; ciudadanía crítica o cívica democrático-igualitaria. Son asimilables a derecha, centro e izquierda social, con la distorsión del socioliberalismo y la ambivalencia del PSOE.
El determinismo economicista o de clase es un idealismo
Para el análisis de clase, no es adecuada la posición de la prioridad a la ‘propiedad’ (no la posesión y el control) de los medios de producción -la estructura económica- que explicaría la conciencia social y el comportamiento sociopolítico. Tampoco es acertada la idea de la inevitabilidad histórica de la polarización social, la lucha de clases y la hegemonía de la clase trabajadora. El error estructuralista es establecer una conexión necesaria entre ‘pertenencia objetiva’, ‘consciencia’ y ‘acción’. El enfoque marxista-hegeliano de ‘clase objetiva’ (en sí) y ‘clase subjetiva’ (para sí) tiene limitaciones.
La clase trabajadora o popular se forma como ‘sujeto’ al ‘practicar’ la defensa y la diferenciación de intereses, demandas, cultura, participación…, respecto de otras clases (el poder dominante). La situación objetiva, los intereses inmediatos, no determinan la conformación de la conciencia social (o de clase), las ‘demandas’, la acción colectiva y los sujetos. Es clave la mediación institucional-asociativa y la cultura ciudadana, democrática, de justicia social y derechos humanos (o su contrario reaccionario) …
Hay que partir de la experiencia y el comportamiento social sobre la base de intereses compartidos, demandas colectivas, relaciones sociales y expresión cultural. Estos aspectos son claves para la formación de las ‘clases’ o el ‘pueblo’ en cuanto son sujetos colectivos, como pertenencia o identidad y práctica social, o sea los ‘agentes’ o sujetos sociopolíticos. No hay que quedarse en la clase ‘objetiva’ (en sí), considerando que la conciencia puede venir por añadidura, espontáneamente o de la acción y el discurso de élites políticas, y desde ahí construir la clase (para sí).
La existencia de una clase, un pueblo, una nación o un gran sujeto social debe comprobarse en la ‘experiencia’ de la gente, en el comportamiento público, en la práctica social y cultural diferenciada, aunque no llegue a conflicto social abierto (lucha de clases) o esté combinado con consensos o acuerdos. La conciencia social de ‘clase’ (subalterna o dominada) se ‘conforma’, sobre todo, con la participación popular masiva y solidaria en el conflicto por intereses comunes frente a los de las clases dominantes.
El idealismo discursivo en la construcción de pueblo
En la relación entre intereses e ideas y frente al determinismo, tampoco sirve el otro extremo del idealismo discursivo o el culturalismo presente en la teoría populista y otras corrientes postmodernas. Contiene una sobrevaloración del discurso y el liderazgo apropiado para construir movimiento popular. Infravalora las condiciones sociohistóricas y estructurales, las mediaciones institucionales, las ‘costumbres en común’, la experiencia compartida de los actores, así como la teoría crítica y la estrategia democrático-igualitaria vinculadas a esos procesos.
Analizo una cita con enfoque populista de un reconocido autor: No son los ‘intereses sociales’ los que construyen sujeto político. Son las identidades: los mitos y los relatos y horizontes compartidos (Twitter Errejón, 2-4-2016).
Las identidades colectivas no son previas al conflicto, a la práctica social, y las que construyen el sujeto. Ellas mismas se crean en ese proceso y lo refuerzan. Los componentes subjetivos, los mitos, relatos u horizontes, son fundamentales para conformar un movimiento popular… en la medida que son compartidos por la gente. Entonces, con esa incorporación, se transforman en fuerza social, en capacidad articuladora y de cambio.
Pero no es la subjetividad, las ideas (por sí solas), en abstracto, las que construyen el sujeto político. Sino que son los actores reales, en su práctica sociopolítica y de conflicto, en los que se encarnan determinada cultura ética y proyectos colectivos y en un contexto concreto, los que se convierten en sujetos políticos y transforman la realidad.
Así, esa segunda frase, sin esta precisión, denotaría una sobrevaloración de la capacidad articuladora del discurso, de las ideas transmitidas por una élite, en la construcción del sujeto político. La consecuencia es que se infravalora el devenir relacional de la gente, de sus condiciones materiales, su experiencia y su cultura; el sujeto no se puede disociar (solo analíticamente) de su posición social, sus vínculos y su identidad colectiva.
Es la gente concreta, sus diferentes capas con su práctica social, quien articula su comportamiento sociopolítico para cambiar la realidad. Y lo hace, precisamente, desde una interpretación y valoración de su situación social de subordinación o desigualdad, con un relato o un juicio ético, que le da sentido. Es la experiencia humana de unas relaciones sociales, vivida, percibida e interpretada desde una cultura y unos valores, y teniendo en cuenta sus capacidades asociativas, la que permite a los sectores populares articular un comportamiento y una identificación con los que se configura como sujeto social o político. Su estatus, su comportamiento y su identidad están interrelacionados mutuamente.
La teoría populista de E. Laclau, en relación con este tema de la construcción del sujeto, tiene una gran insuficiencia: su ambigüedad ideológica. O sea, es incompleta y necesita ir acompañada de una ideología o estrategia particular que explique el carácter de los contendientes, el sentido político de su antagonismo y su proyecto de cambio. Ello da lugar a los distintos populismos (de extrema derecha, derecha, centro, izquierda, nacionalistas…).
En el plano analítico y transformador es central explicar y apoyar (o no) el proceso de identificación y construcción de un sujeto, llamado ‘pueblo’, precisamente por su papel, significado u orientación político-ideológica, es decir, por su dinámica emancipadora-igualitaria (o nacionalista, xenófoba y autoritaria). Lo que critico de la teoría de Laclau es, precisamente, que se queda en la lógica política de unos mecanismos, como la polarización y la hegemonía, pero que son indefinidos en su orientación igualitaria-emancipadora si no se explicita el carácter sustantivo de cada uno de los dos sujetos en conflicto (amigo/enemigo) y el sentido de su interacción.
La segunda insuficiencia de Laclau es que parte del proceso de conformación de las demandas ‘democráticas’ de la gente como algo dado; y a partir de ahí expone toda su propuesta (equivalencias, discurso, articulación) para transformarlas en ‘demandas populares’ frente a la oligarquía. Sin embargo, la explicación y el desarrollo de ese primer paso es clave, ya que está condicionado por todo lo que expreso como relevante para mi enfoque crítico: condiciones, estructura, cultura, experiencia, conflictos… de los actores y su sentido emancipador-igualitario. El segundo paso se convierte en ‘constructivista’ o idealista.
Pero, además, Laclau admite ese constructivismo, esa ‘independencia’ de las condiciones materiales y relacionales de la gente y los actores, porque lo considera una virtud (como superador del marxismo o estructuralismo). Como efecto péndulo de su crítica al determinismo, se pasa a otro extremo idealista (como Touraine), que prioriza como causa explicativa el cambio cultural del sujeto individual. En ese eje -estructura/agencia- me pongo en el medio, en su interacción, en la importancia de la experiencia de la gente (como Thompson), aun con sus límites
En conclusión, se ha abierto una nueva etapa sociopolítica en España. El cambio se conforma con la suma e interacción de tres componentes: 1) La situación y la experiencia popular de empobrecimiento, sufrimiento, desigualdad y subordinación. 2) La participación cívica y la conciencia social de una polarización (social y democrática) entre responsables con poder económico e institucional y mayoría ciudadana. 3) La conveniencia, legitimidad y posibilidad práctica de la acción colectiva progresista, articulada a través de los distintos agentes sociopolíticos y la conformación de un electorado indignado, representado mayoritariamente por Unidos Podemos y sus aliados, junto con la posibilidad de acuerdos progresistas más amplios.
En definitiva, en la construcción de la identidad de clase o ‘pueblo’, del sujeto popular transformador, hay que combinar los dos planos -intereses (populares) y discursos (emancipadores)- de la experiencia popular y la cultura cívica, junto con la afirmación (no la indefinición) del primer polo, progresivo o republicano, de cada eje: abajo / arriba; igualdad / desigualdad; libertad / dominación; democracia / oligarquía; solidaridad / segregación.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
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