El «mundo-océano» en expansión ilimitada ha llegado a su fin, debido al agotamiento de los recursos naturales. La humanidad se halla en una encrucijada hoy, y debe decidir sobre su futuro. Según el biólogo y experto en sostenibilidad ambiental, Ricardo Almenar, la única salida consiste en «poner la sostenibilidad como referente de la economía y […]
El «mundo-océano» en expansión ilimitada ha llegado a su fin, debido al agotamiento de los recursos naturales. La humanidad se halla en una encrucijada hoy, y debe decidir sobre su futuro. Según el biólogo y experto en sostenibilidad ambiental, Ricardo Almenar, la única salida consiste en «poner la sostenibilidad como referente de la economía y nuestras vidas, más allá de ideas que puedan estar en boga como el decrecimiento». Almenar acaba de publicar «El fin de la expansión» (Ed. Icaria) y es autor o coautor de una docena de libros, entre otros, «El proyecto necesario. Construir un desarrollo sostenible a escala regional y local»; «Ecología y economía para un desarrollo sostenible»; y «La sostenibilidad del desarrollo: el caso valenciano».
En tu último libro distingues entre «mundo-océano» y «mundo-isla» (así lo subtitulas). ¿Qué significan estas categorías sobre las que gira tu trabajo?
Son dos metáforas o concepciones del mundo. El «mundo-océano» considera que vivimos en un planeta infinito en extensión, relativamente vacío de población y casi ilimitado en recursos; un planeta, en fin, entendido como un vasto espacio para apropiarse del mismo. El conquistador, el emprendedor y el pionero son los personajes icono del «mundo-océano». El «mundo-isla» es todo lo contrario. Muy limitado en recursos, finito en extensión y, sobre todo, compartible: no se trata de apropiarse del espacio a costa de los otros. Además, el referente es la «sostenibilidad», frente al expansionismo sin freno del «mundo-océano».
Siguiendo a Boulding, también diferencias entre la economía del vaquero y la del astronauta.
Boulding era un economista muy conocido en la década de los 60. En el trabajo «La economía futura de la nave espacial tierra» acuña estas dos imágenes, muy populares en la época por las series televisivas. El vaquero no entiende de límites: si se agota un bosque, busca otros. Maximiza la producción y el consumo. Por el contrario, el astronauta no puede moverse de su nave y por eso intenta producir el menor número de productos y desechos. Las dos metáforas las he incluido en el libro: el vaquero se asocia al «mundo-océano» y el astronauta al «mundo-isla».
Dices también que en hoy se produce una «veneración del crecimiento económico». ¿Qué alternativa propones? ¿El decrecimiento?
La veneración del crecimiento es connatural al «mundo-océano». Se trata asimismo de la concepción hegemónica hoy. En el libro propongo el modelo antagónico: un «mundo-isla» cuyo referente indudable sea la sostenibilidad. Me preguntas también por el decrecimiento. La escuela francesa ha puesto en boga esta idea en los últimos años, pero personalmente no me agrada. Hablemos de Serge Latouche, uno de los adalides del decrecimiento. A mi juicio habla de cuestiones planteadas hace ya tres décadas y, además, en aquel momento de modo más acertado. Dicho entre paréntesis, en muchas ocasiones tampoco cita las fuentes. Es ese tono pedante de la escuela francesa lo que me molesta, más aún cuando proponen ideas que no pasan de un mero reciclado.
¿Puedes concretar más tu crítica al decrecimiento?
Por ejemplo, dice Latouche que «desarrollo sostenible» es un concepto tóxico. Esta opinión me parece una idiotez. Porque confunde «desarrollo» con «crecimiento» y no entiende que el adjetivo «sostenible» hace referencia al respeto por los límites del planeta, es decir, al concepto clave: la sostenibilidad; no se refiere, por tanto, al grado de desarrollo que puede asumirse o considerarse válido. Quiero decir que hemos de volver a la etimología, a la raíz de las palabras, y no permitir que nos las arrebaten. En ese sentido, claro que podemos hablar de «desarrollo sostenible». Además, quieras o no, cuando hablamos de «decrecimiento» continúa siendo el «crecimiento» el gran referente. Nos acabamos posicionando en torno a la idea de «crecimiento». Más cuestiones. ¿Pedimos el «decrecimiento» para los pobres del mundo? ¿Y para todos los segmentos sociales de los países ricos, sin distinciones? ¿En qué decrecemos, en demografía, economía, o en ocupación del territorio? La clave es la sostenibilidad, no el decrecimiento.
¿Por qué «El fin de la expansión»?
La civilización industrial, que ha culminado con la globalización, ha superado los límites planetarios. La expansión, hoy, carece de sentido. Precisamente el libro se detiene en los estudios de los últimos 30 ó 40 años, desde la perspectiva de las Ciencias Naturales -no la de los economistas-, que confirman el fin de la expansión. Fíjate que atualmente sólo queda por explotar la Antártida (que cuenta con un tratado internacional de protección); el Ártico, con cada vez menos hielo y mayor presión para la extracción de petróleo y gas; y los grandes fondos marinos (a unos 10.000 metros de profundidad), donde hay proyectos de explotación que arrasarían gran parte de su biodiversidad (sólo conocemos el 1% de las especies que habitan estos fondos). Pero, aclaro, no sólo se trata de proyectos: buena parte de los fondos marinos del Pacífico se han subastado entre grandes empresas.
¿En qué punto nos hallamos actualmente?
Es ésta la gran duda. Mi opinión es que nos encontramos en el «mundo-isla». Estamos insularizándonos muy rápidamente. Podría esto resultar positivo si el proceso fuera acompañado de un cambio de mentalidad y de valores, pero nos es lo que está ocurriendo. Los poderes políticos, económicos y los ciudadanos continúan pensando en términos de «mundo-océano», como si no hubiera límites objetivos a la expansión, a pesar de las evidencias empíricas. Y ello nos conduce directamente al abismo.
La economía no repara en la aportación del medio natural. ¿Resulta esto un suicidio?
Así es. Piensa que la naturaleza presta servicios muy valiosos, que no podrían sustituirse ni pagarse con dinero. Por ejemplo, el ciclo hidrológico, la polinización de cultivos, el control de la erosión por parte de la vegetación espontánea o el efecto sumidero del CO2 que realizan las masas arbóreas, entre otros muchos. Sin respeto por el medio ambiente es claro que la economía humana no puede funcionar. Esto, que resulta de Perogrullo para un biólogo, lo saben los economistas pero no les mueve a cambiar de paradigma. Y eso que hay cosas evidentes, como que el precio que nuestras economías pagan por un producto no incluye su coste de reposición (ocurre con el petróleo, el agua o la energía eléctrica), el impacto que generarán los desechos, ni el uso de los servicios casi gratuitos que presta la naturaleza, antes citados.
Explicas con detalle la problemática de la pesca
Porque ejemplifica netamente lo que está ocurriendo. Hemos pasado de una época en que la pesca se consideraba infinita e ilimitada (siglos XVIII y XIX) a lo que sucede hoy: la mayor parte de los bancos pesqueros se hallan sobreexplotados. Si continuamos a este ritmo, advierte la FAO, en el año 2048 podríamos dar por concluida la pesca comercial. Asimismo, la actividad pesquera permite constatar con claridad que nos hallamos en un «mundo-isla», pues el agotamiento de los recursos fuerza a que en muchas zonas del planeta disminuyan las capturas.
¿Qué hacer? ¿Cómo avanzar hacia un cambio de paradigma? ¿Consiste el cambio en modificar las estructuras económicas?
Ojalá fuera todo tan sencillo como transformar las bases económicas. Pero sucede que lo que llamo «el mundo en expansión» está en nuestros comportamientos diarios. Llevamos interiorizados valores, actitudes y patrones de conducta vinculados a esa expansión. Por eso, digo, hace falta un cambio personal. No sirven los valores del emprendedor, el colonizador o el vaquero. Hay que cambiar la ambición, la grandiosidad, la hipertrofia, la aceleración, la lejanía, la tecnolatría y el tener (poseer), por actitudes propias del «mundo-isla»: modestia, pequeñez, frugalidad, proximidad, frenado, ecofilia y ser (autorrealización).
Dedicas el último capítulo del libro a «el próximo futuro». ¿Cuál es tu vaticinio?
Pronostico dos escenarios. Primero, el de un nuevo proceso de expansión ilimitada, lo que nos abocaría directamente al desastre. Pero también cabe la posibilidad de que nos reorientemos hacia la sostenibilidad. Es ésta la única vía razonable. Y en este punto caben dos opciones: transitar de lo global a lo local, lo que en mi opinión resulta muy difícil: consiste en presionar a gobiernos, empresas y al conjunto de instituciones para forzar cambios; o (es la opción por la que me inclino) caminar de lo local a lo global, que nos permite avanzar, aunque sea muy lentamente, y cometer errores para aprender. Hay que hacer algo ya, aunque se trate de pequeñas cosas y de alcance muy limitado.