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Entrevista a Sergio Gálvez Biesca sobre La gran huelga general. El sindicalismo contra la “modernización socialista” (II)

«La conocida chulería y prepotencia de los principales dirigentes socialistas alcanzaron una de sus cimas más altas»

Fuentes: Rebelión

Nota de edición: una versión parcial de esta entrevista apareció en la revista El Viejo Topo, julio-agosto de 2018. * Doctor en Historia contemporánea, Sergio Gálvez Biesca (Madrid, 1980) es actualmente investigador del Instituto Ibero-Americano de La Haya por la Paz, los Derechos humanos y la Justicia Internacional. Ha sido docente en la UNED, en […]

Nota de edición: una versión parcial de esta entrevista apareció en la revista El Viejo Topo, julio-agosto de 2018.

*

Doctor en Historia contemporánea, Sergio Gálvez Biesca (Madrid, 1980) es actualmente investigador del Instituto Ibero-Americano de La Haya por la Paz, los Derechos humanos y la Justicia Internacional. Ha sido docente en la UNED, en la Universidad Complutense y en la Universidad de Buenos Aires. Es autor de más de medio centenar de publicaciones científicas y fue miembro fundacional en 2005 de la Cátedra Complutense Extraordinaria «Memoria Histórica del siglo XX». 

 

Nos habíamos quedado en este punto. ¿Por qué ha titulado el libro «La gran huelga general»? ¿No ha habido otras huelgas generales grandes en la historia de la clase obrera española? Por ejemplo, yo participé en una de 1985, que convocó CCOO pero no UGT por cierto, y tampoco estuvo nada mal.

Desde que nació el libro en 2013 -m ás o menos – hasta que se entreg ó se barajaron, por lo menos, media docena larga de títulos. Uno de los que más sonaron fue, inicialmente, el siguiente: ¡Juntos Podemos! Historia de la huelga general del 14 de diciembre de 1988. Claro está que, desde aquel punto de partida, el panorama político había cambiado sustancialmente. No era aconsejable jugar con dobles sentidos, pese a que ¡Juntos Podemos! fue el título del manifiesto de la convocatoria de la huelga general por parte de las CCOO y la UGT. Y que, por cierto, ya se había empleado en mayo de 1982 el Partido Comunista de Andalucía en las primeras elecciones a la Junta de Andalucía. Si es que está todo inventado en política. O casi todo.

Pero está muy bien que lo recuerde .

Por lo demás, grandes e históricas huelgas ha protagonizado el movimiento obrero español a lo largo del siglo XXI. Ahí están la de 1917, la de 1934… o la de 1988. Constituyó todo un reto intentar concretar un título sin incluir las palabras huelga general del 14 de diciembre de 1988, que siempre alargaban el mismo. La imagen de portada y el subtítulo creo que son lo suficientemente sugerentes para que, con solo echarles un vistazo, uno pueda hacerse una idea. Claro está, llegado aquí, el título constituye una licencia literaria.

¿Captamos bien lo que significó ese día si hablamos de huelga general? ¿No fue algo más? ¿No hubo también mucha participación de ciudadanía no obrera? Mi madre, por ejemplo, una mujer ya mayor entonces, estaba jubilada después de muchos años de duro trabajo, participó a su forma, no se quedó quieta en casa. Tampoco mi padre proletario y jubilado.

En buena medida ya he adelantado la respuesta. Por supuesto que el 14D fue mucho más que una huelga general al uso. ¿En qué consiste, en lo básico, una huelga general? En parar la producción. Pero aquel miércoles 14 de diciembre así como en las dos semanas que antecedieron a aquel histórico día, no pocas cosas cambiaron. En otros pocos capítulos de nuestra reciente contemporaneidad, el movimiento sindical, capitaneado por las CCOO y la UGT, supo conectar de forma tan directa con las frustraciones antes que con los anhelos de la ciudadanía. Frustraciones que venían motivadas, en lo básico, por los entonces límites visibles del «cambio» prometido por los ejecutivos socialistas. Sí, hasta los editoriales de El País denunciaron tal situación.

Aunque es un profundo error interpretar el 14D como una suma de cabreos contra el Gobierno de Felipe González en tanto que se desnaturaliza el carácter de clase intrínseco de la huelga general, mucho hizo el mismo en tal dirección al llevar a cabo su irracional campaña contra la convocatoria y los sindicatos y todos y cada uno de los sectores que fueron apoyando el mismo. La conocida chulería y prepotencia de los principales dirigentes socialistas alcanzaron a una de sus cimas más altas. El mejor ejemplo lo constituye su enfermiza obsesión con la defensa del PEJ.

Lo anterior nos explica cómo el 14D, en suma, fue más que una huelga general obrera: fue también parte de una amplia contestación de la ciudadanía y de sectores sociales que nunca antes se habían movilizado. Como también fue una huelga general de solidaridad, interclasista que consiguió sumar, inclusive, a la mayor parte de los sindicatos policiales del país. E incluso logró, hasta, que los futbolistas de Primera y Segunda división pararán la producción y no hubiera Liga aquel día.

¡Todo un acontecimiento histórico! ¡Un fin de semana sin fútbol!

La envergadura del asunto fue tal que nombraron un Comité de Huelga encabezado por Butragueño y Michel. Sin olvidarnos de otros tantos sectores profesionales y sociales que hoy, sencillamente, serían imposibles de sumar a una movilización de similares características. Son detalles, pequeños, que pueden ofrecernos una idea aproximada de las dimensiones no típicas de una huelga general en la historia del siglo XX en España.

El subtítulo del libro, hablaba usted de él hace un momento, es: «El sindicalismo contra la ‘modernización socialista». Dos preguntas sobre él: ¿qué sindicalismo? Salvo error por mi parte, usted se centra básicamente en CCOO y UGT. Apenas habla de otros sindicatos.

Llevas razón. Ciertamente, el libro está prácticamente dedicado al papel de las CCOO y la UGT. Y no por este orden. Esto obedece a tres razones: a) el punto de partida del libro, a saber, una tesis doctoral; b) segundo, a la disponibilidad y posibilidad de acceso a la documentación primaria; c) y, tercero, a un hecho básico: fueron aquellos dos sindicatos los principales protagonistas de lo que sucedió. Ahora bien, también se habla en el libro del papel de la CNT, la USO, de los sindicatos nacionalistas o regionalistas. Incluso de los gremiales, amarillistas o del papel central que jugaron en los orígenes del 14D el CSIF o la UDP, de cara a fracturar la negociación colectiva en el sector público o romper la mesas de negociación abiertas entre el Gobierno y sindicatos mayoritarios desde el verano de 1988, respectivamente.

Sin negar la potencialidad del movimiento sindical autónomo o el movimiento sindical nacionalista, sin olvidarnos tampoco del SOC, sencillamente, fueron protagonistas secundarios en este caso. Lo anterior, ha conllevado un riesgo del que soy plenamente consciente: un relato demasiado centralista, desde Madrid, sus centros de poder y decisión. Ampliar lo anterior ya hubiera sido prolongar una investigación -y no hab ía más tiempo – e ir a por varios vol úmenes -un imposible hoy en d ía.

De acuerdo, de acuerdo, son más que razonables los límites trazados.

Con toda la posible modestia: si mi investigación puede tener una utilidad es que en el futuro, más allá de las críticas que se puedan hacer -y que ser án todas ellas bien recibidas – historiadores, investigadores… se animen a profundizar en este cap ítulo histórico. Incluso a la hora de internarse en el 14D a nivel autonómico, regional, local… Quizá, tan solo así, podrá entenderse lo que se jugó el 14 de diciembre de 1988. Sobre todo a nivel local en donde en pequeñas localidades, pueblos, en los que nunca parece suceder nada, pararon y salieron a manifestarse un alto porcentaje de sus vecinos el miércoles 14 de diciembre. Lugares, además, caracterizados por bajísimas, cuando no inexistentes, tasas de afiliación sindical. El caso del campo andaluz -m ás cuando se piensa en el tradicional clientelismo propio de los gobiernos autonómicas socialistas de Andalucía – creo que constituye su m áximo exponente.

Por tanto, el subtítulo considero que está justificado: cuando se habla de sindicalismo, se habla del sindicalismo de clase que representó, por entonces, las CCOO y, en menor medida, la UGT. Sin querer marginar a ningún otro actor sindical, lo cierto, es que eran la mayoría del movimiento obrero sindical. Algo, por cierto, que han venido refutando las diferentes elecciones sindicales. Un aspecto que debe tratarse con sumo cuidado de cara a evitar un posible debate -que no hay espacio aquí a desarrollar – entre un sindicalismo de afiliaci ón y otro representativo. No se debe olvidar que la tasa de afiliación sindical no superó en aquellos años el 18-20% de la población asalariada. Y probablemente estemos exagerando.

Probablemente. La segunda pregunta sobre el subtítulo: cuando habla de modernización socialista, ¿de qué está hablando exactamente? ¿Qué tipo de modernización impulsó el PSOE de aquellos años? A mí me cuesta mucho usar el término «socialista» en esta ocasión.

Lo de «socialista» es otra licencia literaria en todo su significado. Me cuesta mucho, además, responder a tu pregunta en tan solo unas solas líneas.

Las que necesite.

He intentado teorizar sobre este asunto largo y tendido. Sintetizando mucho: bajo las palabras «modernización» y «socialista» -por aquello de que quien lo llev ó a cabo fueron los gobiernos socialistas – no deja de ser m ás que el intento de representación del proceso de reestructuración del modelo capitalista español que desarrollaron aquellos ejecutivos. Por supuesto, que el término «modernización» es una palabra con un sentido netamente positivo. Con eso jugaron aquellos astutos políticos de cara a vender su «programa de cambio social y regeneración».

Pero bajo esas mismas palabras «modernización» y «socialista» se camuflaron otras realidades. Otras políticas no tan neutras ni positivas. Con una serie de características: un proceso mucho más «liberal» -en todos sus sentidos- del que pudieron desarrollar los ejecutivos de la UCD por una mera correlación de fuerzas y de legitimidad electoral. En paralelo, a lo anterior, mucho pesó la experiencia fracasada de socialismo francés de Mitterrand -y que fue seguida, de forma pormenorizada, por una Comisión de Estudios del PSOE encabezada por Almunia- para no andarse con innecesarias ambigüedades. En tal sentido, la política económica socialista se encuentra mucho más cercana al modelo anglosajón que a cualquier otra experiencia, prácticamente, moribunda por entonces, de la socialdemocracia europea. Los resultados son contundentes: una clara pérdida del siempre débil equilibrio de las relaciones capital-trabajo. Por no internarnos en el precario e insuficiente Estado del bienestar construido. Más asistencial que otra cosa.

Por este camino, y es una tesis que he mantenido y que cuantos más datos conozco más confirmo, en ningún momento, se puede hablar de una política solidaria y progresista como defendieron los socialistas españoles. Sí, fue, precisamente, lo contrario. Por tanto, hay que estar atentos a cuando se habla de «progresismo». Los datos y evidencias hablan por sí mismos.

¿Cuál era fue la finalidad real de esa convocatoria de huelga? ¿Querían realmente los sindicatos atacar o derrotar al gobierno legítimamente elegido en las urnas, como se dijo entonces?

El 14D nació, en un principio, para parar el funesto PEJ. Si bien se frenó y hasta González lo guardó -temporalmente- en un cajón -a su pesar, en tanto que creyó siempre firmemente en él- el manifiesto ¡Juntos Podemos! fue capaz de aglutinar toda una serie de perentorias demandas del conjunto de la clase trabajadora: negociación colectiva de los funcionarios públicos, pensiones contributivas, salario mínimo interprofesional, contratos temporales… Todas las cuestiones que estaban en el meollo de las relaciones capital-trabajo.

Con otro aliciente: la visibilización de las políticas antisociales de los gobiernos socialistas en un momento óptimo para la redistribución de los excedentes empresariales. Aquellos fueron los años de boom económico sin, prácticamente, antecedentes. Este es el contexto político-social del 14D. Un país, recordemos, en donde Solchaga y otros tecnócratas de economía hacían llamamientos al capital especulativo día sí y día también. Nació, en aquel entonces un concepto harto interesante, y que, en buena medida, vertebraría la unidad de acción sindical a medio plazo: la «deuda social».

Sobre atacar o derrotar al Gobierno, pues, va a ser que lo justo. A duras penas las CCOO consiguieron convencer a la UGT de que se sumara al 14D. En el último momento. Por ser precisos. En cualquier caso, dado el sí por parte de la central socialista, lo dio todo. Por cierto, a un alto coste organizativo, político y emocional. No estaba la cosa para mayores. Retirar el PEJ y mejorar aspectos perentorios que se estaban negando, por activa y por pasiva, fueron los principales objetivos del 14D. Yendo otro paso más allá: aquella huelga lo que propuso al Gobierno socialista no consistió en otra cosa que en propiciar un «giro socialdemócrata» de su política macroeconómica. Un imposible antes, durante y después del 14 de diciembre. Era pedir a un Gobierno liberal o neoliberal -según se observe – renunciar a su verdadera naturaleza y objetivos.

Antes de qué me olvide y aunque hemos hablado algo de ello: ¿qué papel jugaron los sindicatos nacionalistas en aquella ocasión? ¿Hubo alguna característica singular en la huelga y movilizaciones en Euskadi y Cataluña, o en Galicia?

Resumo: minoritarios, aunque esenciales en el éxito del 14D. Se sumaron, a su manera, como actores secundarios, a una convocatoria en un contexto político, socioeconómico, laboral y social nada sencillo. Ahí están los años previos de lucha contra la desindustrialización de sectores productivos fundamentales y en donde la presencia de los sindicatos nacionalistas fue bastante potente. Su apoyó al 14D siempre sumó, nunca restó. No como ha sucedido en posteriores ocasiones.

No debemos olvidarnos algo fundamental: estamos en 1988. España. País Vasco. El seguimiento en el País Vasco fue brutal. Cercano al 100%. Sin el apoyo de LAB y de otros sindicatos en la órbita de la izquierda abertzale no se puede entender la que, a buen seguro, sea una de las movilizaciones más seguidas en todo la historia del sindicalismo vasco. Paró todo. Casi todo. Pero la unidad de acción era un imposible por motivos evidentes: empiezan y terminan con ETA. Es pertinente observar -y as í hemos intentando reconstruirlo en La gran huelga general– cómo, mientras las manifestaciones que acompañaron al 14D convocadas por la UGT, las CCOO y la ELA-STV se caracterizaron por su absoluta normalidad, en el caso de las convocadas por LAB, HASI y todo aquel entorno siempre hubo movidas. Innecesarias, en el mismo momento, en que la huelga general estaba ganada de antemano.

Tampoco es casual que ETA no asesinara en aquellos días. A pesar de intentarlo unos días antes de la propia convocatoria sindical.

En cuanto a la izquierda sindical, a la izquierda comunista, ¿no les pareció esa huelga demasiado poco, demasiado reformista, poco anticapitalista?

Para contestar a esa pregunta como historiador necesitaría acceder a archivos, fondos documentales, en los que meterse a fondo e investigar. Apenas sobreviven. Un drama. Suelen estar dispersos, fragmentados, pero lo cierto es que la mayor parte se ha perdido.

Creo que el eje capitalista-anticapitalista, en esta ocasión, no resulta el central. Lo repito: no fue una huelga revolucionaria al uso. Ni anticapitalista, por extensión. No es que fuera una huelga suave. Amable, si se prefiere. Quien mejor lo expresó fue el propio Marcelino Camacho a pocos días del 14D: no se necesitaba ningún tipo de violencia para que la huelga triunfara. Ese fue la clave de su éxito y por la que todo el mundo la recuerda. Empero, y lo dejó ahí, ya que ha habido quien ha cuestionado esa tesis: nunca una huelga general puede ser pacífica. El 14D fue una huelga con sus dosis de violencia. Enormemente reducidas en este caso. Se logró casi un imposible: paralizar un país con los mínimos niveles de violencia y con la máxima efectividad.

En esta misma línea, si hay un aspecto que se ha estudiado en profundidad, a partir del acceso de la propia información localizada en el Archivo General del Ministerio del Interior, bajo el mando de José Luis Corcuera, es que a pesar de la paranoia y patetismo que reflejan sus informes -y que conllevaron, a la postre, la formaci ón de sendos «gabinetes de crisis» en Interior y en Moncloa – la huelga fue un éxito más allá de toda la criminalización, persecución y represión.

Cambiando de tercio para responder a la otra parte de la pregunta: si uno se lee y analiza con detenimiento el manifiesto ¡Juntos Podemos!, no se puede atisbar ningún rasgo de radicalidad. O, si se prefiere, de anticapitalismo. Se trató de un manifiesto que recogieron unas reivindicaciones de mínimos para intentar frenar una reforma laboral juvenil y avanzar en el terreno de aspectos socio-laborales esenciales. No se cuestionó la legitimidad del Gobierno socialista ni tampoco la del régimen económico. Cosa de lo que fue plenamente consciente la «izquierda» a la «izquierda» de las CCOO y la UGT.

Descansemos de nuevo. ¿Le parece?

Me parece.

Primera parte de esta entrevista: Entrevista a Sergio Gálvez Biesca sobre La gran huelga general. El sindicalismo contra la «modernización socialista». «El 14D no fue una huelga revolucionaria, fue una huelga profundamente democrática e interclasista en todos sus sentidos» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248483