Lo vi. Allí estaba Fidel frente a una enorme muchedumbre de jóvenes, emergiendo de la enfermedad con titánicos bríos, para advertir al mundo sobre los peligros que lo amenazan. No les importaron, ni a él ni a los miles de jóvenes, la madrugada lluviosa que precedió al encuentro. Era un compromiso del líder con la […]
Lo vi. Allí estaba Fidel frente a una enorme muchedumbre de jóvenes, emergiendo de la enfermedad con titánicos bríos, para advertir al mundo sobre los peligros que lo amenazan. No les importaron, ni a él ni a los miles de jóvenes, la madrugada lluviosa que precedió al encuentro. Era un compromiso del líder con la juventud cubana, precisamente allí donde, como él señaló, se había hecho revolucionario. La convocatoria de unas pocas horas tampoco fue un obstáculo para la movilización entusiasta de millares de rostros juveniles para ver de cerca de su líder histórico, al que hacía largos meses no habían podido ver en persona. Su pueblo tampoco lo traicionó otra vez y estaba allí, para escucharlo, para compartir sus legítimos sueños por un mundo mejor.
Fidel no vaciló ni un momento en desafiar las secuelas de una larga enfermedad, haciendo gala de la misma osadía de antaño, como cuando era joven, en abierto desafío a las amenazas de las fuerzas represivas del tirano Fulgencio Batista. Para acentuar su compromiso de lucha ante las nuevas generaciones, no vaciló en evocar su entrega a la lucha revolucionaria desde su etapa estudiantil. Al respecto, rememoró: «En mi mente quijotesca no cabía otra alternativa que desafiar la amenaza». Demostró, a qué negarlo, la misma combatividad de siempre.
A los jóvenes habló Fidel con franqueza, desentrañando recuerdos, exhortándolos como un maestro, precisamente allí, en un sitio hecho para los recuerdos: la escalinata de la Universidad de la Habana, de la que dijo: «Esta escalinata, a la que nunca imaginé volver, guarda imborrables recuerdos de los años en que comencé a tener conciencia de nuestra época y de nuestro deber. Se puede adquirir conocimientos y conciencia a lo largo de toda la vida, pero jamás en ninguna otra época de su existencia una persona volverá a tener la pureza y el desinterés con que, siendo joven, se enfrenta a la vida. A esa edad, descubrí mi verdadero destino.»
El adiós a las armas de Fidel parte de la comprensión de todos los seres humanos por los problemas de su realidad circundante. El planeta solo sobrevivirá si se erradican los conflictos entre las naciones y se centran sus esfuerzos en evitar el creciente deterioro del medio ambiente. Ese mundo mejor solo será posible si se toma conciencia sobre los peligros que acechan a la humanidad, Sin tapujos, exhortó a la juventud cubana: «Si quieres la paz, prepárate para cambiar tu conciencia».
Y Fidel, junto a los estudiantes, tal vez sin proponérselo, seleccionó el mismo sitio para concentrase, que fuera usurpado el pasado 16 de agosto por un insignificante grupo de contrarrevolucionarios. Allí, en un montado show mediático, los lacayos de la organización terrorista Cuba Independiente y Democrática trataron de subvertir el orden institucional mediante un acto de protesta que fue repudiado por el estudiantado universitario y el pueblo en general. Los servidores del imperio, esta vez representado por Luis Enrique Labrador Ruiz, Michel Iroy Rodríguez Ruiz, Eduardo Pérez Flores, Sara Marta Fonseca Quevedo y Yordanis Martínez Carvajal, todos ajenos a la Universidad de la Habana, realizaron una provocación ofensiva contra el sentir general de los jóvenes universitarios. Sirviéndose de una sábana en la que escribieron varias consignas antigubernamentales y leyeron un documento redactado por el propio Huber Matos Araluce en su cómodo «exilio» en Costa Rica, donde se esconde de la justicia norteamericana por delitos de narcotráfico y estafa.
La provocación estaba fraguada por los enemigos de Cuba, que son los mismos que se regodean con los males actuales de la Humanidad. Contra esa gente luchó Cuba con dignidad, contra los lacayos y sus amos del Imperio, y en esta contienda seguirá saliendo victoriosa. No en balde expresó Fidel, refiriéndose al enfrentamiento de Cuba al imperialismo, lo siguiente: «No pareciera posible que un país tan pequeño como Cuba se viera obligado a cargar el peso de la lucha contra aquellos que han globalizado y sometido el mundo a un inconcebible saqueo, y le ha impuesto un sistema que hoy amenaza la propia supervivencia de la humanidad.»
Como colofón a su llamado al estudiantado cubano en la lucha por un porvenir más seguro para los hijos del planeta Tierra, Fidel cerró su mensaje, días después al execrable acto, con una arenga llena de convicción y de seguridad en el porvenir: «Compañeros estudiantes universitarios, como en otros tiempos, al parecer lejanos y que a mí me parece fue ayer, les agradezco la presencia y el apoyo moral que ustedes le están ofreciendo a esta lucha por la paz (Aplausos). Los exhorto a no dejar de batallar en esa dirección. En esta, como en muchas luchas del pasado, es posible vencer». (…) «¡Que la vida humana se preserve! ¡Que los niños y los jóvenes disfruten de ella en un mundo de justicia! ¡Que los padres y los abuelos compartan con ellos el privilegio de vivir!»
Los provocadores, arrestados por escándalo público y cuyo expediente se encuentra en fase preparatoria con el número 331/10, fueron liberados por la policía con posterioridad. Sin embargo, unos días después del show mediático montado por ellos, recibieron una contundente respuesta por parte de la juventud cubana y de Fidel. Así lo comprobé yo esa mañana de septiembre mientras caminaba por la calle L hacia 23 y murmuré regocijado una verdad de Perogrullo: «¡Hay Fidel para rato! La contrarrevolución no pudo otra vez con Fidel.»
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