Los asistentes a la última reunión en Bruselas del Partido de la Izquierda Europa, procedentes de más de veinte países y organizaciones políticas, movimientos sociales y sindicatos, se llevaron el siguiente diagnóstico y la siguiente tarea a su casa: a.) la situación en Europa es extremadamente grave y es muy poco probable que regresemos a […]
Los asistentes a la última reunión en Bruselas del Partido de la Izquierda Europa, procedentes de más de veinte países y organizaciones políticas, movimientos sociales y sindicatos, se llevaron el siguiente diagnóstico y la siguiente tarea a su casa: a.) la situación en Europa es extremadamente grave y es muy poco probable que regresemos a la situación anterior a la crisis: hay que mirar hacia delante; b.) Los cambios económicos y políticos pueden generar dinámicas impensables hasta hace muy poco tiempo: pueden ir tanto hacia la izquierda como hacia la derecha; c.) Hay que hacer todo lo posible para hacer «converger» -esta fue la palabra utilizada una y otra vez- a los diferentes poderes opuestos al neoliberalismo: las organizaciones políticas, el trabajo organizado y los movimientos sociales tienen que aunar esfuerzos pues ninguno de ellos es suficiente; d.) esto sólo es posible si se contruyen hegemonías antineoliberales, no únicas o unilaterales, sino compartidas y plurales (ver el resumen de Pierre Laurent, Presidente del Partido de la Izquierda Europa aquí: https://www.dropbox.com/sh/tyzbf7ljan9xbex/SwVPlSK4cz). ¿Cuál es el estado de la convergencia en el Estado Español, cuáles son los bloqueos y como superarlos en el actual momento de urgencia?
Las «Mesas Ciudadanas de Convergencia y Acción Social», nacidas en febrero de 2011, se adelantaron a esta estrategia y a este diagnóstico. Desde entonces se han producido cambios dentro de cada una de estas tres columnas de la oposición hispana al neoliberalismo. Se ha avanzado hacia la convergencia, pero también se han dado pasos atrás. Hay aún demasiada gente que sigue tocando el arpa mientras Roma arde por los cuatro costados, que piensa que el futuro es una continuación del presente o que los espacios ajenos son mucho menos importantes que los propios. Hay peligro de que la idea de convergencia sea reducida a actos protocolarios destinados a enmascarar sectarismos. Y también está clara una cuestión: ni la inercia económica, ni la inercia política empujan automáticamente hacia la convergencia. La mayoría de la ciudadanía azotada por la crisis intuye su necesidad, pero esto no es suficiente para que se produzca. Sin un esfuerzo nuevo o añadido por parte de todas las partes no se van a imponer una dinámica de convergencia lo suficientemente importante y rápida. Cada una de las tres columnas tiene que hacer sus deberes: desbloquear sus propios bloqueos, aislar a los que, dentro de sus propias filas, se oponen -de forma activa o pasiva, callada o explícita- a la conformación de un bloque social, político y cultural con capacidad de tumbar al neoliberalismo.
Los movimientos ciudadanos
Tienen tres focos: el 15-M, las ONGs y las asociaciones de vecinos. El 15-M ha provocado el acercamiento de gente nueva, sobre todo jóven, a un polo antineoliberal y lo ha hecho visible en las plazas. Ha conseguido hacer más «transversales» algunas luchas especializadas que ya se libraran dentro de iniciativas particulares y ONGs (contra los desahucios, contra los mercados financieros desregulados, , contra la banca etc.). Sobre todo ha conseguido colocar en la agenda de los medios de comunicaicón, de los partidos y de los sindicatos una serie de temas nuevos o una forma distinta de enfocarlos. Esto ha ampliado la hegemonía de las fuerzas antineoliberales aunque sería un error considerar el 15-M como un movimiento políticamente uniforme. Se ha ido decantando hacia la izqueirda en algunos lugares como Madrid pero en otros sigue siendo ambiguo. La tendencia a reducir los objetivos a los medios democráticos como respuesta a la vieja subordinación de los medios a los objetivos («lo importante es ser democráticos, lo secundario es decidir con qué objetivos») es aún fuerte. Algunas «secciones» del 15-M muestran una gran oposición a acercarse a las dos columnas restantes: bien por desconocimiento -muchos jóvenes está lejos de los sindicatos simplemente porque no conocen el mundo laboral-, bien porque algunos de sus «líderes» buscan el cálido poder de la capilla, bien por razones políticas más elaboradas (por ejemplo: «la participación directa es la única forma legítima de participación ciudadana»). Aquí hay una lectura de las instituciones que se conciben no como campo de lucha, sino como armas del enemigo. Otro problema es la tendencia a sobrevalorar sus fuerzas, algo que pasa también en el seno de las otras columnas.
Sólo hará una aportación decisiva a la lucha contra el neoliebralismo si el 15-M consigue extender su influencia más allá de los círculos antineoliberales que ya existían antes (ejemplo Patio Maravillas en Madrid o foros sociales). La mayor limitación es, junto al problema de la indefinición ideológica y la tendencia a convertirse en un movimiento sólo cultural, su intermitencia y la dificultad de mantener la participación de las personas con trabajo y obligaciones domésticas. Aunque el 15-M va más allá de las plazas: ha generado espacios de intercambio de información en la red con capacidad de hacerle frente a los medios de información convencionales, es decir, ha creado una opinión pública alternativa. Ahí radica su mayor su principal poder: es un «poder blando» pero infiltrante y además es relativamente estable.
Las ONGs como ATTAC, Ecologistas en Acción, Asociaciones de Solidaridad de todo tipo reunen a bastante gente, sobre todo en las (grandes) ciudades. Los profesionales urbanos están sobrerepresentados en ellas aunque la mayoría se limita a pagar cuotas y muchas veces son dos o tres personas las únicas realmente activas. Sus luchas son monográficas, lo cual genera una fuerte tendencia a aislarse del conjunto aún cuando muchas de estas asociaciones hagan reflexiones globales muy importantes (por ejemplo: «no hay democracia política posible si no se regulan los mercados financieros» etc.). También tienen ventajas y defectos. Por un lado concentran a gente muy especializada y competente que pueden elevar el nivel político y «técnico» de las fuerzas antineoliberales, tienen una estructura organizativa estable que les permite perdurar en el tiempo aún cuando la participación de sus miembros sea muy intermitente. Pero lo que domina es el pago de cuotas, la organización de actos informativos y, de vez en cuando, una acción directa. Estos son cosas importantes pero su alcance es limitado.
Las asociaciones de vecinos tienen una dimensión territorial y están más conectadas con las clases populares que las dos anteriores. Forman un eslabón importante entre los movimientos sociales y la lucha institucional y sindical, en el primer caso vía participación en los consejos municipales, en el segundo vía solamiento personal que tiene su origen en la transición política: no habría que subestimar la importancia de estos puentes. Sin embargo muchas asociaciones no sólo no tienen un programa antineoliberal, sino que necesitan evitar su politización si quieren conjurar el peligro de división, con lo cual su alcance es limitado. Sólo aquellas creadas en los años de la transición y normalmente en los barrios populares, tienen una vocación antineoliberal clara. El 15-M las ha reavivado en beneficio mútuo, sobre todo debido a su conexión con el territorio que enlaza con la idea de la «ocupación de plazas» propia de aquel.
Conclusión: contra la sectarización, por una autonomía coordinada
En el último año hemos asistido a la ampliación del poder de los movimientos ciudadanos. No se trata de un poder tangible como el que se desprende de los votos o de las afiliaciones, sino un poder más inasible o blando que ha conseguido estabilizarse y que se suma a una mayor o menor convocatoria de manifestaciones, así como a las asambleas en las plazas ahí donde estas se mantienen. La condición para que refuerce el campo antineoliebral es que no se sectarice, que no se aisle del grueso de la población («mejor pocos pero puros»), que no se reduzca a un movimeinto sólo contracultural o que desarrolle un discurso general políticamente esteril («todos son lo mismo», sólo la «gente» cuenta, «los sindicatos son nuestros enemigos» etc.). No es necesario que se «unifique» ideológicamente para evitar todo esto, pero sí que al menos consensúe un rumbo general en un sentido antineoliberal y que desarrolle una comunicación fluida con el resto de las fuerzas antineoliberales. Una parte de los activistas del 15-M no se van a incorporar nunca a un proyecto así debido a su rechazo -muchas veces por causas personales, otras con sofisticadas teorizaciones detrás- a las otras dos columnas. Pero una parte -probablemente mayoritaria- de los participantes, los más sensibles al tiempo que viviemos, parecen ganables para un proyecto así. Hay peligro de que los sectores más sectarios se hagan hegemónicos, como suceder a menudo con estos espacios donde la «gente» son aquellos que tienen un tiempo infinito para deliberar en las plazas y que no tienen que trabajar porque viven con sus padres o están jubilados. Pero esto no tiene que suceder necesariamente pues en el núcleo de dichos movimientos hay muchos activistas que no apuestan por su sectarización. En cualquier caso: la única forma de incorporar estos movimientos a un bloque de poder es preservando su autonomía relativa y que sean tratados como «partners» antes que como una masa de maniobra de actuación por parte de los poderes más organizados (partidos y sindicatos).
2. Los partidos antineoliberales
Las «Mesas» han propuesto un programa antineoliberal de mínimos que, naturalmente, se puede y debe ir redefiniendo con el tiempo. No es posible saber hoy exactamente qué partidos estarían dispuestos a suscribirlo aunque la agudización de la crisis lo pone cada vez más fácil. En todo caso, el espectro está relativamente claro: desde los sectores socialistas no socialliberales hasta las formaciones más explícitamente anticapitalistas pasando por algunas formaciones -o al menos algunas corrientes dentro de estas formaciones- con una fuerte adscripción identitaria pero sensibles a un discuros antineoliberal, así como los sectores potencialmente antineoliberales del ecologismo (sectores dentro de Equo, por ejemplo). Que estos útlimos partidos se incorporen a un bloque antineoliberal depende de la corriente que se imponga dentro de ellos. Más difícil parece ganar a los partidos independentistas para un proyecto así, hoy por hoy casi exclusivamente orientados a contruir su propio proyecto soberanista no sólo al margen, sino contra «el Estado español» -sea republicano, sea democrático o no-, el mismo que la izquierda estatal necesita construir y democratizar frente a las políticas neoliberales de Estado mínimo.
El grueso del poder institucional está concentrado hoy en Izquierda Unida. Decidió en su última Asamblea Federal su «refundación». Aunque este proyecto fue formulado de forma vaga, el grueso de la organización entendió que se trataba de democratizarla y mejorarla hacia dentro («refundación de IU») y también de crear un espacio político y electoral más amplio en el que tuvieran cabida más actores y que conectara más decididamente con los movimientos sociales, es decir, que abriera un escenario de «hegemonía plural» («refundación de la izquierda alternativa»). Ninguno de los dos proyectos acabaron prosperando e IU siguió siendo el reclamo electoral de un solo partido -el PCE- hasta que la creación del partido Izquierda Abierta la convertir en una «coalición» estrictamente hablando. Izquierda Abierta goza de un apoyo importante entre profesionales urbanos con presencia en los medios de comunicación. Este hecho, que sólo en parte contrarresta la espalda que le han dado muchos profesionales a la izquierda alternativa por su acercamiento a UPyD, es una aportación importante al bloque antineoliberal. La «convocatoria social» lanzada por el PCE va en un sentido inverso al de la convergencia y la pluralización. Se trata del intento de crear un movimiento social «propio» antes que de acercarse a los existentes. Este intento no tiene en cuenta que la verdadera aportación que pueden hacer los movimientos sociales a un bloque antineoliberal pasa por mantener la autonomía de estos últimos, lo cual no excluye la coordinación y el diálogo con ellos. Poco nuevo pueden aportar los movimientos sociales si sólo son «expresiones» de los partidos en la calle. De cara a las elecciones generales la dirección de IU modificó esta estrategia acercándose a dichos movimientos sociales, reconociendo su autonomía e incluso en parte contando con ellos para la confección de listas electorales. Fruto de esta modificación es la candidatura de Alberto Garzón en el primer puesto por Málaga, al que la dirección del PCE dio prioridad por encima del candidato inicial del «aparato». Sin embargo, en las elecciones al parlamento de Andalucía la estrategia retornó al punto anterior. La dirección del IU-CA no se mostró receptiva al llamamiento que hicieron los movimientos sociales andaluces, junto con diversos partidos antineoliberales, para crear listas conjuntas y reforzar la apuesta institucional con apoyos firmes y consensuados en los movimientos sociales. El proceso de negociación con Griñán transcurrió por estos mismos cauces autosuficientes y su participación en el gobierno andaluz tampoco ha tenido en ningún momento en cuenta la información, la opinión o la complicidad de los movimientos sociales que no fueron consultandos o incorporados al proceso, ni tan siquiera de forma simbólica. Es lógico que estos se abstengan ahora de defender las medidas que tome dicho gobierno y que no se sientan ni tan siquiera moralmente obligados a legitimarlas independientemente de sus contenidos. Teniendo en cuenta la necesidad de hacer recortes, siempre difíciles de legitimar, se puede decir que aquí hay una visión voluntarista e ingenua del poder institucional. La sensación que transmite hoy a dirección de Izquierda Unida, aparentemente animada por los resultados electorales, es que no apuesta por construir una hegemonía compartida para luchar contra el neoliberalismo.
Si tenemos en cuenta el importante apoyo político que aún conserva el PSOE y el importante poder -formal e informal- que ha acumulado a lo largo de los años, parece difícil consolidar un polo antineoliberal en España si no es ganando una buena parte del apoyo y de la influencia que aún conserva este partido mayoritariamente socialliberal. Una parte muy importante de sus votantes -y también de sus militantes- apoyarían un proyecto antineoliberal, pero estos parecen ser muy reticentes a apostar por otras opciones políticas y la mayoría prefiere, si acaso, la abstención. La creación un espacio socialista propio de orientación antineoliberal incorporándolo a un Frente de Izquierdas siguiendo el ejemplo francés y griego podría provocar aquí un reforzamiento y una pluralización importante del polo antineoliberal. Como en Francia, en Alemania y Grecia, dicho espacio sólo puede ser el resultado de un agrupamiento de votantes y miltantes socialistas, su transformación en una organización o corriente independiente y la incorporación de esta a un Frente de Izquierdas con el resto de las fuerzas antineoliberales. Este proceso ya está en marcha (http://socialistasalaizquierda.org/).
Izquierda Anticapitalista (IA) ha venido trabajando en la creación de un polo político propio junto a personas activas en Ecologistas en Acción y en el sindicado CGT. En la actualidad, su dirección está en manos de gente bastante joven con un discurso, en el que la idea de la convergencia parece tener poca cabida, y que la ha llevado a cosechar resultados mediocres en las últimas elecciones. La evolución poco prometedora de esta estrategia en su organización hermana francesa (NPA), tras el desgajamiento de dos grupos (Izquierda Unitaria y Convergencia y Alternativa), ambos incorporados al Front de Gauche junto al Partido Comunista Francés y el Parti de la Gauche formado por ex-socialistas de orientación antineoliberal, podría animar a IA a un cambio de estrategia. También Equo ha destinado sus principales energías a constuir un espacio propio, con lo cual ha sido poco receptiva a un mensaje de convergencia. En su seno hay sectores que podrían forzar la incorporación del partido en una alianza tipo Front de Gauche en Francia, si bien su fuerte dependencia del Grupo Verde Europeo y la, hoy por hoy, escasa orientación antineoliberal de dicho grupo, lo podría dificultar. No hay que descartar que se produzcan cambios, sin embargo, dada la extrema volatilidad de la situación. La incorporación de otros grupos de la izquierda organizada con programas anticapitalistasa a un bloque antineoliberal depende de si consideran compatible el «neoliberalismo» con su proyecto «anticapitalista» y de que las corrientes unitarias se vayan haciendo mayoritarias dentro de las respectivas organizaciones.
Conclusión: el Frente de Izquierdas
El columna del poder institucional es fundamental para enfrentarse al neoliberalismo. Ni la justificada crítica de las culturas políticas institucionales o del secuestro de las instituciones por parte de los intereses endogámicos (financieros, «clase política» etc.) debe dar lugar a engaño: la legitimidad democrática no emana sólo de la «gente» activa en las plazas o en las ONGs. Las instituciones, tal y como han sido diseñadas, no facilitan los cambios profundos, pero siguen siendo fundamentales para provocarlos. En los últimos meses se ha avanzado hacia la convergencia, pero también se han dado pasos atrás. Lo que ha prevalecido es la consolidación de los espacios políticos e institucionales propios, pero no con la perspectiva de converger en algún punto, sino haciéndolo frente al resto. Es posible que algunos de estos procesos hayan sido necesarios, pero urge inaugurar ahora una nueva etapa: toca darle prioridad prioridad absoluta a la convergencia, a la construcción de una hegemonía compartida, también en alianza con los movimientos ciudadanos pero en cualquier caso frente a las dinámicas endogámicas y a la tentación de crear hegemonías unilaterales. Prácticamente todas estas organizaciones reconocen y apoyan la importancia de la unidad y, por ejemplo, la labor de las Mesas de Convergencia. Pero su participación en iniciativas conjuntas ha ido menguando en los útlimos meses a pesar de una retórica unitaria que todos parecen obligados a mantener. Decididamente es necesario que cambien las cosas: tanto dentro de esta columna, como en su relación con las demás.
El formato que más se ajusta a la contrucción de una hegemonía compartida es el de la formación de una una coalición tipo «Front de Gauche» en Francia o tipo «Syrizia» en Grecia. En ella tienen que estar representadas las dos o tres grandes tradiciones de la izquierda y, en cualquier caso, la tradición socialista debido a su particular peso en la izquierda hispana. También los sectores más antineoliberales de los partidos de adscripción identitaria dispuestos a desarrollar proyectos compartidos, así como sectores del ecologismo organizados tienen un lugar en este espacio. La incorporación a un Frente de Izquierdas no tiene que conducir a la liquidación de la identidad programática de las diferentes organizaciones políticas, pero en ningún caso debe debería tratarse sólo de una coalición electoral. Puede y debe generar, además, una dinámica de comunicación con capacidad de liberar recursos políticos («sinergias») adicionales, de conectar con los movimientos sociales y de ir aproximando esquemas mentales, estrategias y lenguajes. Una pieza a encajar aquí es la de las personas que no están, ni tampoco pretenden afiliarse a ninguna organización política, pero que sí participarían activamente en una dinámcia de Frente de Izquierdas: habría que buscar un encaje para ellas cuyo número podría llegar a ser más importante que el de la suma de todos los afiliados de las diferentes organizaciones. Otra pieza importante es la siguiente: ¿dónde está depositada la legitimidad para decidir cuestiones peliagudas como la participación en gobiernos de coalición? Hasta ahora esta consulta, cuando se hace, sólo afecta a los afiliados como si fueran ellos los únicos responsables de un determinado resultado electoral. Cuando, como en décadas pasadas, la afiliación era sustancialmente mayor y más representativa de la sociedad, este tipo de consultas estaban más legitimiadas. Pero la cosa cambia cuando los afiliados son muy pocos y muchas veces poco representativos como sucede en los partidos de cuadros que son la mayoría también en el campo de la izquierda alternativa. Otra pieza relacionada con esta es el procedimiento de confección de listas electorales: ¿son suficientes los consensos internos en los partidos o no saldría reforzado el bloque antineoliberal si se organizaran primarias en las que pudiera participar un grupo amplio de ciudadanos organizado y no organizados?
Lo que queda descartado, en cualquier caso, es la posibilidad de ampliar el poder institucional de la izquierda antineoliberal con políticas de hegemonía única, sean del signo que sea. Los partidos políticos tampoco le hacen un flaco servicio a la lucha contra el neoliberalismo con estrategias reducidas a acaparar recursos económicos e institucionales escasos destinados a sanearse hacia dentro, a pagar liberados, a hacer «visible» su propia organización frente a las otras etc.. Esto no sólo produce un justificado desencanto entre los ciudadanos, sino que refuerza el desencuentro entre partidos y movimientos sociales debilitando el bloque antineoliberal.
3. El trabajo organizado
El neoliberalismo es un proyecto destinado a forzar un aumento de las rentas del capital, de las rentas financieras y de las rentas inmobiliarias a costa de la remuneración del trabajo. La principal función de los sindicatos consiste en impedirlo. En España son débiles pues se tuvieron que consolidar en un momento en el que la renta ya empezaba a arrinconar al trabajo (aumento del desempleo estructural, primeras políticas monetaristas ya hacia mediados de los 1980 etc.). Con todo: son los únicos espacios organizados que tupen todo el territorio de forma comparable a, por ejemplo, la iglesia. No hay ningún otro espacio con varios millones de afiliados cotizantes, por mucho que esta cotización sea una forma muy débil de compromiso y que esconda orientaciones políticas mas distintas de lo que parece. En los años 1990 el grueso de los sindicatos europeos se ha sumado a una estrategia corporativa (el «corporativismo para la competitividad»: ver Revista Mientras Tanto nº 83 y 84) plasmada en el Tratado de Lisboa. Este se inserta en un modelo económico del que han salido ganando los países fuertes a costa de los débiles y se ha convertido en uno de los orígenes del actual colapso financiero en Europa que nace en buena medida de los desequilibrios comerciales. Esto, además de la tendencia a convertirse en meras «empresas de servicios» despolitizadas, les ha permitido ganar afiliados en los años del capitalismo inmobiliario, pero les ha restado recursos para reaccionar a la actual situación de cambio. A esto se suma el desplome de una parte de la armadura institucional creada desde 1978 en la que los sindicatos tenían una importante cabida, así como la erosión de algunos ejes del derecho del trabajo, en ambos casos debido a las medidas de los partidos mayoritarios.
Con todo: por mucho que los sindicatos hayan apostado en los últimos años por una estrategia que ha resultado ser insostenible, se trata de piezas de las que en ningún caso se puede prescindir en la lucha contra el neoliberalismo. Las últimas huelgas generales son sólo un ejemplo de ello. Pero, igual que los movimientos sociales y los partidos políticos, los sindicatos tienen sólo un determinado radio de influencia. Nunca podrán serán espacios tan politizados como los partidos, lo cual no quita para que tengan que elevar su nivel de politización, un imperativo inesquivable en la actual situación de cambios profundos. Esta revisión pasa por acercarse a los movimientos sociales y a los partidos antineolibrales, y al revés. Una tarea que tiene pendiente mucha gente que participa en el 15-M es informarse sobre la realidad interna del mundo laboral y sindical, sobre las las dinámicas de poder y de explotación que rigen en las empresas y, en consecuencia, sobre el trabajo diario y meritorio de la mayoría de los delegados sindicales. Pero el desencuentro entre los nuevos movimientos ciudadanos y sindicatos, y los partidos es grande también por razones estructurales: el paro juvenil, el retraso de la incorporación al trabajo y la temporalidad laboral reduce objetivamente los contactos de los jóvenes con el movimiento obrero. Pero por muy difícil que sea: su aproximación sigue siendo imprescindible.
UGT y CCOO tienen un pacto estratégico de unidad sindical y representan el grueso del poder del trabajo organizado en España. Más o menos profundo es el desencuentro entre estos y otros sindicatos más pequeños o nacionalistas como sucede en Euskadi y Galicia. El poder sindical es superior al que se desprende del (bajo) nivel de afiliación, pero demasiado escaso como para prescindir de un acercamiento consecuente a partidos antineoliberales y movimientos sociales (poder blando), máxime teniendo en cuenta que ninguno de los grandes medios de comunicacación social defienden la posición del trabajo frente al capital. Los sindicatos han mostado una tendencia a sobrevalorar la sostenibilidad de su propio poder intitucional, lo cual les ha llevado a infravalorar la importancia de su alianza con el resto de la sociedad, una situación que sólo cambia cuando se intenta reforzar la legitimidad de las huelgas (por ejemplo: «todos los los ciudadanos están interesando en que las condiciones del trabajo de los empleados públicos sean precarias». Esto se ha traducido en una tendencia a tratar de forma poco igualitaria a las demás columnas (por ejemplo convocando reuniones para hacerse una foto con los movimientos sociales y no para desarrollar estrategias conjuntas) que han reforzado los desencuentros. Esta sobrevaloración del propio poder tiene consecuencias graves en un momento en el que el pactado en los grandes acuerdos de la Transición se está debilitando rápidamente en los últimos años.
Conclusión: politización y (re)conocimiento mútuo
El trabajo organizado es una pieza imprescindible para un bloque antineoliberal. Incluso en España, donde el nivel de afiliación sindical es bajo, el paro muy alto y donde mucha gente -sobre todo jóven- nunca ha tenido una experiencia laboral estable que facilite su aproximación a los sindicatos. Se observa últimamente un intento de aproximación a los movimientos sociales por parte de los sindicatos mayoritarios -por ejemplo a ATTAC pero también al 15-M: ver el apoyo sindical a los actos del 12-M de 2012, creación de la Plataforma por la Defensa de los Servicios Públicos-, pero los desencuentros siguen siendo grandes de forma que hay que dedicar más recursos a reducirlos. Algunos activistas del 15-M tienen una fuerte tendencia a tirar al niño con el agua («todo lo viejo es inservible, hay que empezar de cero» etc. ), también las décadas de paciente trabajo acumulado por el movimiento sindical. Por mucho que algunas críticas a los sindicatos sean justificadas o que no se compartan algunos de sus acuerdos -que, por lo demás, son libres de firmar bajo su propia responsabilidad-: es un error tratar a los sindicatos como enemigos tal y como hacen algunos activistas procedentes de los ambientes profesionales urbanos. Aquí hay muchas veces una simple necesidad de información. Encuentros frecuentes, cursos compartidos y ganas de aprender los unos de los otros, podría desbloquear mucho las cosas en beneficio mútuo. Así, por ejemplo, los sistemas de comunicación por red desarrollados por los activistas del 15-M podrían convertirse en una aportación muy interesante para la estrategia de movilización sindical.
4. Hacia un nuevo ciclo de convergencias
Las tres columnas del poder antineoliberal son son excluyentes sino complementarias. Incluso dentro de la columna de las organizaciones políticas hay una solución realista para dejar detrás las rivalidades: la creación de un Frente de Izquierdas sobre la base de un programa antineoliberal común. La crisis y los deseos mayoritarios de la población no conducen automáticamente a la aproximación y la unificación de fuerzas: hay demasiados ejemplos en la historia de división en momentos en los que había que haber hecho todo lo contrario, división que sólo tras la derrota fue identificada como «suicida». Lo que ha sucedido en los últimos meses no es todo esperanzador en este sentido. No es suficiente con declarar la «necesidad de unidad»: hay que hacer esfuerzos concretos y continuados dándole una prioridad estratégica a la convergencia que hoy (aún) no tiene. Esto pasa por reconocer la necesidad mútua y la complementariedad de las tres columnas, incluida la importancia del «poder blando» que pueden desarrollar los movimientos sociales para el arrinconameinto cultural del neoliberalismo en un contexto de escasa pluralidad informativa. Antes que invitar de forma solemne a la «unidad», parece más prometedor que las personas activas en cada uno de estos tres espacios con buenas relaciones y simpatías con espacios colindantes abran cauces de comunicación entre ellos, tomen la iniciativa en la organización de foros, encuentros y acciones comunes que podrían desembocar en la puesta en marcha de actos públicos unitarios dirigidos a toda la sociedad pero también a aquellos que son insensibles al dramatismo del momento y siguen tocando el arpa en sus minúsculos espacios. Las Mesas de Convergencia Ciudadana y Acción Social lleva un año largo trabajando en esta dirección: sumarse a ellas desde la autonomía de cada uno, es una forma (más) de sumarse a la única estrategia que puede salvarnos de la extensión de la barbarie: la convergencia de todas las fuerzas antineoliberales.
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