La pandemia sanitaria y sus daños colaterales sobre la economía global están modelando el road-map hacia las emisiones cero. La demanda de energía caerá en 2020 un 6%, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial, sobre todo de combustibles fósiles. Pero el tránsito hacia las renovables sigue dependiendo del impulso político.
El humo se eleva desde una chimenea de una planta de procesamiento de basura a las afueras de Bruselas. (Yves Herman/Reuters)
Compás de espera. Este parece ser el dilema al que se enfrentan los estrategas – investigadores, políticos y empresarios– en sostenibilidad. La crisis del coronavirus ha exigido un tiempo muerto en la carrera hacia la transición energética, cuya meta es la certificación, en 2050, de sociedades con emisiones netas cero de CO2 a la atmósfera.
Este parón de recesión técnica, los expertos extraen una doble conclusión: la pandemia sanitaria ya está cambiando la economía global, de la que ha irrumpido la seguridad y la eficiencia productiva, lo que conduce inexorablemente a la hoja de ruta de una energía limpia, basada en fuentes renovables; aunque, al mismo tiempo, su traslación al ámbito socioempresarial, las esperanzas de un retorno a la normalidad laboral en las cadenas de valor, de un decidido impulso a los proyectos verdes y sus correspondientes y milmillonarios recursos de capital, no serán inminentes como cada vez más compañías y firmas de inversión habían consignados en sus planes estratégicos y en sus carteras de clientes. Porque los criterios ESG, asociados al medioambiente, las políticas de responsabilidad social y el buen gobierno corporativo, habían empezado a creer en el paradigma ecológico, en que el combate contra el cambio climático podría traer el éxito con el esfuerzo colectivo del sector privado.
En consecuencia, la onda de la transición energética se está resintonizando. Es decir, se adecúa a la era post-covid. Así lo creen expertos en cambio climático sondeados por el departamento de Evolución Energética de S&P Global Market Intelligence que, sin embargo, auguran que las estrategias de reconversión hacia las energías renovables serán eficaces y se pondrán en liza.
De hecho, precisan que el coronavirus acelerará la transferencia de inversiones de los combustibles fósiles hacia las de origen renovable. «Aunque este tránsito dependerá en un alto porcentaje de los desembolsos directos de los gobiernos y de que los cambios de comportamiento social logren que esta ruptura sea permanente», explican Allison Good y Taylor Kuykendall, analistas de esta firma de rating. Un colapso continuado en las industrias de petróleo y gas conducirá a pérdidas de empleo en estos segmentos energéticos de origen fósil, un escenario que podría adelantarse en el tiempo si, en paralelo, y por efecto de la covid-19, otros sectores como el del transporte aéreo, con elevados consumos de queroseno, uno de los combustibles más contaminantes, no logran habituarse a las nuevas reglas de la globalización que determinarán negocios como el del turismo, y si los gobiernos emprenden medidas para corregir la congestión del tráfico rodado en sus grandes ciudades para reducir sus cotas de polución.
«La idea de que una multitud se dirija con sus vehículos a su puesto de trabajo y emplee dos o tres horas en llegar, cuando se ya se acepta el trabajo en remoto, empieza a desvanecerse y, por consiguiente, crecen las expectativas de que se encienda la mecha de las inversiones ecológicas», dice Amy Mayers, directora del programa de energía en el Council on Foreign Relations (CFR). Y sólo en EEUU, «se gastan 6.000 millones de galones de gasolina al año en atascos de tráfico con sus incalculables consecuencias sobre el clima», recalca. Mark Lewis, investigador principal en BNP Paribas sobre descarbonización añade que las presiones civiles en ciudades como Dehli o Los Ángeles, donde la concentración de CO2 rebasa los límites saludables y en las que crecen las reivindicaciones en contra de los combustibles fósiles como paso indispensable para mejorar la calidad del aire. La recuperación del negocio del petróleo, del gas y del carbón será mucho más difícil después de esta recesión; sobre todo, si las energías renovables son ya, como ocurre, más baratas. Es el acicate que necesita la industria automovilística para catalizar la producción de los vehículos eléctricos. Junto a la esperada caída a los infiernos de la demanda energética mundial.
“La idea de gastar dos o tres horas en un atasco para llegar al trabajo cuando se empieza a aceptar el teletrabajo, se desvanece y, por consiguiente, crecen las expectativas de que se encienda la mecha de las inversiones ecológicas”
Retroceso histórico de la demanda energética
La Agencia Internacional de la Energía (IEA) acaba de constatar que los pedidos retrocederán un 6% en 2020, «el mayor shock sobre este mercado desde la Segunda Guerra Mundial», lo que llevará a una corrección superior al 8% en las emisiones de CO2 a la atmósfera que se registró en el peor instante del credit-crunch de 2008. Faith Birol, el director de la IEA es claro al respecto: «Presenciaremos una asombrosa inmersión de los precios del crudo, el gas y el carbón durante la crisis sanitaria y económica actual» y, en paralelo, «un repunte de las energías renovables en el mix eléctrico global» que ya antes de la irrupción de la covid-19 estaba en pleno dinamismo. La IEA apuesta por la consolidación de las fuentes solar, eólica, hidroeléctrica y nuclear en 2020, después de su sorpasso sobre las que tienen su origen en el carbón, certificada el pasado año. Hasta el punto de predecir que alcanzará el 40% de la generación eléctrica global, seis puntos ya por encima de la producida por el carbón. Además de una caída de tres puntos porcentuales de la aportación al mix eléctrico mundial de las fuentes de gas y de carbón. Hasta devolverles a sus niveles de 2001.
Lewis alberga dudas de si las petroleras internacionales, con independencia de su tamaño, van a poder justificar nuevas inversiones con los precios del barril entre 20 y 30 dólares. En contraste -dice- «con las perspectivas de las fuentes renovables, que empiezan a tener infraestructuras ya visibles y unos planes estratégicos que comienzan a asegurar el suficiente cash flow para los 25 años próximos». Sobre todo, en Europa, donde se han instaurado líneas de financiación para el fomento de la transición energética con precios en contratos a futuro de proyectos verdes que ya oscilan entre los 50 y 60 euros por Mega-Watio hora. «Estas sí que son unas proyecciones de inversión a largo plazo adecuadas», afirma.
Sin embargo, existe una variable desconocida, una especie de parámetro intangible, que puede dar al traste con este road-map: las inversiones directas de los gobiernos para garantizar que el tránsito energético se va a consumar. En EEUU, por ejemplo, la Administración Trump aún sigue aportando asistencia financiera a través de préstamos del rescato por el coronavirus a empresas de petróleo y de gas. Además de subsidios y otros instrumentos crediticios para esta industria. O de que la mayoría republicana que controla el Senado tumbe una y otra vez cualquier fondo de estímulo en beneficio de las energías renovables. El contraste es Europa, que ha liberado una porción de 1 billón de euros de su presupuesto para un Green Deal sobre el que quiere cimentar su estructura productiva post-covid.
La IEA es optimista: las fuentes solar, eólica, hidroeléctrica y nuclear absorberán el 40% de la generación eléctrica este año, tras protagonizar el sorpasso sobre las de carbón en 2019, y generarán caídas paulatinas de la energía fósil en el mix global
El respaldo social y político, clave del éxito
El máximo responsable de la IEA enfatiza el poder de los gobiernos en esta causa. «Deben ser un elemento activo en el necesario equilibrio de las políticas energéticas ahora que se ha mitigado la demanda global», admite Birol, para quien resulta esencial que «no se pongan los recursos en la dirección equivocada». A su juicio, «resulta fundamental que las estrategias oficiales logren ganarse el apoyo político y social». Un punto de mira que parece estar bien enfocado. Porque un reciente sondeo de Climate Nexus, un grupo de comunicación de EEUU, sobre las soluciones energéticas limpias y su impacto en el cambio climático, revela que el 75% de los encuestados desea que su estado dé prioridad a industrias energéticas no contaminantes sobre las de origen fósil. En la encuesta, el 67% respalda fondos federales y estatales para impulsar negocios de energías renovables frente al 44% y el 39% que aún pide que esos subsidios se concedan también al sector del petróleo y del gas.
Bill McKibben, cofundador y líder del grupo conservacionista climático 350.org, piensa que la recuperación económica y las energías renovables van de la mano: «Es una locura predicar en favor de una recuperación de la economía que será tecnológica y que claramente no va en la dirección de las viejas energías fósiles». Los gobiernos «deben resetear el modelo energético y llenar de alternativas cargadas de lógica la transición hacia las emisiones cero».
Pero hay otra incógnita por resolver en este puzzle. Porque si la demanda de gas y petróleo se recupera con celeridad, algunas empresas de estas industrias tomarán de nuevo posiciones y se armarán de poder y capacidad de influencia. «En EEUU es complicado hacer frenar a un sector que está realizando prospecciones a velocidad de crucero en los últimos años», advierte Mayers, para quien la huida hacia las energías limpias en la mayor economía del planeta resulta compleja si Trump renueva su mandato en las elecciones de noviembre.
«Y no digamos en monopolios del oro negro como los de Venezuela o Irak», dominados por «operadores convencionales que no disponen de los miles de millones de dólares que requerirán restaurar los campos de extracción de petróleo paralizados» por la covid-19. Para esta analista, los inversores en EEUU no confían lo suficiente en que las empresas estadounidenses acometan un cambio de balances ordenado y efectivo hacia las energías limpias. «Nuestra industria ha creado tanto gasto económico que nadie comprará nuestros activos ni nuestros valores bursátiles», asegura el presidente y CEO de Pioneer Natural Resources, Scott Sheffield, a las autoridades regulatorias de Texas. «Nadie nos va a dar capital que vayamos a destruir o convertir en gasto económico», precisa.
Sheffield es de la opinión de que las compañías petroleras americanas «deberían pivotar hacia proyectos verdes y acelerar la transición con proyectos de energías renovables». Como los que ha anunciado alguna supermajors como Royal Dutch Shell y que, según su CEO, Ben van Beurden, es una estrategia a largo plazo, la del abandono de «los activos energéticos tradicionales», que se acelerará después de que se supere la pandemia de la covid-19, aclara.
Porque, como expresó en la reciente junta de accionistas de la petrolera anglo-holandesa «la demanda de crudo caerá masivamente y que nosotros sepamos, la viabilidad en nuestros activos no puede estar en un sector con tan altas dosis de vulnerabilidad y volatilidad». Aunque su transformación global pueda retrasarse por las secuelas de la inactividad económica y las embestidas de la OPEP y de otros grandes productores de crudo como Rusia y sus aliados en su cártel paralelo.
Y pese a que el mundo registre una concentración récord de dióxido de carbono, a pesar de la covid-19, como acaba de asegurar la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) de EEUU y que desvela que, en abril pasado, la concentración promedio de CO2 en la atmósfera fue de 416,21 partes por millón (ppm), la más alta desde que comenzaron las mediciones en Hawái en 1958. S&P ha elaborado una lista de 25 firmas petroleras de EEUU con riesgo de caer en su valoración de bono basura. Por la caída de cotización del crudo, las dudas cada vez más intensas sobre la recuperación del mercado en 2021, que difícilmente superarán los 45 dólares en el West Texas Intermediate (WTI) y los 50 dólares el Brent, por las indescifrables maniobras de recorte de las cuotas productivas por parte de la OPEP y la alta incertidumbre en torno al despegue del PIB de las potencias industrializadas y los grandes mercados emergentes por la incierta fecha en la que podría declararse la pandemia sanitaria superada en sus respectivas sociedades.
“La demanda de crudo caerá masivamente y que nosotros sepamos, la viabilidad en nuestros activos no puede estar en un sector con tan altas dosis de vulnerabilidad y volatilidad”, alerta el CEO de Royal Dutch Shell, Ben van Beurden
Fuente: https://www.publico.es/sociedad/covid-19-inevitable-transicion-energetica-ralentizar-hoja-ruta.html