Traducido por Eva Calleja
«El universo dice
la pérdida necesita al nacimiento
y los dos
son amantes»
(Deena Metzger)
Durante los momentos en los que, emocionalmente hablando, soy todo lo honesto conmigo mismo de lo que soy capaz, cuando realmente sopeso la idea de que esta versión industrializada de nuestra especie puede que ya haya introducido tanto calor en la biosfera, que sustenta la vida en la Tierra, que bien puede que todos nosotros estemos a punto de desaparecer, me siento totalmente incapaz de pensar en qué hacer.
Desde este entumecimiento, mi fuerza vital comienza a preguntar, ¿y ahora qué? Atravesando esté proceso durante los años en los que he estado informando sobre la crisis climática, y más intensamente durante mi investigación y mis salidas de campo para mi libro El fin del hielo: ser testigo y encontrar sentido en el camino de la alteración climática , las circunstancias (concretamente mi propia pena y desesperanza) me han obligado a lidiar inevitablemente con mis emociones.
He aprendido, a fuerza de mucho dolor y esfuerzo, que el único camino hacia adelante es permitirme sentir y expresar profundamente el miedo, la ira, el asombro, el pánico, la tristeza, la ansiedad y la desesperanza. Solo entonces puedo ir al lugar donde coger algunas de las profundas bocanadas de aire que acompañan a la aceptación de la ardua etapa que está por llegar.
Tú, querido lector, que prestas tanta atención al desenlace de todo lo que conocemos, debes compartir muchos de estos sentimientos. Cuando ves a otro de estos pálidos y grotescos duplicados de la humanidad embutidos en trajes resplandecientes, actuando como muñecos de un ventrílocuo alimentado de combustibles fósiles, ¿a ti igual que a mí te quema la ira por dentro, una ira que amenaza con calcinarte? ¿Fantaseas con su desaparición? ¿Por lo menos con llevarlos de alguna manera a probar el dolor que sus acciones sin alma ni corazón están ocasionado a los peces que buscan comida sobre arrecifes de coral blanqueados? ¿Con mostrarles osos polares famélicos nadando cientos de kilómetros para encontrar un trozo de hielo donde descansar? En estos momentos me pregunto si estos llamados humanos son capaces de sentir algo.
¿Sientes el vacío dentro de ti cuando te enteras de que las crías del pingüino emperador se están ahogando debido al colapso del hielo producido por el calentamiento planetario? ¿O sientes el miedo que surge al entender que nuestra capacidad para alimentarnos está ahora muy amenazada?
Primero: Aceptar la realidad
Cuando lees que más de medio kilómetro cuadrado de selva desaparece cada segundo, ¿se te encoge el corazón de miedo? O cuando la última de otra de las especies de rana rara que vive en esa selva ha desaparecido del mundo para siempre, ¿te saltan las lágrimas que nacen de una tristeza impotente?
Cuando llegas a entender lo que el cofundador de ExtinctionRebellion, Roger Hallam, un antiguo granjero ecológico, ya le ha dicho al público, todos esos sentimientos se asientan incluso más profundamente. En la conferencia antes mencionada, parafraseando a Hallam, este destacó que ya hemos calentado el planeta 1,2 grados centígrados (1,2º C). Basándonos en datos empíricos, estamos fácilmente a una década de perder el hielo marino ártico en verano. En otra década la tierra se calentará otro 0,5º C solo debido al deshielo. Ya hay otro 0,5º C de calentamiento por el CO2 que ya ha sido emitido pero que todavía no hemos experimentado. El efecto del vapor de agua producido por estos procesos (y por otros procesos que ya han comenzado) dobla el impacto del calentamiento por otras fuentes añadiendo otro 1º C de calentamiento. Debido a todo esto, con un calentamiento de 3º C, la mayor parte de la selva amazónica se perdería, lo que añadiría otro 1,5º C de calentamiento. Con toda probabilidad, en este punto la Tierra entrará en un estado invernadero, posiblemente con condiciones que la hagan inhabitable para los humanos.
Puede que pienses que esto suena demasiado extremo, cosas de ciencia ficción. Si es así, piensa en esto: el nivel de CO2 en la atmosfera en la actualidad no se había dado en 12 millones de años, y este nivel de gases de efecto invernadero está devolviendo a la Tierra rápidamente al estado en el que estaba durante el Eoceno, hace 33 millones de años, cuando no había hielo en ninguno de los polos.
En ese momento había muy poca diferencia de temperatura entre los polos y el Ecuador, según dijo en una entrevista para la revista Forbes el profesor de la Universidad de Harvard James Anderson, más conocido por establecer que los clorofluorocarbonos estaban dañando la capa de ozono.
«El océano estaba casi 10º C más caliente, hasta ensus zonas más profundas, de lo que está hoy», dijo Anderson, «y la cantidad de vapor de agua en la atmósfera habría supuesto que los sistemas de tormentas fueran violentos en extremo, por el vapor de agua, que es una función exponencial de la temperatura del agua, es la gasolina que alimenta la frecuencia y la intensidad de los sistemas de tormentas».
Alertó de la estupidez de aquellos que creen que podemos salirnos de esta trayectoria simplemente reduciendo las emisiones de CO2. A no ser que llevemos a cabo una transformación profundamente radical del sistema industrial y económico, además de detener las emisiones de carbono y de retirar lo que ya está en la atmosfera, todo esto en los próximos cinco años.
«La posibilidad de que quede algo de hielo permanente en el Ártico después de 2022 es básicamente cero», dijo Anderson, mientras nos recordaba que entre el 74 y el 80 por ciento del hielo permanente ya ha desaparecido solo en los últimos 35 años.
Anderson alertó de que la gente no ha conseguido captar esto, ni tampoco el colapso que se espera de la capa de hielo de Groenlandia, que por sí mismo elevará el nivel del mar siete metros.
«Cuando consideras la irreversibilidad y estudias los números, esto y la cuestión moral es lo que no te deja dormir por la noche», dijo Anderson.
Segundo: ¿Cómo estaremos?
«A mi entender solo en escasas ocasiones el problema es que ‘no sabemos’, o por lo menos que no sabemos lo suficiente», ha escrito Chris Goode, autor de El Bosque y el Campo (TheForest and the Field). «El problema real es que no tenemos un espacio vital en el que saber totalmente lo que sabemos, en el que enfrentarnos a ese conocimiento y responder emocionalmente sin caer inmediatamente en un estado de miedo, negación y desesperanza».
El Día de la Tierra formé parte de un panel en la Sociedad Histórica de Brooklyn. El panel de debate, titulado «Crónicas del apocalipsis climático» , estaba formado por el periodista climático Oliver Milman, la periodista climática y de la salud Sheri Fink y yo.
Durante el turno de preguntas alguien me hizo una pregunta en esta línea, «¿qué haces, Dahr, o cómo estas, con la pena que sobreviene por lo avanzado que ya está todo?»
Reí secamente, pensé durante un breve momento y entonces conteste sinceramente: «No lo sé, intento resolverlo cada día. Cada vez que hago una charla sobre mi libro, es diferente, porque estoy teniendo que evolucionar cada día».
Y esa es mi verdad.
La inquietud que siento por esta cuestión surge por dos razones: Una, siempre me fuerza a mirar en el corazón para contestar, en lugar de en la cabeza, lo que implica que debo experimentar todas las emociones que se manifestaron por la crisis en la que todos nosotros debemos vivir. Dos, cuando lo hago de la manera correcta, cada vez que cambia y debo vivir en esas primeras líneas emocionales, cuidándome a mí mismo y escuchando, con atención, a lo próximo que estoy llamado a hacer por el planeta.
A Roger Hallman sus 20 años como granjero ecológico le conectaron con la suficiente profundidad a la tierra como para que cuando una serie de inundaciones avivadas por la alteración climática le hicieron imposible continuar supiese lo que tenía que hacer: trabajar en su doctorado de investigación sobre la dinámica del poder político con particular atención al diseño de campañas radicales.
Luego cofundó Extinction Rebellion , un grupo que se describe como «un movimiento internacional que usa la desobediencia civil no violenta para conseguir un cambio radical para minimizar el riesgo de extinción humana y de colapso ecológico».
Le pregunté a Hallam por qué es imprescindible que la gente se rebele.
«La vida es corta y todo lo que sabemos realmente es que compensa vivir una vida buena, pase lo que pase», me dijo. «Y esa es la regla de oro, haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti. Esa regla se ha roto de la manera más grotesca… concretamente por lo que estamos haciendo a nuestros hijos».
Para aquellos que sienten que no merece la pena rebelarse o actuar para mejorar el planeta, que sienten que todo está perdido, Hallam tiene esto que decirles: «De cualquier manera estamos en esta vida para hacer el bien, no para negociar con resultados que están fuera de nuestro control».
En otras palabras, es imprescindible que hagamos lo que podamos para proteger el planeta, incluso sin garantía de éxito.
Tercero: ¿A qué estamos consagrados?
Debido a la cultura del capitalismo corporativo de crecimiento industrial en el que la mayoría de nosotros hemos crecido y en la que estamos inmersos, nos hemos desconectado del planeta del que formamos parte. Creo que esto es la causa principal de la crisis climática en la que nos encontramos ahora. Por eso el primer paso para responder a la pregunta de «cómo ser» durante estos tiempos, a la que cada uno de nosotros debe contestar antes de decidir «qué hacer,» es conectarnos de nuevo con el planeta. Porque no podemos empezar a caminar hasta que nuestros pies estén en el suelo.
Cada día me despierto y comienzo a procesar las noticias diarias sobre la catástrofe climática y el giro político hacia un fascismo evidente. El trauma, la pena, la ira y la desesperanza que vienen asociados a todo esto me empujan a volver al trabajo de Stan Rushworth, el anciano cherokke, activista y erudito, que ha guiado la mayor parte de mis pensamientos sobre cómo seguir adelante. Rushworth me ha recordado que mientras la cultura colonialista occidental cree en «derechos», muchas culturas indígenas educan en «obligaciones» con las que nacemos: obligaciones hacia aquellos que vinieron antes, hacia aquellos que vendrán después y hacia la Tierra misma.
Por eso, cuando la pena y la rabia amenazan con consumirme, ahora me oriento hacía la pregunta, «¿cuáles son mis obligaciones?» en otras palabras, «desde este momento, sabiendo lo que le está sucediendo al planeta, ¿A qué voy a consagrar mi vida?»
Cada uno de nosotros debemos hacernos está pregunta cada día, a medida que nos enfrentamos a la catástrofe.
Fuente: https://truthout.org/articles/climate-crisis-forces-us-to-ask-to-what-do-we-devote-ourselves/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión.org como fuente de la traducción.