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Entrevista a Constantino Bértolo, editor

«La Cultura de la Transición es la ideología de la democracia»

Fuentes: La Página Definitiva

Constantino Bértolo es editor, y se gana el sueldo en el grupo Random House-Mondadori. Es, además, director de la editorial «Caballo de Troya», una editorial caracterizada por su apuesta por el riesgo, en este caso, la apuesta por un «campo literario emergente» según el grupo. Forma parte de esa apuesta la edición de «El año […]

Constantino Bértolo es editor, y se gana el sueldo en el grupo Random House-Mondadori. Es, además, director de la editorial «Caballo de Troya», una editorial caracterizada por su apuesta por el riesgo, en este caso, la apuesta por un «campo literario emergente» según el grupo. Forma parte de esa apuesta la edición de «El año que no hicimos la revolución», una novela confeccionada a partir de recortes de periódicos, básicamente de la sección de economía, que permite al lector hacerse una idea de ésta nuestra maravillosa patria y el aún más entrañable mundo empresarial español. Los nombres propios y los datos -esas cosas extrañas a la cultura española- se entrelazan con el aumento de los beneficios de las mismas corporaciones que se ven obligadas a reducir personal, a congelar salarios y a la exitosa difusión de las modalidades de contratación precaria, coma, muy precaria, que los españoles le debemos al gobierno felipista. El libro está firmado por el colectivo Todoazen, tres profesionales que hacen constar lo que declararon a Hacienda el último año. A ver si cunde el ejemplo en las letras españolas.

¿Dónde estabas tú durante la transición?

Militando en el PCE al tiempo que daba clase en un Instituto de Enseñanza Media en el barrio de Valdeacederas de Madrid. Asistiendo, y acaso colaborando, desde mi modesta ubicación entre los cuadros del Partido, a ese proceso mediante el cual el PCE pasaba de entender el apoyo a un sistema democrático como una táctica necesaria, a entenderlo y vivirlo como una estrategia que por el camino Parlamentario nos llevaría a la «transformación » de la sociedad. En 1978 abandoné la militancia aun cuando me sigo considerando un comunista.

¿Qué es la transición?

Acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto. La Transición como un desplazamiento y por tanto habría que intentar ponerse de acuerdo sobre cual es el punto de partida y cual es el punto de llegada, si se admite que el desplazamiento ya ha finalizado.

¿Cuáles son en nuestro caso?

Bien, desde el supuesto de que soy un materialista histórico y simplificando (que no significa distorsionando) propongo el siguiente recorrido para la Transición en España: Comienza en 1968 con el Mayo francés y la entrada de los tanques soviéticos en Praga y termina en 1973, con el golpe de Estado de Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende. Y me explico: Hasta 1968 la cultura era hija directa de las vanguardias artísticas que en clave de revolución propusieron una lectura de la cultura como un hacer la revolución: acabar con la cultura aristocrática -la expresión de lo superior- que la burguesía había tomado como botín legitimador al pie de las guillotinas. En 1968 la cultura (los cultos: productores, distribuidores y consumidores de productos culturales) descubre que efectivamente que su quehacer sigue siendo hacer la Revolución pero ya no la Revolución Soviética (se queda sin espejo) y ya no sabe qué Revolución hacer. En 1973 con el golpe contra Allende esa misma cultura que ya se ha ido acomodando a la sociedad de consumo descubre, con cierto desahogo, que no hay nada que hacer y si no hay nada que hacer adiós a la cultura y bienvenido sea el entretenimiento, es decir, el sentimiento. Esta es la Transición: del hacer (Revolución) al sentir (se).

¿Cuál es la traslación de esto al caso español?

Esa es también la Transición española y no nos engañemos: en la superficie histórica y dada la anomalía política de la España en Dictadura pudiera creerse por ejemplo que la Transición empieza con la muerte de Franco y termina con la victoria del referéndum de la OTAN. Pero no, en 1975 ya todo y todos estábamos transitos, desde Juan Luís Cebrián haciendo músculo en los Servicios Informativos de RTVE hasta Santiago Carrillo anunciando encantado tener vela propia (el eurocomunismo) para ir a su propio entierro, pasando por Felipe González con la sonrisa del avaro feliz que acaba de contar los marcos que la socialdemocracia alemana le ha regalado para que se cobre su libra de carne sin derramar una sola gota de sangre. Todo y todos con la excepción de tres culturas donde la no aceptación del pacto del nada que hacer ha generado o degenerado en estrategias en las que en mayor o menor grado la lucha armada estaba presente de facto o en el imaginario de la izquierda radical: la cultura en Euskadi (con ETA dando calor), la catalana (con Terra Lliure dando calorín hasta que se extingue) y la cultura gallega (apenas entrevista en la chispa del Exército Guerrilleiro).

¿Por tanto, los nacionalismos periféricos han sido capaces de crear otra cultura?

Sobre el tema de los nacionalismos mejor entrar en otra ocasión si ha lugar, pero sólo recordar que aquella cultura gallega ha desaparecido -una excepción sería la voz tozuda de Mendez Ferrán, porque donde hubo fuego por débil que fuere quedan rescoldos- al igual que la catalana, aclarando que su desaparición no significa que no exista una cultura en lengua gallega -Suso de Toro o Rivas son buenos ejemplos de ello- o una cultura en lengua catalana pero ya, ambas, casi totalmente transicionadas, transidas de deseos de «normalización» -entendiendo por normalización que el mercado funcione- y según mi hipótesis ya enunciada, ya no son cultura (un hacer) sino entretenimiento (un sentir). Sobre la cultura en euzkaldun prefiero no opinar puesto que la barrera del idioma me impide pronunciarme si bien la tentación de «normalizarse» no deja de hacerse notar.

Dicho de otro modo: Cautivo y derrotado el ejército revolucionario (en mi hipótesis el muro de Berlín empieza su caída entre 1968 y el año del golpe de Pinochet, sumándose a modo de coda el tiro de gracia que recibiría el cuerpo estrangulado de la Revolución) la burguesía suelta el lastre de la Cultura «como distinción» que había venido necesitando como instancia legitimadora desde la revolución Francesa y comienza su auténtico Siglo de Oro viendo colmados su deseos de sentirse la clase universal una vez que logra globalizar su filosofía: soy lo que tengo, soy lo que compro: la tarjeta de crédito como pasaporte universal. Salvarse es consumir y ser consumido y la muerte no existe y si acaso existiere sería un sitio donde no se puede comprar nada (esa reiterada imagen burguesa de la imagen de tedio y cementerio de las tardes de Domingo cuando las tiendas están cerradas, ese desagrado ante las ciudades del socialismo donde los escaparates no brillan).

¿Qué eslogan le ponemos a lo que hemos hablado?

Ideología de la Cultura de la Transición (aunque verdaderamente la Cultura de la Transición es la ideología de la democracia): repartir la tarta entre los invitados (Se ruega confirmación. Imprescindible Invitación).

Esta explicación aparca el origen de los pactos de la transición para centrarse en su justificación, que no es otra que el mantenimiento de la estabilidad ¿Esa estabilidad es lo que narra «El año que no hicimos la revolución»?

Refleja, efectivamente, la permanencia del sistema, ahora con terno de democracia parlamentaria. La novela -que podemos llamar «novela económica»- está construida a partir de las pequeñas noticias de la actualidad económica que aparecen en esas secciones donde la prensa nacional recoge comunicados de las empresas: anuncios declarando beneficios, dividendos, compras, fusiones, nombramientos, crisis, sueltos sobre reajustes, deslocalizaciones, conflictos, querellas. Esa es la urdimbre narrativa del libro y sobre ella se entretejen noticias del mundo laboral o del entorno cultural, político y social (en el sentido de ecos de sociedad) que conforman el entorno en que se producen y que en parte determinan su lectura o su no lectura. Por eso puede entenderse como novela económica pero también como una novela de misterio.

¿De misterio?

En realidad la sintaxis narrativa que acabamos eligiendo para escribir nuestra novela responde al planteamiento de una trama de misterio: ¿cómo puede ser que en una sociedad como la española (aun cuando el libro atiende a factores globales) en la que durante el período temporal que abarca la novela -Mayo 2004-Mayo 2005- los beneficios empresariales llegaron al 25% mientras que el incremento de los salarios sólo alcanzó un rácano 3%, no se haya producido ninguna convulsión social significativa?

El factor decisivo parece ser «la naturalidad» con que esta novela económica es leída por los medios de comunicación hegemónicos y trasmitida al conjunto social. Se quería que la novela fuera significativa y ello llevó -después de muchas discusiones dentro del Colectivo- a enfocar la mirada sobre unos medios de prensa -principalmente El País, El Mundo, ABC y La Vanguardia, por este orden- que por su «autoridad» son responsables, como espejos narrativos que son, de la imagen narrativa que la sociedad se hace de si misma.

¿Por qué se produce esa naturalidad?

Los datos que la novela pone delante pueden explicar, desde el miedo, la inseguridad, la hipoteca y más teniendo en cuenta la desaparición de los imaginarios revolucionarios, la construcción en los protagonistas pasivos de esta historia -los explotados- de un imaginario en que la esclavitud pueda leerse como elección libre. El refugio en una especie de «indiferencia histórica» en donde el consumo se convierte en único acto aparente de decisión, de vida. Imaginario a su vez impulsado por los «productores de necesidades» a través de unos sistemas de comunicación que no dejan de publicitar continuamente ese mundo feliz en donde necesitas ser explotado para tener existencia. El sueño de los precarios es ser explotado «dignamente». El sueño de los empleados es que los sigan explotando aunque sea «indignamente». Como si dignidad y explotación no fueran conceptos opuestos. La actividad económica supone hoy la corrupción de los sueños, el dominio sobre la imaginación y esa corrupción en su vertiente material no deja de ser a su vez el aceite con que se engrasa el sistema. Lo que la novela destaca es el grado de corrupción que acompaña a la actividad económica. Una corrupción que pocas veces da lugar a una sentencia legal pero que asoma una y otra vez en la reiteración de querellas, denuncias, intervenciones de oficio. Desde las anomalías o tropelías en el sistema bancario y financiero hasta la especulación inmobiliaria. Más allá de las sentencias lo que se pone delante es todo un tejido de corrupción y tráfico de influencias del que no se escapa ninguna actividad empresarial ni ninguna administración: estatal, autonómica o local. En ese sentido, de pronto, la novela se convierte en un auténtico thriller o en un relato de terror.

Sin embargo, la novela también manipula a su modo la información.

La novela es un ejercicio de «antimanipulación» porque entendemos que si un medio de prensa no pone en portada una noticia como la de que el 0,16% de los titulares de depósitos bancarios poseen el 27% del total del dinero depositado, si esa noticia aparece en un recuadro discreto de la sección de economía, entonces, sí se puede hablar de manipulación. Si los beneficios escandalosos del Santander o el BBVA o La Caixa no son tratados como escándalos entonces si cabe hablar de manipulación. Y aunque la novela tiene su final, la historia continúa. En el presente ejecicio las empresas han incrementado incluso en mayor proporción sus beneficios.