Existe, lo vemos todos los días, está enraizada en los patrones de crianza, en el sistema patriarcal, en los factores socioculturales: la violencia contra las mujeres es real y también se acepta algo como natural en nuestra sociedad misógina y machista. Para la violencia de género no existen fronteras territoriales ni distinción de clase social, […]
Existe, lo vemos todos los días, está enraizada en los patrones de crianza, en el sistema patriarcal, en los factores socioculturales: la violencia contra las mujeres es real y también se acepta algo como natural en nuestra sociedad misógina y machista. Para la violencia de género no existen fronteras territoriales ni distinción de clase social, color, credo y grado de escolaridad. Es imperceptible debido a que es solapada.
Una violencia que se ejerce a todo nivel, que es ilimitada y que no sorprende. Que no asombra, no indigna, no encoleriza. La cultura de la violencia de género tiene sus cuñas en los estereotipos, en las religiones creadas para oprimirla, en una educación patriarcal, en un sistema que invisibiliza a la mujer como ser humano y la denigra constantemente: que la abusa en sus derechos y la excluye de la justicia.
Esa cultura que va desde la negación a los derechos laborales, a la igualdad social, al aborto. A la educación, salud, progreso. Que a la víctima la re victimiza, que al victimario lo aplaude por macho alfa. Normas establecidas que tienen que ver con la doble moral, hipocresía, miedo y el vivir de apariencias. Razones por las cuales no se denuncian los abusos emocionales, físicos, sexuales y en consecuencia los feminicidios.
Y cuando una víctima se atreve a denunciar resulta siendo juzgada por la sociedad que la acusa de culpable. Ni qué decir de un sistema de justicia que la sentencia y deshonra acusándola de mentirosa, dejando libre al agresor. Mismo agresor que en venganza va y la asesina en los terribles e innumerables feminicidios que a ninguna sociedad importan.
La cultura de la violación sexual, también naturalizada que como toda respuesta nos dice: es mujer. Es mujer no pasa nada, es tan solo una mujer: un objeto, un rastrojo, una esclava. Esa cultura que va desde la asignación de roles, colores. Que nos dice cómo debemos pensar, cómo comportarnos, qué sí y qué no hacer conforme a nuestro género. Y que si nos salimos de la norma entonces lo que nos suceda es completamente nuestra culpa. Aún viviendo bajo los parámetros marcados por el patriarcado también nos acusa y nos culpa. A nivel mundial la existencia de leyes que esclavizan a la mujer.
La cultura de la violencia de género que nos dice que las mujeres somos el sexo débil, que no podemos practicar deportes asignados para hombres, que no podemos ejercer profesiones u oficios que milenariamente han sido asignados a hombres. Que nos dice que nuestro rol en la vida es el de ser madres, limpiar la casa y cuidar de nuestros hijos. Satisfacer sexualmente a nuestros hombres. Vivir para ellos. ¡Y pobre de la que decida salir de la norma y amar a otra mujer! Porque se le denigra, se le golpea, se le viola y asesina. Y peor aún: era tan solo una lesbiana que no llegaba siquiera a ser mujer. Caso cerrado desde que entra el cuerpo a la morgue.
Esa violencia que está en la escuela, en la televisión, en la radio, en el arte, en todo. En todo lo que nos rodea.
La forma en que los noticieros manejan la información en casos de violencia de género: con sesgo, estereotipos y patriarcado. Mujeres que a conveniencia personal apoyan el patriarcado, decidiendo con esto vivir en la sumisión de por vida y en las sombras.
Esa cultura que nos niega la realización personal y a vivir en nuestro propio albedrío.
Hay mucho qué decir de la cultura de la violencia de género desde cualquier plataforma, y sus razones y sus consecuencias y a quiénes beneficia. ¿Qué es lo que no nos permite reaccionar ante esta atrocidad? ¿Qué es lo que no nos permite denigrarnos y despertar en masa cada vez que se viola a una niña, adolescente o mujer? ¿Cuando se le golpea y asesina? ¿Qué es lo que no nos permite crear la cultura de la prevención? ¿La reestructuración de la sociedad y de los patrones? ¿Qué es lo que no nos permite respetarnos? ¿Valorarnos como seres humanos iguales en derechos?
¿Qué tan profunda es nuestra indiferencia que no nos duele y no nos enfurece cada vez que sabemos de un feminicidio? ¿De una mujer agredida? ¿De una injusticia en los derechos laborales? ¿De un Estado que no invierte en políticas de desarrollo para la mujer? ¿Cuándo dejaremos de vivir con estereotipos, con religiones misóginas y opresoras? ¿Cuándo vamos a cambiar normas patriarcales para criar niños sanos que no violenten en ninguna de las etapas de su vida?
¿Cuándo vamos a vernos con la certeza de ser tan solo una partícula en la inmensidad del tiempo? ¿Y que tan fugaz es nuestro paso por la tierra que vamos a poner todo nuestro empeño en que la equidad y el derecho a ser y a vivir en el libre albedrío no se castiguen? ¿Cuándo tendremos la entereza para cambiar la cultura de la violencia de género por la del respeto?
Son tantas las maneras, los arquetipos en que todos ejercemos la violencia de género que muchas veces no nos damos cuenta que lo estamos haciendo, porque es algo que está ahí de planta, tan naturalizado como el aire que respiramos, como el pulso cardiaco, el parpadear. Pero la violencia de género es algo aprendido por lo tanto se puede cambiar. Por supuesto que tenemos la capacidad para eliminar el patriarcado, el machismo, la misoginia y la indiferencia. La pregunta es: ¿cuándo lo haremos?
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