El acercamiento de los dos primeros reclusos al sur del Estado francés, así como el descenso a menos de 300 personas cumpliendo pena, marcan un inicio de 2018 en el que proliferan los audiovisuales y reportajes novelados que recogen sus vivencias y la de los familiares
De 927 kilómetros de distancia con el paso fronterizo entre Hendaya e Irún, a los tan solo 140 que separan esta muga pirenaica de la prisión de Mont-de Marsan (al sur de Francia). Este es el resumen geográfico de la maniobra de acercamiento de los presos Julen Mendizabal y Zigor Garro, llevada a cabo el lunes 26 de marzo y confirmada por Etxerat (la agrupación de familiares de presos). Una pequeña rendija en la política de dispersión francesa, la cual fue copiada a imagen y semejanza de la puesta en marcha por La Moncloa en 1989. Y que no sólo se aplica a las presas vascas, ya que actualmente también lo están sufriendo los presos políticos catalanes. Ubicados todos ellos en prisiones de la Comunidad de Madrid, Instituciones Penitenciarias ha denegado su acercamiento a penales ubicados en Catalunya. Aun así, son muchos los ayuntamientos (incluidos algunos del PSC) que han reclamado el traslado inmediato de Junqueres, Forn y los Jordis.
Una consideración previa: si bien el traslado es histórico, toca tomarlo con cautela. Y es que sólo se podrán beneficiar las personas sin delitos «de sangre». Todavía más: Covite -el colectivo de víctimas del terrorismo más célebre, junto con la AVT-, no ha puesto el grito el cielo. Más bien al contrario: «Francia se limita a aplicar su ley ordinaria», explicaba al día siguiente en San Sebastián Consuelo Ordoñez, portavoz de Covite y hermana de Francisco Ordoñez, quién fuera concejal del PP y asesinado por ETA en 1995.
¿Significa este traslado de presos un cambio en la política penitenciaria aplicada por París? Incertidumbre. De aquí la cautela. Sin embargo, estos dos primeros acercamientos son históricos, como también lo es el hecho que la cifra de reclusos del Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK, por sus siglas euskara) e haya situado por primera vez por debajo del umbral de las 300. Actualmente son 291, a pesar de que la cifra varía prácticamente cada dos semanas.
Este número se sitúa lejos de las 564 que cantaba Hertzainak en su mítica balada. Lejos de los años durante los cuales la cifra de presos crecía. Y es que, desde que ETA anunciara el alto el fuego definitivo en 2011 y la izquierda abertzale adoptara la estrategia de pactar las penas en algunos macrojuicios, ya han pasado siete años. Son muchas las personas que han acabado condena y pocas las que han sido encarceladas. Por tanto, el flujo ha cambiado de dirección.
Ahora bien, sí ha habido detenciones. Y responden, la mayoría, a un perfil similar. El delito que se los imputa ha sido motivo de polémica social por no tener relación con la lucha armada. La mayoría son tan jóvenes que vivían en casa de su padre y su madre. Ellos son los conocidos como «los chavales de Altasu» (tres jóvenes implicados en una pelea de bar), Julen Ibarrola (acusado de pintar el símbolo de ETA con un rotulador), así como el tuitero Alfredo Remírez (por dar la bienvenida, públicamente, a un expreso).
La familia de Remírez, precisamente, sufrió hace una semana un accidente de coche mientras volvían de visitarlo a la prisión de Daroca (Zaragoza). Los familiares no han sufrido daños, pero la dispersión se ha cobrado dieciséis personas muertas en al menos 67 accidentes graves. Son cifras conocidas por los partidos políticos vascos, pero que no han servido para que PP y PSE reconsideren su posición favorable a la dispersión.
La batalla por el relato desde la cultura Precisamente para fomentar la empatía con quien sufre prisión o dispersión, el mundo cultural vasco ha publicado en el último año una serie de productos culturales que apelan más bien a las emociones, en vez de a las cifras.
Entre ellos destaca el documental Motxiladun Umeak (Los niños de la mochila, en castellano) emitido en ETB1, el canal en euskara de la televisión pública vasca. El periodista Xabier Madariaga entrevista a diferentes niñas y niños que tienen sus progenitores encarcelados, y que han nacido -en muchos casos- dentro de una cárcel. Criaturas que se pasan todo el fin de semana viajando cientos de kilómetros de distancia para visitar a su padre o madre. El título lo describe de manera muy gráfica: Mochila arriba, mochila abajo.
El documental atrajo 112.000 espectadores, además de otros pocos millares por internet, unas cifras rompedoras para ETB1. A pesar de que la existencia de niñas y niños hijos de presas es tan antigua como la lucha armada, el revulsivo que generó el caso de la niña Izar y del chico Peru -quién vio morir a su padre, Kepa de Hoyo, en prisión- llevó a SARE (la plataforma de apoyo a los presos vascos, heredera otros colectivos ilegalizados como Herrira) a diseñar la dinámica Motxiladun Umeak. Sencilla, muy gráfica y apelando a las emociones. El resultado ha desbordado la previsión.
De hecho, las niñas y niños sufren especialmente un conflicto que tampoco llegan a entender. Así lo explica el bilbaíno Fernando Etxegarai, Pinki, quien estuvo 21 años preso, en el libro Recoja sus cosas (Pol·len Edicions, 2017): «Llega un momento, mientras crecen los niños, en el que te acaban preguntando por qué estás allá encerrado. Cuando mi hija me lo preguntó, le expliqué los motivos que me habían llevado a tomar las decisiones que tomé, la situación política, etc. Pero en sus ojos notaba que me estaba diciendo: ‘De acuerdo, que sí, que será muy loable o lo que tu digas… Pero me abandonaste'».
Pinki es uno de los protagonistas de Recoja sus cosas, un libro que intenta explicar el sufrimiento de las personas presas afectadas por la Doctrina Parot desde los sentimientos y las narraciones, haciendo periodismo literario. En el libro se explica, por ejemplo, otras situaciones que se dan cuando la criatura crece y llega a adolescente. Problemas que se resolverían rápidamente si no hubiera 900 kilómetros de por medio.
El pediatra Txabi Txakartegi, con 32 años de experiencia en Gernika (Bizkaia), es una de las voces de otro audiovisual publicado recientemente, llamado Aterabidetik y producido por SARE. Txakartegi explica que «a partir de los 14 años, el ocio de los jóvenes pasa a ser vital, porque es su socialización y prácticamente siempre se desarrolla los fines de semana». Imposible, pues, combinar la kuadrilla y la visita al padre o la madre.
El vídeo también muestra las conocidas como «caravanas del amor», expresión de los años 80, pero que todavía se emplea hoy en día para referirse a los viajes en furgoneta de sábado madrugada (o viernes anochecer). Allí van las parejas, evidentemente, conductoras y conductores hasta el infinito. Manguera de la gasolina en mano, llenando el depósito del coche. Consultando a cada rato la previsión meteorológica, gracias a cualquier app del teléfono móvil, y así prever si toca lluvia o nevada por el camino, y mientras, la voz impersonal del GPS rompiendo el silencio del interior del coche.
Un documental, impulsado entre otros por Ibon Meñika, Mikel Beaskoa, Zigor Etxebarria, Xabier Crespo y Amaia Badiola, que muestra en su último plano las arrugas de una mujer. La madre que espera su hijo. La madre que no sabe si aguantará con vida, para poder ver a su hijo saliendo de la cárcel. «Y al revés también se da la misma sensación», explica Pinki Etxegarai. «A mí, cuando me aplicaron la Doctrina Parot y me di cuenta que me comería cinco o diez años más, lo primero que pensé es que quizá no llegaba a salir con mi madre viva».
Lo cierto es que el sufrimiento se acumula en las mochilas de los niños. En las arrugas de las abuelas y abuelos. Amamas y aittittes. Pero también al sexo furtivo del vis a vis íntimo que cada persona recluida puede disfrutar una vez al mes. Cada generación de edad tiene su sufrimiento.
Es SARE, precisamente, quien más documentales ha grabado sobre las consecuencias humanas de la dispersión. Menor ha sido la producción sobre la rutina diaria dentro de las cárceles. En cambio, la literatura ha tratado de forma profusa el conflicto vasco. Las novelas más recientes son Mejor la ausencia, de Edurne Portela; Los turistas desganados, de Katixa Aguirre; La línea del frente, de Azuela de Cruz, así como obras consolidadas como Twist, de Harkaitz Kano y Martutene, de Ramon Saizarbitoria.
Nada comparado con los 400.000 ejemplares que ya ha vendido Patria, el libro con el que Fernando Aramburu explica profusamente las vivencias sufridas por las personas víctimas de ETA, especialmente concejales y empresarios de pueblos pequeños del País Vasco. Por ello, el actual reto de la cultura vasca es, precisamente, romper el monopolio de la memoria que el establishment mediático y político quiere imponer.