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La Cultura reaparece en campaña… ¿demasiado tarde?

Fuentes: La Marea [Foto:Representación de ‘Orlando’, obra de teatro cancelada por el Ayuntamiento de Valdemorillo. Madrid (JAVIER NAVAL / TEATRO DEFONDO)]

Durante la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero algo se rompió en cuanto a las formas políticas. En 2004, el Partido Popular, tras mentir a la ciudadanía sobre la autoría de los atentados del 11-M, perdió las elecciones y el control. Todo valía a la hora de desacreditar al nuevo presidente. A pesar del ruido, de las mendaces campañas periodísticas encaminadas a enfangar el juego político y perturbar la convivencia social, Zapatero no se dejó amilanar, tomó decisiones valientes (como sacar a las tropas españolas de Irak) y firmó algunas leyes progresistas pioneras (como la ley del matrimonio igualitario). La derecha se movilizó de forma muy activa, en la calle y en los medios. Prietas las filas, obispos, familias conservadoras y políticos del PP se alinearon detrás de una pancarta que pedía restringir derechos. La gente de la cultura también lo hizo, pero para defender la gestión del presidente. A partir de un célebre vídeo se los llamó, despectivamente, «los de la ceja».

La cultura reaparece en campaña… ¿demasiado tarde?
Joaquín Sabina, junto a José Luis Rodríguez Zapatero y Sonsoles Espinosa, en la presentación de la Plataforma de Apoyo a Zapatero, en 2008. Foto: PSOE

El mundo ha cambiado mucho en 15 años, la comunicación de masas no tiene nada que ver con la anterior a la globalización digital y, por lo tanto, el papel de las gentes de la cultura en la política es diferente hoy. O quizás no tanto. Después de estar desaparecida en combate (por razones que explicaremos a continuación), la Cultura (con mayúsculas) salió el pasado miércoles a contestar a la oleada de vetos y cancelaciones promovida por Vox tras su desembarco en las instituciones. Se creó la Plataforma Artes Libres y se difundió un manifiesto que denunciaba «el retorno de la censura que está atentando contra la libertad de expresión». Defienden, con razón, el libre ejercicio de su profesión sin intromisiones políticas.

Se publicó también otro manifiesto, titulado A las urnas las ciudadanas y los ciudadanos, centrado específicamente en las elecciones del próximo 23-J. Centenares de intelectuales y artistas pedían a través de él el voto para las candidaturas progresistas, destacando los logros sociales y económicos del actual gobierno. Y esto sí que es nuevo, y quizás llegue con retraso. ¿Por qué han tardado tanto en aparecer para dar la cara por Pedro Sánchez si el ambiente estaba tan enrarecido como el que tuvo que soportar Zapatero? ¿Por qué nadie, hasta ahora, había dicho claramente: «Tenemos que salvar al gobierno de coalición»?

«Si tú te significas por un partido en concreto, puede que después ocurran cosas», explica Carolina Yuste, una de las protagonistas de la serie Las noches de Tefía y actriz singularmente activa en su apoyo a los movimientos progresistas. «Puede que haya castigos, puede que haya vetos. Le pongo un ejemplo: puede que tengas una obra de teatro que quieras programar en la Comunidad de Madrid, en Valencia o en Extremadura, y que de repente digan: “Uy, no, que éste se significó en su momento por esta opción política”».

Casos como ese abundan, y más ahora, con la ultraderecha entrando en tromba en las instituciones públicas con el beneplácito del Partido Popular. La censura (por motivos ideológicos, religiosos o simplemente propagandísticos, ya que ayuda a mantener viva la estomagante batalla cultural) ha adquirido una relevancia desconocida en España desde los tiempos del franquismo: no es que dejen de contratarte, es que se rompen los contratos firmados. El miedo, por tanto, parece un factor importante en esta separación entre la gente de la cultura y los partidos políticos. «Y yo entiendo ese miedo –añade Yuste–. Todos queremos vivir en paz, pagar nuestros alquileres, trabajar en lo que amamos. Y si hay un castigo por pedir el voto para un partido, pues al final no lo haces».

Guillermo Zapata, escritor y exconcejal en el Ayuntamiento de Madrid durante la etapa de Manuela Carmena, también observa con comprensión ese temor, pero cree que no todo está perdido. «Toda la sociedad tiene miedo –explica–, no le ocurre sólo a los artistas. “Tengo miedo de perder el curro o de que empeore mi situación”. “Tengo miedo de que me hagan una campaña de acoso”, etcétera. Todo eso es comprensible, porque le pasa a la gente. Le pasa continuamente. Pero con eso, políticamente, se puede trabajar. ¿Cómo hacemos para que haya menos miedo, para que la gente tenga márgenes más amplios para hablar en libertad? Eso es política».

«Efectivamente, no es una cuestión que afecte sólo a la gente de la cultura –abunda Carolina Yuste–. Creo que ha habido una desazón y una decepción muy grande en toda la sociedad. El sistema empuja a las personas a sindicarse menos, a ser menos cooperativas, a participar menos en la comunidad y a centrarse en salvar su propio culo. Hoy cuesta mucho más ver a la sociedad en modo reivindicativo. Eso, probablemente, también se ha reflejado en la cultura».

Narcisismo triunfante

Ese individualismo feroz, a juicio de Zapata, es un éxito de la derecha: «Llamémosle ayusismo, para entendernos. Es una derecha neoliberal que se siente cómoda en un modelo de sociedad basado en el emprendimiento, en la identidad. En realidad, no deja de ser una forma de refuerzo de personalidades muy narcisistas. Es gente que dice: “Soy especial, puedo expresarme como quiera. Si me expreso como quiera la sociedad me va a pagar por ello”».

Es inevitable recordar las continuas referencias de Mario Vaquerizo a su propia «sinceridad» y a su discurso «sin filtros». O a Nacho Cano haciendo reverencias a la presidenta de la Comunidad de Madrid y condecorándola con su propia medalla. Este auge del egotrip, promovido y aplaudido por la derecha, «vale para un señor que inventa apps y para una persona que escribe canciones. Funciona en la misma longitud de onda».

La cultura reaparece en campaña… ¿demasiado tarde?
Foto de familia del presidente Zapatero con representantes de la cultura que apoyaron públicamente su reelección en 2008. Foto: PSOE

En aquella antigua Plataforma de Apoyo a Zapatero había personalidades de la cultura y el espectáculo como Concha Velasco, Joaquín Sabina, Pedro Almodóvar, Ana Belén, Víctor Manuel, María Barranco, Joan Manuel Serrat, Sole Giménez, Jesús Vázquez, Fran Perea o Boris Izaguirre. Algunos repiten presencia en los manifiestos más recientes. Otros, poquísimos, se han derechizado abiertamente. Miguel Bosé es uno de ellos, «un caso muy relevante», según Zapata. Su postura negacionista y antivacunas durante la pandemia de la COVID-19 constituye un resumen perfecto de la transformación que ha sufrido la política global en la última década. «Empieza a molar separarse del sentido común, que en realidad es separarse del pueblo, de la gente. Si la gente dice “la sanidad pública es muy importante, quiero que me protejan, debemos usar mascarillas”, su respuesta es: “No, no, no, sois borregos”. Entre la gente de la cultura esto ocurre con mayor frecuencia porque se tiene una idea de la cultura como algo que, de alguna manera, te eleva y te distingue, y que por tanto ves la realidad de manera más clara que los demás. Ese es un carril muy corto y muy veloz hacia la conspiranoia».

¿Es la cultura de izquierdas?

Por cosas como estas puede decirse que el mundo de la cultura ya no se identifica, como antaño, con una idea de progreso ilustrado. Antes (hablamos siempre de la España posfranquista) era bastante inusual ver a intelectuales y artistas alineados con tesis reaccionarias. Hoy no. Por ejemplo entre los músicos, siempre atraídos por el lado salvaje, hay muchos que ya han hecho explícitas sus preferencias por la derecha y hasta la ultraderecha: Russian Red, Mala Rodríguez, Andrés Calamaro

«Se está popularizando una idea de lo punk, asociada a la derecha, que en realidad no tiene absolutamente nada que ver con el punk –explica Zapata–. El mecanismo es el siguiente: yo me invento que hay un statu quo que hay que romper y me enfrento a él. Pero es mentira, no hay ningún statu quo, se lo han inventado. Y en el caso de los hombres esto es más acusado. Algunos señores creen estar viviendo una crisis del hombre. Señores que han tenido un papel importante, que hablaban a una sociedad que les escuchaba, y que ven cómo esa sociedad ya no les escucha. No sólo no les escucha sino que empieza a verlos como problemáticos. Este aspecto me parece fundamental».

Carolina Yuste sí que cree aún en esa identificación de la cultura con la izquierda, pero señala un matiz importante: «En general, es lo que veo entre la gente que me rodea, que tiene una sensibilidad progresista, pero confieso que tampoco conozco el tamaño real de mi burbuja». La actriz introduce un interesante concepto en su análisis: «Todo esto de si la cultura es de izquierdas o de derechas es un poco tramposillo. No hay que olvidar que la cultura está manejada por gente que tiene dinero. Quizás los llamados trabajadores de la cultura sí que sean efectivamente, de forma mayoritaria, de izquierdas. Pero luego están las empresas y los productores, y ahí es más difícil saber cuáles son sus intereses».

El término «burbuja», utilizado por Yuste, es muy ilustrativo. Antes, quizás, esta burbuja era más amplia, más permeable y estaba más politizada. «Tiene que ver con los retrocesos en el espacio de la izquierda, incluso diría de los espacios comunistas, en términos de herramientas de organización social», señala Guillermo Zapata. «No es que la cultura se presentara con la izquierda, es que la izquierda articulaba la cultura: hacía las fiestas populares, montaba los festivales, organizaba los ateneos… Para la gente que escribía música o poemas, esos eran sus lugares de socialización, su ecosistema vital. Cuando los partidos se empiezan a retirar de la vida cotidiana, la gente de la cultura empieza a operar de otra manera».

El eterno desengaño

Es imposible hablar de este alejamiento entre la cultura y la política sin mencionar el papel decisivo que ha tenido Podemos en la historia reciente. El partido apareció en 2014 en el marco de una crisis social y económica salvaje. Venían a cambiarlo todo y supieron ganarse la simpatía de una buena parte del sector de la cultura. Pero el idilio duró poco. Un ejemplo: el actor José Sacristán puso la voz en off en uno de sus spots para las elecciones de 2016. Curiosamente, el eslogan de aquella campaña, #VolverASonreír, no difería demasiado del Recuperar la alegría pregonado por «los de la ceja». Pero la pulsión de Podemos por disgregarse y autodestruirse, sumada a su tormentosa relación con el PSOE, acabó por espantar a muchos y muchas que al principio lo apoyaban. Entre ellos, Sacristán.

«Creo que había gente que proyectaba sobre Podemos unas cosas contradictorias entre sí –apunta Zapata–. El señor de extrema izquierda veía por primera vez a alguien dispuesto a decir las verdades. El señor socialdemócrata, que estaba preocupado por el futuro de sus hijos, veía a una gente que encarnaba la posibilidad de una sociedad nueva. Y uno de los ejes importantes en todo eso era qué relación iba a tener Podemos con el PSOE. Y cuando Podemos decidió cuál iba a ser esa relación, el espacio cultural e intelectual se partió». Se partió quizás demasiado pronto, porque era absolutamente lógico que Podemos no facilitara en 2015 un gobierno del PSOE con Ciudadanos. Pero el desaire ya estaba hecho, y recomponer una relación después de haber exhibido el desprecio a la vista de todos, sean cuales sean las circunstancias, siempre es muy complicado.

«Recuerdo una entrevista que a mí me impresionó muchísimo, de Terele Pávez en Público, en la que se lamentaba porque había puesto mucha ilusión en Podemos –continúa Zapata–. Creía que era gente que venía a meterle energía y vitaminas a la izquierda. Y en el paso de 2015 a 2016, cuando se repiten las elecciones, ven que sus expectativas no se cumplen. Y entonces simplemente dicen: “Bueno, pues hasta aquí hemos llegado. Adiós”».

La política pop

Hay otra razón por la cual los partidos ya no buscan rodearse de rostros populares que equilibren el supuesto déficit de carisma de un candidato. En los últimos años la política ha asumido plenamente su condición de representación teatral. El candidato, por tanto, también debe ser actor, cantante, showman. Pablo Iglesias, sin ir más lejos, acudió a El hormiguero empuñando su guitarra y cantó un tema de Javier Krahe. ¿Para qué recurrir a un artista que lo arrope si el aspirante se basta solo para sostener el espectáculo?

«Los políticos se han convertido ellos mismos en figuras culturales –asegura Zapata–, en el sentido de estrellas del pop. Es decir, que ya no buscan sólo votos sino también fans. Y eso te lleva a tener esos atributos que se asocian habitualmente a los representantes de la cultura».

Pero esta capacidad performativa no es la única razón que ha definido la nueva relación entre cultura, candidatos y votantes. La otra, a juicio de Zapata, tiene que ver con la revolución digital. Ha habido un «desplazamiento tecnológico» que ha proscrito «a ese intelectual que podía separarse de la realidad, analizarla» y, en base a su pensamiento, orientar el sentido del voto. «Ahora hay mucha gente, cada vez más joven en relación a esa otra generación, que opera en nichos culturales y a través de Twitch o TikTok, por ejemplo». Sumar, la plataforma de Yolanda Díaz, ha querido probar suerte ahí, llamando a la puerta de los centennials con vídeos animados de frutas con caras de gato. Los vídeos resultan geniales o desconcertantes dependiendo de la edad del usuario que los visione.

Esta disgregación tecnológico-generacional se suma a las ya existentes que, desde hace décadas, atormentan a la izquierda. Por supuesto, también a la izquierda cultural: «Yo soy muy crítica porque a veces digo: “Vamos todes a una, que somos todes muy modernos y muy de izquierdas…”. Pero luego, los comportamientos internos no van por ahí y no se diferencian mucho de la derecha. Por ejemplo, te encuentras a algunas ‘aliadas feministas’ que te pegan unos galletones que no te esperas», confiesa Carolina Yuste.

Lo que algunos artistas e intelectuales de izquierdas están haciendo es apoyar de forma individual determinadas candidaturas. El actor Antonio de la Torre, por ejemplo, cierra la lista de Sumar por Málaga en las próximas elecciones. Lo mismo que los escritores Remedios Zafra, por Madrid, o Roy Galán, por Tenerife. No saldrán elegidos, pero se posicionan, se mojan sin ambages por un determinado partido. Y lo que es más importante, hacen política, en el mejor sentido de la palabra, con su trabajo diario. «Para mí, alguien que sigue representando eso de una manera muy actualizada y muy potente es Bob Pop –concluye Guillermo Zapata–. Creo que él y Alana Portero son las dos figuras que, desde lo que son y lo que hacen, politizan los lugares en los que están. Esas son las figuras que yo querría tener siempre cerca y a las que me gustaría parecerme. Esa gente no está en firmar manifiestos, aunque también los firme. Está en politizar la vida cotidiana».

Fuente: https://www.lamarea.com/2023/07/06/cultura-reaparece-en-campana-demasiado-tarde/