Los cinco puntos de la Declaración de Aiete de 17 de octubre de 2011, con ser escuetos y chocantemente redactados, y constituir más un argumento válido que un guión, más un itinerario que una hoja de ruta precisa, tienen de bueno que son compartidos por la mayoría social e institucional vasca. Sin embargo hoy siguen […]
Los cinco puntos de la Declaración de Aiete de 17 de octubre de 2011, con ser escuetos y chocantemente redactados, y constituir más un argumento válido que un guión, más un itinerario que una hoja de ruta precisa, tienen de bueno que son compartidos por la mayoría social e institucional vasca. Sin embargo hoy siguen incumplidos en su mayoría. Solo se han hecho reales el punto primero relativo al cese el fuego de ETA -su valor principal-y una parte del tercero en forma de esfuerzos sociales por el entendimiento y la pacificación.
Tampoco se esperaba más de una declaración unilateral no acordada con el Estado. Nació sin apoyo del Gobierno de España -el escaldado Rodríguez Zapatero sólo toleró la reunión de exmandatarios internacionales- y del Gobierno Vasco. A Patxi López el acontecimiento del año le «pilló» en un tren en USA (con un ¡ya voy, ya voy, esperadme!). Ello viene a indicar la capacidad de la sociedad civil y política vasca para generar sin interlocución acontecimientos de punto de inflexión.
Precedido por la declaración de Bruselas de 2010, su valor ha sido doble. En primer lugar es el documento que precocinado con ETA -ahogada policialmente y contestada socialmente- ésta encontró suficiente para el cese el fuego definitivo tres días después de Aiete, un 20 de octubre de 2011. En segundo lugar, es referencia colectiva incluso de quienes dan por amortizado el proceso de paz pero entienden que hay que gestionar dolores, herencias y secuelas.
El breve documento también nos dice implícitamente otras cosas.
Supuso el reconocimiento de la derrota de ETA (el término es aplicable a las organizaciones militares); simbolizaba también el fracaso de la estrategia de doble vía política y político-militar de una corriente político-social en un contexto democrático (y más cuando la violencia se ejerció contra representantes electos de conciudadanos desde mediados de los 90) y testificaba su sustitución por una estrategia exclusivamente política ya desde 2004 pese a la resistencia de ETA en ceder el liderazgo; y contenía el aval de una mayoría social vasca para la reconversión de la izquierda abertzale que había llegado a ese momento viva y con el capital humano de un sector significativo ciudadano, o sea nada vencida.
Aiete también significó el fracaso de dos vías previamente ensayadas: la vía de la negociación conjunta política y de las consecuencias de las acciones armadas y terroristas (propia de las conversaciones de Argel); y la vía de la separación entre negociación política (fuerzas políticas e instituciones) y de las secuelas de la violencia (entre ETA y Estado) que propiciada por la vía Ollora/ Gorka Agirre/ Elkarri, y hecha suya en el discurso de Otegi en Anoeta (2004), fue ensayada en Loiola (2006) y Oslo-Ginebra (2005/06). Se hundieron ambas con el atentado de la T-4 (2006). El resultado es que hoy no hay quien se ponga al otro lado del teléfono ni siquiera para hablar de presos o de zulos.
Aiete simbolizó la ausencia de negociación pero no dejó de tener eficacia. Por ejemplo,sirvió para que el Tribunal Constitucional legalizara Sortu en febrero 2012 por solo un voto de diferencia; el electorado premió a la Izquierda Abertzale en las elecciones de setiembre de 2012 por su esfuerzo en pasar página.
Se acabó el modelo de grandes negociaciones y se abría el de las auto-transformaciones propias de la posmodernidad. Cómo cambiarse a sí mismos ante el espejo social; o renacer con otros discursos y prácticas; o formalizar un monólogo ante la sociedad como testigo. El proceso, el camino, más que la meta, pasaba a ser importante. Hacer piña social, empoderarse y seducir en favor de los cambios sustituyó al gran relato.
Esto que lo entendió Bildu al principio, fue perdiendo fuelle después, lo que pagó con descensos electorales en las municipales-forales de 2015 y en las dos elecciones generales de 2015 y 2016. La campaña reciente de setiembre 2016 indica un cambio de rumbo ya con Otegi en la calle, discursos nuevos y alianzas y caras actualizadas.
En cambio, quienes no han entendido aún la nueva etapa son el PP y el PSE-EE con un discurso rancio, empecinado y propio de la etapa de ETA en activo. El discurso antiterrorista y victimizante antes permitía disfrazar la ausencia de proyectos para el país. Ya no vale y han perdido la sintonía. Ese 24% de votos recientes (PSE, PP, Cs) están a años luz del 40% del voto de significación española de 2001 o de aquella idea de campaña de Basagoiti (PP) en 2012 de «somos más del 51%».
También significa que la paz -incompleta como dice el obispo Uriarte- y tan llena de injusticias, se parece a esto que surgió del cese definitivo del 20 de octubre de 2011: sin muertos ni violencia permanente; sin vecinos atemorizados por ETA; sin abertzales especialmente acosados por policías y jueces… Pero con víctimas de 1ª y de 2ª; con presos condenados mediante procesos judiciales excepcionales y algunos injustos y sin revisión; con violencia estructural en sordina; con desmemorias….
Eso es la «normalización», la pacificación y la coexistencia, aun bastante alejada de la convivencia. Como una cocina a fuego lento que -esperemos- en una generación, se traduzca en intercambio, discursos y relatos cruzados, autocríticas serias, integración, confianza, convivencias de buen grado, identificación, educación y experiencias compartidas. No es solo cosa de partidos. Es sobre todo materia civil.
En el ínterin, en esta legislatura y dadas las cifras que la ciudadanía definió en las elecciones de setiembre de 2016, se tiene un mandato y una oportunidad excepcionales para encarrilar varios temas centrales sin que estén condicionados unos a otros.
PNV, EH BIldu y Elkarrekin-Podemos tienen la responsabilidad de dar cauce a la entrega o anulación de las armas con arrope institucional vasco (seguir cerrando el punto 1 de Aiete); el tratamiento equilibrado de víctimas, presos, exiliados y legislación (punto 2), continuar con procesos de reparación y reconciliación (punto 3) y el seguimiento de ambas cuestiones (punto 5);canalizar la cuestión del diálogo político y las consultas ciudadanas (punto 4) por la vía de redefinir el status desde la filosofía del derecho de decisión, e incluso con acuerdos puntuales sobre líneas de política económica y social pensadas para la ciudadanía en su conjunto.Todo ello ya estaba sugerido en la simple y sabia declaración de Aiete.
Ramón Zallo es Catedrático de la UPV-EHU