Desde hace décadas el oligopolio mediático no cesa de tronar que en Cuba hay una dictadura, que los periodistas van a prisión por decenas, que no hay elecciones… Y, por tanto, que es necesaria una transición a la democracia, con elecciones en la que se presenten muchos partidos con posibilidades de ganar -con dos como […]
Desde hace décadas el oligopolio mediático no cesa de tronar que en Cuba hay una dictadura, que los periodistas van a prisión por decenas, que no hay elecciones… Y, por tanto, que es necesaria una transición a la democracia, con elecciones en la que se presenten muchos partidos con posibilidades de ganar -con dos como en Estados Unidos ya sería suficiente si ambos propusiesen el mismo modelo económico-, con coloridas campañas electorales en las que los grandes emporios económicos pudieran invertir en los candidatos. Se trataría de una democracia como la norteamericana, en la que no hiciera falta que votasen los negros, ni los pobres. Y en la que, por supuesto, los trabajadores extranjeros no pudiesen votar, sólo trabajar, pagar impuestos e incorporarse al ejército.
La Cuba democrática podría salir incluso barata para el gobierno democrático, no haría falta tanto gasto en sanidad o educación. Véase sus vecinos Honduras o Dominicana, son países perfectamente democráticos que ahorran mucho en caras prestaciones que nada tienen que ver con la democracia.
Además los ciudadanos evitarían muchos quebraderos de cabeza, ya no tendrían que reunirse como en la dictadura cubana en asambleas municipales, provinciales o sindicales para elegir a sus representantes. Con votar cada cuatro años ya disfrutarían de la democracia. Por supuesto no haría falta que se preocuparan por la eficacia de su gobierno a mitad de la legislatura mediante legislaciones revocatorias que los evalúen como sucede ahora en la dictadura cubana.
Si Cuba abandonase el cruel socialismo y se hiciera democrática podría aplicar sentencias de muerte sin que a la ONU le molestase, como sucede en EEUU, quizás hasta podría ser un miembro permanente del Consejo de Seguridad. Podría tener campos de concentración para presos sin juicio ni abogado en cualquier parte de su territorio, no como ahora que sólo se puede hacer en la zona de Guantánamo.
Los beneficios para una democracia cubana serían múltiples. Serían bienvenidos a la lucha contra el terrorismo que posee, entre otros privilegios, que sus empresas, con los representantes políticos al frente, podrían hacer buenos negocios reconstruyendo países «malos» previamente bombardeados por ellos.
Además, Cuba ya no tendría malas relaciones con otros gobiernos democráticos. Reestablecería relaciones diplomáticas con el gobierno de El Salvador del mismo partido que organizó escuadrones de la muerte o con el de Nicaragua que ha logrado terminar con la alfabetización que alcanzó el país con el sandinismo gracias al dinero que el presidente Alemán se llevó a su bolsillo.
Un presidente democrático cubano podría retirarse cómodamente como sus homólogos democráticos Pinochet en su país, Mobutu en Francia o Marcos en Estados Unidos.
Tampoco tendría ya problemas con la democracia europea, esa en la que sólo vota el 30 % de los ciudadanos. Allí sería invitado a los ágapes y bodas de sus democráticos reyes.
Si Cuba se acogiese a un régimen de libertades podría prohibir a sus ciudadanos que visitasen a sus familias en países socialistas. Si los cubanos fueran democráticos e iguales ante la ley podrían disfrutar de la prohibición de enviar jabón o pasta de dientes a sus hermanos o hijos si fuesen miembros del partido comunista, tal y como les sucede a os cubanos que disfrutan de la democracia en Miami.
Lo que uno no entiende es cómo, con todas esas ventajas, los cubanos siguen empeñados en no querer ser democráticos.
www.pascualserrano.net