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La despedida de Josep Guardiola y las paradojas políticas anexas

Fuentes: Rebelión

Aún quedan algunos partidos. El último de la Liga y la final de la Copa. Con Bielsa y el mejor Athletic que se recuerda en años; con dos estilos de juego muy similares y, sobre todo, con la que probablemente será la pitada antimonárquica más sonora de toda la historia de España, Europa y probablemente […]

Aún quedan algunos partidos. El último de la Liga y la final de la Copa. Con Bielsa y el mejor Athletic que se recuerda en años; con dos estilos de juego muy similares y, sobre todo, con la que probablemente será la pitada antimonárquica más sonora de toda la historia de España, Europa y probablemente del mundo. ¡Todos y todas a una! ¡Esperamos con ansia ese momento!

Mientras tanto, Josep Guardiola se ha despedido de la afición del Camp Nou. El momento ha tenido dimensiones épicas. En un partido en el que, ciertamente, el Español no mereció el resultado que obtuvo. Se quejaron y con muchas razones. El Barça no realizó, ni por asomo, el mejor partido que se le recuerda. Regular bajo. Mirando el número de faltas cometidas por sus jugadores y los dos penaltis señalados a su favor, se puede intuir un poco cómo fueron las cosas.

Más allá del juego. La ceremonia final no fue nada del otro jueves. Algunos la hubiéramos diseñado un poco mejor. Guardiola, esta vez y sin que sirva de precedente, no estuvo especialmente brillante. No era fácil: muchos espectadores, todo un enorme campo y medio país pendiente de él, qué podía inventar de nuevo. Estuvo algo mejor en algunos momentos de la posterior rueda prensa.

Eso sí, costaba -¡y mucho, de verdad!- ver a Artur Mas, el president de los mejores privatizadores, el de la sanidad en venta, el de Eurovegas, y al neoliberal y qatariano Sandro Rosell cantando el «Que tingum sort» de Lluís Llach. ¡Qué sorpresas que nos da la vida! ¡Qué cosas nos toca vivir!

Pero lo peor no fue eso. Lo peor fue ver algunas pancartas que el realizador de no recuerdo qué canal televisivo (tal vez C+ o Gol Televisión) no cesó de enfocar una y otra vez. Ni una, por supuesto, haciendo referencia a los estudiantes encarcelados, ahora en libertad. Ninguna referencia a Ismael, Javier y Daniel. Tampoco a Laura, la sindicalista cegetista que sigue en prisión punitiva. Las pancartas transitaban por otros senderos.

«Israel -decía una de ellas- no quiere olvidar…» no recuerdo qué. «Israel» tal como he escrito, el nombre del Estado racista, belicista y anexionista. Mientas tanto, más de mil quinientos presos palestinos iniciaron una huelga de hambre el 17 de abril. Protestan, como recordaba Rafael Poch de Feliu, «contra la práctica de la detención administrativa (sin cargos, sin juicio, sin plazo y fundamentada en «informes secretos»), el régimen punitivo de aislamiento en solitario, la negación de visitas de familiares, las condiciones generales de reclusión y el derecho a realizar estudios superiores». El martes pasado, el 1º de Mayo, el relator especial de la ONU sobre derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, Richard Falk, «se declaró «horrorizado» por las violaciones de derechos humanos en las cárceles israelíes».

La condición de dos de los presos -llevan más de dos meses en huelga de hambre- es crítica.

Ni un detalle, ni una referencia a Palestina. ¿Ha tenido o no ha tenido efectos culturales la visita de Josep Guardiola -en su vida privada, se señaló en su día- a Jerusalén o Tel Aviv, no puedo precisar, a ver a su cantante preferida?

Por si fuera poco, el marco político-publicitario general tenía un nombre, el mismo que está inscrito en las camisetas de los jugadores, en las ruedas de prensa, en micrófonos, en escenarios, por todas partes, y ostentan ya jóvenes y no tan jóvenes por las calles de una ciudad que ha estado sitiada por los Mossos, la policía nacional y nuestra admirada y nunca suficientemente querida benemérita. El nombre del logo: «Fundació Qatar». Nada menos.

Este es el marco cultural realmente existente de un deporte profesionalizado y mercantilizado hasta su mínimo detalle. Quien manda, manda. Y eso, vale la pena recordarlo, en un equipo con una trayectoria cultural (parcialmente) antifranquista, con un presidente asesinado en 1937 por las fuerzas del desorden y el fascismo, con valores no siempre y no totalmente crematísticos y practicando uno de los estilos de juego más bellos que se conocen.

Y, además, vale la pena recordarlo, con un jugador sublime, Andrés Iniesta, un Laudrup del sur, que tenía y, no sé si tiene aún, un tío, un hermano de su padre, militante del PCE que en su día fundó una pequeña empresa de construcción a la que llamó «Camarada».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.