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Entrevista con Antonio García-Trevijano

«La diferencia entre el franquismo y la monarquía juancarlista es muy pequeña»

Fuentes: La Fiera Literaria

Antonio García-Trevijano es un político de la España que no ha podido ser. Hombre de la denominada Transición Española. Fundador en 1974 de la Junta Democrática de España, cuya legitimidad fue reconocida por el Parlamento de Estrasburgo. Tras la muerte de Franco y comienzos del reinado de Juan Carlos I, logró la unidad de la […]

Antonio García-Trevijano es un político de la España que no ha podido ser. Hombre de la denominada Transición Española. Fundador en 1974 de la Junta Democrática de España, cuya legitimidad fue reconocida por el Parlamento de Estrasburgo.

Tras la muerte de Franco y comienzos del reinado de Juan Carlos I, logró la unidad de la oposición mediante la Coordinación Democrática (Platajunta). Sin pertenecer a ningún partido o grupo de presión, y siendo uno de los abogados más famosos de España, Trevijano ideó la estrategia de la ruptura pacífica de la Dictadura (contra la Reforma del Régimen) y comprometió a todos los partidos en un pacto de rechazo de la Monarquía , a no ser que ésta venciera en un Referendum donde se pudiera elegir con absoluta libertad la República.

Por ser alma y motor de la ruptura democrática, Fraga lo encarceló sin proceso judicial. Se retiró de la política cuando los jefes de los partidos socialista y comunista, traicionando el compromiso por la ruptura democrática, pactaron en secreto con Suárez la continuidad de la Monarquía de Franco y la sustitución de la democracia representativa (separación de poderes y sistema electoral de mayoría) por una oligarquía de partidos financiados por el Estado.

Como el propio Trevijano dice, él se retiró de la política cuando los partidos también la abandonaron en favor del consenso que, por antonomasia, es la pasión antipolítica de las oligarquías. Escritor de libros de pensamiento (Discurso de la República, Frente a la Gran Mentira, La Alternativa democrática, Pasiones de servidumbre) y de arte (Donatello modela la infancia, David es Mercurio, Retorno a la Belleza), ha publicado en la prensa más de mil quinientos artículos (de filosofía política, sociología de las pasiones, psicología social, estética, pintura del primer tercio del XX, terrorismo, Europa), sin repetir jamás un tópico, una frase hecha o un lugar común. Este hombre idealista, culto, educado, inteligente, claro en sus ideas y en su expresión -posee una de las prosas más refinadas que he conocido en mucho tiempo-, contrasta con la vulgaridad de los políticos, sean del partido que sean, que han hecho de la mediocridad, la ignorancia, la ordinariez y la corrupción una suerte de aristocracia parda, una selección al revés como diría Gramsci.

Si toda transición es un proceso de tránsito, ¿de qué cosa a qué cosa ha transitado la llamada transición española?

En realidad, dejando de lado las consignas de la propaganda, se trata del proceso de transición del Estado de un partido al Estado de varios, es decir, el tránsito de la dictadura de Franco a la oligarquía del Estado de Partidos en la Monarquía de Juan Carlos.

¿Cuál es la diferencia entre el punto de partida y el de llegada?

Para el pueblo, para la libertad política, para la naturaleza del poder, la diferencia entre el franquismo y la monarquía juancarlista es muy pequeña. Antes se votaban las listas del partido único y ahora se votan las de tres o cuatro partidos. Antes el pueblo carecía de libertad para elegir y deponer al Gobierno y ahora tampoco la tiene. Antes estaban unidos todos los poderes del Estado y ahora también. Antes se llamaba democracia orgánica a la dictadura de un partido, y ahora se llama democracia a la oligarquía de varios. Antes se reprimía la libertad de expresión mediante la censura y ahora se reprime la libertad de pensamiento mediante el consenso. Lo esencial no ha cambiado. Aunque en los gobernados y en lo subordinado se ha producido un cambio notable. Bajo la dictadura el pueblo consintió su servidumbre forzosa, bajo esta Monarquía se cree libre con su servidumbre voluntaria. Se partió de Fraga y se ha llegado a Fraga.

¿Y qué era lo esencial de la dictadura?

Los dictadores no matan, torturan o encarcelan por sadismo. Están convencidos de que el terror de Estado es el modo mas seguro de conservar su poder. Los sádicos se enrolan en los cuerpos de policía o seguridad de todas las formas de gobierno, incluso en la democrática. Esto no disculpa a los jefes de Estado y de Gobierno que toleran la tortura o el asesinato de los «subversivos». Pues se sirven de medios inhumanos para detentar un poder inhumano. Pero lo esencial de la dictadura no es lo absoluto de su poder personal, que comparte con el numeroso séquito de sus poderosos partidarios, sino lo absoluto de la falta de control del poder político.

¿Cuál sería, pues, el logro esencial de la Monarquía española?

Las libertades personales y la incorporación a Europa. Pero también haber conservado, con las libertades públicas, salvo la libertad política (que es libertad colectiva), un mismo tipo de poder sin control. El Presidente del Gobierno es el jefe absoluto del partido que detenta el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial. La corrupción política es consecuencia inevitable del uso normal de esta forma de poder indiviso. La Constitución es la fuente institucional de la corrupción. El sistema se parece a la dictadura porque no tiene alternativa de poder, pero se diferencia de ella porque ofrece a los partidos mayoritarios una alternancia en el poder.

Esta Monarquía de los Partidos, como Vd la define, ¿es algo original?

En modo alguno. La historia está llena de ejemplos parecidos en la manera de constituirse y en el tipo de poder que consagra. En la manera de instalarse, repite un modelo universal, el que realizó Francia con la instauración del corrupto Directorio, tras la caída de Robespierre. Un modelo que describió Polibio como el tránsito del poder de uno al poder de varios, sin llegar al poder de muchos. La muerte del tirano no daba paso a la democracia sino a la oligarquía. Y en cuanto al tipo de poder, la fórmula monárquica ideada para dar estabilidad a las oligarquías, procede de la monarquía polaca de comienzos del XVII, donde el Rey era elegido por la Dieta a propuesta del Papa. El caudillo Zamoyski rechazó la corona alegando que «el Rey reina pero no gobierna». La fórmula no la inventó, como se cree, ni el corrupto Walpole ni el turbio Thiers.

¿Por qué los partidos republicanos aceptaron la monarquía?

Es muy fácil de comprender. Sin confianza en sus propias fuerzas, y sin convicciones ideológicas, la Monarquía de Franco les ofreció un paraíso estatal que no podían rechazar: elecciones por el sistema de listas de partidos y reparto del poder estatal según las cuotas electorales obtenidas. Todos estarían financiados por el Estado. Todos tendrían una cuota de poder en las instituciones. Ninguno tendría un poder excluyente. El partido gobernante no sería controlado, pues siempre tendría mayoría en las instituciones de control (comisiones parlamentarias, poder judicial, tribunal constitucional, tribunal de cuentas, televisión pública), y los partidos de oposición participarían en todas las empresas públicas. En resumen: esta monarquía garantiza el equilibrio de una verdadera oligarquía de partidos estatales, de un sindicato de poder. Por eso se parece tanto, en cuanto al reparto y disfrute del poder y a la propaganda del sistema, a la dictadura franquista: la misma adulación al poder, la misma descalificación a los demócratas que no aceptan esta oligarquía, el mismo respeto a las facciones partidistas, la misma represión de la libertad de pensamiento. La diferencia entre partidos en esta Monarquía es la misma que la que tenían las facciones de la dictadura (Falange, Carlistas, Acción Católica, Opus Dei).

Vd. describe lo que yo llamo «la dictadura de la democracia». Hay en el ambiente como una obligación de hablar bien de esto y mal de aquello. Parece algo casi impreso en el alma de cada español.

Los escritores debemos ser objetivos y precisos en el uso de los términos políticos. Dadas sus ideas políticas y sus valores espirituales, debo entender que, con la expresión «dictadura de la democracia», Vd se refiere a la dictadura del consenso oligárquico, pues en la democracia formal no puede haber dictadura de ninguna especie.

Todos somos víctimas de la degeneración del lenguaje político. Pero creo recordar que algunos clásicos temieron la dictadura de la democracia.

Es cierto. Pero, sin negar la tendencia al maniqueísmo en todos los pueblos mediterráneos, tanto Madison como Tocqueville hablaron del peligro de tiranía en la democracia material o social, por razón de la demagogia de la igualdad, pero no en la democracia institucional en cuanto forma de gobierno. Madison odiaba la democracia directa de los atenienses, y nunca tuvo conciencia, a diferencia de Hamilton, de que el federalismo republicano que ellos propugnaban era la democracia representativa. En mi libro Frente a la Gran Mentira dedico un capítulo a la historia moderna de la palabra democracia. Antes de la primera Guerra Mundial, se sabía distinguir entre la democracia de EEUU y el parlamentarismo europeo. Hoy se llama democracia a todo sistema de poder donde los gobernados votan lo que sea y los medios de comunicación se expresan con relativa libertad. Pero en toda Europa no hay una sola forma de gobierno que responda a los requisitos constituyentes de la democracia formal. Sin elecciones uninominales de diputados al colegio legislativo y elecciones presidenciales al poder ejecutivo, no hay poder representativo de la sociedad ni separación de poderes, es decir, no hay democracia formal. No puede haber dictadura de la democracia donde no hay democracia.

Pero, ¿cómo pudo instalarse, en nombre de la democracia, la oligarquía que los italianos llamaron enseguida «partitocracia»?

La democracia americana venció a la Europa fascista. Y por una ley de la victoria, lo que impuso a Europa, fuera lo que fuera, lo llamó democracia. De Gaulle restauró la República parlamentaria. Su error tuvo que corregirlo luego con el golpe de Estado que instauró la V República. Una cuasi democracia porque el Gobierno designado por el Presidente tiene que ser aprobado por el poder legislativo. No hay separación de poderes. Y por eso hay corrupción. Más triste fue que la regeneración política de Europa occidental, controlada por el general Eisenhower, fuera confiada a los políticos que fracasaron ante el fascismo, a la democracia cristiana de los Adenauer y De Gasperi. Ninguno de ellos tenía talento de estadista. No comprendieron que Hitler triunfó con tanta facilidad electoral gracias a los sistemas proporcionales de la Republica de Weimar. Y estos ideales, la estatalización de los partidos, los realizó la Constitución italiana y la de Bonn. La prohibición de los partidos nazi y comunista demuestra la falta de representatividad del sistema, que ni siquiera se atrevió a ser liberal. El Plan Marshall no sólo obligó a la unión de los gobiernos de Europa occidental, sino también a la de los partidos gubernamentales en un sindicato o bloque de poder, en una partitocracia.

Yo creía que el Estado de partidos, como lo llama la ciencia política y jurídica alemana, fue creado por exigencias de la guerra fría.

La realidad desmiente esta creencia tan extendida por la propaganda. Spaak confesó en una conferencia de Ginebra (1947) que la guerra fría había sido consecuencia de una provocación occidental a la Unión Soviética y no de una necesidad histórica. Lo cierto es que, como Franco, los Gobiernos europeos se consolidaron difundiendo el miedo al comunismo, y sustituyendo la verdad por la mentira de la propaganda en todos los ordenes del saber histórico, filosófico, sociológico y artístico. Mentira que todavía hoy sigue vigente. ¿Quién conoce, por ejemplo, que el arte abstracto, tan apreciado por el capitalismo a partir de la década de los cincuenta, es una mera difusión mercantil de la pintura y escultura bolcheviques? Malevich pinta de negro un lienzo (1917) y tarda cinco años en descubrir que se ha equivocado, que el sumo de la belleza pictórica es un cuadro completamente blanco. La pintura de Mondrian, la abstracción geométrica, la arquitectura funcional y casi todos los modernismos del siglo XX provienen del arte bolchevique, concebido en función de su utilidad para las masas. No es un arte desinteresado en busca de la belleza.

¿Y cómo ve Vd. la literatura, la novela actual?

En un nivel ínfimo. La decadencia de la literatura corre pareja a la de las ciencias históricas. La novela complementa la historia. Cuando no hay historia verdadera del pasado, como sucedió durante el largo periodo de la guerra fría, y cuando se pacta silenciar el pasado, como ocurrió en la Transición española, no puede haber gran novela. Pues ella es la que descubre las causas de los hechos históricos y los móviles del discurso público. Desde 1950 no hay en Europa continental grandes historiadores ni grandes novelistas. Si dijeran la verdad sobre lo ocurrido en Francia, Italia, Alemania, España y los demás países durante el fascio-nazismo, tendrían que condenar a los millones de europeos que sostuvieron con entusiasmo las dictaduras y las represiones. Y ningún novelista ha tenido ese coraje.

Incluso se silencian los novelistas anteriores a la guerra.

Claro, claro. La relación entre los hechos del pasado y la novela es muy estrecha. La historia más fiable es la más abstracta, la que relata los hechos sin explicitar sus causas, del mismo modo que la naturaleza nos enseña los fenómenos naturales sin decirnos por qué y cómo se producen. La ciencia cumple ante la naturaleza la misma función que la novela ante la historia. Es inútil pedir a los historiadores que nos digan las causas de los acontecimientos. No las saben. Esa es la misión de los grandes novelistas.

Comprendería lo que dice si hablara de los filósofos de la historia, pero no alcanzo a ver la razón de la impotencia de los historiadores.

Muchos acontecimientos menores se explican por sí mismos. Pero todos los que cambian el sentido o el signo de los tiempos históricos, los que más necesitamos comprender, escapan al dominio de los historiadores. Pues todos toman por veraces los motivos y pretextos que pregonan los discursos de los protagonistas. Y las palabras de los gobernantes son ridículas, insignificantes, en comparación con los efectos que producen sus acciones. Por ejemplo, los historiadores atribuyen el Estado de Autonomías a la decisión del ignorante Adolfo Suárez sobre el «café para todos», como si las fuerzas sociales no estuvieran comprometidas en esta decisión. El novelista explica las causas de la historia que los historiadores desconocen. La novela explica la realidad mediante ficciones, tiene la grandeza de llegar a la verdad de los hechos históricos por medio de ficciones.

Es evidente que Vd no habla de los novelistas «bestsellerianos», los de Polanco y Planeta, pues estos cuando no siguen las consignas de la propaganda de la Transición, no dicen más que tonterías.

Esa gente, tan ambiciosa como inculta, ignora todo. Ni siquiera ha intuido lo esencial de la Transición. En su gran novela Lucien Leuwen, Stendhal explica el tránsito de la Francia borbónica a la Francia orleanista, o sea, la rápida disolución de la aristocracia en la burguesía. Y Goethe, en su maravilloso Willelm Meister, expresa las primeras manifestaciones del aburguesamiento de la aristocracia, o sea, la disolución del mundo tradicional en el mundo moderno. Es inconcebible que un novelista español comprenda lo que ha supuesto, para la sociedad civil y los valores morales o estéticos, el paso de la Dictadura a la Monarquía.

Los dos grandes grupos editoriales, Prisa y Planeta, sólo publican lo que favorece sus posiciones dominantes en el mercado editorial. Esto se comprendería si sus móviles sólo fueran económicos. La cuestión no explicada es la vinculación de Prisa con los intereses políticos del PSOE.

Esto no se entiende sin conocer que en el consenso monárquico, para eludir las responsabilidades de los que habían sostenido la dictadura, no sólo entraron los hombres políticos de Franco, sino también los editores de los medios de comunicación franquista. El diario «El País», por ser posterior a la dictadura, pudo quedar fuera del consenso editorial, pero prefirió ser el salvavidas de sus colegas franquistas, puesto que tanto los principales accionistas (Polanco), como sus directores (Cebrián), habían sido destacados servidores de la dictadura. Su poder actual se basa en el complejo franquista (Planeta) de los demás medios de comunicación. El consenso crece en sociedades refractarias a la libertad de pensamiento. Prisa y Planeta no saben el significado de este concepto. Alardean de su libertad de expresión sin aclarar que es la de un pensamiento único y débil. Presumen de tolerancia porque ignoran el valor democrático del respeto.

Antes de concluir, me gustaría conocer su opinión sobre los Estados Unidos.

El asunto me concierne de modo muy particular. Pues la causa de la ruptura democrática de la Dictadura, por la que expuse vida, bienestar, libertad y honor, no fue derrotada por los hombres del franquismo, ni por los partidos emergentes de la clandestinidad, sino cuando el Departamento de Estado, con la misma ignorancia sobre los asuntos españoles que la exhibida en los de Irak, creyó que el triunfo de la ruptura democrática implicaría el predominio del partido comunista, como ocurrió en la última fase de la revolución portuguesa. Kissinger y Brandt se pusieron de acuerdo para convencer al Rey y al PSOE de la necesidad de la Reforma, en lugar de la Ruptura. Esto sucedió pocos días antes de que Fraga me encarcelara (26-3-76). Mis amigos de Bruselas, Comisarios del Mercado Común, me habían informado del concierto internacional contra mi acción política. No estoy seguro de que mi encarcelamiento fuera fruto de estos pactos. Lo cierto es que Fraga me encarceló y Felipe González me retuvo preso. Los Comisarios europeos se disponían a suspender las negociaciones con España por mi apresamiento, pero Felipe González les pidió de mi parte, sin hablar conmigo, que no hicieran nada para liberarme, ¡porque a la causa de la oposición le convenía mi encarcelamiento!

¿Y qué me podría decir de la Constitución Europea?

Pues que no es Constitución ni Europea. La más rigurosa doctrina constitucional considera que no hay Constitución donde no hay distintos poderes estatales separados. Quien manda en la Unión Europea no es el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo, el Consejo de ministros ni la Comisión Europea. Y, menos que nadie, los ciudadanos europeos. En lo financiero manda el Banco Central Europeo. En lo económico, la normativa que se ha venido institucionalizando desde el Mercado Común. En lo político, todavía no se han definido las virtualidades del eje francoalemán, núcleo de poder que terminará imponiéndose a las desuniones nacionales fomentadas por EEUU. Política exterior y ejército común aún no existen. La Constitución Europea es un Reglamento de Régimen interior para la dominación del mercado común por los grandes grupos transnacionales europeos. Su utilidad es inmensa. En este terreno, creo que su creación obedece a una necesidad histórica del desarrollo económico.

¿Por qué hoy se llama democracia a todo tipo de poder con libertad de expresión y posibilidad de votar a más de un partido?

A los sistemas parlamentarios europeos se comenzó a llamarles democracias al final de la primera guerra mundial. En el siglo XIX, los pensadores y políticos ingleses hubieran tomado por insulto ser llamados demócratas. Sólo Disraeli se atrevió a eso. Desde la República de Weimar, se llamó democracia al gobierno parlamentario de Partidos.

Pero no le pregunto por el origen de la confusión entre parlamentarismo y democracia. Quisiera saber por qué ha sido tan fácil confundir la democracia con el actual Estado de Partidos que, entre otros defectos, no representa ya a la Sociedad civil, como en el sistema parlamentario, sino a la propia sociedad política o estatal.

A causa de un progreso continuo de la demagogia. Progreso que ha conducido a la confusión básica del mundo moderno entre democracia formal o política (forma de gobierno) y democracia material o social (contenido de gobierno, medidas de igualación social). Hoy se ha olvidado que la palabra democracia se refiere a una forma de ejercer el poder y no a un estado de igualdad social. Según este último criterio, el primer gobierno demócrata habría sido el de Bismarck. Y las mejores expresiones, las de Stalin o Fidel Castro. Hay que reservar el nombre de democracia para las formas de gobierno representativo y con separación de poderes.

Alguien definió a los sistemas presidencialistas como dictaduras elegidas por el pueblo. ¿Tiene fundamento?

Si no hay separación real con el poder legislativo y el judicial, como sucede en Suramérica y en los países emergentes del sovietismo, puede estar justificada la definición de dictaduras electivas. En EEUU, de ningún modo. Ningún Presidente podrá ser equiparado a un dictador transitorio.

Pero la realidad es que en todos los países la política se reduce a una elección entre dos partidos que, llegados al poder, gobiernan del mismo modo. ¿No se trata de un monopolio de la política o, cuando menos, de un secuestro de la libertad de elegir?

Vuelvo a repetir que debemos ser muy cuidadosos con las palabras que usamos. Su pregunta puede tener fundamento en sentido sociológico, pero no en el terreno propio de la política. El Estado de Partidos no es representativo de la sociedad civil porque los gobernados no pueden votar a diputados que los representen, sino a los candidatos elegidos por los jefes de partido para que los representen a ellos. Por esta razón, desde el punto de vista formal, en cuanto forma de gobierno, el Estado de Partidos es una perfecta y estable oligarquía de partidos. Bajo la Monarquía de Partidos no hay solución democrática.

¿Encuentra Vd gran diferencia entre el PP y el PSOE?

En cuanto agentes o gestores del Estado, ninguna. Cuando gobiernan hacen y son lo mismo. Se diferencian en sus discursos, en la distinta clase de demagogia. Uno, demagogia del orden; otro, demagogia de la libertad; y ambos, demagogia de la igualdad.