Como todos debemos saber ya, salvo que vivamos en una isla desierta, la semana pasada tuvo lugar un terrible accidente aéreo en el aeropuerto de Madrid- Barajas. El vuelo JK 5022 de la compañía Spanair, un modelo de avión MD-82 que voló por primera vez en 1993, tuvo algún tipo de fallo (aún por determinar) […]
Como todos debemos saber ya, salvo que vivamos en una isla desierta, la semana pasada tuvo lugar un terrible accidente aéreo en el aeropuerto de Madrid- Barajas. El vuelo JK 5022 de la compañía Spanair, un modelo de avión MD-82 que voló por primera vez en 1993, tuvo algún tipo de fallo (aún por determinar) cuando se disponía a despegar con destino a Gran Canaria y acabó estrellándose contra el suelo a los pocos segundos de haber tomado vuelo. En su interior viajaban 172 personas, de los cuales 162 eran pasajeros -entre ellos, 20 niños y dos bebés-, cuatro tripulantes en movimiento y seis tripulantes de vuelo. El dramático suceso se ha saldado finalmente con el fallecimiento de 154 personas y 18 heridos de diversa consideración, algunos de ellos ya dados de alta en el hospital y otros aún en estado grave. Todavía hoy, una semana después del suceso, la noticia sigue acaparando grandes titulares y portadas en los diversos medios de comunicación existentes, en un espectáculo mediático que roza ya en algunos casos el amarillismo sensacionalista más putrefacto.
A los pocos minutos de haber ocurrido el accidente, todas las cadenas televisivas, radios y diarios de España (salvo aquellos medios que estaban dedicados en exclusiva a la cobertura de los Juegos Olímpicos), se volcaron con la noticia, sucediéndose un continuo ir y venir de informaciones diversas en relación con todo aquello cuanto tenía que ver con lo sucedido. Número de víctimas, estado de los heridos, posibles causas del suceso, lista de pasajeros del avión, situación de los familiares, declaraciones de personas que por uno u otro motivo habían estado a punto de subir al avión y no lo habían hecho a última hora, declaraciones de políticos, de miembros de los cuerpos médicos y de asistencia, de los responsables de la compañía y de otros agentes afectados como el sindicato de pilotos o los representantes de AENA, todo se sucedía ante los ojos y oídos del espectador de la manera más rápida y efectiva posible. Programas especiales, conexiones en directo con todos los puntos de interés de la noticia, reivindicaciones de luto a diestro y siniestro, se daban por doquier, y hasta los principales líderes políticos del estado abandonaron rápidamente sus destinos vacacionales para acercarse al lugar de los hechos, no fuera a ser que el no hacerlo pudiera suponerles perder algunos votos o, lo que es todavía más grave, que los ganasen sus adversarios. Incluso algunos de los miembros de la familia real que (como acostumbran) parasitaban a costa de todos los ciudadanos en tierras chinas divirtiéndose con los Juegos Olímpicos, se vieron obligados a coger el primer avión que los pudiese traer de vuelta al reino. El circo mediático estaba montado y en funcionamiento, ¡y en esas seguimos!
Entre tanto, los verdaderos afectados (al margen de las víctimas, claro está), es decir, los familiares de los pasajeros siniestrados, se desesperaban ante la (¡oh curioso!) falta de información que de manera oficial se le hacía llegar desde las diversas instituciones públicas y la propia compañía aérea. Tardaron demasiadas horas en conocer el listado oficial de pasajeros, y muchas más para que se les empezase a dar una mínima información de las posibles causas del accidente o el estado en que se encontraban los cadáveres hallados en el lugar del siniestro. Rumores, especulaciones, bailes de cifras, paseíllos y consuelos de políticos, asistencia psicológica y cámaras y micrófonos para que realizasen declaraciones los tenían por todos lados, información real y soluciones, pocas o ninguna. Pero eso, entre tanto circo, era secundario. La comercialización al uso que se hace de los muertos en estos tristes acontecimientos, cocinados y servidos para un público predispuesto a devorarlos mediáticamente [1] , prevalece frente a todo lo demás, incluso sobre los propios afectados de manera directa y su derecho a saber en tiempo real (que no mediático) lo acontecido.
Sin embargo, aunque repugnante, no es el morbo y el amarillismo con el que habitualmente los medios de comunicación de masas tratan este tipo de sucesos (o similares: atentados terroristas, catástrofes naturales, etc.) lo que me ha llevado a escribir estas líneas, sino algo que, a mi juicio, es todavía mucho más grave: El agravio comparativo que se comete en relación con otros sucesos, no muy diferentes, que ocurren periódicamente en este mismo estado español.
El martes 26 agosto, cuando todavía el accidente de Barajas acaparaba portadas y primeras noticias en todos los medios de comunicación, nos despertamos con otra noticia no menos trágica que aquella: 25 subsaharianos rescatados de una patera medio h undida en el mar de Alborán aseguran al llegar al Puerto de Málaga que sólo ellos han sobrevivido de los entre cincuenta y sesenta inmigrantes que iban en la embarcación [2] . Si hacemos las cuentas, trágicas cuentas, nos sale que entre 25 y 35 personas habrían muerto en el mar según las declaraciones de los supervivientes rescatados. Al igual que en el caso de Barajas, las personas fallecidas viajaban en un «medio de transporte» hacia un destino del estado español cuando se vieron afectadas por algún «tipo de fallo» en la «maquinaria» que ocasionó el «accidente». Al igual que en Barajas, en el «medio de transporte» viajaban hombres, mujeres, niños y niñas, y familias enteras han sido visitadas por la muerte cuando no lo deseaban. Al igual que en Barajas los fallecidos han dejando familiares afectados que deben estar ahora retorcidos por el dolor. Al igual que en Barajas algunos afortunados han tenido la suerte de sobrevivir a la tragedia. Sin embargo, no hemos visto en radio, prensa ni televisión una cobertura mediática, política o social de la magnitud que se llevó a cabo la semana pasada. La noticia era una más en los telediarios, una de esas que uno ve de pasada y casi sin prestarle atención, por frecuente, mientras come (al igual que ocurre con los muertos en Iraq, Afganistán o las tragedias naturales en el Caribe, por citar sólo algunos ejemplos). La noticia era una más en los diarios digitales on line y una más en los boletines de radio. Ni programas especiales, ni políticos y reyes que suspenden sus vacaciones para visitar a los supervivientes y solidarizarse con los muertos, ni conexión continua y en tiempo real con las fuentes, ni declaraciones de los afectados, ni ayuda psicológica para sus familiares allá donde estén, ni nada de nada. Eso no tocaba, los muertos inmigrantes en el mar, por frecuentes, no venden. Tampoco a los supervivientes se los tratará como a héroes, ni a los heridos se les hará un tratamiento mediático personalizado sobre su evolución, muy al contrario es bastante posible, por no decir seguro, que se les vuelva a montar en otro «medio de transporte» y se los devuelva a «casa» (y suerte tienen de no ser tratados como delincuentes). Lo que para la tragedia de Barajas son «héroes», para la tragedia del Mar de Alborán son «inmigrantes ilegales», sin más.
Se podría decir, tal vez, que el número de víctimas en este suceso es muy inferior al ocasionado por el accidente de Barajas, y que por ello la cobertura mediática, política y social no puede ser comparable. Se podría, salvo por el hecho de que en el último año ya se han sucedido tragedias de este tipo que igualan en número a los muertos de Madrid, caso de un cayuco que se partió en dos cuando se dirigía hacia las costas de Canarias y que costó 150 vidas al menos [3] , y sin embargo allí tampoco había nada de lo que sí hubo en Barajas. Curiosamente, además, es Canarias, lugar donde tenía su destino el avión accidentado, el territorio del estado español que más se ha visto asolado en los últimos años por tragedias relacionadas con la muerte de inmigrantes en el mar. Sólo entre los meses de octubre y noviembre del pasado año 2007 más de 300 seres humanos perdieron sus vidas en «medios de transporte» que tenían, al igual que el avión de Barajas, Canarias como destino [4] . En total, según nos dicen algunas fuentes oficiales como la Guardía Civil, en menos de dos años han muerto intentado llegar a las costas de las «islas afortunadas» más de 1200 inmigrantes [5] (otras fuentes -el propio gobierno de Canarias- multiplican por tres y por cuatro estos datos). Pero nadie se encargó de poner en marcha en ninguna de estas tragedias, por más víctimas que tuviesen, el circo mediático. No venden. Y todo esto porque hablamos tan sólo de la tragedia de los inmigrantes que «viajan» hacia territorio del estado español, pues si hablásemos a nivel global las cifras de muertos por «accidentes» podrían ser verdaderamente terribles.
En otro trágico suceso acaecido recientemente al menos 150 inmigrantes murieron ahogados frente a las costas de Libia cuando la embarcación en la que se trasladaban con destino a Italia zozobró [6] en el mar. Posiblemente muchos de ustedes ni conociesen la noticia (no tiene ni dos meses). A eso sumémosle los inmigrantes que fallecen tratando de llegar a los EEUU por mar o por tierra, los que mueren en las aguas próximas a las islas oceánicas, y tantos otros repartidos a lo largo y ancho de todo el mundo, y tendremos serios motivos para sentir vergüenza, sin duda. Aunque, pensándolo bien, este trato desigual hacia los muertos acecidos en otros lugares del mundo no vinculados de una u otra manera con el estado español, no se da sólo en el caso de los inmigrantes.
Los muertos en guerras imperialistas, en conflictos olvidados de los que hay activos en muchos lugares del mundo, y hasta en atentados terroristas (siempre y cuando no hablemos de los EEUU o países punteros de la UE) tampoco gozan de mayor cobertura. E incluso los muertos en accidentes aéreos de estos otros lugares del mundo también pasan por los medios españoles sin pena ni gloria. Cuatro días después del accidente aéreo de Barajas ha tenido lugar otra tragedia aérea de grandes dimensiones en Kirguistán [7] , un país de la extinta Unión Soviética. Unas 70 personas murieron al estrellarse un avión Boeing 737 al poco tiempo de despegar del aeropuerto internacional de Manás, a unos 30 kilómetros de Bishkek, capital de Kirguizistán. Pero los programas especiales tampoco se repitieron. Y es que se ve que para esto de los muertos también existe nacionalismo. Si es en España moviliza consciencias, si es allende las fronteras ya la cosa es diferente.
En fin, descansen en paz todas ellas, sin excepción de patria, religión, nacionalidad, o «medio de transporte» en el que viajasen. Pero en especial descansen en paz aquellos cuyos cuerpos no podrán ser honrados por funerales de estado ni ceremonias ecuménicas, aquellos cuyo único lugar en la memoria de los españoles a no mucho tardar será el olvido. Aquellos que no tendrán si quiera la oportunidad de ser partes del circo mediático carroñero que se montan políticos y medios, aquellos que, por ser víctimas del capitalismo y sus injusticias, no merecen si quiera una cobertura personalizada, no vaya a ser que con ello se puedan remover consciencias y poner a la gente cara a cara con sus propias miserias cívicas y morales.
[1] El día del accidente, según datos oficiales, el consumo de televisión se incrementó, hasta un total de 192 minutos por persona que encendió el televisor, frente a un promedio del mes de agosto de 183 y los 182 minutos del día anterior, lo que equivale a un 5% de subida respecto de la media del mes, con Juegos Olímpicos incluidos. (http://www.europapress.es/tv/
[2] http://www.canalsur.es/
[3] http://www.cadenaser.com/
[4] http://santisteban.
[5] http://www.adn.es/ciudadanos/