La reciente elección de Miguel Ángel Rodríguez Echevarría, ex presidente costarricense (1998-2002), como futuro Secretario General de la OEA, dentro del marco de la XXXIV Asamblea General de este organismo, no deja lugar a dudas sobre los nuevos peligros potenciales para la Isla, dado el papel que el mismo ha desempeñado dentro de la campaña […]
La reciente elección de Miguel Ángel Rodríguez Echevarría, ex presidente costarricense (1998-2002), como futuro Secretario General de la OEA, dentro del marco de la XXXIV Asamblea General de este organismo, no deja lugar a dudas sobre los nuevos peligros potenciales para la Isla, dado el papel que el mismo ha desempeñado dentro de la campaña anticubana implementada desde hace décadas por los gobiernos norteamericanos con vistas a aislarla internacionalmente. La probada oposición a la Revolución Cubana por parte de Rodríguez, lo hacen un peón dócil y dispuesto para cumplir tan cuestionado papel.
Desde su ascenso a la presidencia de Costa Rica en 1998, Rodríguez se prestó incondicionalmente a cualquier intento por atacar a Cuba, tomando prestado el discurso político de los principales enemigos de la Revolución, y más de una vez empleó los manidos y falsos argumentos sobre una supuesta falta de democracia en la Isla y las inconsistentes acusaciones sobre violación de los derechos humanos por parte del gobierno cubano. Dentro de esta dirección, el nuevo Secretario General de la OEA se apresuró a declarar hace unos días a EFE: que «la readmisión del gobierno de Cuba en la OEA dependerá de los cambios democráticos que se lleven a cabo en la Isla».
Estas recientes declaraciones de un político vinculado al social cristianismo, que en un momento fue presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América (OCDA) y aupó campañas a favor de la contrarrevolución interna en la Isla, no resultan sorpresivas para Cuba, quien fue separada de la OEA desde 1962 por su apoyo a los movimientos de liberación en el continente. Cuba, por supuesto, no ha necesitado de esta genuflexa organización durante más de cuatro décadas y ha resistido las permanentes acusaciones que han salido de su seno.
El anuncio del próximo arribo de Rodríguez a la cabeza de la OEA despertó un histérico jolgorio entre los representantes de la mafia contrarrevolucionaria de Miami, uno de cuyos representantes, el ambicioso Ricardo Bofill, declaró para el libelo «Contacto Cubano», el 27 de abril del presente, en alusión a uno de los frecuentes contactos que han sostenido con el mismo, lo siguiente: «De manera muy especial, en estas conversaciones, Miguel Ángel Rodríguez nos aseguró que, desde el marco de esta nueva posición ante la OEA, dedicará un gran empeño en promover proyectos específicos de solidaridad hemisférica para con los movimientos de sociedad civil independiente, derechos humanos, resistencia cívica a la opresión y otras manifestaciones de la disidencia cubana».
El cuestionado apoyo de Miguel Ángel Rodríguez a los representantes de la contrarrevolución cubana no es nuevo. En enero de 1999 fue visitado en San José por representantes de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) para sugerirle montara un show publicitario durante la celebración de la IX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, a celebrarse en la Habana en noviembre de ese año. Sin reparo alguno, este personaje se sumó a la carnavalesca campaña junto a Arnoldo Alemán, ex presidente de Nicaragua, y Carlos Menem, entonces presidente de la República Argentina, para sabotear el evento. Rodríguez Echeverría quiso forzar a las autoridades revolucionarias a darle un inaceptable espacio a la contrarrevolución cubana, en una abierta e inaceptable intromisión en los asuntos internos de la Isla. Ante la digna negativa del gobierno cubano, tanto él como los otros títeres de Washington y hermanos carnales de la mafia miamense, se negaron a asistir a la Cumbre.
De la misma manera, Rodríguez usó al gobierno de su país, mientras era presidente del mismo, para impulsar la campaña ideológica contra Cuba, destinada a aislarla internacionalmente. Durante la celebración de las sesiones de la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, nunca Washington encontró y empleó un peón más dócil y servicial.
El odio acérrimo del futuro Secretario General de la OEA hacia Cuba, no decayó luego de dejar la presidencia de su país. En julio de 2003 participó en el seminario «Hacia una democracia en Cuba», celebrado en Madrid bajo las instancias de José María Aznar y su Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES). En esa ocasión, reunido junto a los neo servidores de la Casa Blanca dentro de la Unión Europea, entiéndase el propio Aznar, su canciller Ana Palacios y el Partido Popular español, así como Vaclav Havel, ex presidente de la República Checa, en sórdida unión a otras fuerzas ultra conservadoras como la oscura ONG holandesa Pax Chirti, se dedicó a buscar formas para «diseñar» un cambio democrático en Cuba y para subvencionar la actividad desestabilizadora de los grupúsculos de la contrarrevolución interna en la Isla.
Miguel Ángel Rodríguez declaró en aquella oportunidad: «El pueblo cubano no está ni puede estar solo ante la opresión». Tras bambalinas, recibió la felicitación del siniestro Otto Reich, por ese entonces en Madrid y encargado de repartir las indicaciones de Bush a sus marionetas de turno.
Unos meses antes, el 29 de enero de 2003, había igualmente participado Rodríguez en el «Foro de Madrid 2003: Argentina, Brasil, Colombia, Cuba y Venezuela», espacio al que asistieron representantes de la contrarrevolución cubana. Esta fue otra ocasión en la que el hoy nombrado nuevo Secretario General de la OEA empleó ataques infundados contra Cuba.
Nacido de una familia de recursos económicos limitados y convertido luego, por arte de magia, en próspero productor agroindustrial y cárnico, este representante de la burguesía de su país ha devenido en incondicional representante de la política norteamericana para América Latina. Fue precisamente esa servil disposición a obedecer los dictados de Washington, lo que le ganó la anuencia de Estados Unidos ante otros candidatos a la cabeza de la OEA, entre los que se encontraba otro no menos incondicional a la Casa Blanca, como lo es el ex presidente salvadoreño Francisco Flores. Colin Powell premió a Miguel Ángel Rodríguez cuando declaró el pasado 15 de abril que lo apoyaría en su pretensión por dirigir la OEA. No faltaron, por supuesto, las alabanzas del amo hacia su dócil servidor, cuando el Secretario de Estado norteamericano expresó que Estados Unidos «lo apoyará con todos los medios que podamos».
Residente actualmente en los Estados Unidos, Rodríguez supo entonces que su camino a la secretaría general estaba desbrozado tras la santificación de Washington. Por ello, se apresuró a declarar en esos momentos: «Este apoyo ayuda a que mi candidatura se convierta en candidatura de consenso, al obtener apoyo de todas las Américas para trabajar en el fortalecimiento de la Organización de los Estados Americanos».
Para este periodista, la trayectoria anticubana de Miguel Ángel Rodríguez, su apoyo sostenido a los representantes de la contrarrevolución interna y su coqueteo permanente con los representantes de la mafia de Miami, así como su incondicionalidad a la Casa Blanca, no deparan otra cosa que el empleo de la OEA como punta de lanza para santificar una agresión a Cuba. Este es una real peligro.
Sin embargo, conozco a los cubanos y sé que están preparados para enfrentar a esta nueva maniobra. Me reconforta saber que la divisa empleada por ellos en la década de los sesenta: «Con OEA o sin OEA, ganaremos la pelea», aún se mantiene vigente como una prueba de su total independencia ante los designios de Washington y sus acólitos de América.