1. Nación étnica versus nación territorial. La primera controversia que plantean los nacionalismos periféricos españoles es el concepto de nación aplicable a sociedades plurales como la vasca, la catalana o la gallega. El concepto étnico o cultural mantiene una dialéctica con la realidad social en la que sale perdiendo. Decir que una nación es el […]
1. Nación étnica versus nación territorial.
La primera controversia que plantean los nacionalismos periféricos españoles es el concepto de nación aplicable a sociedades plurales como la vasca, la catalana o la gallega. El concepto étnico o cultural mantiene una dialéctica con la realidad social en la que sale perdiendo. Decir que una nación es el conjunto de personas de un territorio que tienen uno rasgos comunes en lo étnico, cultural, lingüístico o incluso histórico es, hoy por hoy, difícilmente aceptable en cualquier sociedad desarrollada. El desarrollo tecnológico, la globalización y las inmigraciones conforman unas sociedades complejas en las que el concepto de cultura dominante es cada vez más relativo. Pretender adscribir la nación étnica a un territorio determinado o al revés es un error, porque es muy difícil encontrar territorios étnicamente homogéneos. Etnicidad y territorialidad son variables cada vez menos coincidentes.
Hay quien propone desarrollar la idea de la nación personal por encima de la territorial como una realidad concurrente con otros sentimientos de pertenencia. Aunque se cita más a Otto Bauer entre los austromarxistas que se planteaban esta cuestión, fue Karl Renner quien más se centró en la idea de la nación extraterritorial. Para Renner, la nación étnica y cultural puede existir, pero no necesariamente en un territorio determinado, sino en la conciencia de las personas. Podríamos decir que existe la nación catalana, pero ello no significa que Cataluña sea una nación. La nación catalana estaría formada por todas aquellas personas que se identifican con un ser colectivo conformado por unas características comunes, básicamente la lengua, la historia y la cultura en el caso que nos ocupa. Sin embargo, distinto es afirmar que las personas que se reúnen en esta identidad colectiva conforman todo el territorio de Cataluña, y, a la inversa, que en dicho territorio todas las personas que conviven en él comparten dicha identidad nacional. En este sentido, la nación catalana no es Cataluña, sino parte de Cataluña, región en la que, si hubiera conciencia suficiente, podría darse también una nación andaluza, extremeña o gallega. En todo caso, la idea de la nación extraterritorial es interesante para aquellos nacionalismos que como el gallego pueden nutrirse de una comunidad exterior importante.
Los nacionalistas reiteran que el modelo de Estado-nación está en crisis. Aplicado a España, se dice que su pervivencia es insostenible por la pluralidad interna y por la cesión de soberanía a la UE. Al respecto, cabría señalar dos cosas. En primer lugar, la cesión de soberanía «hacia arriba» de los Estados ha sido voluntaria, al participar en un proyecto político superior. Sin embargo, el proyecto europeo está estancado precisamente porque la dinámica intergubernamental es la dominante. La cesión de soberanía se ha detenido justo en el momento en el que había que avanzar en el proyecto constituyente de un nuevo Estado. El resultado es que ni hay Estado ni hay demos europeo que le diera sentido. La UE, todavía sin Constitución, no está gobernada por una Comisión y un Parlamento con entera legitimidad democrática, sino por las conferencias intergubernamentales tanto ministeriales como de Jefes de Estado y de Gobierno. En una palabra, son los Estados nacionales, y no las instituciones de la UE, los que la gobiernan de forma coordinada.
En segundo lugar, muchos nacionalistas no se aperciben de que los mismos argumentos empleados para negar la realidad del Estado-nación pueden emplearse para negar las naciones sin Estado de base étnica. ¿Acaso la ausencia de una comunidad étnica en España no es imputable también a Cataluña, País Vasco e incluso Galicia? ¿España no es étnicamente homogénea pero sí lo son los tres territorios citados? España es plurinacional, sí, ¿pero Cataluña, País Vasco, Galicia, Escocia o el Quebec no lo son también?
2. ¿Federalismo plurinacional o confederalismo?
Este es precisamente el punto débil de la propuesta denominada «federalismo plurinacional», que en España es defendida por los profesores Caminal, Requejo, Máiz, Pastor, Carrillo o Bastida, entre otros. La presentan como una opción a los nacionalismos periféricos. En las I Jornadas de Análisis Político Crítico, celebradas en Bilbao los días 14 y 15 de noviembre, el profesor Caminal fue muy explícito al recordar que los independentismos vasco, gallego o catalán no pueden negar al Estado-nación y pretender otros Estados más pequeños y supuestamente nacionales, porque estarían reproduciendo aquello que critican. Por lo tanto, no defiende la creación de nuevos Estados nacionales, sino transformar el Estado español en un Estado plurinacional.
Sin embargo, aquí encontramos un elemento contradictorio: ¿cuáles son los criterios utilizados por los federalistas plurinacionales para el reconocimiento de las naciones que conforman el Estado? ¿Son realmente distintos a los empleados por los nacionalistas? En este punto, considero que Caminal es ambiguo, como lo es Kymlicka cuando trata de definir los criterios de localización de las minoráis nacionales en las sociedades plurales. Caminal sostiene que el hecho nacional diferencial dentro del Estado está definido por lo que denomina «comunidad ética», que contrasta con la étnica de los nacionalistas. Esta comunidad ética conformaría una nación moderna y plural, pero diferenciada de las otras nacionalidades y regiones que hay en el Estado. Para Caminal, esta diferencia es «evidente», pero no explica cómo una sociedad puede diferenciarse de otra por elementos que no sean étnicos. Es decir, cómo diferenciamos una comunidad ética de otra, si no es porque haya protagonizado ya un proceso constituyente distinto. La lengua o la raza son elementos fácilmente perceptibles, pero la voluntad política sólo lo es si se expresa efectivamente, constituyendo un elemento mucho más relativo.
Los federalistas plurinacionales resuelven el acertijo diciendo que los elementos étnicos favorecen la conciencia nacional, pero que no son imprescindibles. En el fondo, apelan a ellos tanto como los nacionalistas. Su idea de la plurinacionalidad es la misma, y errónea en cierta medida. Para entenderlo mejor, debemos distinguir la plurinacionalidad sociológica de la política. Desde un punto de vista sociológico entendemos la plurinacionalidad de España porque conviven personas de nacionalidades y sentimientos de pertenencia distintos. Pero entonces Cataluña, el País Vasco, Galicia o Ribadeo también son plurinacionales. Cualquier barrio, cualquier calle, cualquier pueblo mediano es plurinacional. La plurinacionalidad es transversal y se extiende progresivamente por espacios cada vez más reducidos.
Pero cuando se pide reconocimiento nacional político, se entiende la plurinacionalidad del Estado como si las naciones que lo conforman fueran lechos de Procusto, unos compartimentos-estanco internamente homogéneos. Eso no es verdad, la realidad es tozudamente contraria, y el empeño de buscar reconocimientos colectivos a partir de elementos culturales, lingüísticos o étnicos es cada vez más inverosímil en las sociedades modernas. Sólo las sociedades atrasadas pueden presumir de homogeneidad cultural y étnica.
Por otra parte, el reconocimiento nacional en los federalistas plurinacionales no es testimonial, sino que lleva aparejado la atribución de la soberanía como fuente originaria de poder. De ahí que algunos nacionalismos e independentismos se definen como «soberanistas». Al margen de la mayor o menor relatividad del concepto en el mundo actual, los federalistas plurinacionales adscriben cotas de soberanía a las naciones que, dicen, conforman el Estado español. Estas naciones deciden o no formar parte del Estado (ellos recomiendan que sí), con sus parlamentos, sus poderes, sus propios sistemas fiscales (extensión del concierto vasco), y sus relaciones bilaterales tanto con el Estado como con el resto de naciones (no ya con el resto de Comunidades Autónomas, porque éstas estarían integradas en la Nación Castellana si se constituyera, o seguirían formando parte a un nivel inferior del «resto del Estado español», que es con el que realmente se relacionarían de forma directa).
Sería interesante que en España profundizáramos en el debate sobre el federalismo, porque a lo mejor no hablamos de lo mismo. Lamentablemente, el pensamiento federal no ha tenido un merecido desarrollo en nuestro país, a pesar de contar con un divulgador como Pi y Margall y de llegar a constituir una República Federal en 1873. El debate de la Asamblea Federal de Zaragoza de 1872 entre los proyectos de Pi y de Salmerón es tan interesante como desconocido. En España, la dialéctica entre centralismo y descentralización se ha llevado siempre al combate entre nacionalismos periféricos y nacionalismo español. El federalismo como opción ha permanecido siempre desdibujada, lo que ha tenido como traducción que el planteo constitucional de 1978 se asocia formalmente a la propuesta de «Estado regional» teorizada por el profesor Ferran Badía, y se soslaya la inspiración federal del modelo autonómico. La sustitución del federalismo por el autonomismo como concepto dominante en el debate político español posterior a 1978 ha dado lugar a que algunos pensadores denominen federalismo a lo que no es sino una propuesta claramente confederal, que no se basa en el reparto entre una soberanía nacional y otra territorial (representada en una Cámara federal), sino en la quiebra de la soberanía nacional entre distintas soberanías territoriales independientes de hecho, que se coordinarían en algunos temas. El federalismo plurinacional no es fundamentalmente una propuesta de organización federal del Estado, sino de reconocimiento nacional de algunos de sus territorios, que serían los que configurarían la planta del nuevo Estado. Asimismo, priman el principio de bilateralidad sobre los de coordinación, cooperación y colaboración, que son básicos en los federalismos alemán y austriaco.
Por lo tanto, la base del reconocimiento nacional que defienden los federalistas plurinacionales es la de los nacionalistas: el recurso inevitable a los criterios «objetivos» como base identificable de una nación, la soberanía compartida entre las nuevas naciones, y la relación bilateral entre ellas y entre ellas y el Estado. A mi modo de ver, esto no es un Estado federal, sino confederal. Por eso los nacionalismos periféricos rechazan el federalismo, pero se adaptan al confederalismo y comparten su idea de plurinacionalidad. Hay que reconocer, empero, que la idea del profesor Caminal de contraponer su «federalismo» al nacionalismo, a pesar de sus coincidencias básicas, y de plantearlo como un elemento de transformación del Estado que evite su fragmentación formal, supone una aportación discutible pero interesante desde Barcelona que debería atenderse en el resto de España, sobre todo por parte de las izquierdas.
3. Los paradigmas de la izquierda abertzale.
Y, finalmente, la izquierda abertzale en el contexto actual. La sensación general que percibí en dichas Jornadas fue de pesimismo. Por diversas razones:
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la contundencia de la respuesta política, policial y jurídica del Estado tras el fracaso de la negociación política;
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la dificultad de articular una respuesta unitaria y efectiva ante la reiterada detención de comandos y la imposibilidad de configurar un referente político estable, tras las ilegalizaciones de ANV y PCTV (uno de los ponentes, que trató sobre la «represión jurídico-legal» del Estado sobre el MVLN, llamó la atención sobre la ilegalización de partidos, asociaciones y periódicos, pero no del sindicato LAB);
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el escaso avance cultural e ideológico del nacionalismo en la sociedad vasca: puede que el PNV gane elecciones, pero eso no significa que avance la idea de la «construcción nacional» entre la sociedad;
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en relación con lo anterior, la «traición» del PNV y su posibilismo.
El profesor Eduardo Apodaka aportó un estudio sociológico sobre los sentimientos de pertenencia entre los vascos a partir de todas las encuestas realizadas en el período 1978-2006. La conclusión es que la pluralidad de la sociedad vasca impide la aplicación de un proyecto colectivo mayoritario, ya sea nacionalista o constitucionalista. Asimismo, se denuncian los límites de la política del PNV en materia de:
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ruptura institucional, a pesar del Plan Ibarretxe, que la dirección actual parece querer guardar en un cajón, anteponiendo en la actualidad el pacto con el Estado que se expresa en el apoyo a los últimos PGE del Gobierno central, así como a la negociación del cupo y a la presentación del llamado «Concierto Político con el Estado» a cargo de Iñigo Urkullu, y
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política cultural y lingüística, que se limita a la organización de eventos reivindicativos y a la política de subvención, lo que se acompaña con el frenazo al proyecto del consejero Tontxu Campos (EA) de extender el modelo de inmersión, ante la negativa del PSE, CC.OO, UGT y diversas asociaciones de padres y educativas.
Por consiguiente, la heterogeneidad de la sociedad vasca, las dificultades operativas del MVLN y la defección del nacionalismo moderado a una ruptura con el Estado definen un contexto socio-político en el que el proyecto de construcción nacional se ve estancado. Una cosa es que PNV y EA ganen las elecciones, y otra es que avance el nacionalismo como proyecto político, social y cultural. Lo que puede servir también para los casos catalán y gallego. En Cataluña, porque el nacionalismo políticamente dominante se enfrenta al desapego de la sociedad, que se manifiesta en unas alarmantes tasas de abstención electoral. En Galicia, porque el nacionalismo ni siquiera es la fuerza dominante y porque la conciencia nacional que hay en la sociedad gallega no es equiparable en términos cuantitativos.
En esta situación, el nacionalismo y la izquierda abertzale se ven inmersos en un debate sobre el qué hacer, recordando a Lenin. En materia lingüística, por ejemplo, surge la duda de la estrategia más adecuada ante la escasa penetración social del euskera: realismo o esencialismo. Alguien dijo que por muy activas que sean las políticas lingüísticas, no hay nada que hacer si La Oreja de Van Gogh canta en castellano.
Teniendo en cuenta los cuatro sectores sociales identificados por los estudios sociológicos presentados por el profesor Apodaka, cabría preguntarse sobre si se pueden identificar con otros cuatro referentes políticos, a saber: PNV, PSE, PP e izquierda abertzale. Esto requiere dos matices:
– primero, que habrá que ver cómo se articula el referente independentista tras la imposibilidad de la izquierda abertzale de presentarse como tal a las próximas elecciones autonómicas, y la separación de EA del PNV, que aspira a ser el referente de ese voto junto a Aralar paraque no vaya a la abstención;
– segundo, en qué medida la división del centro-derecha navarro y la sustitución de María San Gil afecta al PP vasco.
En cualquier caso, parece que el contexto de cuatro grandes actores políticos podría confluir en dos sectores dominantes, referidos al PNV y al PSE. En ese caso, si bien Apodaka destacaba la inestabilidad política derivada de la imposibilidad de articular mayorías estables a partir de sendos frentes, nacionalista y constitucionalista, por la estabilidad de la fragmentación citada, tras las elecciones puede configurarse un contexto relativamente distinto, en el que los dos referentes dominantes volvieran a una política de transversalidad nacionalista-constitucionalista y, por consiguiente, a un pacto entre PNV y PSE. Ello debería suponer, a mi modo de ver, el apartamiento definitivo del actual lehendakari por parte de su propio partido, ávido de adoptar una política más posibilista con el Partido Socialista tanto en Bilbao como en Madrid. Ello permitiría al PSOE encarar el resto de la legislatura sin tener que aguardar el apoyo de los partidos nacionalistas catalanes, con los que las relaciones son ambivalentes. En la coyuntura actual, pues, PNV y BNG pueden sustituir con cierta estabilidad a CiU y ERC, a cambio de negociación presupuestaria, inversiones y competencias. Habría que recordar, en este sentido, que las dos coyunturas políticas más positivas para el Pais Vasco coincidieron con el acuerdo nacionalista-socialista: el pacto estatutario de 1936 entre Aguirre y Prieto, y los diez años de gobiernos Ardanza-Jáuregui.
Por lo que se refiere al mundo abertzale, el profesor Mario Zubiaga, de la UPV-EHU, planteó el contraste que hay en la izquierda abertzale entre dos paradigmas tradicionalmente dominantes pero que van siendo difícilmente complementarios: el de poder, que implica la identificación con un proyecto rupturista y resistencialista al margen de las condiciones objetivas, o el de influencia, que pretendería promover la construcción nacional como proyecto de hegemonía social en términos gramscianos. Ello implicaría priorizar el trabajo social en lugar de la lucha armada. El tiempo dirá cuál de estos dos paradigmas se impone en el seno de la izquierda abertzale. Por el bien de todos, que sea el segundo.
Daniel Guerra, politólogo.