Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Los analistas de la energía tienen asumido desde hace mucho tiempo que, en un momento dado, la creciente preocupación internacional por el cambio climático daría como resultado una inmensa reestructuración de la empresa energética mundial. El resultado sería un sistema más ecológico y menos degradante del clima. En ese futuro, los combustibles fósiles serían superados por las energías renovables, mientras que el petróleo, el gas y el carbón quedarían relegados a un papel cada vez más marginal en la ecuación energética global. En su World Energy Outlook 2019, por ejemplo, la Agencia Internacional de Energía (AIE) predijo que, para 2040, las energías renovables reemplazarían finalmente al petróleo como principal fuente energética del planeta y el carbón desaparecería en gran medida de la combinación de combustibles. Sin embargo, como resultado de la Covid-19, es posible que ya no tengamos que esperar otros 20 años para que se produzca una transición cósmica de este tipo: se está produciendo justo en estos momentos.
Así pues, tómense un respiro y, en medio de todas las malas noticias que llegan sobre una pandemia mundial mortal, consideren esto: cuando se trata de energía, lo que se esperaba que tardara al menos dos décadas en el escenario más optimista de la AIE, puede ocurrir ahora en solo unos pocos años. Sucede que el impacto de la Covid-19 está remodelando la ecuación energética mundial, junto con muchas más cosas, de maneras inesperadas.
Que la energía se vea fuertemente afectada por la pandemia no debiera sorprendernos. Después de todo, el uso de combustibles está estrechamente alineado con la actividad económica y la Covid-19 ha dejado en suspenso gran parte de la economía mundial. Con fábricas, oficinas y otros negocios cerrados o apenas funcionando, naturalmente hay menos demanda de energías de todo tipo. Pero los impactos de la pandemia van mucho más allá de eso, ya que nuestros principales mecanismos para afrontarla (distanciamiento social y requisitos para quedarse en casa) tienen implicaciones excepcionales en el consumo de energía.
Entre los primeros y más dramáticos encontramos una disminución asombrosamente profunda de los vuelos, viajes en automóvil y viajes de placer; actividades que justifican gran parte del uso diario de petróleo. Los viajes aéreos en Estados Unidos, por ejemplo, han disminuido en un 95% desde hace un año. Al mismo tiempo, el consumo personal de electricidad para el teletrabajo, la educación a distancia, las conversaciones grupales y el entretenimiento se ha disparado. En Italia, por ejemplo, Microsoft informa de que el uso de sus servicios en la nube para reuniones de equipo, un consumidor voraz de electricidad, ha aumentado en un 775%.
Todo esto representa respuestas temporales a la pandemia. Sin embargo, a medida que los funcionarios del gobierno y sus asesores científicos comiencen a hablar de regresar a una apariencia de “normalidad”, cada vez está más claro que muchas de esas prácticas relacionadas con la pandemia persistirán de alguna forma durante mucho tiempo y, en algunos casos, pueden resultar permanentes. Es probable que el distanciamiento social siga siendo la norma en los espacios públicos durante muchos meses, si no años, reduciendo la asistencia a los parques temáticos y a los principales eventos deportivos, que también suelen implicar muchos desplazamientos en coche. Muchos de nosotros nos estamos acostumbrando también a trabajar desde casa y es posible que no tengamos prisa por reanudar un viaje diario de 30, 60 o 90 minutos hasta el trabajo. Algunos colegios y universidades, ya bajo presión financiera de diversos tipos, pueden abandonar las clases presenciales en muchas materias y confiar mucho más en el aprendizaje a distancia.
No importa cómo evolucione finalmente esta pandemia, el mundo posterior a la Covid-19 tendrá seguramente un aspecto muy diferente al anterior y es probable que el uso de la energía se encuentre entre las áreas más afectadas por las transformaciones en curso. Sería claramente prematuro hacer predicciones radicales sobre el perfil energético de un planeta posterior al coronavirus, pero hay algo que parece realmente posible: la gran transición, crucial para evitar los peores resultados del cambio climático, originalmente proyectada para que sobreviniera dentro de varias décadas, podría terminar sucediendo significativamente de forma más rápida, incluso a costa de bancarrotas generalizadas y desempleo prolongado para millones de personas.
El dominio del petróleo en peligro
A medida que 2019 llegaba a su fin, la mayoría de los analistas de la energía asumieron que el petróleo continuaría dominando el paisaje global durante la década de 2020 del mismo modo en que lo había hecho en las últimas décadas, con el resultado de cantidades cada vez mayores de emisiones de carbono enviadas a la atmósfera. Por ejemplo, en su International Energy Outlook 2019, la Administración de Información Energética (EIA, por sus siglas en inglés) del Departamento de Energía de EE. UU. predijo que el uso mundial de petróleo en 2020 ascendería a 102,2 millones de barriles por día. Eso representaría un aumento de 1,1 millones de barriles desde 2019 y representaría el segundo año consecutivo en el que el consumo global hubiera superado el notable umbral de 100 millones de barriles por día. De forma bastante sombría, la EIA proyectó que la demanda mundial continuaría subiendo hasta llegar a 104 millones de barriles por día en 2025 y 106 millones de barriles en 2030.
Al llegar a esas proyecciones, los analistas de la energía asumieron que los factores responsables de impulsar el uso del petróleo en los últimos años iban a persistir en el futuro: la creciente propiedad de automóviles en China, India y otras naciones en desarrollo; desplazamientos cada vez mayores a medida que los precios inmobiliarios en alza obligaban a las personas a vivir cada vez más lejos del centro de la ciudad; y un aumento exponencial en los viajes aéreos, especialmente en Asia. Por lo general, se suponía que esos factores compensarían con creces cualquier caída en la demanda causada por una mayor preferencia por los autos eléctricos en Europa y en algunos otros lugares. Según sugeríaHYPERLINK «https://www.bp.com/content/dam/bp/business-sites/en/global/corporate/pdfs/energy-economics/energy-outlook/bp-energy-outlook-2019.pdf» el gigante petrolero BP en su Energy Outlook 2019: “Todo el crecimiento de la demanda proviene de las economías en desarrollo, impulsado por la floreciente clase media en las mismas, sobre todo en Asia”.
Incluso en enero, cuando el coronavirus comenzó a extenderse desde China a otros países, los analistas de la energía imaginaron pocos cambios en tales predicciones. Al informar de “un fuerte impulso continuo” en el uso del petróleo entre las principales economías en desarrollo, la AIE reafirmó, como de costumbre, su creencia en que el consumo global crecería en más de un millón de barriles diarios en 2020.
Esa Agencia ha comenzado a cambiar de tono solo recientemente. En su último Informe del Mercado del Petróleo proyectó que el consumo mundial de petróleo en abril caería a la asombrosa cifra de 29 millones de barriles por día en comparación con el mismo mes del año anterior. Esa caída, por cierto, es el equivalente al consumo total de petróleo en 2019 de Estados Unidos, Canadá y México. Aún así, los analistas de la AIE asumieron que todo esto sería un fenómeno pasajero. En ese mismo informe, también predijo que la actividad económica mundial se recuperaría en la segunda mitad de este año y, para diciembre, el uso del petróleo estaría ya a pocos millones de barriles de los niveles de consumo anteriores al coronavirus.
Sin embargo, otros indicadores sugieren que esas predicciones optimistas acabarán siendo muy fantasiosas. La probabilidad de que el consumo de petróleo se acerque a los niveles de 2018 o 2019 para fin de año o incluso a principios de 2021 parece ahora notablemente poco realista. De hecho, es dudoso que esas proyecciones anteriores sobre el crecimiento futuro sostenido de la demanda de petróleo se materialicen alguna vez.
Una economía mundial destrozada
Para empezar, el regreso a los niveles de consumo anteriores a la Covid-19 supone una restauración razonablemente rápida de la economía mundial tal y como era, con Asia a la cabeza. En este momento, sin embargo, no hay evidencias de que ese resultado sea probable.
En su informe de abril del World Economic Outlook [Perspectivas de la Economía Mundial], el Fondo Monetario Internacional pronosticó que la producción económica mundial caería un 3% en 2020 (que ahora resulta una clara subestimación) y que los duros impactos de la pandemia, incluido el desempleo generalizado y la quiebra del comercio, persistirán hasta bien entrado 2021 o más allá. En total, sugería, la pérdida acumulada del PIB mundial en 2020 y 2021, a consecuencia de la pandemia, ascenderá a unos 9.000 millones de dólares, una suma mayor que las economías de Japón y Alemania combinadas (y eso suponiendo que el coronavirus no vuelva aún más ferozmente a finales de 2020 o 2021, como hizo la “gripe española” en 1918).
Este y otros datos recientes sugieren que cualquier idea de que China, India y otras naciones en desarrollo van a reanudar pronto su trayectoria ascendente de consumo de petróleo y a salvar a la industria petrolera mundial parece ser muy descabellada. De hecho, el 17 de abril, la Oficina Nacional de Estadísticas de China informó que el PIB del país se redujo un 6,8% en los primeros tres meses de 2020, la primera disminución de este nivel en 40 años y un golpe asombroso para el modelo de crecimiento de ese país. A pesar de que los responsables del gobierno van abriendo de nuevo fábricas y otros negocios clave lentamente, la mayoría de los observadores creen que estimular un crecimiento significativo resultará extremadamente difícil dado que los consumidores chinos, traumatizados por la pandemia y las medidas de cierre que la acompañan, parecen reacios a realizar nuevas compras o realizar viajes de turismo y similares.
Y tengan en cuenta que una desaceleración en China tendrá consecuencias espectaculares en las economías de muchas otras naciones en desarrollo que dependen del turismo de ese país o de sus importaciones de petróleo, cobre, mineral de hierro y otras materias primas. Después de todo, China es el principal destino de las exportaciones de muchos países asiáticos, africanos y latinoamericanos. Con las fábricas chinas cerradas u operando a un ritmo reducido, la demanda de sus productos se ha desplomado ya, causando dificultades económicas generalizadas a sus poblaciones.
Añadan todo esto a la creciente ola de desempleo en Estados Unidos y en otros lugares, y parecería que la posibilidad de que el consumo mundial de petróleo regrese a los niveles previos a la pandemia en el corto plazo, aunque sea mínimamente, es en el mejor de los casos modesta. De hecho, las principales naciones exportadoras de petróleo han llegado evidentemente a esta conclusión por sí mismas, como lo demuestra el extraordinario acuerdo del 12 de abril por el que saudíes, rusos y otros países exportadores importantes convinieron reducir la producción mundial en casi 10 millones de barriles por día. Fue un intento desesperado de impulsar los precios del petróleo, que habían caído en más del 50% desde principios de año. Y tengan en cuenta que incluso esta reducción, sin precedentes en escala, es poco probable que evite un mayor descenso de esos precios, ya que las compras de petróleo continúan cayendo una y otra vez.
Hacer las cosas de manera diferente
Es probable que los analistas de la energía argumenten que, si bien la recesión durará sin duda más tiempo que el pronóstico optimista de la AIE, tarde o temprano el uso del petróleo volverá a sus pautas anteriores, una vez más al nivel de los 100 millones de barriles por día. Pero esto parece muy poco probable, dada la forma en que la pandemia está remodelando la economía global y el comportamiento humano cotidiano.
Después de todo, los pronósticos de la AIE y de la industria petrolera dan por sentado un mundo totalmente interconectado en el que el tipo de crecimiento dinámico que esperamos de Asia en el siglo XXI alimentará, tarde o temprano, el vigor económico a nivel mundial. Una vez más, amplias cadenas de suministros transportarán materias primas y otros insumos a las fábricas chinas, mientras que las piezas y productos terminados chinos se enviarán a los mercados de todos los continentes. Pero tanto si la economía de ese país comienza a crecer nuevamente o no, es poco probable que un modelo económico globalizado como este prevalezca en la era posterior a la pandemia. De hecho, muchos países y empresas están comenzando a reestructurar sus líneas de suministro para evitar una dependencia a gran escala de proveedores extranjeros, buscando alternativas más cercanas a sus hogares, una tendencia que probablemente persistirá después de que se levanten las restricciones relacionadas con la pandemia (especialmente en un mundo en el que el “nacionalismo” al estilo Trump parece seguir aumentando).
“Habrá que volver a plantearse el nivel en el que un país quiere depender de cualquier otro país”, sugiere la destacada miembro del Council of Foreign Relations llamada, muy adecuadamente, Elizabeth Economy. “No creo que este sea el fin de la globalización. Pero esta situación acelera el tipo de pensamiento existente en la administración Trump de que hay tecnologías críticas, recursos críticos, capacidad de fabricación de reserva que queremos que esté aquí, en Estados Unidos, en caso de crisis”.
Otros países van a tener que empezar a planificar en líneas similares, lo que llevará a una disminución significativa del comercio transcontinental. Por supuesto, será preciso incrementar el comercio local y regional para compensar esta disminución, pero es probable que el impacto neto sobre la demanda de petróleo sea negativo a medida que disminuya el comercio de larga distancia y los viajes. Para China y otras potencias asiáticas en ascenso, esto también podría significar una tasa de crecimiento más lenta, que exprimirá a esas “clases medias florecientes” que, a su vez, se suponía que iban a ser las principales impulsoras locales (de forma muy literal, en el caso de la culturas alrededor del coche en esos países) del consumo de petróleo.
Cambio hacia la electricidad y mayor dependencia de las energías renovables
Otra tendencia que el coronavirus probablemente acelerará será la de una mayor dependencia del teletrabajo por parte de corporaciones, gobiernos, universidades y otras instituciones. Incluso antes de que estallara la pandemia, muchas compañías y organizaciones comenzaban a depender más de la teleconferencia y las operaciones de trabajo desde casa para reducir los costes de viaje, los dolores de cabeza e incluso, en algunos casos, las emisiones de gases de efecto invernadero. En nuestro nuevo mundo, es probable que el uso de estas técnicas se vuelva mucho más común.
“La pandemia de la Covid-19 es, entre otras cosas, un experimento masivo de teletrabajo”, observaron Katherine Guyot e Isabel Sawhill, de la Brookings Institution, en un informe reciente. “Hasta la mitad de los trabajadores estadounidenses trabajan actualmente desde su hogar, más del doble de la fracción que lo hizo (al menos ocasionalmente) en 2017-2018”.
Señalaron también que muchos de esos trabajadores no estaban familiarizados con la tecnología de teletrabajo cuando comenzó este gran experimento, pero que rápidamente dominaron las habilidades necesarias. Dadas las pocas opciones al respecto, los estudiantes de secundaria y universitarios también se están volviendo más expertos en el teletrabajo a medida que sus escuelas cambian al aprendizaje remoto. Mientras tanto, las empresas y las universidades están invirtiendo masivamente en el hardware y software necesarios para tales comunicaciones y enseñanza. Como resultado, Guyot y Sawhill sugieren: “El brote está acelerando la tendencia hacia el teletrabajo, posiblemente a largo plazo”.
Cualquier gran aumento del teletrabajo tendrá un impacto doble espectacular en el uso de la energía: las personas conducirán menos, reduciendo su consumo de petróleo, al tiempo que dependerán más de la teleconferencia y la informática en la nube y, por lo tanto, aumentarán su uso de electricidad. “El coronavirus nos recuerda que la electricidad es más indispensable que nunca”, dice Fatih Birol, director ejecutivo de la AIE. “Millones de personas están ahora confinadas en sus hogares, recurriendo al teletrabajo para hacer su trabajo”.
Una mayor dependencia de la electricidad, a su vez, tendrá un impacto significativo en la naturaleza misma del consumo de combustibles primarios, ya que el carbón comienza a perder su papel dominante en la generación de energía eléctrica y es reemplazado a un ritmo cada vez más acelerado por las energías renovables. En 2018, según el World Energy Outlook 2019 de la AIE, un 38% de la generación mundial de electricidad era aún suministrado por el carbón, otro 26% por el petróleo y el gas natural, y solo un 26% por las energías renovables; el 10% restante provino de las nucleares y otras fuentes de energía. Se esperaba que esto cambiara de forma espectacular con el tiempo a medida que las políticas conscientes respecto al clima empezaran a tener un impacto significativo, pero, incluso en los escenarios más esperanzadores de la AIE, solo después de 2030 sería cuando las energías renovables podrían alcanzar el nivel del 50% en la generación de electricidad. Sin embargo, es probable que, con la Covid-19, ese proceso se acelere ahora, ya que las compañías eléctricas se ajustan a la desaceleración económica global y tratan de minimizar sus costes.
Ante el cierre de muchas empresas, el uso neto de electricidad en Estados Unidos ha disminuido realmente algo en estos meses, aunque no tanto como la caída en el uso del petróleo, dada la forma en que el consumo de electricidad en el hogar ha compensado la caída en la demanda empresarial. A medida que compañías de suministros públicos se adaptan a este entorno desafiante, descubren que la energía eólica y solar son a menudo las fuentes menos costosas de energía primaria, con el gas natural justo detrás, siendo el carbón la más cara de todas. Así pues, en la medida en que están invirtiendo en el futuro, parecen estar favoreciendo grandes proyectos solares y eólicos, que pueden de hecho empezar a operar con relativa rapidez asegurando los ingresos necesarios. Las nuevas plantas de gas natural tardan más en instalarse y el carbón no ofrece ninguna ventaja.
En las profundidades del desastre global, es aún demasiado pronto para hacer predicciones detalladas sobre el panorama energético de las décadas futuras. No obstante, parece que la actual pandemia, aún en momentos de furia, está forzando cambios drásticos en la forma en la que consumimos energía, y que es probable que muchos de estos cambios persistan de alguna manera mucho después de que se haya amansado al virus. Dada la naturaleza ya extrema del calentamiento de este planeta, es probable que tales cambios resulten catastróficos para las industrias del petróleo y el carbón, pero beneficiosos para el medio ambiente y también para el resto de todos nosotros. Mortal, disruptiva y económicamente devastadora como ha demostrado ser la Covid-19, puede acabar resultando que al menos, en retrospectiva, haya tenido este aspecto positivo.
Michael T. Klare, colaborador habitual de TomDispatch.com, es profesor emérito de estudios por la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College, e investigador en la Arms Control Association. Es autor de quince libros, entre los que figura el recién publicado All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change (Metropolitan Books).
Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/176694/
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