Bachir Cheikh Urga y Fatma Farrah Djamai no saben cuándo es la fecha exacta de su cumpleaños. Esta pareja de saharauis nació en el desierto, cerca de El Aaiún, cuando el Sáhara era provincia española. Sus familias eran nómadas y vivían en jaimas. En 1975, tras la ocupación de Marruecos se vieron obligados a trasladarse […]
Bachir Cheikh Urga y Fatma Farrah Djamai no saben cuándo es la fecha exacta de su cumpleaños. Esta pareja de saharauis nació en el desierto, cerca de El Aaiún, cuando el Sáhara era provincia española. Sus familias eran nómadas y vivían en jaimas. En 1975, tras la ocupación de Marruecos se vieron obligados a trasladarse a los campamentos en el sur de Argelia. Bachir tiene 32 años y su mujer, 31, aunque en sus pasaportes argelinos ponga que nacieron en 1971 en Tinduf. Los saharauis luchan por recuperar su memoria, su pasaporte y su país. Bachir y Fatma son víctimas de la historia. Ahora viven en Zaragoza, esperando a que se resuelva el conflicto del Sáhara para volver a casa.
En Aragón viven más de un centenar de saharauis. No son inmigrantes por motivos económicos, no han venido a mejorar su situación y ahorrar dinero, ni quieren establecerse aquí en el futuro. Son inmigrantes políticos que esperan que se resuelva la situación del Sáhara Occidental, la antigua provincia española ocupada por Marruecos y pendiente de la celebración de un referéndum, prometido desde 1991. Su sueño es volver.
Muchos vienen a formarse, como Bachir, que llegó a Zaragoza en 1992 a estudiar con una beca. Antes pasó los veranos en Italia, Francia y Grecia, y seis años en Cuba. La solidaridad internacional es el gran sustento de los campamentos saharauis. En Zaragoza, Bachir se examinó de Selectividad y empezó Medicina. Al año siguiente, le retiraron la beca y tuvo que ponerse a trabajar por las noches en una panadería. Ahora trabaja de viernes a domingo, en una empresa de limpieza de fábricas, en Navarra. Entre semana, estudia en la Universidad y quiere acabar la carrera este año. Sólo le quedan cuatro asignaturas.
A las siete y media de la mañana, Bachir sale de su piso de Torrero, coge el autobús 42 y se va a la Universidad (cuando hace buen tiempo, va caminando). A las ocho tiene la primera clase. «Estudiar y trabajar a la vez es duro. Espero acabar en junio. Elegí Medicina porque tiene mucha utilidad, quiero ayudar a los demás», afirma. «Pero aquí la carrera es demasiado teórica y un poco decepcionante. Me gustaría que fuera más práctica, más pegada a la realidad. Estudio para ser médico en el Sáhara», asegura.
Fatma se queda por las mañanas en casa cuidando de la pequeña Aya, que tiene cinco meses, o va a hacer algún recado. Esta semana ambas están acatarradas y se acurrucan en el sofá con los ojos vidriosos. Fatma está ahora de baja maternal, pero espera volver a trabajar este mes. Lleva un año en una empresa de conservas, donde hace de auxiliar administrativa, traductora y encargada de ventas con el Medio Oriente. Habla cuatro idiomas: árabe, inglés, francés y español. Su hermana Zainab, de 23 años, acaba de llegar de los campamentos para echarle una mano con la casa.
Fatma llegó a Zaragoza en 2001 para aprender español y seguir formándose. Casarse y tener hijos no entraba entonces en sus planes. Esta mujer de mirada profunda nació, también, en el de-sierto saharaui. Tras la ocupación, se trasladó con su familia a Tinduf. Estudió Filología Inglesa en Argelia y después vivió seis años en EE UU. Allí hizo la tesis, estudió un máster en Relaciones Internacionales y trabajó de traductora y profesora de árabe para la Administración. Pese a la enorme distancia entre el desierto y la vida en Washington, nunca perdió sus raíces. «Los veranos volvía al Sáhara. Quería estar con mi familia y sentir lo que ellos sienten: el calor, la falta de comida, la espera…», cuenta. También trabajó para Naciones Unidas en los campamentos.
Fatma y Bachir se conocían desde pequeños, sus familias habían vivido juntas en el desierto. En Zaragoza retomaron su relación y se casaron en 2003. El año pasado nació Aya. Sus padrinos son Guillermo, un amigo zaragozano y Aya, una japonesa que vivió con Fatma en EE UU. «Cuando estábamos juntas, le prometí que si tenía una hija llevaría su nombre», cuenta la madre.
Bachir llega a casa de la Universidad poco antes de las tres. Fatma ha preparado harira (sopa con verduras) y cuscús. Llaman al timbre, es Fadli, un hermano de Bachir que vive en Zaragoza desde octubre de 2003. No tiene casa ni trabajo fijo, así que muchos días se pasa a comer. Fadli -de 31 años- se descalza, reza en una habitación contigua (son musulmanes) y se dispone a preparar el té con un hornillo de cámping gas sobre la alfombra del salón.
«Cuando llaman al timbre, siempre abrimos, seguro que es un amigo», afirma Fatma. «En el Sáhara vivíamos en jaimas, que no tienen puertas. Los amigos entraban cuando querían», apunta Bachir. El cambio de la vida nómada al «encierro» en los campamentos ha sido muy traumático para muchos saharauis. «Cuando llegamos a los campamentos, muchos niños enfermaron. El primer día que fui a la escuela, en una casa de adobe, me mareé mucho y enfermé. Cuando me curé, me escapé con mi hermano mayor, estuvimos seis años viajando por el desierto», recuerda Bachir.
La comida y la sobremesa transcurren tranquilas, entre té y té (es una ceremonia). «Se hacen tres tes: el primero es amargo como la vida; el segundo, suave como el amor, y el tercero, dulce como la muerte», cuenta Fadli. El hermano estudió en Cuba 15 años y es agrónomo. Ahora está buscando trabajo y por las tardes se ha apuntado a un curso de montaje de ordenadores y teléfonos.
«El Gobierno español no defiende los intereses del Sáhara», asegura Fadli. «España tiene una deuda histórica con el Sáhara, que el pueblo español está intentando saldar, pero no los políticos. La ayuda humanitaria está muy bien, pero hace falta un paso más, un paso político», apunta su hermano. El Plan Baker -la propuesta de la ONU, que contempla un periodo de autonomía transitoria en la antigua colonia española, tras el cual se celebraría un referéndum de autodeterminación- está paralizado por la negativa de Marruecos. «El referéndum es la única solución», subraya Bachir.
Las hermanas están enganchadas a una telenovela en la cadena Infinity (de los Emiratos Árabes). Cuando acaba, Bachir cambia al documental de animales de La 2. Fadli se va a su curso. Llaman al timbre, es Luis, un profesor universitario amigo de la familia que viene cada tarde a dar clases de español a Zainab.
Por la tarde, Bachir suele volver a la biblioteca a estudiar. Hoy Fatma se queda en casa con Aya, las dos tienen algo de fiebre. «Nuestra vida diaria ha cambiado mucho con la niña. Antes salíamos mucho con los amigos, de bares, al cine, a hacer deporte. Cambia todo. También me gusta mucho disfrutar ahora de la niña. Le hablamos en árabe para que no se le olvide. Español lo aprenderá en la calle. Después le enseñaré inglés», afirma Fatma.
La esperanza de volver a su país libre es el motor de su vida, por ella han viajado por medio mundo y han recalado, temporalmente, en Zaragoza. «No somos marroquíes ni argelinos, somos saharauis. Somos un pueblo, hemos vivido ahí y tenemos todo el derecho a volver a nuestra tierra», afirma Bachir.
Mientras, el tiempo discurre lento y desesperante en los campamentos de refugiados en el Sur de Argelia. Té amargo, té suave, té dulce…