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La estéril poética del «cambio»

Fuentes: Rebelión

Resulta, como mínimo, cómico, todo el revuelo mediático que caracteriza a las etapas pre-electorales. Se masca tal ansiedad, tal tensión atemperada y tal indisimulada expectación… que confieso llegar a sentirme incluso culpable por no empatizar con tanto ruido de gallinero ni con tanto murmullo expectante en las cortes de la alta política, cuando se empieza […]

Resulta, como mínimo, cómico, todo el revuelo mediático que caracteriza a las etapas pre-electorales. Se masca tal ansiedad, tal tensión atemperada y tal indisimulada expectación… que confieso llegar a sentirme incluso culpable por no empatizar con tanto ruido de gallinero ni con tanto murmullo expectante en las cortes de la alta política, cuando se empieza a rumorear que el chófer del conde está a punto de llegar a palacio. La maquinaria mediática de oferta pre-electoral de los partidos empieza a petardear con sus promesas. Diríase incluso que los mítines se asemejan más a una subasta de mercadillo que a la exposición pública de un programa, con la diferencia de que en tal mercadillo no se oye la voz de los futuros compradores del nuevo producto, elaborado e improvisado semanas antes de todo el barullo pre-electoral -los votantes-. Lo único que se oye es la inquisitorial y muy sugestiva promesa de los dirigentes de las cúpulas de los partidos oficiales cayendo verticalmente sobre la cabecita de los asistentes, que aplauden y asienten ante tal demostración de vehemente testosterona política, como si algo trascendente, algo nuevo, algo cualitativamente distinto a otros cuatro años de aburrimiento político y de gestión capitalista, nos esperase a la vuelta de la esquina.

En fin, así son las cosas, somos bichos que necesitan vivir de ilusiones; el sufrimiento, el malestar, la ansiedad colectiva, necesita proyectarse, necesita una válvula de escape. Nos hemos vuelto tan apresurados e irreflexivos -cosas de la vida moderna y su indisciplinada pasión por vivir deprisa, sin saber hacia dónde quiere irse- que apenas sí nos molestamos en pensar en qué naturaleza cualitativa, real, puede esconderse bajo la constante propaganda del «cambio». Porque eso es lo que nos calma, la infantil ilusión de que el malestar colectivo desaparezca por algo hipotéticamente nuevo. Nos da igual cómo, en qué, para qué y desde qué principios lleguen los cambios. No importa, no tiene mucho sentido, por lo visto, pedir orientaciones y razones claras a la política realmente existente : en estos tiempos de pensamiento cero, lo que se lleva, ante todo, es la infumable, soporífera, estéril e infantil estética y poética del «cambio». Esa estética y esa poética que tanto gusta incluso a nuestra socialdemocracia cosmética, y que no hace sino mantener las tradicionales relaciones de poder económico, político y cultural.

Pero en fin, al grano. De repente, en etapa pre-electoral, el tema de reflexión de toda la maquinaria mediática nacional se volvió autorreferencial y se alejó de Venezuela y de los desvaríos de ese presidente malhumorado e histriónico que cometió la imprudencia de recordar a nuestro veneradísimo rey el pasado imperial y colonialista de España. Las verdades no sientan bien ni a la sangre azul, y la verdad, la diplomacia palaciega tampoco es el mejor lugar para que la cara del rey expíe el culo de la historia colonial de su país. La imagen del rey, levantándose malhumorado de su asiento tras el incómodo recordatorio histórico del pasado imperial de España, España, España, me alegró. ¿Porqué?, pues porque es el triunfo de los fondos sobre las formas. Fondos que, a su vez, hicieron perder las formas a nuestro monarca. Las verdades son así. Pinchan. Duelen. Desgarran. Si no sabes contrarrestarlas ni con las propias mentiras lo más probable es que las contestes con algún aspaviento como el de Don Juan. Lástima que el histrionismo de Chávez truncase el triunfo completo de la verdad de fondo, expresada con buenas formas, sobre las formas del rey, guardadas con muy malos fondos -!vaya un rey es aquel que no sabe asumir los errores históricos de su país!-. Pero en fin, no todo puede ser perfecto.

Mucho se ha movido la cúpula de la muy centrada y centrista derecha española en esta etapa pre-electoral. El affaire Gallardón casi ha causado una conmoción en el mundo de la prensa, la cultura y la política. El gallinero nacional ha estallado, y como siempre, el revoloteo mediático y el cloqueo infantil de nuestros tertulianos ha exagerado las repercusiones reales del asunto. No importa, los líderes de la centrada y centrista derecha española seguirán recibiendo telefonazos de Don Josema a Génova, y por si fuera poco, la visita periódica de Don Manuel Fraga, por si las cosas se tuercen y a nuestra centrada y centrista derecha cañí se le da por hacerse democrática en serio, treinta años después de esta democracia televisada, resultante de aquella desmemoriada y apresurada transición española.

Don Manuel Fraga, por cierto, en la última reunión de la máxima dirección del partido popular, recomendó y exigió centrismo y unidad a los suyos. Me cuesta no reírme con las coordenadas políticas y la arbitrariedad semántica de algunos; el centrismo reformista de un ex-ministro de información y turismo en un sistema totalitario -a la luz de las últimas investigaciones, el adjetivo autoritario ya se le ha quedado corto a muchos historiadores para designar la naturaleza del régimen Franquista- es tan centrista y reformista como el de aquel hombrecillo enclenque que hablaba catalán en la intimidad y que, últimamente, tiene claro que no hay otra alternativa que occidente, pues -dice- no le agrada la idea de ser protegido por los Chinos, ni controlado por los Rusos, ni dominado por el Islam. Los negocios no suelen dejar mucho tiempo para la reflexión cabal y el análisis geo-político. Después de haber rentabilizado a fondo sus ocho años de gestión, con vistas a sus lucrativas actividades privadas, Josema sigue ejerciendo de intelectual orgánico desde el consejo de administración de News International, el emporio periodístico de Rupert Murdoch, y también desde el órgano asesor de un fondo de inversiones -Centaurus capital- y un consejo asesor latinoamericano de una firma estadounidense -J.E Robert-.

Siempre he creído que Don Josema y Don Manuel eran católicos un tanto paradójicos e inconsecuentes. El primero se dedicó tanto a la política en sus ocho años de gobierno que no tuvo tiempo ni de rezar a Dios en la misa de los Domingos, aunque sí lo tuvo para enviar a un ejército, amparándose en la tramposa resolución 1441 de la ONU -habría que decir, sin tapujos, que toda resolución salida de un parlamento que se dice y se quiere «internacional», en el que cinco países tienen derecho de veto sobre los cientos de países restantes, es ya de por sí un chiste-, a una guerra que segó la vida de decenas de miles de inocentes. Gran parte de la sociedad civil gallega, española Europea y mundial salió a la calle a manifestar su repulsa. Gran parte de la sociedad civil gallega, Española, Europea y mundial fue ignorada cuando manifestó su rotundo NO a la futura intervención preventiva en Irak. Si algo demostró la llegada de los ejércitos de la «paz» a Irak, y su posterior masacre de civiles inocentes, es la debilidad político-institucional de nuestras democracias y de la legalidad internacional.

El dios de Aznar es un dios post-moderno, sirve tanto para un roto como para un descosido. Además, vale tanto para hacer negocios mientras estás en política como para hacer política cuando estás ocupado con tus negocios, y si de vez en cuando se necesita una intervención preventiva en nombre de la democracia y los derechos humanos, pues nada, se flexibilizan un poco las propias convicciones religiosas, se tuerce un poco la ley, y con la ayuda de argumentos falsos destilados desde Washington para el lobby mediático global, !voilá!, ya tenemos el caminito preparado para justificar una guerra que, en el nombre de causas humanitarias, no esconde más que humanos, demasiado humanos intereses económicos.

En cuanto al dios de Manuel Fraga, más de lo mismo; nunca he tenido claro si su catolicismo militante se dedicaba a rezar, a inaugurar carreteras o a ambas cosas al mismo tiempo. Dicen que su militancia política «full time» todavía le daba tiempo a rezar, aunque dudo mucho que al altísimo le agradase que lo hiciese en una limousine o desde una capilla improvisada en el despacho de la presidencia. Y es que Don Manuel es así, se toma tan en serio aquello de cumplir con la ley con tanta devoción… que al final confunde la devoción con la ley.

Con esto de las prisas y el revuelo mediático pre-electoral a nadie le ha dado tiempo a leer ni a enterarse de la publicación del libro de Jorge M. Reverte. Libro en el que se recogen las opiniones de Nicolás Redondo sobre la transición y otros temas del pasado político de este loco país. Ya que hablamos de revuelos mediáticos y prisas, de la propaganda del «cambio», y de ilusiones y realidades, convendría recordar algunas de las declaraciones de Nicolás Redondo en este libro, en las que también pregunta al líder ugetista sobre sus relaciones con Felipe González en plena transición : «Hay compañeros que se imaginan lo que está lejos de la realidad, dando por supuesto que todo estaba previsto, todo hecho y todo resuelto de antemano, cuando la verdad es que había que improvisar permanentemente. Una improvisación fue la propuesta y elección de Felipe como secretario » (…), y sigue : «si entonces me incliné por Felipe fue porque le creí el más idóneo. Era conocido, con capacidad expresiva, de liderazgo, que en general caía bien».

Ahí queda eso, improvisación constante y elección de un secretario con capacidad de «caer bien» y «saber hablar».

En este país aún impera el imaginario del individuo providencial con virtudes mágicas y salvíficas que nos sacará del apuro, y eso pasa tanto hacia atrás como hacia adelante. En el presente, la propaganda del líder y sus muy humanas y cotidianas virtudes. que son las que nos guiarán por una senda de prosperidad sin precedentes. Hacia atrás, el recordatorio del líder y sus virtudes providenciales, geniales, que nos salvaron de un caos o una crisis inminente. En fin, son 40 años de teologización de la política sobre la figura de un hombre con plenos poderes, y ese sustrato antropológico, cultural, pasa factura.

Lo cierto es que estas declaraciones de Nicolás Redondo mandan al traste el mito sociológico e histórico de una transición auto-consciente y racional, cuidadosa, meticulosa, así como la mediática sobrevaloración de González -no es que González fuese muy brillante, es que el pueblo español necesitaba mucha esperanza, y González adquirió ante nuestros padres algo así como una especie de aura de santo laico-. Evidentemente, saber hablar y caer bien son virtudes políticas que, hoy día, observamos que puede reunir cualquier político profesional. Pero un proyecto, un verdadero proyecto político, que necesita de años y años de maduración y participación de la sociedad civil, y de años y años de trabajo y formación moral e intelectual seria… ¿verdaderamente pudo ser concebido en un contexto en el que las fuerzas políticas que pactaron «democracia» por olvido no tenían más remedio que ir improvisando sobre la marcha?.

Redondo también dedica unos esbozos sobre ese acrítico y unidimensional imaginario del Felipe salvífico cuando le preguntan por sus relaciones con el ex-presidente : «¿Pero de qué recuerdos podría hablar?. ¿De qué Felipe?. «¿Del Felipe de la clandestinidad?. ¿Del Felipe de la ilegalidad?. ¿Del líder de la oposición o del jefe del gobierno?. Son personas tan diferentes y en ocasiones tan contrapuestas que prefiero recordar sólo las relaciones de amistad que mantuvimos durante años».

Definitivamente, las verdades concretas no perdonan ni a esa peligrosa romantización de los tiempos pasados. El recuerdo es caprichoso. Duele. Y duele más cuanto más dispuestos estemos a idealizar o trivializar procesos socio-históricos cuyas causas, múltiples y complejas, echan por tierra todo romanticismo herido con el estado de cosas presente y complacido del recuerdo de aquellos maravillosos años.

Volviendo al presente, la sustitución de Gallardón por Pizarro, la aparición fantasmal y casi moribunda de Fraga, la enclenque sombra alargada de José María Aznar, y la patética autosuficiencia y apariencia de auto-dominio, de autonomía moral e intelectual, del hoy líder de la centrada y centrista derecha española, Mariano Rajoy, no ilustra sino los vaivenes mediáticos y el maquillaje de un partido que ya no sabe de qué estrategia servirse para disimular su confusión.

Con las multitudinarias manifestaciones de la conferencia episcopal, lanzando vehementes dardos morales contra las familias no cristianas que amenazan la existencia de la familia nuclear cristiana, y contra el laicismo que atenta contra la libertad religiosa, Mariano Rajoy ha acompañado el tirón proponiendo un ministerio de la familia.

La españolidad. La intocable constitución. La insustituíble monarquía que garantiza la indisoluble unidad de la patria. El ultra-liberalismo social y económico como único modelo posible de sociedad. El fin de la historia. La lucha contra el fundamentalismo laicista. La lucha contra la posible «desaparición» de la familia nuclear cristiana, así como la propuesta de occidente como alternativa única al peligro Chino, musulmán y Ruso : he aquí el germen ideológico del «centrismo reformista» de la extrema-derecha Española. Ante tales «centros», !a uno le entran ganas de hacerse de «extrema» izquierda!