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La Extremadura en Transición en las páginas de la revista Triunfo

Fuentes: Rebelión

«Los siglos de silencio / que tanto pesan / te duelen más, amigo / que la tristeza / de ver que es para el amo / lo que tu siembras«. Pablo Guerrero La coexistencia e interacción entre el moderno movimiento por la recuperación de la Memoria Histórica de la Guerra Civil, la dictadura y la […]

«Los siglos de silencio / que tanto pesan / te duelen más, amigo / que la tristeza / de ver que es para el amo / lo que tu siembras«.

Pablo Guerrero

La coexistencia e interacción entre el moderno movimiento por la recuperación de la Memoria Histórica de la Guerra Civil, la dictadura y la Transición nacido con el siglo con la aparición de la ARMH y sus primeras exhumaciones y el amplio y heterogéneo ciclo de movilización colectiva iniciado en España en 2011 con el 15-M es un elemento clave para la comprensión de nuestra reciente historia política. Quienes ocuparon las plazas del 15-M lo hicieron mayoritariamente impulsados por los padecimientos materiales de la crisis económica y por una crítica en general presentista y desideologizada de la corrupción e ineficacia del sistema político. Pero, con la persistencia de las protestas y el intenso desarrollo de su dimensión formativa y deliberativa, los indignados encontraron, en el relato contrahegemónico de la historia política española elaborado por el movimiento memorialista durante la década precedente, respuestas satisfactorias a muchas de sus preguntas sobre las causas históricas y la estructura profunda de la situación del país.

Como con toda razón habían temido sus detractores, a la recuperación de los cuerpos abandonados en fosas, minas y cunetas y la polvorienta documentación de la represión y el expolio de la guerra y la dictadura había de seguir, inevitablemente, el cuestionamiento de la legitimidad del régimen político nacido de la Transición pactada entre franquistas y demócratas a partir de unas reglas de juego inequívocamente favorables a los primeros. Un cuestionamiento aún muy minoritario durante la década de 2000, pero que con su inserción en la emergente cultura política antagonista del 15-M, especialmente entre sus sectores más conscientes y rupturistas, se convertía en un desafío de gran calado para una construcción ideológica hegemónica ―esa «cultura de la Transición» a la que se han referido Guillem Martínez y otros analistas― esencial para sostener el orden social en España durante las últimas décadas.

Evidencias de esta inserción serían la difusión, muy superior a la habitual en el campo del ensayo historiográfico, de los libros de revisión transicional y post-transicional de Juan Carlos Monedero, Emmanuel Rodríguez, Juan Andrade, Mariano Sánchez Soler o el citado Guillem Martínez, la aparición de colectivos memorialistas específicamente enfocados al período transicional como La Comuna – Presxs del Franquismo, las campañas por la memoria de víctimas de la violencia institucional o escuadrista como Salvador Puig Antich, Yolanda González o Manuel García Caparrós y, por supuesto, las primeras acciones judiciales, hasta ahora infructuosas pero de gran impacto mediático y político, contra planificadores y ejecutores de la violencia institucional del tardofranquismo y la Transición. El concepto de «Régimen del 78», de uso muy extendido no solo en la esfera pública alternativa sino también en la convencional, viene a cristalizar y volcar ese amplio bagaje de saber historiográfico contrahegemónico al terreno del antagonismo político práctico.

Esta crítica memorialista empapó al movimiento 15-M y sus sucesivas extensiones y modulaciones hasta convertirse en un rasgo estructural de la nueva cultura política contrahegemónica en España, pero su impacto sobre las culturas políticas y esferas públicas territoriales fue y sigue siendo desigual. En el caso de Extremadura, algunas características históricas y políticas específicas podrían ayudar a explicar su menor impacto. Uno de ellos sería sin duda la fuerte institucionalización del movimiento memorialista extremeño bajo los sucesivos gobiernos autonómicos del PSOE, que si por un lado ha permitido un trabajo exhaustivo y en algunos tramos ejemplar en la recuperación de la memoria de la guerra y la posguerra, también ha ejercido como freno a su extensión al tardofranquismo y la Transición; otro, la endémica pobreza de recursos específicos (libros y cabeceras impresas, radio y televisión digital libre o espacios de formación y debate) para el combate cultural de los movimientos antagonistas extremeños. Como resultado, ni la crítica de las estructuras de dominación económica, política o cultural transvasadas del franquismo a la monarquía parlamentaria y, con ella, al régimen autonómico extremeño, ni la memoria de los empeños, sacrificios y logros de aquella otra transición hecha desde abajo y a la contra, también aquí, en Extremadura, del apaño transfranquista, han irrumpido con fuerza suficiente en el espacio público extremeño como para amenazar la hegemonía del edificio ideológico del Régimen español del 78 y su correlato territorial del Régimen extremeño de 1983.

Es pronto aún para saber si la notable expectación generada por las publicaciones y eventos en torno al aniversario del volumen colectivo Extremadura saqueada. Recursos naturales y autonomía regional supone una excepción feliz pero aislada o señala un cambio de tendencia en este estado de cosas. Cuarenta años después de su publicación, Extremadura saqueada sigue siendo un contundente acopio de saber contrahegemónico cuya vigencia no solo persiste, sino que parece multiplicarse ante la proliferación de proyectos mineros, agroindustriales o turísticos agresivamente extractivistas en una Extremadura puesta al límite en términos económicos, ecológicos y hasta demográficos por la crisis universal y local del neoliberalismo. Su recuperación es una noticia feliz, pero no puede olvidarse que la mayoría de los principales materiales informativos, analíticos y propagandísticos extremeños de la época son hoy de muy difícil o imposible acceso. Los textos que informaron y difundieron toda una nueva conciencia regional ―Extremadura afán de miseria o la Historia de Extremadura de Víctor Chamorro, la poesía social de Luis Álvarez Lencero o el periodismo crítico de José Antonio Gabriel y Galán, entre tantos otros― llevan décadas ausentes de las librerías extremeñas, y apenas hay fuentes primarias escritas, fotográficas, fonográficas o videográficas debidamente catalogadas, conservadas y divulgadas ―buena parte de ellas permanece de hecho en manos particulares, y su misma supervivencia puede correr serio peligro a medio y corto plazo. Solo gracias al empeño ejemplar de algunos particulares y colectivos, una porción meritoria pero aún muy pequeña de todo ese patrimonio cultural contrahegemónico se va haciendo accesible a través de internet.

Una parte de ese material felizmente recuperado son los contenidos de temática extremeña en publicaciones españolas o internacionales que ahora gozan de una segunda vida gracias a su digitalización y puesta a disposición en la red. Es el caso de la fundamental revista española Triunfo, digitalizada con la colaboración de la Universidad de Salamanca [www.triunfodigital.com]. El semanario Triunfo nació en 1946 en Valencia como revista de espectáculos. En 1962, ya desde Madrid y con el tránsito de la España de la autarquía a la del desarrollismo y del franquismo cuartelario al tecnocrático, se reconvierte en revista de información general, que reúne una excelente cantera de jóvenes periodistas e intelectuales (Eduardo Haro Tecglen, Ramón Chao, Manuel Vázquez Montalbán, Enrique Miret Magdalena y un largo etcétera) y explora tenazmente los estrechísimos resquicios que el régimen va abriendo a la información y el pensamiento críticos, entre constantes multas y secuestros pero eludiendo, a veces por los pelos, el cierre de la cabecera, que llega a la década de los 70 y la muerte del dictador convertida en la revista política de mayor difusión e influencia del país. Si a mediados de los años 60 Triunfo vende en torno a 50.000 ejemplares, en enero de 1976, tras una suspensión de varios meses en cuyo transcurso sobrevino la muerte del dictador, alcanzó la cota épica de los 150.000. Todo un hito que no la libraría de correr la misma suerte que otras tantas publicaciones de índole política con el proceso de despolitización de masas posterior a la consolidación de la monarquía parlamentaria. Los nuevos tiempos y costumbres neoliberales consiguieron lo que no había conseguido la dictadura: en 1982 Triunfo desaparecía de los quioscos españoles.

Difícilmente podría decirse que Triunfo prestase una atención privilegiada a Extremadura. Poco más de una veintena de textos enfocan específicamente a nuestra región entre 1962 y 1982. Pero la calidad e interés de buena parte de ellos convierte este breve «dossier extremeño» de Triunfo en una fuente valiosísima para el estudio crítico de nuestro período transicional.

La primera pieza de este dossier aparece en diciembre de 1964 (número 134). Se trata de un reportaje de Eduardo García Rico titulado «Oro en las Hurdes», sobre la efímera expectativa de explotación aurífera en la comarca, con un excelente acompañamiento fotográfico y en tono de contundente denuncia: «sus gentes, pauperizadas hasta un extremo inconcebible si no se considera que el fenómeno viene de siglos, sin fuerzas ya ni para contar sus penalidades, su hambre, su soledad, rodean sin demasiada curiosidad al viajero que se adentra en este mundo desheredado«. Triunfo publicará otros dos textos sobre la situación de las Hurdes, paradigmática (y a la vez, paradójicamente distractiva) de la situación generalizada de subdesarrollo en la región. En septiembre de 1973 Luis Carandell publica una nota («Todavía, las Hurdes», número 571), al hilo de un duro informe de la Comisión Episcopal de Migraciones y de sus propios viajes a la comarca en los años 50, con algunos pasajes terribles: «Vi, y sirva esto como botón de muestra, el entierro de un niño en la alquería de Fragosa, perteneciente al municipio de Nuñomoral, en el que se utilizó por todo ataúd una caja de las que se empelan para el embalaje de tomates, que el padre llevaba bajo el brazo en la macabra procesión hasta el cementerio«. La tercera pieza será, en junio de 1974, un extenso trabajo de Benito Martín, Ymelda Navajo, Luis Tejero y Nieves Zuasti («Hurdes, se busca un plan», número 609), de nuevo con excelente acompañamiento fotográfico, en el que se disecciona con fuerte acento crítico la situación de la comarca, sus servicios médicos y educativos, el impacto de la emigración y los planes para su desarrollo del régimen franquista, que califica de «improvisación generalizada […], desperdiciar tiempo y dinero en desviacionismos inútiles e intereses creados«.

Se publicarán en Triunfo, antes de la muerte de Franco, otros textos de temática extremeña, como una reseña de Francisco Almazán sobre el cantautor Pablo Guerrero, que acaba entonces de publicar dos hitos de su cancionero como «Por una calle de Cáceres» y «Son hombres que mueren sin haber visto la mar» («Extremadura en la voz de Pablo Guerrero», abril de 1970, número 412), una nota de Antonio Burgos sobre un niño milagrosamente superviviente a cuatro días de extravío por los campos extremeños («El Robinson Bellotero de la Sierra de Hornachos», noviembre de 1972, número 529), un reportaje etnográfico de Natacha Seseña, con bellísimas fotografías, sobre los «Alfares de Extremadura» (noviembre de 1973, número 580) o una crónica de Luis Carandell sobre la exhumación en Villanueva del Fresno y traslado a Lisboa de los restos del general y político opositor portugués Humberto Delgado, asesinado a este lado de la frontera por un comando de la policía política del dictador Salazar en 1965 y rehabilitado tras la Revolución de los Claveles («La vuelta de Humberto Delgado: muerto y tarde», febrero de 1975, número 644).

Pero destaca por su singular calidad e interés una nota de Manuel Vázquez Montalbán, publicada ya a pocos meses de la muerte del dictador (bajo el seudónimo Sixto Cámara, «A seis kilómetros de Portugal», marzo de 1975, número 648), dedicada a una ciudad de Badajoz plenamente empapada de la ebullición social, cultural y política que atraviesa todo el país: «En Badajoz encontré gentes que cruzan la raya de Portugal en busca de su propia sombra; liberales ilustrados cargados de memoria y deseo, como todos los liberales ilustrados; chicos y chicas de COU que toman apuntes en las conferencias «avanzadas»; jóvenes universitarios que han aprendido el duro ejercicio del grito y la carrera; muchachas con o sin flor que forcejean a bofetada sucia (ellas ponen la cara y sus padres ponen la mano) para conseguir el derecho de volver a casa después de las diez de la noche; periodistas jóvenes y honestos que buscan la verdad bajo las destrucciones y las conspiraciones de silencio. Es decir, una ciudad viva, un descosido más que demuestra la estrechez del traje superestructural de las Españas«. Por desgracia, poco sabemos hoy de aquellos jóvenes que describe el visitante, sus conferencias, gritos y carreras, porque ni una sola monografía de envergadura se ha dedicado aún al movimiento estudiantil extremeño del tardofranquismo y la Transición.

Será también de Manuel Vázquez Montalbán («El cabo Piris», marzo de 1975, número 650) la última pieza del dossier extremeño de Triunfo antes del parteaguas histórico de la muerte del dictador, dedicada al policía municipal de Cáceres que alcanzó celebridad nacional e internacional por haber ordenado a los dueños de una librería cubrir, por impúdica, una reproducción de «La maja desnuda» de Goya que ornaba su escaparate y contemplaban unos adolescentes, acción y posterior escandalera («choteo universal«, define Montalbán) en las que el cabo sería firmemente respaldado por el consistorio cacereño. «Toda la España sensata«, reclama Montalbán, «debería lanzar una campaña radical de apoyo moral al librero que exhibía el cuadro y a los adolescentes que lo contemplaban. Inundad los escaparates de majas desnudas. Esperad la llegada de todos los cabos Piris que quedan entre nosotros, de todos los alcaldes de Cáceres que crucifican nuestra geografía, y obligadles a que actúen según la ley de su instinto, según la oscura verdad de sus propios ojos«.

Vienen después, en coincidencia con la agonía de Franco, el cierre de varios meses de la cabecera por orden gubernativa, y su triunfal retorno a los anaqueles en enero de 1976. El dictador ha muerto y se abre una Transición en tensa disputa entre continuidad transfranquista y ruptura democrática, poderes constituidos y constituyentes, severa y a menudo violentamente embridada por arriba, pero una y otra vez desbordante por abajo. También en Extremadura, donde se multiplican, como en el resto del país, la conflictividad laboral y estudiantil, el activismo vecinal, ecologista o feminista, la pugna por el autogobierno o las expresiones artísticas y culturales alternativas. En Extremadura, esta transición desde abajo toma sobre todo el color de la tierra, en la que aún trabaja por entonces la mitad de su masa laboral, por un lado encadenada a las atávicas y brutales estructuras y procedimientos del caciquismo, por otro, amenazada por la desatada pulsión extractivista de los oligopolios energéticos y alimentarios por entonces en vías de mundialización. Enfrente, un pueblo que se sacude un miedo terrible de cuarenta años y levanta, en oposición y alternativa al declinante imaginario nacional-católico de la Extremadura «tierra de conquistadores» y «solar de Hispanidad», toda una nueva identidad colectiva, de amplia base social y enérgico sentido reivindicativo de clase, medioambiental y decolonial, que se expresa en su máxima potencia disruptiva y transformadora en el intenso ciclo de movilizaciones que terminará imponiendo al Estado y las eléctricas la paralización de la central nuclear de Valdecaballeros.

Los textos de esta segunda parte del dossier extremeño de Triunfo son pocos, pero de extraordinario valor como catas de gran precisión en aquel momento de decisivos cambios históricos. El primero de ellos es una pieza de Patricio Chamizo sobre «La guerra del tomate» (marzo de 1976, número 686) que enfrenta a los colonos y pequeños productores de las vegas del Guadiana, irrigadas por el Plan Badajoz, con las cinco grandes industrias transformadoras de la región. La nota recoge un comunicado de los tomateros de Santa Amalia que expresa el sentir de buena parte, por no decir la totalidad, del campesinado extremeño, que en esos años protagoniza cientos de huelgas, marchas, encierros o cortes de ruta, y encuentra muchas veces como única respuesta las porras y las balas de goma de la Guardia Civil: «nosotros tuvimos fe en que este Plan Badajoz vendría a solucionar nuestra miseria ancestral, y así esperamos años y años. Ahora vemos que los que se fueron de aquí acertaron. Si nos quieren echar que hablen claro, que nos digan: labradores, colonos, iros de aquí, que nosotros, latifundistas y conserveros, nos bastamos solos. Pero que hablen claro, pues claramente responderemos con toda la amargura acumulada durante años y años«. En febrero de 1977 (número 733), Joaquín Araújo escribe una nota, titulada «Y ahora las encinas», en la que denuncia el indiscriminado asalto que sufren encinares y alcornocales adehesados, ancestral ecosistema humanizado de la región, para la roturación masiva de nuevos regadíos. «La deforestación más extensa de los últimos tiempos en todo el occidente europeo, una más de esas megalomanías heredadas del franquismo«, describe Araújo, que recomienda: «no debe arrancarse un árbol más hasta que la última de las hectáreas ya preparadas para ser regadas en Badajoz, en el valle del Tiétar, en Gabriel y Galán, comiencen a ser cultivadas«.

En marzo de 1977 (número 736), Pedro Costa Morata publica en Triunfo una nota titulada «Las nucleares, en ayuda de Extremadura», en la que recoge los primeros momentos de la que después será multitudinaria lucha contra la central nuclear de Valdecaballeros, enloquecido proyecto del oligopolio eléctrico franquista en plena cabecera del Guadiana extremeño (y por tanto, de los regadíos del Plan Badajoz), que mantienen los primeros gobiernos de la monarquía entre la indignación generalizada primero de los lugareños y luego de toda Extremadura. Cuatro meses después, en agosto de 1977 (número 761), Mario Gaviria, uno de los investigadores principales de Extremadura saqueada, publica bajo el título «El despertar de Extremadura» uno de los textos clave de este dossier extremeño de Triunfo, cuya primera página ilustra una fotografía excepcional: la de las barricadas levantadas en el centro de Badajoz tras la histórica marcha del 14 de agosto ―aniversario de la sangrienta entrada de la horda fascista en la ciudad en 1936. Los congregados ondean cientos de banderas verdes, blancas y negras ―todavía no oficiales, pero ya consagradas como enseña regional por el movimiento popular; una de ellas será izada por los manifestantes, por primera vez en un edificio público, en el balcón del ayuntamiento―, y demandan memoria histórica, paralización de Valdecaballeros, dignificación del trabajo campesino y el mundo rural y autonomía regional. Tras un mitin multitudinario y la disolución de la convocatoria oficial, un millar de manifestantes corta el tráfico, levanta barricadas y confronta durante minutos inéditos a dos compañías de la Policía Armada. «En aquella plaza«, narra Gaviria, «había militantes de base de casi todos los partidos de izquierdas, probablemente de todos, unos más visibles y otros menos, además de anarquistas, emigrantes, grupos autónomos de las Vegas Altas, obreros de la construcción, jornaleros del campo en paro y numerosos luchadores colonos y sobre todo hijos de colonos del Plan Badajoz«. «La resignación castúa«, concluye, «se está terminando«.

En diciembre de 1977 Triunfo recogerá un texto («La difícil salida de Extremadura», número 779) firmado por Eugenio Triana, dirigente del Partido Comunista de España que al año siguiente será su cabeza de lista «cunero» al Congreso por Badajoz, y que en la clave de extrema moderación habitual de los análisis económicos del PCE de la época, repasa algunas de las grandes cifras de la región y propone como solución a su subdesarrollo más inversión pública e innovación tecnológica, autonomía regional y solidaridad interregional ―y muy tímidamente, la ansiada pero nunca ejecutada reforma agraria. En junio de 1978 (número 803) el crítico teatral de Triunfo, José Monleón, que por segunda vez visita Extremadura para comentar la Semana Teatral de Badajoz ―desde su arranque en 1973, una de las iniciativas culturales punteras de la época de la región―, publica una crónica, titulada «Extremadura: preautonomía, solo una palabra», en la que recoge opiniones de, entre otros, el cantautor Pablo Guerrero y el dramaturgo Manuel Martínez Mediero sobre la reivindicación autonómica extremeña.

En agosto de 1979 (número 862) Pedro Costa Morata publica una elogiosa reseña de Extremadura saqueada, que recién editado circula con profusión en la región y también fuera de ella de mano de extremeños de la diáspora, activistas sociales y académicos críticos. También en agosto de 1979 (número 865), otro de los investigadores principales de Extremadura saqueada, Artemio Baigorri, publica en Triunfo un reportaje, expresivamente titulado «Tractores en Badajoz: la huelga de los caciques», sobre la enorme tractorada que recorre las carreteras pacenses el 11 de agosto. Baigorri analiza el rol de la convocante Federación de Agricultores y Ganaderos de Badajoz como instrumento de la gran propiedad agraria, en sintonía con la gobernante UCD, para administrar el descontento del campo, frente a los sindicatos FTT-UGT, vinculado al PSOE, y UCE-COAG, vinculado al PCE, y las distintas expresiones de autoorganización de los pequeños propietarios de las zonas de colonización. Pero el balance de la experiencia no es a ojos del analista enteramente negativo: «Sin duda los pequeños y medianos agricultores van a conseguir muy poco con la huelga, como no sea descubrir de una vez quién se esconde tras la UCD, pero tan solo con salir a la carretera, aunque sea detrás de los terratenientes, han dado un gran paso. Se han demostrado a sí mismos que pueden hacerlo; han perdido el miedo a «los civiles»; han entrevisto la posibilidad de organizarse y luchar unidos«. El movimiento campesino extremeño durante la Segunda República ha sido objeto de las exhaustivas investigaciones de Francisco Espinosa, Hortensia Méndez y otros historiadores, pero su reaparición como movimiento clandestino a partir de la legendaria huelga arrocera de las vegas del Guadiana en la primavera de 1961 y su papel en la Transición y el proceso autonómico extremeño están aún casi enteramente por escribir.

La última pieza de este dossier extremeño de Triunfo es la más importante y constituye, por derecho propio, un pequeño pedazo de la historia política contemporánea de Extremadura. El 8 de septiembre de 1979 (número 867), la revista lleva en su portada a todo color a todos los quioscos de España la reivindicación antinuclear extremeña, con una imagen del encierro de alcaldes y la gigantesca manifestación contra Valdecaballeros del 1 de septiembre en Villanueva de La Serena, la segunda movilización popular más importante del siglo XX en Extremadura, solo por detrás de la ocupación masiva de latifundios del 25 de marzo de 1936. En el interior de la revista, dos textos encabalgados, el reportaje de Pedro Costa Morata «La batalla nuclear de Extremadura» y, bajo el título «Un boletín de combate», extractos del boletín informativo que cada día imprimen «a la vietnamita» los encerrados en el ayuntamiento villanovense, que llegan a ser hasta 130 alcaldes extremeños de todos los partidos y a cuya llamada acuden, sorteando la prohibición del gobernador civil y el imponente despliegue policial, entre 30.000 y 40.000 extremeños. «Lo nunca visto«, dice Costa Morata, «Extremadura entera en ebullición«. A las primeras protestas de las Comunidades de Regantes, explica, se han unido «agricultores jóvenes y antinucleares independientes que van configurando el núcleo ideológico y reivindicativo del regionalismo extremeño«, y «las convocatorias van reuniendo a cada vez más gente y las manifestaciones y marchas ―generalmente reprimidas sin contemplaciones― hacen que la gente pierda el miedo y aprenda a defender su tierra«. El boletín de los encerrados ―un documento fundamental de la historia política extremeña contemporánea, nunca reeditado en su integridad― da buena cuenta con su contenido y estilo del momento de vibrante empoderamiento colectivo que experimenta Extremadura: «Allí donde el pueblo se defiende, las nucleares pierden la batalla«; «el miedo a que Extremadura se les desmande les está subiendo por la columna vertebral«; «esté autorizada o no, la manifestación se va a celebrar«.

Concluye con esta pieza el dossier extremeño de Triunfo, pero esta nota requiere un escolio para atender a dos textos de importancia que publica la revista Tiempo de Historia, proyecto paralelo de divulgación historiográfica de la redacción de Triunfo, editada entre 1974 y 1982 y también digitalizada con la colaboración de la Universidad de Salamanca [www.tiempodehistoriadigital.com]. Son «Las matanzas de Badajoz» de Rafael Tenorio García (julio de 1979, número 56) y «También el horror fue aquí: la impresionante tragedia de Villarta de los Montes» de Eduardo de Guzmán (abril de 1982, número 89). El texto de Tenorio relata el monstruoso baño de sangre cometido por las tropas franquistas al mando del general Yagüe tras la toma de Badajoz del 14 de agosto de 1936 ―probablemente, el mayor y más espeluznante crimen de toda la Guerra Civil española―, apoyándose en las crónicas de Jay Allen, Mario Neves y otros periodistas extranjeros. Testimonios hoy bien conocidos pero que en 1979, solo cuatro años después de la muerte del dictador, suponían aún para el lector medio una intensa conmoción.

Pero si la matanza de Badajoz fue un acontecimiento noticioso planetario y con el tiempo se ha convertido, junto a otros crímenes de masas como los de Málaga o Gernika, en una suerte de emblema universalmente reconocible de la brutalidad franquista, el texto de De Guzmán aborda otra realidad, hoy mejor conocida gracias al esfuerzo de familiares, historiadores y memorialistas, pero entonces aún enmudecida por el terror, como es el «genocidio disperso» cometido durante y después de la guerra en el mundo rural extremeño, tomando como ejemplo el pequeño municipio pacense de Villarta de los Montes, donde 40 de sus 2.000 vecinos fueron ejecutados por los fascistas. Y narra también cómo, en aquel y otros muchos pequeños y grandes municipios de toda Extremadura, la memoria, el coraje y la autoorganización popular vencieron durante los años de la Transición una primera y decisiva batalla al miedo y el olvido con la recuperación y dignificación de los restos de las víctimas: «Los muertos estuvieron más de cuarenta años sepultados en mitad del monte. Solo el 8 de marzo de 1981 se permitió que los familiares desenterrasen lo que quedaba de los restos de sus deudos y los trasladasen al cementerio de la localidad extremeña. El acto constituyó una impresionante manifestación de duelo. Los dos kilómetros del recorrido estaban llenos de gente que lloraba al paso de la fúnebre comitiva. Ahora, los fusilados reposan en una fose del cementerio municipal cubierta totalmente de flores todos los días del año como expresión sincera del dolor de todo un pueblo«. Aunque el movimiento memorialista ya ha levantado acta de los crímenes del franquismo en casi cada pueblo o comarca de Extremadura, tiene aún por contar su propia historia y la de los pioneros que, a contrapelo de la amnesia programada, impulsaron decenas de iniciativas similares en toda la región.

Aunque, en conjunto, todos estos textos de Triunfo y Tiempo de Historia apenas sumen un centenar de páginas, componen una fuente de primer orden para el estudio crítico de la Transición en Extremadura. Una tarea intensamente política en un tiempo abierto a la posibilidad del cambio político. La memoria que un pueblo tiene de sí mismo siempre es performativa en su presente y hacia su futuro. Frente a la memoria burocrática, hagiográfica y paralizante de la Transición extremeña impuesta por el Régimen autonómico de 1983, una historia popular de dignidad y resistencia ―y, más veces de las que el tópico desinformado asigna a nuestro pueblo, de victoria―, y con ella toda una hilazón aún a medio descubrir de saberes y prácticas contrahegemónicas, arraigadas al territorio y la memoria viva de las gentes, puede ser un poderoso instrumento de concienciación y movilización en manos de quienes hoy defienden demandas que no son, en tantos casos, sino la continuidad histórica de las demandas irresueltas de entonces, en un contexto español, europeo y planetario que ha cambiado mucho para, en relación a Extremadura y su lugar subalterno y expoliado en el mundo, no haber cambiado casi nada.

Publicado originalmente en El Salto Extremadura, 25 de mayo de 2018

Fuente: www.elsaltodiario.com/saltamos-extremadura/extremadura-transicion-paginas-revista-triunfo

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