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Popiedad, libertad y fascismo

La fascistización de la Ertzaintza como ejemplo

Fuentes: Rebelión

«La teoría revolucionaria es una tarea difícil, no surge sólo de la buena voluntad, no tiene otra fuente que el proletariado sublevado –las capas profundas y bajas del proletariado que permanecen fieles a su ser revolucionario. “El proletariado o es revolucionario o no es nada”, dijo Marx a Lasalle. El teórico que no esté impregnado de este concepto hasta el tuétano de sus huesos, estará fatalmente inducido a aceptar la “solución” planteada por los intelectuales radicales que es en esencia una solución burguesa».

Raya Dunayevskaya: Marxismo y libertad. Fontamara. México. 2007. P. 196

Miremos por donde miremos, descubrimos ciertas constantes que, con diversas formas, reaparecen en escenarios fundamentales de la crisis en su grado actual de agudización: diferencias entre facciones de las burguesías occidentales sobre cómo salir de la crisis, impulso titánico de nuevas tecnologías, reforzamiento del autoritarismo y nuevas formas de control y vigilancia de masas con la excusa de la pandemia, ataque devastador contra el proletariado y los pueblos, teledirección sutil y relativa del crecimiento de los neofascismos, remilitarización, destrucción de la naturaleza… Todo con tal de recuperar la tasa media de ganancia, aumentar la productividad del trabajo y superar al bloque chino-ruso.

Frente a esto la llamada «izquierda» está perpleja, boquiabierta, como se comprueba al leer sus análisis del triunfo de la derecha pura y dura en Madrid que ha logrado cerrar filas y extenderse a franjas populares y obreras. Desde luego que Madrid, al igual que Colombia, Escocia, Sahara, la Euskal Herria que empieza a pensar en otra Huelga General, el sindicalismo que renace en los EEUU, las decenas de millones de campesinas que se levantan en India, etc., exigen estudios concretos sobre sus particularidades, pero aun así existen constantes universales ante las que la «izquierda» no sabe cómo actuar o retrocede espantada, cuestiones permanentes que en la actualidad adquieren una importancia crítica que sólo puede ser resuelta partiendo de las ideas de Raya Dunayevskaya, arriba citadas.

Una de esas constantes es el avance subterráneo o público de fascismos y militarismos en las fuerzas represivas, que no sólo en la sociedad. Alemania, por ejemplo, ve atónita como reaparecen esvásticas en sus cuarteles. El Pentágono oculta todo lo que puede la fuerza de la extrema derecha en sus despachos y bases. El militarismo enseña sus zarpas en Japón. La India de Modi deja crecer la extrema derecha en sus fuerzas represivas. Los derechos sociales en general y nacionales escoceses, galeses e irlandeses ponen nervioso al flamante ejército británico, tan cargado de crímenes. ¿Y qué decir de Marruecos, Brasil, Israel, Colombia, Ucrania, Chile, Honduras…? En los dos Estados que se reparten Euskal Herria altos militares en situación de retiro amenazan impunemente, sus gobiernos impiden la denuncia pública de la ferocidad represiva y preparan sus fuerzas represivas para golpear las protestas sociales contra los recortes de derechos que se avecinan.

En una parte de Euskal Herria, Ertzaintza es el nombre en lengua vasca que recibe la fuerza armada regional que el Estado español creó en 1982, cediendo su mantenimiento y control táctico al gobierno autonómico, pero reservándose su control estratégico. Las clases y naciones explotadas malvivían en una severa crisis en la que el capital español se jugaba su integración en Europa o su definitiva caída en el subdesarrollo, lo que agudizaría todos los problemas históricos irresolubles que arrastraba desde los siglos XVI-XVII. Euskal Herria era en ese momento uno de los problemas más graves para el capital, por lo que le suponía una gran ayuda integrar a su burguesía en el sistema represivo que se estaba imponiendo. Ya mientras se tramitaba su creación, el gobiernillo autonómico lanzó una costosa campaña propagandística para hacer creer al pueblo que la nueva fuerza armada sería como los “bobbies” ingleses, amables en Londres y feroces en Irlanda.

Pues bien, las denuncias que se iban amontonando sobre el aumento de sus abusos dieron un salto durante 2020, año en el que Ertzaintza mostró sin tapujos su docilidad con el capital y su incompatibilidad con el pueblo obrero y en especial con la juventud trabajadora. De las denuncias se pasó a las movilizaciones de protesta confirmando el dicho de que cuando el pueblo protesta en plena pandemia es porque sabe que el gobierno es más peligroso que el virus. La tendencia objetiva a la fascistización de toda fuerza represiva, también se está dando en Vascongadas. A pesar de que el secretismo esencialmente antidemocrático que le protege imposibilita el vital debate público de su vida interna, van trascendiendo informaciones cada vez más alarmantes.

Es un error garrafal creer que la Erzaintza estaría libre de esos riesgos fascistoides sólo con una terapia democraticista limitada a simples con reformas que no combatiesen la función estructural que tiene toda policía y ejército en el orden burgués. La experiencia enseña que la mentalidad autoritaria, patriarcal, racista y fascista en cuanto «peste parda», se cuela por las fisuras de los «controles democráticos» puestos para impedirlo, porque tienen una eficacia relativa que va debilitándose con la rutina de la llamada «normalidad». Se trata de una tendencia objetiva porque surge de la naturaleza misma, autoritaria y reaccionaria, de la estructura psíquica de masas dominante, alienada, creada por y para la adoración fetichista del orden material y simbólico de la burguesía.

Hay militares y policías no contaminados por la fascistización, desde luego, y es cierto que en algunos momentos críticos sectores reducidos de las fuerzas represivas han salido en defensa de la democracia burguesa y en contadísimas ocasiones, muy pocas, hasta del pueblo trabajador, sobre todo si sufre opresión nacional. Son muy conocidos algunos militares que han luchado contra su burguesía y el imperialismo, pero son la excepción que confirma la regla general del papel de las fuerzas represivas. La experiencia histórica es aplastantemente abrumadora en sentido contrario. La fidelidad de las fuerzas represivas al capital se sustenta en una mezcla de disciplina autoritaria que infunde miedo al mando; beneficio personal y estatus social estrictamente egoísta, y convencimiento ideológico, todo ello dentro del universo mental fetichista. En el mercenariado, sea policial o militar, el miedo al mando también existe, pero más importancia tienen el egoísmo y la ideología, que también es egoísta por cuanto es la ideología del individualismo burgués.

El fetichismo de la mercancía, del que derivan el de la democracia, el parlamentarismo, el Estado, y otros, explica la ferocidad represiva de los agentes que, sin ser especialmente reaccionarios y menos aún fascistas, sí golpean con saña a la clase trabajadora que defiende sus derechos, a jóvenes precarizados e incluso a paseantes, a gente que pasaba por allí, o maltratan a las personas presas. Lo hacen porque defienden por encima de todo el derecho burgués de la propiedad privada en general y en concreto el de la alianza entre el capital y su Estado ocupante y la burguesía autonomista.

Uno de tantos aciertos históricos de la praxis revolucionaria internacional es el de la actualización de los debates iniciados a mediados del siglo XIX sobre la política con respecto a los ejércitos y fuerzas represivas: la exigencia de desmantelarlos es un principio irrenunciable desde antes de la I Internacional en 1864, que se actualiza siempre que se produce un salto en la militarización imperialista como respuesta a las crisis del capital. También se ha teorizado la necesidad de minar, debilitar y romper desde dentro y desde fuera, conjuntamente, la disciplina militar para que la tropa se enfrente a la oficialidad abortando un posible golpe militar, una represión salvaje, una guerra imperialista, etc. Pero nunca para una simple «reforma democrática» de las fuerzas represivas, y menos aun llamando a los policías «trabajadores del orden». La consigna universal de «transformar la guerra imperialista en guerra civil» sintetiza en caso extremo la enorme variedad de situaciones particulares en las que hay que potenciar el desmantelamiento de las fuerzas represivas.

Esta histórica reivindicación es hoy más necesaria que nunca antes por razones obvias. Los ejércitos imperialistas han tenido que aprender a luchar en las gigantescas conurbaciones tanto para conquistarlas cuando invaden un país, como para aplastar sublevaciones populares o prevenir estallidos sociales en barriadas populares de un capitalismo empobrecido e injusto. Por esto, es imparable la tendencia a la militarización oficial o encubierta de las fuerzas policiales llamadas «civiles». La creación de unidades policíaco-militares preparadas para todas las formas de guerra urbana, incluidas las manifestaciones de masas radicalizadas, multiplica esa reivindicación.

Además, desde finales del siglo XIX y sobre todo desde 1916, la burguesía es consciente de la poca fiabilidad de las tropas de conscripción obligatoria, como volvió a demostrarse en 1945 cuando hubo malestar en los ejércitos aliados burgueses ante el rumor de un posible ataque total a la URSS. La profesionalización de la guerra y de la represión imperialista viene impuesta por las imparables exigencias de alta especialización tecnocientífica, y por la necesidad de tropas mercenarias fieles al imperialismo dentro y fuera de sus fronteras estatales, para aguantar psíquica y anímicamente la tremenda brutalidad de sus ataques y represiones, sobre todo contra su propio pueblo oprimido nacionalmente.

La valía de la denuncia crítica de las fuerzas represivas que hace la izquierda revolucionaria está confirmada por los hechos reiteradamente repetidos. Una profundización de esa crítica nos lleva al corazón del fetichismo de la mercancía: la mercancía misma, o si se quiere, a la ley del valor, al valor y al trabajo abstracto, y a la ley general de la acumulación del capital; también podemos decir que nos lleva a la propiedad privada y a la libertad burguesa que surge de todo ello, y que lo refuerza. De este modo, como hemos visto en Madrid y lo sufrimos en Euskal Herria, propiedad, libertad y fascismo forman un continuo multidireccional que se retroalimenta y que permite la defensa de la propiedad capitalista mediante el uso teledirigido o directo de varias intensidades de fascismo sin contravenir la libertad burguesa. Sin mayores precisiones ahora, esta interacción ayuda a explicar el triunfo de la derecha dura en Madrid, las dificultades de la «izquierda» y el nerviosismo que invade al gobiernillo vascongado por el creciente desprestigio de la Ertzaintza.

Bajo la dictadura de la propiedad capitalista, el fetichismo aparece como la llave que nos abre el mundo ficticio de la libertad burguesa. No importa que la pobreza relativa aumente de manera imparable en Madrid, y que reaparezca la pobreza absoluta en los niveles más aplastados de su pueblo, porque la libertad de consumo barato y el victimista regionalismo madrileño creado por su burguesía, obnubilan la golpeada conciencia de los sectores populares que aplauden a Ayuso y creen que su ignorancia es el sumun de la cultura. Madrid es la comunidad mimada por el Estado para que su clase dominante se enriquezca por encima de la media lo que, con la ayuda de la prensa y de la incapacidad de la «izquierda», le permite ocultar la espeluznante destrucción de infraestructuras públicas que suavizaban el empobrecimiento. En este contexto el dilema contrarrevolucionario de «socialismo o libertad» ha aplastado a una «izquierda» que renunció al socialismo y a la libertad cuando se arrodilló ante el capital y la monarquía franquista.

La «izquierda» y el gobierno «socialista» llevan decenios desmovilizando al proletariado, dopándolo e integrándolo en el orden del capital. El debilitamiento de la lucha de clases supone el debilitamiento de la teoría de la lucha de clases, de modo que cuando el capital se apropia de la libertad abstracta y la subsume en su libertad, en la burguesa, se descubre el desierto teórico impotente ante la demagogia del poder. La libertad real, concreta, la que se saborea cuando mediante la lucha de superan las necesidades y se amplían más perspectivas de libertades igualmente concretas, en una espiral expansiva inagotable, esa libertad sólo se comprende en lo teórico simultáneamente a su vivencia práctica, nunca antes, nunca en abstracto, de manera utópica e ideal. La pasividad conformista y su libertad muerta, consiste en creer que no se vive encadenado porque al no haber movimiento de lucha por la libertad viva no se siente el peso hiriente de las cadenas sobre la conciencia y el cuerpo.

Otro tanto sucede con la pedagogía del socialismo. La historia obrera rezuma islas de proto socialismo que incluso llegaban a pequeños archipiélagos de contrapoder: cooperativas integrales; asociaciones vecinales relacionadas con las fábricas; locales recuperados, autoorganizados y autogestionados; sindicatos sociopolíticos y comités de base; grupos militantes que impulsan la prensa crítica, la abogacía tendente al derecho socialista, la lucha científico-filosófica, la pedagogía socialista; movimientos de emancipación sexual; antifascismo, contra la tortura y la represión, por la Amnistía; redes internacionalistas y antirracistas; por el ecosocialismo y el ecocomunismo; por la salud socialista, etc. Con todas sus dificultades, estas prácticas prefiguran contenidos del socialismo, de ahí su eficacia concienciadora y su potencialidad teórica, y su peligro para el capitalismo.

La facilidad con la que la derecha ha falsificado el socialismo tiene mucho que ver con el desierto teórico arriba visto y con que una parte de la «izquierda» abandonase hace años la lucha por prefigurar en la práctica algunas virtudes vivenciales del socialismo. Al igual que hay que saborear la libertad concreta para saber lo que es la libertad en sí, no la ficción burguesa, hay que disfrutar del protosocialismo para saber qué es el socialismo. Además, otra parte de la «izquierda», ha extirpado la radicalidad de esas prefiguraciones incompatibles con el capitalismo, y ha subsumido el resto en el ambiguo magma de «lo común, del bien común, del buen vivir», etc., términos que deben ser concretados en su potencial revolucionario, después expurgar su palabrería keynesiana.

Por último, los sucesivos «gobiernos de izquierda» que hemos padecido han legislado sin rubor alguno contra esas prácticas, las han reprimido de un modo u otro. Además de las cadenas psicopolíticas y mentales inherentes al fetichismo, reforzadas por la familia patriarco-burguesa y la industria educativa y mediática, además de esto, jueces y fuerzas represivas han sido los instrumentos decisivos contra la libertad concreta y la prefiguración socialista. La sistemática legitimación nacionalista española de jueces y fuerzas represivas ha reforzado el ataque a la prefiguración socialista y al gozo de la libertad concreta, antiburguesa. La pasividad cuando no la colaboración de la casta intelectual y académica ante todo ello, completa el panorama. Un solo ejemplo basta: el silencio cómplice de la «izquierda» sobre la reordenación estratégica yanqui del eje Atlántico-Mediterráneo, con su impacto en las naciones saharaui, canaria, portuguesa y andaluza, y en las bases militares yanquis en el Estado. La «izquierda» ha justificado esas bases por los puestos de trabajo que suponen, sin comprender el continuo multidireccional entre propiedad capitalista, libertad burguesa y fascismo. Visto lo visto, la «izquierda», acogotada por la soga del «socialismo o libertad» se ahogó por su propio peso.

Por el contrario, allí donde se han mantenido mal que bien espacios de contrapoder interrelacionados de alguna forma, allí el dilema contrarrevolucionario de «socialismo o libertad» de la derecha pura y dura ha sido desmontado con relativa facilidad mediante la puesta en práctica de la opción entre «socialismo o barbarie» que sigue la válida línea de Engels-Kautsky-Rosa Luxemburg, y que en el capitalismo actual debe enriquecerse con el propuesto por Preobrazhenski y Bujarin de «comunismo o caos». Es decir, Jenny von Westphalen o Isabel Ayuso. Un último ejemplo: cuando se mantienen espacios de contrapoder, el pueblo defiende su libertad concreta y el protosocialismo, derrotando con su fuerza las dentelladas fascistas, como en Bilbo, donde se ha salvado una casa liberada que el fascismo quería privatizar, como también se ha logrado en otros sitios. La izquierda revolucionaria sabe que el contrapoder es la base del poder popular, es decir, de la unión entre socialismo, libertad concreta y autodefensa obrera.

EUSKAL HERRIA, 12 de mayo de 2021