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Abismales diferencias

La gran crisis

Fuentes: Rebelión

Las noticias siempre son las noticias. Frescas como la lechuga, sino, no sirven para el día siguiente. Quizás por eso los rumores son, a mi modo, como los perfumes. Un primer impacto y ya. Si la química es buena y bien preparada, se fija en la piel y la ropa, pero no se «siente lejos». […]

Las noticias siempre son las noticias. Frescas como la lechuga, sino, no sirven para el día siguiente. Quizás por eso los rumores son, a mi modo, como los perfumes. Un primer impacto y ya. Si la química es buena y bien preparada, se fija en la piel y la ropa, pero no se «siente lejos». Hay que pegarles la nariz.

La profunda crisis económica que envuelve a los Estados Unidos no es ni un rumor ni una noticia. No le veo, por más que leo y estudio los atinados y desatinados análisis de los porqué y los por cuantos, esa primicia de la «cosa fresca» (puede leer si gusta carne, boom, lo último, lo exclusivo).

Desde los tiempos de Carlos Marx ya estaba anunciada. La engendra el propio sistema capitalista, unas veces con más coloretes y otras con menos, pero la misma cara al fin y al cabo. Tampoco es un rumor, por ser muy cierta e impredecibles sus consecuencias, sobre todo para los más pobres y los que aún le siguen el maquiavélico juego usurpante y despiadado al imperialismo yanqui.

Lo novedoso del hecho, para mí, y que marca la irrefutable decadencia es que, como nunca antes quizás, el mundo se ha hecho partícipe de ella. Y entre más «títeres» suban al escenario más generalizadas serán sus influencias.

Empero, no pretendo analizar ni esencias ni impactos, que ya varios analistas sacan a la luz con aciertos lógicos y desaciertos parciales, unos más argumentados, otros catedráticos y los más no poniendo puntos a las «íes» en el dramatismo al que pueden enrolar al mundo en asuntos de saqueo, hambre, desnaturalización, desequilibrio general y muerte lenta, sino acelerada por guerras y políticas neoliberales que potencian la miseria y la desigualdad de las naciones.

Lo que me hace mover una y otra vez la cabeza es el silencio en que se envuelve la verdadera crisis de los que están en crisis.

No hay dudas de que el imperialismo es un perro de caza. Exactamente el 15 de octubre, un cable fechado en Washington y publicado en el diario Granma Digital, ponía los pelos de punta a quienes todavía el horror del mundo no les ha matado la ternura.

«En California, un administrador de inversiones desempleado pierde una fortuna y en un acto de desesperación mata a su familia y se suicida. En Ohio, una viuda de 90 años de edad se pega un balazo en el pecho al ver que llegan alguaciles con una orden de desalojo de su modesta vivienda»

Pero el cable argumenta más: «En Massachusetts, Carlene Balderrama, un ama de casa que ha ocultado a su marido la desesperada situación financiera en que se hallan, envía una carta a la empresa que está financiando su hipoteca, advirtiéndole: «Para el momento en que ustedes libren una orden de ejecución contra mi casa, estaré muerta». Balderrama se suicidó de un balazo, tras matar a sus tres amados gatos, dejando una póliza de seguros y una carta en la mesa informando de su decisión de quitarse la vida».

La angustiosa realidad de los desprotegidos de siempre no está en los análisis. La cifra de los millones de desempleados tampoco. Titulares como el que difunde ABN (Agencia Bolivariana de Noticias) escasea en los más populares buscadores de Internet. «El desempleo recorre Estados Unidos»: 533 mil puestos de trabajo menos. Y tal como argumenta la publicación, hay un curioso contraste por la supuesta preocupación de la Casa Blanca y el mismo discurso de sus representantes: «Tratamos de seguir nuestros agresivos esfuerzos para restaurar la salud de nuestros mercados de crédito y de vivienda».

Y todavía no se sabe hasta que cuantía matemática alcance la sumatoria sobre los ya más de 18 millones de norteamericanos que no tienen trabajo. Pero, tal como se lee en el periódico digital 26noticias.com.ar, de Argentina, la gran crisis es elocuente: La tasa de desempleo en Estados Unidos se elevó en noviembre a su máximo nivel en 15 años y dejó sin trabajo a muchos. Una tendencia que se extiende por todo el mundo, pese a los esfuerzos de gobiernos y bancos centrales por atajar la recesión. ¡Cuánta diferencia a la crisis acontecida en Cuba en los años 90! Recuerdo que ante el derrumbe desintegrador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), llegó el pormenorizado análisis del Comandante Fidel Castro razonando causas, consecuencias y transcendencias para el país. La asunción del Período Especial (prácticamente condiciones de guerra en tiempos de paz) obligó entonces a cerrar numerosas industrias, grandes y pequeñas, reducir plantillas, reordenar producciones, empleos, adoptar medidas emergentes y drásticas para la vida habitual de la nación. Todo un maremoto económico, pero ningún cubano quedó en la calle. Todos los supuestos cesantes fueron a sus casas con el 60 por ciento del salario neto, su derecho a vacaciones, a pensión, hasta tanto se le buscara ubicación – responsabilidad de las administraciones y el Estado- . No cerró ni una escuela ni un hospital, a nadie se sacó de sus casas, no se cobró ni un centavo de más por los servicios establecidos y se buscó siempre una manera de potenciar a los beneficiarios de la asistencia social. Ahora que estamos cerca de cumplir el 50 aniversario del triunfo revolucionario de enero, ante lecturas como estas que descarnan el «sueño americano», no puedo pasar por alto estas abismales diferencias. Un país pobre, bloqueado económicamente por ese mismo Estados Unidos que ahora arrastra todo lo que puede para seguir con su águila mortal desangrando al mundo, preservó la dignidad de su pueblo y su garantía de vida por encima de todas las cosas. Es cierto que el entramado social y doméstico todavía no ha podido llegar a los niveles de antes. También muchas medidas pudieron ser más efectivas y eficaces. Incluso, pudimos hacer más que lo que hicimos y, quizás hoy, los avances fueran más loables y las huellas negativas menos complejas. Pero, con todo, la diferencia es abismal. Tremendísima. Absoluta. Y en medio de ese Período Especial que nos llevó a una verdadera encrucijada en todos los aspectos de la existencia estatal y privada, nada se detuvo y crecimos en escuelas nuevas, carreteras, centros de salud. Se electrificaron pueblos, se aprovecharon subproductos y derivados de las principales fuentes de ingresos, se reanimaron las producciones artesanales y hasta aprendimos que la llamada Opción Cero más que un reto político y social, era una virtud humana porque despertó la inteligencia colectiva para enfrentar los problemas esenciales. Esa es la verdad que tampoco cuentan la mayoría de los analistas ni publica la llamada «gran prensa» cuando ponen a Cuba en la picota pública y llaman un fracaso al proyecto socialista. Y no estamos conformes con las estreches que engendra una economía debilitada y, muchas veces, mal administrada. Tampoco renunciamos a mejoras de todo tipo ni el socialismo es sinónimo de pobreza. Nada más lejos de su empeño esencial. Lo valiente no quita lo cortés. En Cuba la abundancia no corre por las calles, pero se respira, se siente y es vida ese aire de gente sencilla, saludable, jovial, instruida, bien vestida, solidaria, laboriosa, creativa, sincera y revolucionaria. Esa es la mayoría que, con estoico, convencido y sacrificado andar, poco a poco, todos los días, borra la existencia del Período Especial. La misma que nunca le ha faltado la bola de pan ni en los 90 ni en los 2000. La que cuando no hubo gasolina ni guaguas, se movía – se mueve – en bicicleta, diserta de la pelota su deporte nacional, aplaude sus artistas, hace las iguales colas para comprar los abastecimientos normados, que tampoco se redujeron ni en una onza cuando la crisis ni después de la crisis y cuestan kilos para que lo compre el vago, el disidente, el negro, el blanco, el jubilado, el impedido físico, el trabajador y toiticos los cubanos por igual, sin pedirles afiliaciones políticas, raciales o religiosas. A pichones de la boca abierta, a los de amnesia provocada y a los que se disfrazan de caperucita roja de vez en vez es bueno, saludable, darles pastillitas para la memoria. No digo yo si hay enormes, gigantes, extraordinarias y legítimas diferencias.