En una situación de gran inestabilidad política en Europa, con tres polos principales claramente alejados o enfrentados entre sí, Francia y Reino Unido por un lado, Alemania e Italia por otro y la Unión Soviética por otro, la reacción de cada estado sobre lo que llamaron la Guerra de España de 1936-1939 estuvo claramente condicionada por sus intereses geopolíticos y en algunos casos por el temor a otro posible gran conflicto europeo como el de 1914-1918, que igualmente acabaría por llegar. El Pacto de no intervención, firmado por 27 países, trató en principio de evitar toda injerencia, directa o indirecta, en los asuntos internos de España, prohibiendo explícitamente la exportación de armas y de material de guerra a cualquiera de los dos bandos. Pero, en la práctica, fue una especie de farsa que solo sirvió para facilitar que los sublevados ganaran la contienda.
De hecho, pocos días después del inicio de la guerra, Franco declaraba a una Agencia de noticias británica que se trataba de un conflicto de interés nacional, pero también internacional y que contaba con las simpatías, no solo de Italia o Alemania, sino también de Gran Bretaña (sic). En todo caso, con el tiempo quedó claro que el gobierno británico nunca tuvo intención de ayudar a la República Española y que, bien al contrario, ejerció todo tipo de presiones para impedir que el estado francés lo hiciera y que incluso se bloquearan envíos de armamento o munición de terceros países al gobierno legítimo.1 De hecho, el propio Churchill, entonces en la oposición, se mostró en privado claramente a favor de Franco y de los sublevados, 2 en línea con sus simpatías hacia el Duce. El político conservador británico alegaba a menudo el supuesto desgobierno de la República, al tiempo que valoraba con satisfacción el anticomunismo de Franco. 3
De hecho, en septiembre de 1938, y al mismo tiempo que la guerra civil se iba decantando, cada vez más, a favor de las tropas franquistas, tuvo lugar la Conferencia de Múnich, en la que participaron Neville Chamberlain en nombre de Gran Bretaña, Édouard Daladier representando a Francia, Benito Mussolini por Italia y Adolf Hitler por Alemania. Como es bien conocido, el Acuerdo de Múnich supuso que los Sudetes checoslovacos pasaran al control del Tercer Reich, en otra evidente muestra de que franceses y británicos intentaban evitar el enfrentamiento con el Führer, aunque ello supusiera abandonar a su suerte al gobierno checo, como habían hecho con los republicanos españoles.
La generosa ayuda, en cambio, que las tropas sublevadas recibieron de Hitler y Mussolini desde el principio de la guerra en España acabó siendo decisiva. Sin olvidar tampoco el apoyo del gobierno de Oliveira Salazar desde Portugal, facilitando los envíos de armas a través de su país, así como de Pio XI desde el Vaticano, con gran influencia a nivel diplomático y, lógicamente, entre la población católica. También fueron muy importantes para el bando nacional los créditos financieros, los suministros de combustible y la venta de vehículos no propiamente militares pero imprescindible en la contienda, por parte de empresas británicas y norteamericanas, como la Ford o la General Motors, y puntalmente el envío de armamento a través de Alemania, como fue el caso de la empresa norteamericana Dupont de Nemours. 4
Hitler, que participó junto a Rudolf Hess y Hermann Göring en las reuniones con los enviados de Franco al Tercer Reich, se interesó desde el primer momento por la evolución de la guerra y prometió un amplio apoyo militar, que no tardó en llegar a la península. 5 La ayuda alemana estuvo centrada especialmente en el apoyo aéreo, sirviendo algunas de sus intervenciones como entrenamiento para lo que después serían las campañas de Polonia y Francia. 6 Como la Armada española había permanecido fiel a la República y controlaba buena parte de las comunicaciones marítimas, el transporte aéreo proporcionado por la aviación alemana, en lo que sería el primer puente aéreo de la historia, fue decisivo para hacer llegar a la península las tropas desde Marruecos y evitar que la sublevación fracasase. La aviación italiana también fue importante para escoltar convoyes marítimos en el estrecho de Gibraltar, ya fueran legionarios y regulares o numeroso armamento. A diferencia de los alemanes, tropas italianas, supuestamente voluntarias, participaron en la contienda en diferentes puntos de la península. 7
Una vez quedó clara la posición del Reino Unido y Francia, la Republica prácticamente solo pudo contar con el apoyo soviético, que envío números oficiales y material militar, no especialmente moderno, pero de gran resistencia, a pesar de las dificultades del transporte, ya fuera por la distancia o por los intermediarios. Los republicanos pudieron reclutar también a miles de verdaderos voluntarios, que constituyeron las Brigadas Internacionales, y adquirir material en algunos otros países, pero de ningún modo compensar la masiva intervención franco-alemana. 8 El papel de las brigadas internacionales, con más 30.000 voluntarios de diversas nacionalidades, principalmente franceses, pero también alemanes o italianos entre muchos otros, fue un enorme ejemplo de solidaridad, aunque no fuera absoluto decisivo para el desarrollo de la guerra que, como sabemos, acabó con la derrota de la España republicana.
Notas
1. Tuñon de Lara, Manuel – La España del Siglo XX – Editorial Laia – Barcelona – 1978
2. Morales, Manuel – Winston Churchill y la Guerra Civil: una “úlcera española” que había que cauterizar – El País – 28/11/2022
3. Álvarez, Ramon – Martinez Barrio y la traición de Churchill a la República – La Vanguardia – 14/10/2022
4. Beevor, Antony – La guerra civil española – Crítica – Barcelona – 2005
5. Tuñon de Lara, Manuel – Obra citada
6. Vilar, Pierre – Historia de España – Editorial Austral – Crítica – Barcelona – 2013
7. Tuñon de Lara, Manuel – Obra citada
8. Vilar, Pierre – Obra citada
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