Una de las lecciones sociológicas que podemos extraer desde el nacimiento del 15M es que la voluntad popular donde residen los imaginarios heterogéneos de democracia, libertad o igualdad puede ser secuestrada en cualquier instante. Solo hace falta un relato y un gran altavoz. Quienes controlan los altavoces ya lo sabían. A saber, que la Historia, […]
Una de las lecciones sociológicas que podemos extraer desde el nacimiento del 15M es que la voluntad popular donde residen los imaginarios heterogéneos de democracia, libertad o igualdad puede ser secuestrada en cualquier instante. Solo hace falta un relato y un gran altavoz.
Quienes controlan los altavoces ya lo sabían. A saber, que la Historia, siempre a nuestra espalda, se desgañita por hacernos llegar sus infinitos relatos, mientras un viento supersónico nos empuja a bordo de una actualidad eterna, cuyo destino pareciera único, absoluto, inequívoco. Que apenas hay tiempo de echar la mirada atrás para entender un presente que ya es cosa del pasado.
Sin embargo, quienes desde hace mucho han manejado los altavoces conocen bien la Historia porque, entre otras cosas, se han encargado de contarla o -si se prefiere- de fabricarla. Y como tampoco era nuevo aquello de una protesta en la calle, quienes dirigen los altavoces sabían también con qué relatos se seguiría como siempre, con qué relatos se cambiaría todo para que nada cambiara y con qué otros nada volvería a ser igual.
Por supuesto sabían que el sistema entero, con sus relaciones de poder, se sostiene en un cuento bien contado, del cual emanen ideas, valores y moralejas con las que el pueblo comulgue para el mantenimiento de un cierto tipo de orden social. Y es por eso, y no por otra razón, que desde aquel 15 de mayo pudimos explicar el 15M como una herramienta eficaz para agitar la conciencia crítica y señalar las graves deficiencias de nuestro sistema democrático y económico, mientras que desde quienes soportan la élite mediática comenzó a alimentarse el escepticismo y el miedo, en el mejor de los casos. Desde el principio, un contra-relato intentaba convencer de que aquel cuento disonante y diferente, tantas veces contado a lo largo de la Historia, no serviría de nada. Lo que esta vez comenzaba a inquietarles es que el relato redactado en las plazas estaba llegando a mucha gente y competía con el relato hasta entonces contado. Y eso sí que era peligroso. Ergo había que desmentirlo.
Aunque muchos lo hayan olvidado, además de «ineficaz» y «fallido», desde los sectores más conservadores se calificó al 15M de «fanático», «antisistema» o «violento», muy a pesar de que sobre el terreno, jornada tras jornada, se constataran irreprochable y tenazmente las aspiraciones pacíficas y solidarias de la mayoría de los participantes. Pero, ¿cuál era el objetivo del relato anti-indignados? ¿Acaso analizar las carencias del movimiento como herramienta para mejorar la sociedad? ¿Reflexionar sobre las causas que hicieron posible tales niveles de rechazo a los partidos y las instituciones? Moleste o no, si miramos hacia atrás comprobamos que, desde un inicio, esa crítica analítica la abordaron fundamentalmente los medios de comunicación alternativos y sin lugar a dudas, con más decisión que nadie, la sociedad civil y el propio 15M en sus asambleas.
Muy lejos de ese estilo, el aparato mediático en el que se sostienen los grandes partidos políticos y las instituciones modernas marcó una clara distancia con los indignados, aplicando diferentes estrategias, ya estuvieran basadas en el descrédito, la descalificación o simplemente dando un espacio sobredimensionado a críticas sobre carencias que en forma alguna eran exclusivas de un movimiento ciudadano. No obstante, por momentos, todavía se permitían cierta afinidad y la oposición se realizaba con mucho cuidado y tiento, porque la simpatía de la ciudadanía por los indignados seguía siendo alta y aún habrían de sondearse intentos retorcidos por atribuirse sus ideas. No hay que olvidar que la sociedad cambia también en la medida que -aunque fuera solo por puro afán electoralista- los partidos del régimen asimilan políticas de alternativas que empiezan a restarles demasiada intención de voto.
Y en efecto, el tiempo pasó y emergieron opciones políticas llamadas a encarnar algunas de las ideas del 15M. Cerca o lejos de la esencia original del movimiento indignado, el caso es que los partidos políticos que bebieron del mismo se presentaron como antagonistas de los partidos tradicionales. De entre todas estas encarnaciones políticas, la que más apoyo ha obtenido hasta la fecha, restando un número significativo de votos al resto de opciones, es Podemos. Si para los menos pragmáticos el 15M en sí mismo ya había servido para extender una mayor conciencia crítica y apoderar al pueblo, para los escépticos y los resultadistas, gustase o no, ahora había una consecuencia directa en forma de representación política, lo que evidenciaba que en efecto algo había cambiado. Resulta curioso observar que desde entonces nadie más volvió a contar el viejo cuento de que el 15M, para bien o para mal, no había servido de nada. Casi podemos fijar la fecha exacta de la defunción de ese relato.
Pero la guerra de los relatos es la historia interminable. Y extinguida la posibilidad de seguir contando el cuento de la nulidad, otros alegatos se hicieron más constantes en la tradición oral y escrita contra los indignados, ya fueran ciudadanos independientes o estuvieran organizados como partido político, movimiento ciudadano o asociación. La guerra fue ganando en ardides y tecnicismos.
Para que un contra-relato tenga éxito no siempre vale con lanzar invectivas o clasificar con adjetivos más o menos insultantes. Hay también que utilizar algunos recursos estilísticos de tal manera que lo que se dice parezca verosímil, independientemente de que sea cierto. De todos los recursos utilizados en los últimos tiempos, quizá el que mejor se ha sabido explotar es la sinécdoque. Tomando la parte por el todo, unas cuantas ideas de los indignados se asimilaron a modelos fracasados, infundiendo duda o miedo ante propuestas para un orden social poco, algo o muy diferente.
Así las cosas, al tiempo que una oleada nunca antes vista de protestas y propuestas surcaba España y muy especialmente Madrid, una resaca ideológica nunca antes vista iba asociando dichos movimientos a inseguridad, violencia, irresponsabilidad, catástrofes económicas, estados dictatoriales o terrorismo. El relato indignado y el relato anti-indignado habían definitivamente marcado sus espacios, declarándose una guerra abierta, poniendo en marcha la propaganda, con muy diferentes estilos, intentando justificar cambios legislativos desde muy diferentes estratos de la sociedad y en clara desigualdad de medios. Y en el desenlace, cómo no, los cambios legislativos llegaron, materializando las ideas de una fábula cuya moraleja fue denominada Ley de Seguridad Ciudadana, y que no hace mucho salió al mercado. Una fantástica obra literaria que mediante una rizada metáfora transformó hábilmente una mordaza en Ley.
Una de las lecciones sociológicas que podemos extraer desde el nacimiento del 15M es que la voluntad popular sigue tendencias. Que los relatos marcan tendencias y las tendencias definen políticas. Que al relato más honesto puede sobreponerse el más retorcido. Que el relato más aceptado es el relato más leído, el relato más extendido. Y que para extender un relato se necesita un altavoz.
Pero no nos engañemos. Este mismo artículo que tiene usted entre sus manos no es más que otro relato, una historia que bien podría no estar en lo cierto, una versión de la realidad, una alternativa. Sin embargo, lo diferencian el contenido y el altavoz.
Hoy, la mayoría de los grandes medios de comunicación carecen de la independencia suficiente como para que un relato verdaderamente antagonista tenga cabida en sus páginas. Informan donde veladamente opinan, donde veladamente defienden posiciones e intereses económicos. Informan protegiendo dependencias, devolviendo favores. Y son los mayores altavoces del país.
Hay miles de relatos poco leídos, poco contados, que tienen su momento, para luego de ser violados y tergiversados pasar a perder aceptación entre la población porque resultan comprometidos para quienes solo gustan de un cierto tipo de «populismo», para quienes prefieren que no exista alternativa al relato hegemónico.
Es una guerra sin cuartel la de los relatos, pero una guerra desigual para los que cuentan solo con la voz de la gente y los medios de comunicación independientes. Una batalla incansable por intentar equilibrar la balanza desde el olvido, por dar una oportunidad para otro tipo de discursos.
En Sol, por aquellos días, un ya famoso recordatorio rezaba así: «la revolución no será televisada». No sé si es del todo cierto, pero en cualquier caso parece evidente quién hará todo lo posible por no contarla.
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