Es el título de otro himno inolvidable a la cotidianidad de los «Van Van» que llenó de ritmos e ironías la ahora añorada Cuba, al menos para algunos- as, de los años ochenta del pasado siglo. La canción, en forma de «alegre salsa ma non troppo», hacía referencia a los problemas derivados de una inmigración […]
Es el título de otro himno inolvidable a la cotidianidad de los «Van Van» que llenó de ritmos e ironías la ahora añorada Cuba, al menos para algunos- as, de los años ochenta del pasado siglo. La canción, en forma de «alegre salsa ma non troppo», hacía referencia a los problemas derivados de una inmigración interna que no cesaba y a una capital saturada de «orientales» a la caza y captura de mejores condiciones de vida en aquella Habana abierta, plural y contradictoria frente a la atonía y dificultades de provincias como Santiago, Las Tunas, Guantánamo, Holguín o Granma. Hoy, más de dos décadas después, cuando hemos pasado del «socialismo con pachanga» a un particular «ostracismo sin malanga», La Habana y el resto del archipiélago sobrevive como puede en medio de un mundo hostil extendiendo los bloqueos internos y externos por toda su geografía. Hoy, casi cinco décadas después del «asalto al cielo», buena parte de los cubanos y cubanas forjados en el sueño del «hombre nuevo» nos muestran su cansancio nada disimulado de ser siempre la utopía del otro, el coto cerrado de idealismos pendientes en estos tiempos descreídos y cobardes en los que no existen paraísos.
La necesidad pervierte los valores y el alma no sale indemne en esta larga batalla por la supervivencia diaria, saturada de dobles morales, apagones en agosto (y en julio y en abril), carencias materiales (verdaderas carencias materiales) y nuevas estratificaciones sociales. Es cierto, por ejemplo, que hoy ya son una reliquia que baila con el rechazo y la nostalgia a partes iguales aquellas traducciones de las editoriales Ráduga, Mir o Progreso, los manuales inefables de la Academia de Ciencias o la «amistad inquebrantable» en aquel mundo hecho por Dios… con la ayuda desinteresada de la Unión Soviética. Pero, añoranza práctica, en esta Cuba de ahora mismo son muchas las personas que recuerdan todavía las bondades quita-hambre de aquella carne rusa enlatada con la «vaquita» en su etiqueta. Es por eso por lo que situaba al principio de este artículo la evocación de los años ochenta convertidos para los cubanos-as de a pié en un tiempo de «excesos y abundancia», por mucho que estuvieran subsidiados y el precio a pagar fuera demasiado alto en otras instancias de la realidad social… «Un poquito de confianza». La ha vuelto a pedir Fidel a sus 78 años en su último discurso conmemorativo de un nuevo aniversario del asalto al Cuartel Moncada, convertido para la mayoría de la población nacida ya después de 1959, en un recurso épico-antropológico equiparable en el inconsciente colectivo de estas generaciones al ámbito de la prehistoria, por mucho que el principal protagonista siga estando ahí lleno de dignidad y venerable vejez. Ocurre que la confianza, como recurso reiterado, pierde toda su fuerza movilizadora ante una realidad plagada de esfuerzos cotidianos y futuros siempre postergados… A los cubanos-as, lo cuentan ellos mismos, les gusta mucho criticar y criticarse pero, eso sí, con sus límites. La famosa «jodedera» e informalidad del Caribe, cuando se habla de las «sensaciones verdaderas», tiene sus fronteras domésticas y todo ello ha terminado convirtiendo el proceso en un juego perverso del «sálvese quien pueda» compatible, eso sí, con las «marchas del pueblo combatiente» contra un enemigo por lo demás nada metafórico… Hoy, objetivamente hoy, La Habana como ciudad-símbolo de un país que siempre fue para nosotros eternamente joven, no aguanta y ya. Los que se van la añoran, los que se quedan más, como canta Carlitos Varela. Música, siempre la música como terapia y mecanismo sustitutivo de luces en ausencia y sombras que se prolongan. La Habana, asere, envejece lentamente mientras muchos de nosotros seguimos perdiéndonos nostálgicamente por sus cuadras, olores y sonidos imaginando la necesaria revolución pendiente dentro de la Revolución que se fue, conscientes de unos mimbres no existentes en ningún otro punto del planeta. Es entonces cuando desde un pequeño sótano-garaje habilitado como vivienda llega un sonido inconfundible de piano añejo reproducido en una radio de importación y la voz, esa voz de Bola de Nieve transportando el «Be careful, it´s my heart» hasta el feeling del bolero del trópico…