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La herida de la democracia

Fuentes: La Marea

Aludir a la “degradación de la vida pública” como amenaza es un gesto loable de Pedro Sánchez, pero no basta con señalar la herida de la democracia: hay que curarla.

En su discurso de investidura, 20 de enero de 2021, un ufano presidente Biden exclamó: “Ha ganado la democracia”. La multitud enardecida aplaudía, y yo respiraba con un poco de alivio a tres semanas del asalto al Capitolio, después de haber visto mi barrio –en Filadelfia– y tantos otros del país militarizados, invadidos de una conflictividad que halló su culmen con la presidencia de Trump y, una vez éste se negó a aceptar el resultado legítimo de las elecciones presidenciales, nos apresó el corazón en un puño.

Recuerdo aquellos meses desde una conciencia clarividente que, creo, aún no he perdido; desde la constatación progresiva de que esa legislatura terrorífica fue producto de problemas estructurales previos, y también de una contaminación mediática basada en bulos, encendido irracional de las más bajas pasiones, y una comunicación algorítmica y viciada que había sustituido –quizá para siempre– toda capacidad dialógica, hasta el punto de que sólo cuando la turbamulta dictatorial tomó la sede del Congreso, canales como Fox News, favorables a Trump, decidieron dejar (provisionalmente) de reproducir sus mentiras.

La reflexión de Pedro Sánchez

Recuerdo aquellos meses con la buena memoria que me han suscitado los cinco días de reflexión de Pedro Sánchez y su decisión de no dimitir, anunciada el pasado 29 de abril.

En la comparecencia donde revelaba la prolongación de su liderazgo, Sánchez tocó la fibra sensible de una ciudadanía marcada por el hartazgo político, agotada de discernir inútilmente en qué grado de posverdad hemos caído esta vez frente a la desinformación rampante, o bien fanatizada y adicta a la dopamina de la adhesión acrítica.

Aludir a la “degradación de la vida pública” como amenaza que puede condenarnos fue acertado y loable. Además, presentar sus argumentos mostrando una masculinidad emparentada con la vulnerabilidad, enamorada y comprometida con la moral, refuerza su imagen pública.

Teniendo en cuenta el intento de golpe de Estado norteamericano, junto a la fantasmagórica réplica en Brasil y, recientemente, la dimisión del primer ministro portugués António Costa, debido a una investigación judicial que, a posteriori, se demostró infundada, que Pedro Sánchez optara por detener los engranajes de la difamación y convocar una suerte de conversación colectiva antes de que se vaya todo de madre, hila fino en una estrategia que agarra nuestras debilidades, nacionales e internacionales, y las coloca sobre la mesa.

Este movimiento hábil del presidente español ha servido para reconducir los afectos hacia un espejo donde su rostro podría ser comunal –oye, van a arrebatarnos las riendas más básicas de la convivencia– y su poder residió, al menos en un primer momento, en que no admitía distracciones.

En una época protagonizada por la dispersión interesada de la atención, el mérito del gesto del presidente consistió en monopolizarla, de repente, bajo el paraguas de una advertencia que nos interpela a muchos.

Dotar a la democracia de un blindaje efectivo de derechos y libertades

Ahora bien, esta especie de lección de dignidad y repaso del estado de la cuestión cívica, proyectada con un rostro humanizado capaz de esgrimir una leve autocrítica –cuántos no fueron acosados y defenestrados anteriormente debido a insostenibles causas judiciales amplificadas a base de sonoras fake news–, esta lección que nos enraíza en la historia contemporánea global, y pide que rememos juntos en la dirección menos dañina, no puede congregarse en la carne y los huesos de una única persona, que se presenta como un ciudadano más, mientras carece de ambición de para dotar a la democracia de un blindaje efectivo de derechos y libertades.

Un anuncio de tal calibre forzosamente debió estar acompañado de otra autocrítica, la que subraye la inacción respecto a la carestía de la vivienda, la emergencia climática, la vigencia de la ley mordaza, o el desmantelamiento de una sanidad del que es corresponsable el Gobierno por no haber derogado, por ejemplo, la nefasta ley 15/97.

Curar la herida

Pedro Sánchez pareció reconocer su carácter de muro de contención antifascista que, como le ocurriera a su equivalente estadounidense, lo llevó a la Moncloa contra todo pronóstico; pero, como recuerdo aquellos meses de 2021 que amalgamaron una voluntad popular en torno a un líder, Biden, y la manera de desinflarse éste políticamente al cabo de esperanzas traicionadas y un belicismo tan desollador que, probablemente, le cueste la Casa Blanca este año, sé que un golpe de efecto no remoza una nación destruida.

No lo hace si no se aprueban medidas férreas contra lo que quebró sus cimientos en primer lugar: décadas de desigualdad al alza, sueldos raquíticos, estado del bienestar reducido a cenizas y un desencanto generalizado a través del cual da miedo vislumbrar el futuro.

Porque la democracia es ese monstruo camaleónico, capaz de albergar la semilla de su autodestrucción y, si bien Pedro Sánchez acertó al señalar la herida de la democracia –y algunos lo celebramos y valoramos su continuidad en el cargo en cuanto coherente con las urnas–, la expectación ahora se localiza en la manera de curarla.

Yo también estoy enamorada, estimado presidente, especialmente de la vida común que debe ser protegida con algo más que palabras, pues éstas pueden no ser fake mientras se desangran, no obstante, en el vacío material.

Fuente: https://www.lamarea.com/2024/05/21/la-herida-de-la-democracia/