En los últimos años, la adicción al juego de apuestas se ha convertido en la principal droga de nuestras sociedades, hasta el punto de que ya se la denomina como «la heroina del siglo XXI», por sus efectos tan demoledores como fueron (y en parte aún son) los de esta. En realidad, la adicción al […]
En los últimos años, la adicción al juego de apuestas se ha convertido en la principal droga de nuestras sociedades, hasta el punto de que ya se la denomina como «la heroina del siglo XXI», por sus efectos tan demoledores como fueron (y en parte aún son) los de esta.
En realidad, la adicción al juego no es nueva, pero estamos ante una cuestión de escala y de gravedad. Es cierto que siempre ha habido jugadores profesionales y adictos. Fueron famosas ciertas partidas de cartas en las que algunos ricos hombres perdieron sus dineros, sus haciendas e, incluso, a «sus» mujeres. Y la afición desmedida a la ruleta y similares también llevaron a la ruina a las familias de algunos empedernidos jugadores. Por otro lado, casi todos quienes tenemos ya unos añitos recordamos horas de sábados jugando al póker o a la canasta con amigos, casi siempre con algo de whisky a mano y buenas dosis de pasión. Nos jugábamos quién pagaba la cena común o algún dinerillo, nunca gran cosa. En este caso, el juego era una diversión en común y ese estar en común, junto a la expectativa de ganar, era más importante que lo que pudiéramos ganar o perder.
Hace unos años, entraron en muchos bares maquinitas de azar para quienes bebían su cerveza en solitario y para algunas mujeres, también solas, de vuelta del mercado. Rara vez, unos y otras, gastaban más de unas cuantas monedas que perdían pronto, incluso si a veces disfrutaran de algún golpe de suerte. Luego aparecieron «salones de juegos», que sustituyeron a los de futbolines y billares de nuestra adolescencia. También se abrieron bingos, a los que iban gentes de una cierta edad y en los que algunos aterrizaban tras una cena de parejas para tomar la penúltima copa y echar unas cuantas partidas. Los casinos «verdaderos» eran muy pocos y estaban frecuentados mayormente por turistas adinerados y gentes de estratos alto o medio-alto. La gran mayoría de la gente rellenábamos una quiniela a la semana, poniendo un 1, un 2 o una X en las casillas de los partidos de los domingos con la esperanza de acertar los catorce resultados y de que hubiera pocos acertantes, y jugábamos a la lotería, sobre todo en navidad y, algunos, diariamente a los cupones de los ciegos. Podría decirse que todos jugábamos un poco, que había quienes estaban «empicados», pero el juego -y menos el de apuestas- no era una adicción general.
Hoy ha cambiado totalmente el panorama y las apuestas se han convertido en una de las mayores lacras sociales, en una adicción muy peligrosa sobre todo para los jóvenes. Son ya una verdadera droga que tiene prisioneros a un número cada día mayor de personas y que se publicita libremente. En un documentado informe firmado por la periodista Mª José Guzmán, publicado hace unos días en Diario de Sevilla, se recogía que los viernes por la tarde grupos de jóvenes imberbes de La Rinconada, Brenes y otros pueblos del área metropolitana de Sevilla desembarcan en la Macarena, con unos euros en el bolsillo, para «echar la tarde» en alguna de las grandes casas de apuestas que han proliferado en la ciudad. Allí, las consumiciones son baratas (incluso hay lugares que ofrecen dos botellines por 0,50 euros), existen grandes pantallas donde ver los partidos de futbol o videoclips de moda y donde se incita a apostar. No solo al resultado final de un partido de futbol sino a si un determinado jugador marcará dos veces o en qué minuto lo harán Messi o Benzemá o un delantero del Leganés… O a cómo terminará un partido de baloncesto en Turquía, o una carrera de motos en Singapur… Todo es susceptible de una apuesta.
Los locales de apuestas se han triplicado en Andalucía los últimos tres años, sobre todo en los barrios modestos de ls ciudades. Se han convertido ya en lugares de ocio para jóvenes, muchos de ellos en paro, e incluso para menores (aunque en teoría no tengan autorizada la entrada). Y desde que se introdujo el on line, ya no es siquiera necesaria la presencialidad, por lo que desde el sofá de la casa, o desde la cocina, se pueden hacer apuestas. Lo que ha ampliado enormemente el número de apostantes, tanto hombres como, crecientemente, mujeres: basta con tener una tarjeta de crédito. Así, el número de enganchados y enganchadas al juego crece exponencialmente. Y correlativamente a ello, las deudas acumuladas. Incluso ya se ha producido algún suicidio, por esta causa.
Los reclamos son impresionantes. Las grandes casas de apuestas patrocinan a los clubs de futbol (a 19 de la primera división española, o sea, a todos menos la Real Sociedad de Donostia), los ídolos deportivos lucen en sus camisetas el nombre de esas empresas, en las retransmisiones televisivas se repiten las incitaciones a apostar por parte de los mismos periodistas que están comentando las jugadas… hasta los autobuses de la empresa municipal de Sevilla, Tussam, han llevado esa propaganda. Sólo en marketing y publicidad las multinacionales de las apuestas gastaron el año último, a nivel estatal, 300 millones de euros. Y la Junta de Andalucía ingresó 165 por impuestos sobre el juego (solo con los realizadas presencialmente porque las apuestas on line tributan directamente a la Hacienda estatal). O sea, que «la heroína del siglo XXI», a pesar de ser ya un gravísimo problema de salud pública, es un negocio incluso para las administraciones.
Lo anterior puede explicar (nunca justificar) que aunque exista, desde hace ocho años, una ley estatal reguladora del juego, aun no se haya publicado el reglamento que debería regular su publicidad. Por lo que esta es libre. Parecería increíble que estando prohibida la propaganda de bebidas alcohólicas y del tabaco, a pesar de que son drogas legales como el juego, la de este no haya sido prohibida y entre en nuestras casas por todas las vías y a todas horas. Hasta ahora, solo algunas organizaciones, como FACUA, exigen la prohibición total de esta publicidad, a la vez que reclaman un control municipal -además del estatal y el autonómico- sobre la actividad y un régimen duro de sanciones para los incumplimientos de la ley (sobre todo respecto al juego de los menores de edad). En el Parlamento andaluz, el PSOE, con el apoyo de Adelante Andalucía presentó recientemente una proposición de ley referida a la situación de las casas de apuestas, planteando que no debían estar a menos de 500 metros de centros educativos. Una medida claramente insuficiente que, a pesar de ello, fue desestimada por PP, Cs y Vox: es claro que defienden este negocio y que les interesa que nuestra juventud se enganche a la nueva droga, porque así será más sumisa y fácilmente manipulada.
Considero que lo que más urgente es la prohibición inmediata de toda publicidad y el control estricto de la prohibición del juego a menores. Con el horizonte de una regulación muy estricta, y restrictiva, con sanciones ejemplificadoras. No podemos conformarnos con poner paños calientes, por más que Ansear, la patronal de salones de juego, con la desvergonzada retórica de siempre, se defienda con el mantra de los miles de empleos que supuestamente se perderían si se desinflara, al menos parcialmente, el negocio. Ya está bien de justificar todas las barbaridades con la excusa de los puestos de trabajo.
Isidoro Moreno. Catedrático emérito de Antropología Miembro de Asamblea de Andalucía (AdA)
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