Recomiendo:
0

La huella profunda de los «disidentes»

Fuentes: Cádiz Rebelde

Quizás parezca inmodestia o deseos de protagonismo el que uno de los ex agentes de la Seguridad del Estado cubano, cuyos testimonios sirvieron de base para escribir el libro Los «Disidentes», aproveche su condición de periodista para contar anécdotas sobre la huella profunda que entre sus compatriotas de a pie ha dejado esa denuncia sobre […]

Quizás parezca inmodestia o deseos de protagonismo el que uno de los ex agentes de la Seguridad del Estado cubano, cuyos testimonios sirvieron de base para escribir el libro Los «Disidentes», aproveche su condición de periodista para contar anécdotas sobre la huella profunda que entre sus compatriotas de a pie ha dejado esa denuncia sobre la criminalidad de la política aplicada por los Estados Unidos de América contra Cuba.

«Periodismo de urgencia», calificaron a su ejercicio los autores Luis Báez y Rosa Miriam Elizalde, cuando el 24 de junio del 2003 fue presentado el libro en el habanero Memorial José Martí. Muy de urgencia. Ni mis compañeros ni yo olvidaremos las sesiones maratónicas de entrevistas que nos cayeron encima, cuando estábamos internados en una casa de seguridad inmediatamente después de conocerse nuestra identidad como agentes infiltrados en la contrarrevolución criolla. Nuestra tensión era tal, que Báez y Elizalde, en su rol de entrevistadores, reconocen haberse visto obligados a emplear un metafórico sacacorchos para poder obtener los testimonios recogidos en Los «Disidentes». Imagine el lector: hombres y mujeres acostumbrados a la discreción de las tumbas, de la noche a la mañana ante el reto de contar a todo grito sus historias personales, sus batallas silenciosas contra engendros como la norteamericana Ley Helms-Burton, o esos momentos donde el «ser-no ser» produjo más de un drama de conciencia.

Un libro puede ser un gran suceso, incluso un gran escándalo, y ser olvidado totalmente un año después. Con razón, el novelista cubano Alejo Carpentier apuntó que la verdadera trascendencia de una obra literaria se mide no porque sea editada, sino por el número de veces en que ha sido reeditada. Le cito no para extenderme en estadísticas de publicación del ejercicio de Báez y Elizalde, sino precisamente para destacar que las desconozco, porque mis únicos índices de hasta dónde Los «Disidentes» ha calado profundo en la conciencia del cubano de a pie, vienen dados por lo que a casi a diario me asalta.

A veinte meses de su lanzamiento, se hace prácticamente imposible encontrar el libro en los inventarios de las librerías cubanas; medio fantasmagóricamente, aparece en ferias comerciales donde, como se dice entre mis compatriotas, «dura lo mismo que un merengue en la puerta de un colegio». Créalo, o no lo crea: desde la noticia de su primer lanzamiento, más de 50 desconocidos me han detenido en plena calle, para, Los «Disidentes» en mano, pedirme un autógrafo.

Mi familia dispone de 5 ejemplares, todos comprados por mí gracias a la oportunidad de haber participado en varios eventos de presentación y venta del libro. De éstos, uno permanece bien a custodia en mi biblioteca personal, y el resto está circulando constantemente, mientras nadie sabe cuántas personas aún reservan turno para leerlo. Mi madre, ya con 80 años de edad y para quien la posesión del libro es casi una obsesión, lleva un registro de lectores para no perder a su ejemplar en uno de los préstamos. Pues bien, a la altura de estas líneas, más de 200 de sus vecinos han estampado su firma como constancia de haber pasado por semejante «biblioteca».

Muchos de quienes se encuentran conmigo, o me conocen por primera vez, generalmente manifiestan preocupación por mi seguridad personal, habida cuenta que me ven andando por las calles de La Habana como cualquier hijo de vecino. Acostumbro a responderles que aparte de que «nadie muere las vísperas», mis viejos amigos de la Seguridad tienen muchas maneras de protegerme sin causar molestias. Mi tercer argumento es el mismo, siempre: si a nivel popular el libro donde se cuenta mi historia suscita semejante interés y solidaridad, a veinte meses de publicado, bien poco por temer tengo. Fuenteovejuna mata al Comendador, no a quien la defiende de la criminal política aplicada por los Estados Unidos contra Cuba.

Vivo en el barrio de San Leopoldo, inmensamente populoso y ubicado en pleno corazón de la capital, y lo recorro a pie casi a diario por una razón u otra. Paso frecuentemente por una librería de viejo que está unos metros del Cuchillo de Zanja, santasáctorum de la presencia china en Cuba. Uno de esos días uno de los dos libreros dueños del negocio se lanzó en mi persecución y me atrapó. Me había reconocido y, como tenía a Los «Disidentes» en venta-ejemplar nuevo sacado de nadie sabe dónde-deseaba sencillamente estrechar mi mano. Pues bien, aquello concluyó tres horas más tarde, tras una tertulia improvisada ante unas quince personas como promedio, quienes no se cansaban de escuchar mis respuestas a sus preguntas. De paso, sé que todos mis compañeros ex agentes pueden contar anécdotas similares a las aquí relatadas.

Por supuesto, otorgo a quien me lea el derecho de no creerme. Me limito a contar mis vivencias y a deducir mis propias conclusiones: Cuba dista de ser una sociedad perfecta -lo he dicho más de una vez. Quienes persiguen a Los «Disidentes» y además me abordan para tratarme de manera tan fraternal, no ocultan sus inconformidades y quejas. Cuando les escucho, me parece sentir que quizás no sepan cuál Cuba futura quieren. Pero de lo que no caben dudas, es de que sí saben cuál no desean. La huella profunda que va dejando el libro, en la conciencia popular cubana, así lo revela.