«Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado, y las personas, al fin, se ven forzadas a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas», Karl Marx. Vivimos en tiempos caducos. El sistema político, social y económico se descompone y reconfigura de manera abrupta y a gran velocidad. […]
«Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado, y las personas, al fin, se ven forzadas a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas», Karl Marx.
Vivimos en tiempos caducos. El sistema político, social y económico se descompone y reconfigura de manera abrupta y a gran velocidad. Los efectos de la actual crisis económica junto a la victoriosa «revolución» neoliberal han precipitado un proceso a gran escala de empobrecimiento y proletarización de la población europea sin precedentes recientes. Entre la gente desposeída crecen los sectores que ya no ven reflejadas sus necesidades y aspiraciones dentro del sistema actual, una desafección que habitualmente identifica el sistema político como la principal causa de las dificultades económicas y sociales.
Históricamente, cuando un sistema político y económico no crea riqueza ni consenso social, los liderazgos y las formas de dominación de la clase que detenta el poder, así como el propio modelo productivo, tienden a perecer en pro de sistemas más eficientes.
Actualmente el sistema político y el conjunto de instituciones que conforman las estructuras de poder en el Estado español, el Régimen Constitucional del 78, no sostienen satisfactoriamente ni la circulación ordinaria del capital ni la incesante hambre de beneficios y plusvalías de los nuevos amos, mucho menos las necesidades de las masas. Las perspectivas de satisfacer ambas partes y reconciliar sus intereses de forma pacífica en un marco político estable son altamente improbables dentro del sistema «democrático» actual y lejanas dentro del actual sistema productivo dominante.
Todo lo sólido se desvanece en el aire. En esta tesitura transitiva se encuentra el capitalismo español; el liberalismo democrático y la arquitectura posfranquista del poder han agotado ya su impulso histórico. Esta es la Crisis de Régimen que acecha al Estado español, un desfase entre la evolución económica y las formas de dominación política, una entropía creciente que requiere resintonizar la estructura político-social a las nuevas necesidades del capital en un contexto de crisis.
1. Crisis económica y crisis política
Para comprender la complejidad de la coyuntura actual conviene observar la dimensión económica de la crisis política; la fase de empobrecimiento actual no solo responde a una cuestión de voluntad o fuerza política de las clases dominantes sino a dinámicas y fuerzas macroestructurales que empujan a los actores capitalistas a su destrucción mutua.
La solución capitalista a la crisis requiere un ciclo de reestructuración económica y social profundo, el capitalismo solo volverá a crecer destruyendo una parte importante de sí mismo y aumentando radicalmente la tasa de explotación. Esta fase de destrucción de capital seguirá afectando de forma desigual y combinada a las distintas clases sociales y las diversas áreas geográficas del planeta. En el caso del Estado español, dentro del marco general de austeridad y crisis de la deuda soberana en la UE y teniendo en cuenta el desplazamiento del polo geoestratégico mundial hacia el continente asiático, el impacto de esta contracción puede centrifugar fácilmente la economía española a una depresión de largo alcance, debilitando aún más su peso económico y político-militar en el mundo. Un maelstrom que afectará al conjunto de la UE si ésta no es capaz de encontrar una estabilidad interna y una buena posición en el nuevo equilibrio político militar global.
En el Estado español este ciclo económico ha hecho estallar las grietas de la Transición provocando una reacción en cadena en el plano político; una Crisis de Régimen en la que se van diluyendo las viejas alianzas que fundaban el Régimen Constitucional del 78. La oligarquía económica y política es incapaz de seguir ofreciendo las limitadas contrapartidas económicas y sociales que fundaban el pacto social de la Transición. De la misma forma, tal como demostró la irrupción del 15M, las clases populares no pueden contener ya sus impulsos políticos en el marco de la Cultura de la Transición. Esta doble contradicción, junto a la tensión en el campo económico, explicita un desfase entre la estructura y la superestructura del sistema.
Límites económicos
En el contexto de crisis en el que nos encontramos, determinado en última instancia por la caída tendencial de la tasa de beneficios a nivel internacional desde los años 701, el actual desarrollo de las fuerzas productivas y su distribución geográfica configuran un escenario en el que la recuperación económica del Estado español se revela enormemente dificultosa. Junto a la caída de la tasa de beneficios podemos identificar tres handicaps principales: 1) El pinchazo de la burbuja inmobiliaria ha agotado rápidamente el modelo productivo español y destruido el «milagroso» crecimiento económico de la era PP; 2) La crisis económica profundiza las dinámicas del mercado globalizado, poniendo la economía española en mayor tensión al tener que competir de forma creciente con los costes internacionales del trabajo; y 3) El papel de la Troika y la correlación de fuerzas entre el centro y la periferia de Europa.
Por dichas razones la recuperación económica, necesaria para poder fundar un nuevo pacto social que ofrezca a las clases subalternas unos estándares de vida mínimamente parecidos a los que hemos venido gozando hasta ahora, es impensable a corto y medio término. Esta es la inestabilidad estructural con la que deberá lidiar cualquier opción política que quiera gestionar la crisis dentro de los marcos del capitalismo; una fase de profundo empobrecimiento de la población.
Límites políticos
En el Estado español el bloque histórico hegemónico del periodo democrático contaba hasta el inicio de la crisis no solo con la gran burguesía industrial y financiera, detentora del poder a lo largo y ancho del siglo XX, sino que fue capaz de sumar a ella las fuerzas de la socialdemocracia y los aparatos de los sindicatos mayoritarios, incluyendo así a grandes sectores de la clase trabajadora.
Pero actualmente el advenimiento de la crisis económica y las fisuras del pacto transitivo han hecho estallar estas alianzas y afinidades por los aires. A día de hoy el conjunto de instituciones, de organizaciones políticas, normas sociales y cosmovisiones ideológicas y culturales que cimentaban el Estado español son manifiestamente incapaces de dar cohesión social al desarrollo de las fuerzas productivas.
La aceleración de la dinámica de concentración monopolística del capital, inevitable en cualquier crisis, erosiona las bases materiales de la connivencia entre la gran burguesía y la pequeña y mediana empresa existente hasta día de hoy. Así mismo, la proletarización de grandes capas de la pequeña burguesía y la enorme precarización de las condiciones de vida de las clases trabajadoras dinamitan también los cimientos del pacto social. Tampoco quedan a salvo las burocracias sindicales, pues las contrarreformas laborales van minando su privilegiada posición de negociadora entre la patronal y la clase obrera. La sustancia que cohesionaba el bloque histórico se diluye, las formas políticas y jurídicas se vacían de contenido. El poder tiene cada vez más dificultades para garantizar prosperidad y seguridad a sus sectores subalternos.
Los antiguos consensos políticos no sirven ya a los intereses de los propietarios y gestores del capital, tampoco a sus subalternos. Esta brecha genera una tensión intolerable a largo plazo para los intereses de la élite dirigente; la disciplina de la clase trabajadora no es una cuestión negociable para el desarrollo armonioso de las fuerzas productivas. El liberalismo económico debe dejar atrás las viejas formas de dominación política para estar en condiciones de garantizar exitosamente la reproducción del capitalismo y el poder de sus élites económicas.
2. La reconstrucción política neoliberal
Solo si entendemos que la estrategia del capitalista colectivo español (el consenso entre las distintas burguesías económicas y nacionales) para salir de la crisis consiste en seguir depreciando el nivel de vida de las clases trabajadoras y populares para poder competir en los mercados internacionales, podremos hacernos una idea realista del precio político y social que conlleva el proyecto neoliberal. Una dinámica que, inscrita dentro del proceso internacional de empeoramiento de las condiciones laborales y pérdida de derechos sociales y políticos, iniciado a finales de los años 70 como reacción a la crisis del modelo fordista-keynesiano y a la caída tendencial de la tasa de beneficios, ha aprovechado la crisis económica actual y la debilidad política de las clases populares para intentar precipitar y solidificar una nueva correlación de fuerzas mucho más favorable al capital.
En el caso del Estado español la aceleración de esta dinámica tiene su máxima expresión en la reforma del artículo 135 de la Constitución, un cambio de naturaleza de la carta magna que priorizando el pago de la deuda ha dilapidado las garantías del Estado social. Tal como señala Pisarello: «A medida que ha conseguido avanzar, este triple proceso deconstituyente [internacional, europeo y estatal] ha provocado un auténtico cambio de régimen. La noción de democracia, o de democracia constitucional, resulta cada vez más inadecuada para describir la confusión y concentración de poderes públicos y privados que la financiarización del capitalismo ha producido»2.
Esta fase transitoria en la que nos encontramos, causa y consecuencia de la reestructuración económica ya iniciada y manifestación evidente del poder de la clase dirigente, abre a su vez un espacio de oportunidad política para las clases populares debido a la pérdida de hegemonía política y social cada vez más aguda de la clase dirigente. Los motivos económicos, políticos y sociales que iniciaron el ciclo de movilización del 15M no han hecho más que agudizar sus contradicciones. Tal y como señala Jaime Pastor: «desde que se inició el ciclo de protesta abierto por el 15M hemos avanzado en la ‘guerra de posiciones’ pero no hemos superado el umbral necesario para cambiar la relación de fuerzas frente a los de arriba. Persiste todavía una situación de bloqueo político que permite un margen de maniobra para operaciones cupulares hacia una ‘segunda transición’, ya en marcha, o para populismos de derecha o transversales, incluso desde sectores del PP»3.
La crisis política actual no puede prolongarse sine die. La clase dirigente no puede mantener un régimen político basado solo en la fuerza y la represión del estado, necesita ejercer también un liderazgo ideológico, cultural y moral que provoque la identificación y sintonía de las clases explotadas con los intereses de clase de sus amos. Y siendo conscientes del distanciamiento entre ambas partes y del descrédito del sistema político, una parte de la clase dirigente, la más lúcida, o la menos atada al viejo régimen, ha empezado a construir alternativas lampedusianas con el fin de poder reconstruir esta hegemonía perdida, tratando de asegurar salidas políticas que puedan «cambiarlo todo» para poder mantener intacta la estructura económica liberal. El éxito de las viejas élites dominantes en el ejercicio de construir estos nuevos consensos políticos y sociales cerrará las oportunidades políticas del legado del 15M para cambiar la correlación de fuerzas. Pero este ejercicio de consolidación política será enormemente más complicado que la facilidad con la que han iniciado y consolidado los cambios en la esfera económica.
Descartada la posibilidad, por los limites económicos expuestos más arriba, del retorno a un capitalismo socialdemócrata capaz de contener la crisis del régimen y devolver a las clases populares sus antiguos derechos económicos y políticos, existen a grandes rasgos tres escenarios posibles de estabilización y/o regeneración política por parte del capitalismo y sus clases dirigentes: 1) La continuidad de un bipartidismo zombie cuyo único mérito sea la falta de alternativas políticas de las clases populares; 2) El crecimiento del regeneracionismo político que representa UPyD, que disputando a la izquierda la indignación social puede llegar a conquistar políticamente a enormes capas de la población decepcionadas con el régimen del 78 (las maniobras de Esperanza Aguirre o las denuncias de El Mundo al PP nos permiten intuir la posibilidad que este discurso regeneracionista también se desarrolle dentro del propio Partido Popular); y 3) Un tercer escenario, aún lejano en el tiempo pero muy acorde con las contradicciones históricas que vivimos, es la reaparición del fascismo. La desesperación y ansiedad psicológica que provoca al conjunto de la sociedad, el derrumbamiento de los antiguos valores y modelos sociales, junto al pesimismo generalizado fruto de las múltiples derrotas y decepciones vividas, pueden conectar fácilmente con el discurso y la praxis de una extrema derecha inteligente y desacomplejada. Si la clase dirigente no encuentra otras vías para estabilizar sus intereses de clase y el fascismo logra imponerse en las calles, el «cirujano de hierro» aparecerá en la palestra política como la única alternativa posible y deseable ante la descomposición del régimen liberal y democrático.
Sin embargo, esta estabilización, vía regeneración o continuación del sistema de partidos actual, no será un ejercicio unidireccional de la clase dirigente: sus opciones se desarrollarán y se harán efectivas más bien a partir del combate constante con las dinámicas de movilización desde abajo y la capacidad de autoorganización de las clases populares.
3. Proceso Constituyente desde Abajo
¿Cómo aprovechar esta coyuntura abierta? ¿Cómo detener la recomposición política de la clase dirigente? ¿Cómo detener los embates del capital que se dan en el corto plazo y revertir el proceso constituyente neoliberal que se irá consolidando en el medio y largo plazo? ¿Cómo dotar de sinergias los diferentes procesos destituyentes populares para que puedan revertir la actual correlación de fuerzas?
La vía electoral
Para muchas y muchos activistas y militantes de diferentes tradiciones, y para una parte importante de la sociedad agitada políticamente, la estrategia actual debería basarse en la construcción de un referente electoral con el que poder disputar la victoria a la derecha y al socialiberalismo. Existen diversas iniciativas que, a pesar de sus diferencias substanciales, se encaminan en esta línea; desde la Izquierda Abierta de Llamazares al Partido X defendido por una parte del 15M, pasando por el Frente Cívico de Anguita o los procesos propuestos por distintos proyectos municipalistas y la izquierda anticapitalista como las CAV’s en Catalunya o Construyendo Alternativas en Madrid. Pero tal y como nos comentan Carolina Bescansa y Ariel Jerez (colaboradores de la Fundación CEPS):
Lamentablemente por separado, ninguno de estos vectores podrá aprovechar la coyuntura para impulsar el sujeto portador de un nuevo proyecto constituyente que logre definir el sentido ideológicamente otrora orientador de la izquierda, centro y derecha […]. De ahí la perentoria necesidad de apoyar los esfuerzos transversales lanzados desde diversos colectivos para una convergencia en un espacio político más ambicioso4.
Podemos identificar dos polos opuestos e interconectados en los que se articulan las distintas concepciones e ideas sobre la naturaleza de este referente aglutinador, así como distintas valoraciones sobre los cambios políticos que podría impulsar una mayoría electoral. Para los sectores más ligados a la antigua izquierda y a sus prácticas reformistas y/o socialiberales, el referente electoral debería aglutinar a las organizaciones políticas existentes y en mayor o menor medida los movimientos sociales. Por contra, muchos de los sectores ligados al movimentismo, ya sea en su variante reformista o anticapitalista, piensan que el referente electoral debería dinamitar el eje izquierda-derecha de la Cultura de la Transición con un programa que recogiera los consensos y los puntos de fuga del 15M. Para los primeros la formación de un gobierno progresista bastaría para lograr el cambio político necesario, para los segundos se trataría más bien de un desbordamiento electoral que bloquease o superase los intentos de ‘regeneración’ y estabilización política de las antiguas élites, manteniendo y creando espacios de oportunidad política.
Para los sectores más rupturistas, la construcción de una plataforma suficientemente amplia que pueda ganar las elecciones sin ser dominada, tanto a nivel de discurso y programa como a nivel orgánico, por la vieja izquierda y sus prácticas será un ejercicio altamente dificultoso. En este sentido la iniciativa del Procés Constituent de Oliveres y Forcades en Catalunya será un laboratorio privilegiado para poder analizar las dificultades de este nuevo reto político y generalizar sus mejores experiencias.
Pero a su vez la cuestión clave en la coyuntura actual no es solamente el debate sobre el cómo construir esta dinámica agregadora sino que debemos polemizar y comprender el margen de maniobra y las herramientas que aportaría a las clases populares la construcción de una alternativa electoral y una hipotética victoria.
Instituciones, política y poder
Sobre la capacidad y utilidad de las viejas propuestas reformistas, aunque sea en sus versiones más radicales, debemos ser muy sinceros y tajantes a la hora de denunciar las falsas ilusiones de su proyecto; en caso de lograr conquistar una mayoría electoral suficiente para formar gobierno, las herramientas del estado actual serán del todo insuficientes para lograr cambios importantes en la correlación de fuerzas.
Debido al hecho de que el gobierno español ha cedido, incluso constitucionalmente, gran parte de la soberanía de los pueblos del Estado español a la Troika y los mercados internacionales, la victoria electoral quedaría rápidamente encorsetada dentro de la doctrina y praxis neoliberal. El mecanismo perverso de la deuda, el estado actual de la economía española y la deriva del sector público no dan margen de maniobra. La implementación de cualquier política keynesiana mínimamente socialdemócrata necesitaría romper el orden constitucional y confrontarse directamente a los designios de la UE. Por ello cada vez son más quienes argumentan que la victoria electoral debería iniciar, o ir acompañada, de un Proceso Constituyente que articule un nuevo pacto social y unas nuevas relaciones con Europa. En este sentido Jaime Pastor define este proceso de la siguiente manera:
La formación de un bloque social, político, cultural y plural también territorialmente, capaz de ir construyendo la contra-hegemonía necesaria para llegar a crear las condiciones de la ruptura con el régimen y a favor de nuevos procesos constituyentes desde el protagonismo de los pueblos. El avance hacia ese horizonte debería darse cuestionando abiertamente la cultura política de la ‘Transición’ y el ‘sentido común’ neoliberal, junto con la intensificación y la confluencia de distintas formas de lucha -basadas, principalmente, en la desobediencia civil no violenta- y organización -15M, mareas, sindicalismo alternativo, redes de economía social y solidaria…- generadoras de contrapoderes sociales; pero necesitará también apoyarse en nuevas herramientas políticas, electorales y/o referendarias, también rupturistas5.
Aunque estoy convencido de la idoneidad de emprender este camino constituyente, no debemos esconder ni infravalorar los límites de un cambio de naturaleza predominantemente política, pues incluso en el caso que un proceso constituyente lograra superar con la presión de las calles las bases políticas de la Constitución del 78 y desligarse de la Troika, encontraría otro claro impedimento: las limitaciones del poder institucional y político para poder desarrollar la democratización de la economía, la incapacidad del nuevo poder constituyente para controlar y dirigir la mayoría de esferas donde se gesta la constitución material de las condiciones de vida. El capitalismo y la fuerza de la clase dirigente se reproduce y se articula en multitud de espacios en los que los viejos estados y sus instrumentos son totalmente inoperantes. El gran margen de maniobra que les otorga su control sobre la producción, la propiedad inmobiliaria, el sistema financiero o los medios de comunicación sitúa su poder más allá de las estructuras institucionales.
Sería totalmente iluso pensar que la clase dirigente del Estado español, así como la Troika y los distintos gobiernos de la UE, no reaccionarán con toda su fuerza para desestabilizar cualquier medida que atente contra sus intereses de clase. Es cierto que un proceso constituyente podría construir nuevos mecanismos para confrontarse al poder de la casta económica y política que nos gobierna, tal y como ha ocurrido parcialmente en los procesos constituyentes de Venezuela o Ecuador. Pero no podemos olvidar que dichos procesos de redistribución económica hacia abajo tienen una base económica, principalmente la extracción y comercialización de hidrocarburos, con las que el Estado español y la UE no cuentan. Un hecho que, sumado a la situación de crisis económica en la eurozona, da un margen de maniobra mucho más reducido a la clase dirigente de la UE, en especial la de los PIIGS, para poder tolerar medidas políticas que provoquen una redistribución económica más social.
Las objeciones o limitaciones expuestas en referencia a la vía electoral o al proceso constituyente no deben utilizarse sin embargo para rechazar de modo genérico estas propuestas, sino para valorar más adecuadamente sus potencialidades y límites.
¿La vía electoral como táctica revolucionaria?
Los procesos de cambio no se construyen ni logran sus objetivos de forma espontánea ni repentina, más bien se desarrollan como una sucesión de distintas fases de acumulación de fuerzas seguidas de periodos de retroceso y crecimiento de la reacción. Dado que cada una de las fases tiene peculiaridades propias y requiere distintas prioridades políticas y orgánicas, ni la idealización del proceso constituyente como un camino ‘rectilíneo’ que conduce hasta la sociedad deseada ni la crítica ultrarrevolucionaria basada en un análisis alejado de la realidad nos permitirán avanzar en la correlación de fuerzas.
Entre diversos sectores de IU, de la izquierda anticapitalista y de la autonomía empieza a generalizarse la idea de que en la coyuntura actual los avances rupturistas parten, o necesitan incluir, propuestas y tácticas reformistas dentro de un horizonte constituyente6. Desde esta perspectiva, Pisarello expone de forma muy acertada la necesaria correlación entre la vía institucional y los movimientos sociales:
Es evidente, en todo caso, que para que esta erosión sea efectiva [la del régimen político y el orden económico], el poder destituyente-constituyente debería ser capaz de manifestarse en un doble ámbito: como poder electoral y como poder social en acción. La activación del poder destituyente-constituyente electoral […] y el cambio de correlación de fuerzas en la esfera institucional tienen una gran importancia. De entrada, porque contribuirían a frenar, en sede institucional, los recortes más severos de derechos y libertades que se están produciendo (comenzando por la criminalización de la protesta). Por otro lado, porque facilitarían una ruptura o una reforma constitucional para la ruptura que acabara en la convocatoria de una asamblea constituyente y en la redacción de una nueva constitución. Naturalmente, para que el cambio electoral no se resuelva en un rápido y frustrante cierre institucional, es imprescindible que el poder destituyente-constituyente se exprese también como poder en acción, es decir, que sea capaz de reconfigurar las relaciones reales de poder más allá de las instituciones: en el territorio, en los barrios, en los lugares de trabajo, en las escuelas y universidades, en la red7.
De esta forma, si entendemos la vía electoral como una herramienta dentro del proceso constituyente, y a su vez entendemos este proceso como un proyecto rupturista de largo alcance, podremos orientar nuestros análisis y debatir con mayor idoneidad y realismo sobre la articulación y peso que deben tener cada una de las patas del movimiento destituyente-constituyente: la vía electoral, la articulación de las luchas y la construcción de alternativas. Solo si entendemos el proceso constituyente como la fase actual de un desarrollo revolucionario lograremos escapar de las ilusiones reformistas (incapaces de parar el curso de la historia) y del sectarismo (incapaz de empujar el curso de la historia).
La vigente sinergia entre horizontes democráticos, tácticas reformistas y avances rupturistas es sin duda una de las primeras conclusiones que podemos extraer del análisis sobre la crisis de régimen. Aún así, ni todas las propuestas orgánicas mantienen el impulso de la base ni todas las formas de luchar por reformas abren espacio o refuerzan la vía rupturista. Las dificultades y divergencias que resultan del balance entre la vía institucional y los movimientos sociales pueden observarse perfectamente en el curso de la crisis griega y el desarrollo de Syriza (que prioriza la construcción de un referente amplio) y Antarsya (que prioriza la unidad de acción de las luchas y la construcción de un polo anticapitalista), y se han mostrado en el rechazo de Syriza a apoyar una huelga indefinida en la educación que iba a poner en serios apuros al gobierno8.
4. Proceso Constituyente y revolución permanente
Desde mi punto de vista ni la victoria electoral ni el inicio de un proceso constituyente deberían entenderse nunca como el final de ningún trayecto, sino como la consecución de un nuevo escenario de batalla donde las clases populares puedan tener más oportunidades para conquistar terreno en la correlación de fuerzas y lograr una salida social a la crisis. En otras palabras, debemos pensar como lograr y garantizar que la revolución democrática constituyente abra oportunidades políticas para alcanzar la superación revolucionaria del capitalismo.
En la coyuntura actual y pensando a corto plazo, el proceso constituyente y la vía electoral pueden resultar dos de los objetivos y medios tácticos más interesantes para salir del estado de atomización de los movimientos sociales y las clases populares. Pero no podemos basar toda nuestra estrategia en la espera de una convocatoria electoral que nos permita conquistar la mayoría parlamentaria mientras seguimos cediendo en todos los terrenos de nuestras vidas, ni podemos confiar en que dicha victoria electoral permita por sí misma abrir un proceso constituyente. Paradójicamente ni tan siquiera podemos confiar en lograr una victoria electoral a través de procedimientos puramente electoralistas. Solo si reforzamos orgánicamente los movimientos transformadores y estos mantienen su empuje con independencia de la dinámica institucional lograremos una salida anticapitalista a la crisis.
Para lograr abrir un proceso constituyente que pueda impactar en la correlación de fuerzas material necesitamos recuperar fuerza y poder de forma urgente allí donde se juegan las batallas: los puestos de trabajo, los centros de estudio, los servicios públicos, los barrios, los cuerpos… Necesitamos batallar en el terreno donde se conforman nuestras condiciones de vida. Necesitamos boicotear los espacios donde el capitalismo genera sus beneficios. Y para luchar en condiciones en estos terrenos necesitamos otra serie de instrumentos sociales y políticos. Necesitamos un sindicalismo combativo que pare la sangría del paro y la precarización laboral, una PAH extendida a todos y cada uno de los rincones del Estado que detenga materialmente el poder de la banca, espacios de debate y empoderamiento feminista que detengan el retorno del nacionalcatolicismo, cooperativas autónomas que nos alejen cada vez más de la precariedad material en la que nos encontramos…
Construir el sujeto revolucionario
En un contexto en el cual las identidades políticas van desprendiéndose de la ideología dominante, no solo debemos construir el sujeto democratizador (Pueblo, Nación, Unidad Popular o Movimiento Constituyente) sino que también debemos construir el sujeto Clase Trabajadora, pues es el conjunto de trabajadores y trabajadoras la única clase social que en última instancia puede desarrollar y hacer hegemónicas las ideas socialistas, aquellas que defienden la socialización y democratización de la economía. Si dentro de este proceso constituyente siempre dominan las aspiraciones y reivindicaciones de los pequeños y medianos propietarios o de los profesionales liberales, dejaremos intacta la esencia del liberalismo y las estructuras mercantiles, no llegaremos a cuestionar nunca la competencia económica en sí ni la estructura de clases. Por este motivo las luchas de la clase trabajadora serán indispensables para profundizar el proceso constituyente y hacer prevalecer el valor de uso de las cosas por encima de su valor de cambio. Las asambleas, las acampadas, los piquetes, las huelgas, la coordinación, los sindicatos de base… la experiencia real es la que ha dado y dará herramientas a las capas populares y trabajadoras para reconocerse como clase con unos intereses comunes y recomponer su fuerza política.
Sin duda debemos aprovechar las oportunidades que nos ofrece la coyuntura política y la dimensión ganadora que desprende la idea del proceso constituyente. Pero por todos los motivos expresados a lo largo del artículo, la vía electoral no debería dominar las tareas actuales de los movimientos rupturistas. Siendo conscientes de sus limitaciones y potencialidades, y para lograr no sobredimensionar las oportunidades políticas, será de vital importancia no olvidar que si actualmente podemos plantearnos, de forma realista, disputar la hegemonía al liberalismo es gracias a la dinámica de movilización social reciente. Las luchas unitarias y transversales del 15M, las mareas o las PAH, no las dinámicas electorales de la izquierda reformista, son las que han abierto este espacio en la sociedad hacia nuevos planteamientos rupturistas y de izquierdas. Son las dinámicas desde la base, y no los pactos en despachos o los grandes acuerdos programáticos, los que permiten construir el sujeto político y el proceso constituyente necesario para dar una alternativa social a la clases populares.
Bienvenidos sean los retos que nos ofrece la nueva coyuntura. Que nuestro pasado no nos haga cobardes ni su olvido imprudentes.
Notas:
1 Ver Luke Stobart, 2009: «¿Ladrillos o cimientos? Preguntas y respuestas sobre la nueva gran crisis». En lucha, diciembre. Disponible en http://bit.ly/14Obxp4.
2 Gerardo Pisarello, 2013: «Reino de España: perspectivas de un proceso destituyente-constituyente». Sinpermiso. Disponible en: http://bit.ly/13ClOkJ.
3 Jaime Pastor, 2013: «Apuntes sobre la crisis del régimen y los debates sobre proceso(s) constituyente(s)». Viento Sur. Disponible en: http://bit.ly/1a7V7vC.
4 Ariel Jerez y Caroloina Bescansa, 2013: «Coyuntura fluida y nuevo sujeto constituyente». eldiario.es. Disponible en: http://bit.ly/14fFRpd.
5 Jaime Pastor, 2013: op. cit.
6 Ver, por ejemplo: Martí Caussà, 2013: «Los desafíos del Proceso Constituyente en Catalunya». Viento Sur. Disponible en: http://bit.ly/19kigIv; y Emmanuel Rodríguez, 2013: Hipótesis Democracia. Quince tesis para la revolución anunciada. Madrid, Traficantes de sueños.
7 Gerardo Pisarello, 2013, op cit.
8 Nikos Loudos, 2013: «Grecia: Syriza salva al gobierno griego de enfrentarse a una huelga indefinida del profesorado de secundaria». En lucha. Disponible en: http://bit.ly/19vh3By; para la valoración de Antarsya sobre la evolución de Syriza: «Valoración de Antarsya del Congreso y giro a la derecha de Syriza». Anticapitalistas.org. Disponible en: http://bit.ly/14Oi3Mw.
Pere Duran es militante de En lluita / En lucha
Fuente: http://enlucha.wordpress.com/