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Ponencia presentada en el IV Congreso Cultura y Desarrollo, La Habana, 9 de junio de 2005

La imaginación identitaria en la cultura estética de las organizaciones de la sociedad civil

Fuentes: Rebelión

Tras un época marcada por dictaduras y gobiernos militares, aunado a la ocupación estadounidense en el marco de la Guerra Fría, Honduras sufrió los embates de una «transición» democrática marcada por el verticalismo, la imposición violenta y la fachada de un gobierno elegido todo menos por un pueblo, sino por pactos caudillistas entre militares y […]

Tras un época marcada por dictaduras y gobiernos militares, aunado a la ocupación estadounidense en el marco de la Guerra Fría, Honduras sufrió los embates de una «transición» democrática marcada por el verticalismo, la imposición violenta y la fachada de un gobierno elegido todo menos por un pueblo, sino por pactos caudillistas entre militares y políticos con la ayuda de Estado Unidos. Con el Huracán Mitch tocando tierra en 1998, la sociedad civil se agrupa y asocia en múltiples organizaciones, configurándose así alrededor de un proyecto de nación expresada a través de diversos enfoques. Su acelerado surgimiento se debió, en parte, gracias a la llamada «Declaración de Estocolmo» firmada por los presidentes centroamericanos el 28 de mayo del 1999 en Suecia. En ella los mandatarios se comprometieron a descentralizar las funciones del Estado y a reforzar la sociedad civil, encauzando en Honduras el proyecto de Reconstrucción Nacional (Espinoza, 2003:130-138). A pesar de las firmas y los discursos oficiales, la sociedad civil se vio muy poco favorecida por el gobierno.

La comunidad artística y los trabajadores de la cultura caracterizaron una nueva forma de asociacionismo combinando desarrollo humano con desarrollo artístico profesional para sanar las heridas dejadas por los desastres, la violencia y la desilusión histórica que hoy caracterizan las diversas expresiones culturales del país. Una de estas características es la fragmentación cultural que engloba los efectos del capitalismo, su lógica y la dominación cultural que ejerce. El desmoronamiento del capital social, la atomización del individuo, la pérdida de la memoria histórica, la carencia de profundidad en la subjetividad, la confusión socio-cultural, ansiedad y alienación identitaria son solo algunos de sus efectos. En respuesta a estas condiciones las organizaciones de la sociedad civil (OSC) pactadas en el arte buscan recobrar y salvar el espíritu identitario de una nación fragmentada bajo el lastre del neoliberalismo. Para ello, rescatar las tradiciones y restablecer la memoria histórica a través de un proyecto ético-político de reconstrucción nacional que aúna el desarrollo económico para asegurar la reproducción de sus fines en y a través de las colectividades que atiende es la forma más idónea para afrontar las contingencias actuales.

A manera de contextualizar la discusión entiendo por OSC pactada en el arte aquellas asociaciones de interés generalizable realizadas por un grupo de individuos con fines no lucrativos que participan en el debate democrático y en el discurso público. Son asociaciones privadas de tipo recreativo y artístico con una orientación hacia el desarrollo social y humano donde las personas asociadas persiguen determinados fines compartidos por la colectividad para cambiar la opinión pública [1]. Aquí la categoría OSC pactada en el arte remite únicamente a una instancia descriptiva caracterizada por las siguientes funciones:

      • Promoción y producción artística: nacional e internacional.

      • Educación artística (talleres técnicos y de apreciación para el público en general y artistas emergentes).

      • Investigación artística, social e histórica.

      • Desarrollo comunitario integral: fuentes de trabajo autónomo, salud, educación, reconstrucción de viviendas, capital social, etc.

      • Desarrollo humano/personal: autonomía, autoconciencia, racionalidad crítica, autoayuda, solidaridad y participación política.

El presente análisis que realizo parte de tres ejes fundamentales:

1. La influencia de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt fundada en un marxismo occidental (no dogmático) que orientó su crítica al capitalismo en un intento de salvar el espíritu humano de la cosificación producida por los medios masivos de producción;

2. El desarrollo teórico-filosófico de Jürgen Habermas, quien recalca el debilitamiento en las funciones críticas que una vez fueron intencionadas para construir un uso público de la razón crítica para las decisiones y;

3. La reciente reconstrucción conceptual de la sociedad civil por parte de Jean Cohen y Andrew Arato (2001), quienes reconstruirán el discurso de la sociedad civil para llegar a plantear una sociedad civil dual: aquellas acciones destinadas a defender la identidad y, por otro, aquellas que pretenden una efectiva inclusión en la política.

La imaginación identitaria

El discurso de las OSC pactadas en el arte en Honduras se configura bajo un horizonte ideológico sobre la defensa de la identidad nacional ante los embates del neoliberalismo o «globalización» quienes penetran y suplantan la memoria histórica, reproducen las identidades fragmentarias y debilitan los símbolos que identifican a un pueblo con su nación. Si bien la identidad es la forma originaria de la ideología, (re)construirla conlleva un proyecto político con implicaciones éticas. ¿Ustedes se preguntarán qué quiere decir que conlleve un proyecto político y que este tenga implicaciones éticas? Lo son por varias razones y quiero enfocarme a la más compartida: Es política porque pretende la reconstrucción de la identidad nacional, su rescate a través de su Cultura. Subrayo Cultura porque el discurso de sus representantes no se habla de culturas, sino de una. Y he aquí el meollo: ¿Acaso no vivimos en países multiculturales y plurinacionales? Esto me lleva a la implicación ética: Es ética precisamente porque hay que preguntarse si esta visión política es un bien generalizable, si es compartida o acaso excluye a grupos y visiones.

La lógica capitalista y su versión «mejorada» bajo la bandera del neoliberalismo han producido una desestructuralización de la sociedad que al imponerse de manera vertical sobre una cultura que no esta preparada económica ni socialmente para dichos modelos, genera una cantidad de efectos negativos. Ustedes los conocen ya, lo palpamos a diario: desconfianza a todo nivel, atomización del individuo, carencia de profundidad y sentido crítico, desmoronamiento del capital social, en fin. La respuesta que dan a la fragmentación identitaria es un proyecto nacionalista que da paso a comunidades imaginadas que pueden o no convertirse en la representación del Estado-nación. La fragmentación social e identitaria va directamente relacionada con el ideal de la construcción nacional en la medida que pasamos de una sociedad agraria a una orientada al mercado; la transformación de la visión religiosa a una laica; los valores particularistas a los universalistas; así como un cambio en las formas de solidaridad donde la nación y el Estado sustituyen a la familia, el clan, la tribu, la aldea, el grupo étnico como centro de fidelidad del individuo, así como su compromiso social, político e ideológico (Stavenhagen, 2001:50).

Así, pues, el nacionalismo que ejercen las OSC pactadas en el arte funciona como instrumento de poder estatal en el cual normalmente se niega cualquier lealtad subnacional. Pero paremos aquí e introduzcamos un elemento más a esta tesis: la producción artística y el desarrollo. He tenido la oportunidad de trabajar y estudiar las OSC pactadas en el arte y me hice una pregunta quizás inocente pero fundamental: ¿Qué es arte y qué no es? No pretendo comenzar un debate de nunca acabar, pero si quiero poder distinguir cuando una pieza es o no un producto artístico. Juguemos con las palabras un rato y quizás adivinen hacia donde voy: un producto con intención artística, una obra de arte o una artesanía.

Tengamos en mente que el arte tiene el elemento de poder afectar a través de la representación las formas simbólicas a manera de conformar un constructo de las particularidades que engloba la nación [2]. Ahora bien, estas asociaciones brindan desarrollo a través del arte, imparten talleres y crean microempresas. Sin embargo, no porque los afectados aprendan una técnica o porque pinten quiere decir que sean ya artistas, como tampoco quiere decir que son receptores plenamente conscientes en la lectura de una obra artística profesional. Por lo cual no podemos atribuirle románticamente el carácter liberador al arte que muchos quisiéramos, sobre todo cuando el arte circula a través de un mercado; tan sólo podemos quedarnos con tal potencialidad, advirtiendo el carácter ideológico que le caracteriza.

Por otro lado, bajo esta misma lógica, las artesanías no son ya aquella producción de artefactos con fines prácticos utilizados por los propios productores en la vida diaria que reflejaba no solamente su identidad sino también su cosmovisión. Al contrario, ellas están subsumidas a una lógica de mercado y de producción en masa que es consumida en su mayoría por turistas y extranjeros, empobreciendo su contenido auténticamente identitario. Es decir, la cosmovisión de una colectividad. El consumo y distribución de los productos llamados artesanales son ajenos a la demografía, son «tropicalizados» para adaptarse a las exigencias de los compradores y, por último, son controlados ya no tanto por el Estado sino por las propias OSC pactadas en el arte que reproducen una re-presentación ideológica de la nación.

Los diseños poseen la característica de ser económicos e ideológicos en la medida en que «consisten en innovar las configuraciones de los productos industriales con el fin de embellecerlos» (Acha, 1997:98). Son productos funcionales, anti-ornamentales resultado de dos procesos: tecnológico industrial y artístico, sumándosele el fenómeno de las masas (Acha, 1997:99). Hoy en día, se podría afirmar que la obra «artística» ha sido reducida a design, la cual consiste en una neutralización de la experiencia, suplantándola no por una relación mimética del hombre con la naturaleza, sino por una mediada por la tecnociencia, la producción en masa y las exigencias que subordinan la producción de dichos artefactos culturales [3].

Hasta ahora hemos determinado que existe una política de identidad que pretende reconstruir las identidades fragmentadas en aras presentar La Cultura Hondureña; que existe un elemento ético que debe de cuestionar la representatividad de dicha política o visión particular de lo que es o no es identidad nacional y si ésta excluye a otras cosmovisiones; y por último, que el arte es un elemento poderosamente ideológico y que en este caso configura y construye una manera particular de ver el mundo, de relacionarse con él, y que éste está sujeto a las lógica y reglas del mercado. Con este esbozo, pueden ya darse cuenta del horizonte programático vertical que se reproduce bajo la tutela de los pequeños grupos ideológicos que conforman las OSC pactadas en el arte. Cuando estas organizaciones caen en manos de la lógica del laissez-faire del mercado ni el arte elevado, ni el transgresor, ni el arte amateur comunitario puede prosperar en la medida en que el mercado propicia la uniformación de los gustos, los modelos, generando, así, una comodidad radical en la sociedad [4].

Quiero introducir, ahora, un elemento más a este esbozo. La estética. Se podría decir que el proyecto político de las OSC pactadas en el arte conlleva una estrategia estetizante de conciencias. Estetizar, aquí, implica producir sentimentalidades estéticas que nos persuaden a tomarlas como realidades universales y verdaderas (Acha, 1997:85). Las OSC pactadas en el arte pretende establecer, persuadir y legitimar un discurso ideológico muy particular fundado sobre la reconstrucción unificada de lo que son las identidades fragmentadas de una nación.

Dados estos elementos desvinculados de la experiencia del hombre con el mundo, se configura un simulacro que desprende la percepción de la realidad y la suplanta por otra mediada por la producción masiva ideológicamente encauzada. En este caso, constituye la «estetización» de las conciencias entorno a lo que conforma «la cultura nacional» generada a través de una producción masiva de cascarones simbólicos que no representan de manera interactiva la experiencia con la imagen o signo [5]. La experiencia, más acertadamente, es la del mercado; la realidad está desvinculada de la obra, de la mimesis, del humano. Así, pues, para que efectivamente exista una cultura estética hacen falta dos condiciones materiales: «la necesidad de subsistencia material satisfechas y los espacios del hogar, la educación y el trabajo (Acha, 1997:41). Las OSC pactadas en el arte, procuran ambas condiciones en las colectividades que afectan a través del accionar del arte. Suplantan las funciones tradicionales de la familia y del Estado, se exalta la libertad negativa, el individuo privado; privado de sus más elementales contactos: aquellos con su comunidad, su nación, su casta. Su racionalidad se convierte, bajo este marco, en una instrumental, aquella que busca el fin más allá de la consideración del medio.

No cuestiono ni por un momento el deseo legítimo de una identidad nacional, cuestiono sus mecanismos y la lógica o falta de que seguimos. Decir que las acciones de las OSC pactadas en el arte es una expresión de un deseo generalizable a través de la representación de una realidad cultural y nacional, en este contexto, resulta miope. La representación –eidelon– de una cosa se realiza por medio de un signo o imagen sin despojarse de la relación interactiva entre lo representado y la cosa (Subirats, 2001:77). El simulacrum, más acertadamente, es una «representación sustantivada que compite ontológicamente con los representado, lo sobrepuja, elimina y sustituye finalmente, para convertirse en el único ser objetivamente real» (Subirats, 2001:77-78). En la medida en que el imaginario instituyente de la sociedad civil utiliza un modelo estético civilizatorio como simulacro de una realidad total, instituye las condiciones no para una autonomía que cuestiona las significaciones sociales y sus fundamentos, sino para una heteronomía [6].

En otras palabras, la formación (cultura) estética que las OSC pactadas en el arte ejerce un proyecto político que pretende transformar la red de sentidos dominantes a medida en que la sociedad se convierte en la propia obra de arte total a través del simulacro. Todo ello bajo la pretensión de unificar las conciencias e identidades fragmentadas de la nación, produciendo, así un «todo» desdiferenciado que se mantiene fiel a sí mismo, «representándose» en su propia ausencia. O por decirlo más rotundamente, conduciéndonos hacia la libertad de escoger siempre lo mismo.

En el sentido más pragmático de la palabra el carácter de la cultura estética de las OSC pactadas en el arte es civilizatorio, y por tanto programático al intentar «elevar la praxis estética a la praxis social» (Subirats, 2003:25). Pero no solamente ello, constituye una voluntad de poderío como arte a través de la organización técnica -artísticas y sociohistóricas en genera- aunándolos con la organización productiva de la vida social (Vattimo, 2000:83-90) en la medida en que convierten la obra de «arte» en diseño y su producción se torna masiva para su consumo estandarizado [7].

Es cierto, nos quejamos del neoliberalismo y de la globalización cultural y la afrontamos con movimientos que se hacen llamar de contracultura. Esta resistencia es un claro indicativo que ya estamos dominados y fallamos en reconocer que promovemos aquello en lo que no tratamos de convertirnos. ¿Queremos una Cultura «oficial» o varias que danzan y obliteran el espacio con sus múltiples cuerpos? Reconozcámoslo, ya pasó el tiempo del romanticismo decimonónico y su ideal de Estado moderno, vivimos en un mundo «posmoderno», global, pero ello no quiere decir que tengamos que globalizarnos de la manera negativa y vertical. Globalizaciones hay muchas, no se equivoquen. El orden mundial lanza sus redes y no hay manera de escapar de ellas. Hay que usarlas a nuestro favor, desde dentro. El neoliberalismo triunfa y sólo lo hace porque nuestras OSC ya se han identificado con su manera de trabajar, llamémosla contracultura, resistencia o lo que quieran. Si seguimos así, esta revolución sí será televisada.

En Honduras, considero, no es cuestión de que debamos reconstruir la identidad, es más bien de aceptar que en este momento histórico, la fragmentación es, ya, nuestra identidad. Ella debe de convertirse en nuestra arma, sabiéndola usar inteligentemente, sobre todo, bajo un marco de autorreflexión y autolimitación que debemos aprender a gestar.


Notas

[1]. Will Kymlicka (2003) esquematiza diferentes tipos de sociedad civil, una de ellas siendo aquellas de orden artístico-recreativo en el que nos hemos apoyado para tipificar las OSC pactadas en el arte.

[2]. Althusser identifica dos tipos de aparatos del Estado: el represivo por medio de la violencia de Estado y el ideológico. Este último comprende la educación, la política, los sindicatos, la familia y la cultura, entre otros, que convergen con las actividades que realiza la sociedad civil a través del arte. Véase Louis Althusser. (1974).»Sobre la ideología y el Estado» en Escritos. Barcelona: Laia, p. 122-123.

[3]. Eduardo Subirats (2001) describe este giro como la «neutralización de la experiencia artística en el marco tecnológico y organizador de la producción del espectáculo, su reducción lingüística a elementos estrictamente formales, y la limitación esteticista de sus dimensiones expresivas y cognitivas, [quienes] confluyen en la determinación mercantil del valor». Véase en este autor «La educación estética» en Culturas Virtuales. Barcelona: Biblioteca Nueva.

[4]. Barber no menciona específicamente las organizaciones de la sociedad civil, sino que utiliza sociedad civil en términos generales. Sin embargo, su elaboración de la relación entre sociedad civil y las artes con el mercado coincide con las acciones de nuestro objeto de estudio. Véase en este autor, p.115.

[5]. Acha señala que las regresiones promovidas por los anti-modernismos pueden resultar muy atractivos para los países latinoamericanos en la medida en que indirectamente revalidan o actualizan las artesanías en su condición de manifestación del pensamiento mítico, lo cual puede ser llevado a cabo sin esfuerzo por parte de los artistas. Sin embargo, advierte Acha, estaríamos tan sólo revalidando los productos únicamente como símbolos de dicho pensamiento (Acha, 1997:102).

[6]. Cornelius Castoriadis nos deja muy claro qué debemos comprender por autonomía cuando apunta en que esta consiste en «el hecho de que otra relación se establece entre la instancia reflexiva y las otras instancias psíquicas, así como entre su presente y la historia mediante la cual se hizo tal como es, permitiéndole escarpar a la servidumbre de la repetición, volverse sobre sí mismo y sobre las razones de sus pensamientos y los motivos de sus actos, guiado por la mira de lo verdadero y la elucidación de su deseo. Veáse Ciudadanos sin brújula México: Ediciones Coyoacán. 2000.

[7]. La «voluntad de poderío como arte» en Nietzsche ve en los artistas y en el arte los fenómenos del mundo como una voluntad de poderío a través de la cual se imponen modelos estéticos que libran una batalla contra la definición aristotélica del arte entendido como imitación o mimesis. En Nietzsche toda la raigambre atribuida una vez a las artes en cuanto a su nexo con la naturaleza hoy se encuentran diluidas (Vattimo, 2000:88-89).


Bibliografía de consulta

Acha, Juan. (1997). Los conceptos esenciales de las artes plásticas. México: Coyoacán.

Althusser, Louis. (1974). «Sobre la ideología y el Estado» en Escritos. Barcelona: Laia, p. 122-123.

Barber, Benjamin. (2000). Un lugar para todos. Barcelona: Paidós.

Castoriadis, Cornelius. (2000). Ciudadanos sin brújula. México: Ediciones Coyoacán.

Cohen, J. y Arato, A. (2001). Sociedad civil y teoría política. México: FCE.

Comisión AD-HOC de la Sociedad Civil. (2003). La sociedad civil en Honduras: caracterización y directorio, dir. José Luis Espinoza Meza. Tegucigalpa: Guaymuras.

Gramsci, Antonio. (1971). «The intellectuals» en Selections from the Prison Notebooks. Traducción y edición de Q. Hoare y G.N. Smith. Nueva York: International Publishers.

Habermas, Jürgen (1989-90), Teoría de la acción comunicativa, Vol. I y II. Buenos Aires: Taurus.

Jameson, Frederic. (1989). Documentos de cultura, documentos de barbarie. La narrativa como acto socialmente simbólico. Madrid: Visor.

Kymlicka, Will. (2003). «Civil society and government: a liberal-egalitarian perspective» en Civil society and government.(Rosneblum, N.L. y Post, R.C., Eds.), Princeton: Princeton University Press, pp.79-110.

Rist, Gilbert. (2000). «La cultura y el capital social: ¿cómplices o víctimas del ‘desarrollo’?» en Capital social y cultura: claves estratégicas para el desarrollo (Bernardo Kliksberg y Luciano Tomassini, compl.). Argentina: FCE, pp.129-244.

San Martín Sala, Javier. (1999). Teoría de la cultura. España: Editorial Síntesis. 

Subirats, Eduardo. (2001). Culturas Virtuales. España: Biblioteca Nueva.

Subirats, Eduardo. (2003). El Reino de la Belleza. México: FCE / ITESM.

Stavenhagen, Rodolfo. ( 2001) La cuestión étnica. México: El Colegio de México

Vallecillo, Gabriel. (2005). «La cultura estética de la sociedad civil pactada en el arte» en Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey, No. 17. México: ITESM

Vattimo, Gianni. (2000). «La estructura de las revoluciones artísticas» en El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna. Barcelona: Gedisa.pp 83-99.

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Gabriel Vallecillo Márquez es egresado con mención honorífica de la Maestría en Estudios Humanísticos, con especialidad en Filosofía del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (2004). Fue becario de la Organización de Estados Americanos y se ha desempeñado como representante de la ONG Planet Aid en Honduras. Ha publicado tres libros de poesía y ha escrito numerosos artículos sobre cultura y política en Honduras y Monterrey, algunos con difusión internacional. Actualmente está creando, conjuntamente con un grupo de poetas locales la Editorial Sexta Vocal y promoviendo la publicación de 30 poetas jóvenes en un proyecto paralelo. Se desempeña como Consultor en el puesto de Coordinador de Relaciones Interinstitucionales para el Unidad Coordinadora de Proyectos y es Investigador Asociado al Centro de Documentación de Honduras. Ha trabajado como voluntario con organizaciones de la sociedad civil dedicadas al arte y al desarrollo. Forma parte del colectivo País Poesible de Honduras.