En la era del pensamiento laxo, los relatos ligeros, las ideologías híbridas y descafeinadas, la fugacidad de los discursos y la moda de la posverdad, ¿qué sentido tienen referencias políticas como «los de abajo», el 99%, la «gente» o la noción de «pueblo»? ¿Y las estrategias «transversales»? ¿Sirven para agregar mayorías y acumular fuerza política […]
En la era del pensamiento laxo, los relatos ligeros, las ideologías híbridas y descafeinadas, la fugacidad de los discursos y la moda de la posverdad, ¿qué sentido tienen referencias políticas como «los de abajo», el 99%, la «gente» o la noción de «pueblo»? ¿Y las estrategias «transversales»? ¿Sirven para agregar mayorías y acumular fuerza política o diluyen todavía más el lenguaje? El profesor honorario del departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, Antonio Antón, defiende que la ambigüedad, la indefinición y una supuesta «transversalidad» que no incluya las ideas de justicia y social y democratización, «limitan la capacidad movilizadora de la gente». El sociólogo ha participado en el Seminario de Formación Política organizado por el Frente Cívico de Valencia y el sindicato Acontracorrent. Entre sus últimos libros destacan «Crisis política necesidad de una teoría alternativa» http://www.rebelion.org/docs/
-Categorías como «arriba» y «abajo», el 1% de la élite frente al 99% del pueblo o «nosotros» y «ellos», ¿son significantes vacíos y, por tanto, con limitaciones?
Creo que la idea de «bloques sociales» interpreta mejor los procesos sociopolíticos ocurridos en parte de la Europa del Sur, pero sobre todo en España, durante los últimos 8-10 años. La razón es que el proceso de protesta social ha producido una ciudadanía activa y diferenciada de los poderosos. Y las categorías nosotros/ellos o arriba/abajo son insuficientes porque no clarifican los contenidos y el significado de ese sujeto histórico y político. Por ejemplo he hablado de «corriente social indignada», también es habitual referirse a la «indignación» o a la «ciudadanía activa». En las versiones populistas, en ocasiones se habla de «pueblo», la gente común y corriente o los de abajo. Me parece bien, pero el problema es que son categorías que sólo definen unas características sociodemográficas. Yo prefiero utilizar una denominación que incluya el perfil sociopolítico de la experiencia práctica que ha tenido el movimiento popular en España: el 15-M, las «mareas», las huelgas generales, protestas con medio millón de personas en la calle…
-¿Ocurre lo mismo con la idea de «transversalidad»? ¿Se trata de una noción hueca, o precisamente por su falta de contorno permite aproximarse a más ciudadanos?
El problema reside en clarificar su significado y en según quién lo diga y cómo. Estoy de acuerdo con el empleo de la palabra si se define y señala el conflicto entre la ciudadanía activa y los poderosos en España. Me parece positiva la «transversalidad» cuando plantea, por ejemplo, una composición socio-demográfica de clases trabajadoras y medias, de manera que ésta no se reduzca a un segmento de la sociedad; pero no «transversalidad» para alcanzar un acuerdo entre la izquierda y la derecha, PSOE-Ciudadanos, que es un acuerdo «transversal» entre una parte de la izquierda y una parte de la derecha. Pero en este caso es una «transversalidad» contraproducente, por su sentido político.
-Las categorías antes citadas y que han planeado durante los últimos meses en Podemos, ¿suponen diferencias ideológicas entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón? ¿O más bien esconden una guerra sin cuartel por el control del aparato?
No creo que lo sucedido en Vistalegre II se trate de una guerra por el poder o por el aparato del partido, aunque también tenga esas implicaciones. En Podemos ha habido sobre todo una pugna por la reafirmación de un discurso y una estrategia política u otra, entre los documentos de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Me parece además que la propuesta de Errejón no definía claramente una estrategia alternativa a la de Pablo Iglesias. La de Iglesias se manifestaba en contra de apoyar el pacto PSOE-Ciudadanos, y también de acuerdo en una coalición con Izquierda Unida. Estos dos ejes estratégicos se han reafirmado en Vistalegre.
-Pero hace un año Íñigo Errejón afirmaba que el apoyo a un acuerdo PSOE-Ciudadanos daría lugar a un «extraño objeto político no identificado»…
Lo que planteo es que la crítica de Errejón a toda la estrategia de Podemos desde las elecciones del 20 de diciembre de 2015, que él considera un giro «izquierdista» y «radical», carece de fundamentación. Sólo sería creíble si hubiera planteado la participación en la estrategia PSOE-Ciudadanos; o se hubiera mostrado en contra de la coalición con IU; pero en la consulta popular para concurrir con IU a las elecciones del 26-J, él estuvo junto con Pablo Iglesias a favor de la posición oficial, que contó con el apoyo mayoritario de las bases de Podemos.
–¿La propuesta de Errejón no conecta mejor con el espíritu inicial de Podemos: «llegar» a la gente común sin asustarla con discursos y estrategias muy caras a la militancia de izquierdas, pero ajenas para quienes se sitúan extramuros?
Lo que planteo es que en términos positivos, el movimiento popular en España ha demostrado que tiene un perfil definido de progreso, justicia social y democratización; y eso tiene que estar incrustado de manera sustantiva en un proyecto político. La ambigüedad, la indefinición y la supuesta «transversalidad» que no estén caracterizadas en los campos antes citados, creo que limitan la capacidad movilizadora de la gente.
-¿Existe en Podemos la vaguedad que se critica habitualmente en las teorías populistas?
En gran medida no. Aunque haya elementos de esta teoría que me parezcan problemáticos -en términos de cierta indefinición-, en Podemos eso lo han rellenado con una estrategia y una conexión con las necesidades del movimiento popular en España. Y además con un perfil democrático y «progresivo» en el ámbito socioeconómico. Pero esa misma teoría del populismo, sola y exclusivamente, en otro país y otros contextos, genera movimientos más problemáticos.
-Por tanto, ¿hay que continuar saliendo a la calle con las banderas republicanas, las rojinegras y rojas con la hoz y el martillo?
Creo que la «fuerzas del cambio», en su conjunto, tienen que elaborar un proyecto alternativo recogiendo algunas de las mejores tradiciones democráticas de la izquierda y de los sectores progresistas. No se trata de esconder nada por intentar recoger más apoyos. De hecho, a Podemos lo han querido desacreditar por todo tipo de cuestiones. Y no es tanto que estén impedidos o se nieguen a recoger reivindicaciones como la República, como un asunto de prioridades y oportunidad política. Esto se ve claro en el derecho a decidir, una de los asuntos centrales actualmente en España.
-¿Observas elementos populistas en el llamado «procés»?
Me resisto a enmarcarlo dentro de los criterios de la teoría populista. Estos sectores son minoritarios. En Barcelona en Comú, Ada Colau, Xavier Doménech, Iniciativa e Izquierda Unida, en lo que llaman el nuevo sujeto, no hay una posición dominante de la teoría populista. En el caso de Íñigo Errejón se da claramente un mayor peso. Creo que para definir esta articulación en Cataluña es mejor utilizar otra terminología, porque con la palabra «populista» más que clarificar se confunde el proceso político.
-Trump, Le Pen, ascenso de los populismos de extrema derecha en Alemania, Austria, Gran Bretaña, Holanda y los países escandinavos… ¿Está cometiendo errores la izquierda que permiten estos avances?
Creo que hay un problema estratégico de fondo, que consiste en que la socialdemocracia ha dejado de ser el punto de referencia para la defensa de las clases populares europeas. Su deslizamiento por la «tercera vía», el «nuevo centro» y las posiciones social-liberales ha causado una situación de orfandad política para las capas trabajadoras. Ante esta desafección, las capas trabajadoras han buscado una nueva representación política. Y aquí han llegado nuevos políticos para rellenar ese hueco, haciendo demagogia en la defensa de las capas populares que en el fondo no es sino un reforzamiento de las dinámicas oligárquicas y reaccionarias. Está claro en Trump, y también en Francia. El problema es que no hay una respuesta «progresista» a las políticas de austeridad.
-¿Tal vez se podría aprender algo mirando a América Latina?
En España, Europa, y especialmente en la Europa del Sur, tenemos que elaborar nuestros propios análisis y respuestas, porque hay diferencias sustanciales con la situación latinoamericana. Se pueden aprender cuestiones parciales, pero hace falta una elaboración diferente.
-Por último, ¿tiene un punto artificial y de ideología de laboratorio el llamado «populismo» y toda su elaboración teórica? ¿No se le podría considerar simplemente una estrategia de propaganda y agitación para sumar mayorías? En más de una ocasión, Pablo Iglesias ha respondido a las acusaciones de populismo recordando la imagen del exministro Arias Cañete, subido en un tractor y pidiendo el voto para el PP en las elecciones europeas. Las movilizaciones de masas de la Falange, el peronismo, el republicanismo radical y popular de principios del siglo XX en España, que también aspiraba a la «transversalidad» y desfilaba al compás de la Marsellesa…
Sí, todo lo que supone apelación al pueblo se puede considerar populista. El problema es que todo ello tiene unos límites de significación. También podemos afirmar que Thatcher hacía uso de las campañas mediáticas populistas; pero es un populismo en el sentido demagógico, como apelación al pueblo para ofrecer propuestas que aparentemente se van a satisfacer, aunque luego no sea así. Sin embargo, planteado de ese modo, el concepto tiene una amplitud que no nos sirve para mucho. Cuando hablamos de un populismo de derechas -incluso fascistas, ultrarreaccionarios, racistas- presentan un fuerte componente demagógico y tienen la función de combatir la desligitimación de los poderes oligárquicos. Trump no pretende mejorar las condiciones de las capas populares de Estados Unidos, lo sustancial de su política es la conexión con Wall Street y los poderes más reaccionarios del Partido Republicano. Este análisis se puede aplicar también al fascismo de Hitler y Mussolini. Hubo una recomposición del régimen para fortalecer un proyecto reaccionario.
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