Llevo viviendo en esta ciudad de Miami más de 47 años, lo que quiere decir que he conocido todas las etapas de esto que algunos se empeñan en llamar «el exilio cubano». Aquí, el que no tiene de congó tiene de carabalí. Conozco personalmente, e incluso, he debatido públicamente en la radio o en la […]
Llevo viviendo en esta ciudad de Miami más de 47 años, lo que quiere decir que he conocido todas las etapas de esto que algunos se empeñan en llamar «el exilio cubano». Aquí, el que no tiene de congó tiene de carabalí. Conozco personalmente, e incluso, he debatido públicamente en la radio o en la televisión, con casi todos los que en esta ciudad se han proclamado «líderes del exilio». Así es que bien sé de la pata que cojean. Muchísimos ya se han ido al otro mundo, aunque otros aún quedan por estos lares. Han surgido nuevos «líderes» que no por nuevos han resultado menos descarados que sus antecesores y algunos que han superado en maldad a los de antes. Tienen más conocimientos tecnológicos, por lo tanto, son más modernos y conocen el sistema mejor que los anteriores, por lo que son más eficaces en su forma de actuar. Claro, todas esas cosas no los llevan a superar en ambiciones personales, ni en deseos de protagonismo, a los verdaderos fundadores de esta industria anticubana.
Ahora no hay que ensuciarse cogiéndole el dinero directamente a la CIA. Ahora lo reciben a través de diferentes agencias federales que se ocupan de ser los banqueros de esta industria. La CIA desmontó la agencia bancaria que tenía en esta ciudad, para darle paso a estas otras agencias que ayudan a limpiar un poco el rostro de la injerencia de los Estados Unidos en los asuntos internos de Cuba. Antiguamente, la CIA tenía diferentes delegaciones en América Latina de organizaciones que residían en Miami y que eran financiadas por ellos. Ahora, ni les importan ni les hacen falta. Ahora, tienen locales en los diferentes países que les hacen el trabajo que antiguamente le hacían los enviados desde Miami. De vez en cuando, mandan a sus ejecutivos de cuentas, desde sus oficinas de la industria anticubana de Miami, a Latinoamérica y al mundo, para supervisar las labores de aquellos asalariados criollos.
Ultimamente, a la industria no le han ido muy bien las cosas. El problema es que, de vez en cuando, sucede algo en Cuba y las cuentas no le cuadran en Miami. Algunas veces, ponen sus esperanzas en algo irreal y por lo tanto, llegan a conclusiones que son irreales. En verdad, estos personajes son muy propensos a alucinarse. Se llegan a imaginar cosas que los vuelven delirantes. Desde el concierto de Juanes en la Plaza de la Revolución, a la fecha, todo les ha estado saliendo jorobado. Hay que recordar que algunos de estos trasnochados empezaron a hacer las maletas cuando se calló el Muro de Berlín. Hicieron apuestas, y me recuerdo que decían, «La cuestión no es si se derrumba, sino cuándo». Si vamos unos años atrás, cuando el presidente de Cuba se enfermó, esta gente muy seriamente se llegó a creer que al gobierno de Cuba le quedaban horas.
Los odiadores miamenses salieron enloquecidos a las calles de esta ciudad a celebrar la muerte de Fidel Castro y el fin del gobierno revolucionario. En el famoso restaurante Versailles de la Calle Ocho de Miami, a donde acude la crema y nata de la ultraderecha cubano americana, hubo festejos y gritos histéricos de alegría.
Hoy en día, en el mismo restaurante, sólo se ve tristeza y las caras serias de los parroquianos. Esa melancolía y esa tristeza no se deben al fallecimiento de la cantante Olga Guillot, fiel representante de esa derecha reaccionaria, sino por la comparecencia de Fidel en La Mesa Redonda de la televisión cubana y las fotos de sus visitas a diferentes centros de investigación en la capital. En ese mismo restaurante en donde daban gritos de alegría los que allí acudieron para celebrar la «muerte» del comandante, ahora se oyen lamentos al ver a Fidel, no solamente recuperado físicamente, sino más lúcido y coherente que cualquiera de los que allí acuden a hablar tonterías. Esos «patriotas de café con leche», que se pasan día y noche en el parqueo del establecimiento hablando mal de Cuba, no hallan ahora de qué hablar. El gobierno cubano, sin proponérselo, les ha dado jaque mate.
Las conversaciones que se han estado llevando a cabo respetuosamente entre el presidente Raúl Castro y los jerarcas de la iglesia católica de la isla es mirado por «los combatientes verticales» como un acto de traición de la iglesia. Esto, a pesar de que la iglesia católica de Cuba no les debe absolutamente nada a estas gentes que se han pasado la vida diciendo horrores de los obispos católicos cubanos en general y de su cardenal en especial. Ya sabemos cómo se sienten las turbitas del restaurante Versailles de Miami, ahora hay que ver qué van a decir por el mundo los cubanos ejecutivos de cuentas de la CIA en esta ciudad.
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