El sector industrial lleva cuatro años consecutivos siendo el único que pierde más puestos de trabajo de los que crea. La persistencia de recortes en los sectores afectados por la reconversión de los ’80, la competencia asiática sobre el textil y la debilidad de las exportaciones en la automoción han podido más que el tirón […]
El sector industrial lleva cuatro años consecutivos siendo el único que pierde más puestos de trabajo de los que crea. La persistencia de recortes en los sectores afectados por la reconversión de los ’80, la competencia asiática sobre el textil y la debilidad de las exportaciones en la automoción han podido más que el tirón del sector energético y de distribución de agua. El fenómeno coincide con el ‘camuflaje’ de parte de las actividades industriales dentro de un sector servicios con salarios más bajos y menor influencia sindical. Así, las empresas consolidan las externalizaciones y las deslocalizaciones para aumentar sus beneficios.
Los primeros síntomas de recuperación podrían apagar la luz de alarma. Pero esa es la cuestión: no existen tales señales de alarma. En plena euforia económica, el sector industrial es el único que ha destruido empleo en los últimos cuatro años: cerca de 70.000 puestos de trabajo entre el segundo trimestre de 2002 y el segundo trimestre de 2005. En el mismo período la construcción empleaba a 350.000 personas más.
La caída podría ser más pronunciada si se comparan los 2.470.000 trabajadores registrados ese segundo trimestre de 2002 con los 2.360.000 empleados que Trabajo contabilizaba como «efectivos laborales» de la industria a comienzos de 2006. La diferencia se debe al mayor volumen de contratación que refleja toda la serie histórica de la Encuesta de Coyuntura Laboral durante los segundos trimestres de cada año.
De este modo, con seguridad los datos todavía no disponibles del segundo trimestre de este año muestren un nuevo repunte del empleo industrial hasta rozar de nuevo los 2.400.000 trabajadores, en consonancia además con una posible recuperación estadística del sector: entre enero y marzo de 2006 se rompió la serie de dos años en los que cada trimestre mostraba una caída del empleo con respecto al mismo trimestre del año anterior.
Qué política industrial
El nuevo titular de Industria, Joan Clos, hereda así un ministerio con competencias y problemas como el despilfarro energético, la caída del ingreso por turista, o la polémica OPA de la alemana E.On sobre Endesa, que se anteponen al complejo panorama industrial. El ex alcalde de Barcelona contará con recursos europeos tanto para afrontar el problema del cierre de empresas por traslado a otros países con menores costes laborales (las deslocalizaciones) como para impulsar la inversión en Investigación y Desarrollo (I+D), pero queda por ver cómo y dónde se empleará ese dinero.
«El Gobierno actual carece de una estrategia de política económica e industrial global», afirma Ramón Gorriz, secretario de política industrial de CC OO. Haría falta, para el sindicato, más inversión en I+D y en educación para que los bajos costes laborales (marca fácilmente batible por los países de la periferia) dejen de ser la única ventaja para invertir en la industria española. Pese a las críticas, se trata de una óptica que CC OO y UGT comparten con las administraciones y los empresarios en las mesas de negociación de las diferentes ramas productivas en dificultades, desde un textil pulverizado en apenas dos años por la competencia asiática hasta la automoción. Por rama, por provincias y por empresas se están aprobando planes de reconversión que quieren dotar a estas industrias de estrategias y medios para convertirlas en sectores punteros en el diseño, calidad y competitividad de sus productos y así recuperar el terreno perdido.
Otros no comparten esta visión. El sociólogo Rafael Ibáñez, de la Universidad Complutense, destaca que las nociones de productividad y competitividad, causantes según el discurso económico mayoritario de la debilidad industrial española, no explican nada por sí mismas. «Ambas son el resultado de una relación de poder donde la eficiencia económica sólo es uno de los resultados finales», explica. Y resume: «Es más sencillo ser productivo fabricando un Audi o un BMW que fabricando un Seat Ibiza. Aunque sea simplemente porque puedas controlar que nadie más fabrica un Audi».
Los sociólogos y economistas que inciden en los aspectos políticos y organizativos comparan la situación de la rama principal de la industria española, la automoción, con la de un monocultivo. En concreto, el monocultivo del automóvil de gama baja. Según recuerda el también sociólogo Pablo López Calle, coautor de un estudio sobre la cadena de producción del Volkswagen Polo, «el desarrollo tecnológico y los componentes de más alto valor se realizan en las sedes centrales de las empresas alemanas, francesas, inglesas o de EE UU».
Según Ibáñez, en el caso de la automoción la industria española está presionada por dos frentes. De un lado, la expansión de las casas matrices a zonas donde sí está creciendo la demanda (como China) o con bajos costes laborales como los países del Este de Europa. Al mismo tiempo, las marcas se están replegando a los países centrales. Y no es sólo el diseño: los propios centros de producción ‘fuerte’ también vuelven a casa. De hecho, la reciente disposición del sindicato alemán IG Metall a aumentar la jornada sin subir los salarios ha hecho que la Confederación Europea de Sindicatos clame por un pacto salarial a escala europea que evite una puja a la baja hasta ahora protagonizada por los miembros menos pudientes.
Cuentas con truco
Con todo, los perfiles del proceso son difíciles de definir. Para López Calle el problema no está bien enfocado si no se recuerda que buena parte de la pérdida de empleo en la industria obedece a un simple cambio de consideración en que actividades antes contabilizadas como «industriales» pasan a quedar integradas en empresas de servicios. «Los llamados servicios a las empresas, que antes pagaban salarios adscritos a convenios del sector industrial, han cambiado de sector y de lugar geográfico, realizando la misma actividad pero rebajando más de un 20% el coste de la mano de obra», precisa.
Por regiones, sí se adivina una tendencia más homogénea. En el mismo período en que Cataluña ha perdido 43.000 empleos industriales, Andalucía, Murcia y Extremadura han sumado 18.000. Aunque las causas son dispares (no se puede comparar Asturias, aún afectada por el colapso minero, a Cataluña), la pérdida de empleo ha afectado sin excepción a todas las zonas industriales del Estado. Y al mismo tiempo brotan fenómenos difíciles de ver antaño, como una gran acería en Extremadura, que sobrevive por sus bajos costes laborales, o como talleres de componentes para automóvil en Burgos y Soria que trabajan para Volkswagen. «Hemos detectado diferencias salariales de hasta un millón de pesetas anual en estas industrias limítrofes con respecto a lo que cobra un trabajador del metal en Navarra», señala López Calle.
Una cadena de montaje de Pamplona a Tánger
Los autores del estudio Los obreros del Polo han definido el proceso de producción de este modelo de Volkswagen como una «cadena de montaje extendida por todo el territorio». En la planta de Landaben, cerca de Pamplona, trabajan acutalmente unas 4.300 personas. «Pero el número de empleos directa o indirectamente relacionados con la fabricación del Polo puede llegar a 20.000 personas» sólo en Navarra, según advierte uno de los autores del estudio, Pablo López Calle. En Landaben se ha destruido empleo por las prejubilaciones, pero muchos puestos simplemente han cambiado de lugar. «Ahora están en otras empresas químicas, otros en el textil o el metal, y algunos en los servicios», apunta este sociólogo. En total 280 empresas participan en esta cadena de montaje difusa con la que VW logra reducir sus costes al subcontratar las tareas más intensivas en trabajo manual. Como las cerca de 1.000 personas, en su mayoría mujeres, que trabajan en las primeras fases del cableado del Polo en la zona navarra de las Bárdenas. No en vano, el peso de la automoción en la economía navarra, a la que aporta un 90% de las exportaciones y según algunos autores un 40% del empleo directo e inducido, hizo del conflicto todavía abierto en Landaben una cuestión ‘de Estado’. Pero la amenaza de enviar el Polo a Bratislava ya se cumple por la descentralización productiva silenciosa en la industria de componentes: Delphi cerró sus tres plantas navarras de cableado para abrir una en Tánger.