Traducido para Rebelión por Ramon Bofarull
Abro el diario y cada día me encuentro esta noticia: x (me da igual quién: el PSOE, Aralar, Lokarri) le ha pedido a la izquierda abertzale que condene la violencia de ETA y que endurezca el discurso contra ésta. E, indignado, pienso lo siguiente: ¿quiénes son estos x para invadir la conciencia del prójimo? ¿El nuevo capo del Vaticano? Después de racionalizar mi indignación y pensarlo mejor llego a la siguiente conclusión: estamos de nuevo en el franquismo sociológico, en un archicatolicismo español disfrazado de pacifismo. Se acepta la doble moral del enemigo y se impone nuevamente la invasión franquista de la conciencia. Pero, además del estado, diversos partidos y organizaciones «abertzale«, los de siempre lo mismo que los creados hace diez años, nos quieren infligir la misma invasión de conciencia. Nos vienen predicando, por tanto, viejos nuevos eslóganes religiosos: «los medios pacíficos son los únicos legítimos y eficaces», «la violencia debe condenarse y rechazarse», etc. El segundo no es más que una invasión de conciencia.
Asimismo, oímos una y otra vez que con la violencia no se consigue nada y se nos dice con fe casi ciega que la política es el único medio legítimo y eficaz (luego igualan de modo absoluto política con medios pacíficos, ¡como si la violencia fuera apolítica!). Y están convencidos de que siguiendo vías pacíficas superarán todos los obstáculos y mañana este país será libre. ¿De dónde viene esa fe? Ese pueril eslogan es un puro principio metafísico que se compadece mal con la historia lejana y cercana del ser humano. Creer que con la violencia no se consigue nada es negar la propia historia y prehistoria (¡y la realidad!), y esa creencia no se convierte en más verdadera por predicarla de modo cada vez más religioso (más absoluto) y por vociferarla de manera cada vez más estridente. Y es que ¿cómo se ha construido España? ¿Cuántas «democracias» hay en el mundo que no se han logrado mediante la violencia? ¿Cuántos derechos humanos se han obtenido a lo largo de la historia sin utilizar la violencia? ¿Cuántos?
Quien quiera la paz no puede decir tamañas sandeces. Tenemos la historia y la sociedad que tenemos, no las que nos gustaría tener. Y confundimos las que tenemos con las que nos gustaría tener. En efecto, en la historia del ser humano, lamentablemente, los resultados en política se han logrado, de facto, mediante la violencia. Por eso, si sólo los medios pacíficos con efectivos, ¿por qué tiene España tantos policías para garantizar su unidad? ¿Por qué se tortura? ¿Por qué tiene ejército? Si sus medios para conservar su unidad son pacíficos, ¿por qué? Dile al Estado que no, que está equivocado y que los medios pacíficos son los mejores y que, por tanto, queme todos los libros de historia que narran tan gloriosamente todas sus conquistas, genocidios y revueltas antiilustradas y que destruya las cárceles y el ejército, si supuestamente los medios más efectivos para mantener su unidad son los pacíficos. Seguramente te tomarán por necio.
Otra cosa es, empero, querer construir las condiciones para que la paz sea un instrumento eficaz. Pero en la sociedad actual no están creadas las condiciones para ello, ése es el problema. Ése y que la paz no es algo que tenga que existir precisa e imprescindiblemente (porque algunos nos la predican como algo que debe existir como el viento), la paz se hace y se tienen que construir las condiciones para que exista, ergo, la justicia. Y, por tanto, la paz no se hace predicando una ética eclesial que considera ilegítima toda violencia (en caso contrario, siendo consecuentes, que se nieguen a pagar los impuestos para el mantenimiento del ejército, a participar en las instituciones que apoyan la tortura o que cierren las fábricas de armamento). Antes bien, deben crearse las condiciones para que las políticas no violentas tengan eficacia y, así, nadie considere legítima la violencia. Esto es, hagamos desaparecer (en nuestro caso) ese motivo que han tenido algunos para considerar legítima la violencia (el País Vasco no puede decidir su futuro democráticamente, lo mismo durante el franquismo que en la «democracia»). Al político se le paga más para que realice políticas eficaces que para que lance prédicas. ¡Para eso votamos (cuando se nos permite), no para rezar el rosario de necios eslóganes desvinculados de la realidad!
Por tanto, la violencia es, en primer lugar, una realidad, a pesar de que estemos en el siglo xxi. No otra cosa. En efecto, algunos se sobresaltan al ver que en el siglo xxi la tortura todavía es posible. Como si el mero hecho de ser vigésimo primero implicara ser más democrático y avanzado. Pero esto no es querer justificar la violencia, sino constatar la importancia que ésta tiene todavía en el siglo xxi. No somos estúpidos. Odiamos las armas, la violencia y a los hombres y mujeres armados, pero no somos tan ingenuos como para no percatarnos de la importancia que tienen hoy en día las armas. En el mundo de hoy, como en el de ayer, cuantas más armas se tengan, mayor es también el poder (así como el negocio de muchos supuestos pacifistas).
Esa realidad, por tanto, está ahí. ¿Qué hacer frente a ella? Que los políticos pretendan hacerle frente con esa ética absoluta que predican Rouco Varela y Benedicto es indigno (luego dirán que la sociedad es laica…). ¿Qué sociedad se pretende construir así?
Vivimos en una cultura dogmática irrespirable. El problema, ahora como antaño, es el autoritarismo del Estado archicatólico y de sus ángeles de la guarda que interfieren en la conciencia. En efecto, ¡¿hasta cuándo tendremos que repetir que el estado sólo puede regular la vida social y de ningún modo la conciencia?! Y ¡¿cuándo entenderemos que alguien puede pensar y razonar que un pueblo tiene derecho a la defensa (con las armas, por ejemplo), pero que ahora quizá no es efectiva (y que por eso la rechaza políticamente, pero no moralmente ―puesto que eso una sandez―), etcétera y que eso no es condenable?! Esto es, pensar puede pensarse cualquier cosa, también que la violencia es legítima, y nadie puede juzgar eso políticamente, menos desde una moral eclesial y aun menos imponer su condena como condición para participar en las instituciones. Aun más grave es que algunos partidos abertzale pongan la condena como condición para reunirse con la izquierda abertzale o aceptarla como condición para permitir la legalización de Batasuna, ya que se hace desde una cultura inquisitorial española (¡también ella misma violenta!).
Andoni Olariaga es licenciado en filosofía.
Fuente: Berria, 14 de diciembre de 2010. http://paperekoa.berria.info/iritzia/2010-12-14/004/005/pazifismoaren_eraginkortasun_eza.htm