Novedad y alternativa. Del PSUC a los Comunes. Las dos principales novedades desde el arranque del «proceso» en 2012 han sido la emergencia de los «Comunes» y de la CUP las fuerzas políticas más importantes del que a priori se puede considerar el campo de la izquierda alternativa, la que propone una ruptura y cambio […]
Novedad y alternativa. Del PSUC a los Comunes.
Las dos principales novedades desde el arranque del «proceso» en 2012 han sido la emergencia de los «Comunes» y de la CUP las fuerzas políticas más importantes del que a priori se puede considerar el campo de la izquierda alternativa, la que propone una ruptura y cambio de sistema. Novedades hasta cierto punto. Los «comunes» son formalmente la suma de los sectores directamente herederos del PSUC antes de su estallido interno, ICV, PSUC-viu y PCC, colectivos diversos vinculados a movimientos sociales surgidos a partir del 15-M y la organización de Podemos en Cataluña; la CUP es también una suma de los restos de la facción minoritaria del independentismo que acabó formando Terra Lliure y el MDT, y que desde 2014 se agrupa en la formación Poble Lliure con nuevas organizaciones entre las que destaca Endavant, a la que se han sumado entidades diversas, algunas de larga trayectoria en el nacionalismo independentista como el CIEMEN, y la incorporación de jóvenes que se movilizaron contra la guerra de Irak durante las jornadas del 15 M. Esas incorporaciones de elementos jóvenes, activos en barrios y centros, reforzó su imagen de novedad y apuntaría en principio a un horizonte de crecimiento mayor que las formaciones consideradas tradicionales; no obstante, en ambos casos hay una presencia importante, particularmente en términos de incidencia interna cualitativa, de cuadros, intelectuales o activistas, que proceden de la década del setenta y la transición por otra parte, su renovación generacional puede haberse visto frenada en las últimas elecciones, algo que solo puede aventurarse como cuestión sobre la que poner atención, a falta de estudios del voto por edades. Las dos formaciones dieron un salto, en apoyo social y su traducción en votos, entre 2015 y 2016, sin embargo, eso no se ha mantenido en las elecciones del 21 de diciembre, que han significado un retroceso sin paliativos en votos y porcentaje, en beneficio de la limitada recuperación socialista y de las candidaturas nacionalistas tradicionales.
Después de la crisis del PSUC de 1981-1982 y la formación del PCC, la suma de votos de ambos partidos, y del PSUC-viu constituido en 1997, tendió a reducirse a la mitad del medio millón largo que se había conseguido en las elecciones generales de junio 1977 y que -a diferencia de lo ocurrido con el PSC- se mantuvo en las primeras autonómicas. El contingente de apoyo a las formaciones post-psuc, en las coaliciones que unos y otros han constituido -entre ellos y con nacionalistas de izquierda, ecologistas o trotskistas- se situó en promedio en torno al cuarto de millón de votos; con una caída que tocó fondo por primera vez en 1986, cuando todos ellos no llegaron a los 175.000 votos, y puntas de crecimiento que pasaron de los 300.000 en 1995 y estuvieron cerca de esa cifra en 2006. Visto en conjunto, tras la debacle inicial se consolidó un apoyo relativamente constante, puntualmente afectado por momentos de máxima división entre las dos grandes componentes de ese espacio o por el factor del voto útil, ya fuera en favor de Felipe González o de Rodríguez Zapatero ya en contra de Aznar; las divisiones entre Iniciativa y Esquerra Unida siempre castigaban a los dos y a su suma, de manera que el proceso ascendente iniciado con la reactivación de las candidaturas conjuntas, en 1993, que dio lugar a rebasar los 310.000 votos se truncó con la nueva ruptura de 1999, en la que se tocó fondo por segunda vez alcanzando solo unos escasos 133.000. La recuperación de la unidad de coalición, en las elecciones autonómicas de 2003 mantenida en adelante hasta las de 2012, no sin oscilaciones, le permitió alcanzar la cota máxima de los 360.000 votos, que al coincidir con el mayor retroceso del PSC -no llegó entonces a los 525.000- dio un imagen de progresivo equilibrio entre los dos grandes segmentos de la izquierda socialista -dicho esto en términos lo más amplios y para diferenciarla de la independentista y la republicana- catalana.
En porcentaje de votos, del 18/19% que el PSUC consiguió entre 1977 y 1980, la suma de entre él y el PCC cayó al 6% en 1982, una verdadera debacle repetida -a peor- en las generales de 1986 cuando se quedó en un 5,5%; la primera constitución de Iniciativa dos años más tarde le permitió empezara remontar, moderadamente, la caída que resultó todavía peor llegando a un escaso 4%, en 1999, en los años de la nueva confrontación entre Iniciativa y Esquerra Unida i Alternativa; recuperada la unidad, el porcentaje volvió a remontar, con una variante significativa: en las catalanas la coalición amplia se situó por encima del 7% y recogió los efectos de la crisis del PSC en el ecuador del Tripartito, rozando el 10% en 2006 y 2012; sin embargo en las generales de 2004 y 2008 el efecto del voto útil, esta vez en favor de Rodríguez Zapatero, devolvió a la coalición a los porcentajes del 5/6 %. Aun constatando el progreso conseguido, la situación de partida antes de la crisis nunca se recuperó. La reducción del peso de los herederos del PSUC a su mitad tiene que ver con el impacto histórico de su implosión y con la acumulación de adversidades, la crisis del movimiento comunista en los finales del XX, los cambios en la sociedad catalana con el crecimiento combinado de la terciarización y la precarización, el retroceso del sindicalismo -que ha perjudicado particularmente a una formación con nexos fundamentales con Comisiones Obreras-, la correlación de fuerzas en el seno de la izquierda española en la que la opción «útil» frente al PP nunca ha sido el PCE ni Izquierda Unida, ni en los mejores momentos de ésta con Anguita al frente en la década de los noventa; quizás también con la dificultad para recuperar un discurso propio, fuerte, de política alternativa capaz de defender la tradición propia -de la que debería estar orgullosa- sin que la incorporación de discursos nuevos, novedosos, se hiciera a costa de ocultarla y con la recurrente concesión a propuestas que pueden haber sido sobrevaloradas como en el caso del espejismo que ha causado tanto en el PSUC-Iniciativa como en el PCC la hipótesis del carácter rupturista de un hipotético nacionalismo de izquierdas, que en Cataluña por lo menos hasta el presente siempre ha estado en una posición subordinada en el conjunto mayor del nacionalismo. Para rematar la recuperación y dar el salto definitivo al conjunto pos-psuc le han sobrado adjetivos nuevos y le faltado sustantividad; para una formación de izquierda alternativa esa sustantividad es fundamental, de lo contrario queda a merced del tobogán de las modas – la experiencia de la hecatombe de la izquierda italiana habría de ser aleccionadora-, un problema que no tiene en esa medida la socialdemocracia, el reformismo es la reacción primaria de las clases trabajadoras y populares, una reacción defensiva de supervivencia material y de identidad social mínima que puede combinar bien con la incorporación de adjetivos de moda, a manera de parches contra dolores de conciencia y fugas generacionales.
Ese déficit de sustantividad, de definición específica, ha quedado precisamente en evidencia en estos últimos años, cuando la aceleración política catalana exigía respuestas inequívocas, perfil propio perceptible para los mortales comunes; y, además, la grave crisis del PSC, que no parecía tener freno, ofrecía un territorio de avance extraordinario, favorecido porque coincidía también con una grave crisis del PSOE y el ascenso meteórico de una propuesta política nueva en España, Podemos y sus aliados, que se presentaba inicialmente como la traducción en proyecto político de las movilizaciones del 15 M. Esa es la gran lección en este lado de la izquierda del reciente ciclo electoral de 2012-2017. En el inicio, 2012, ICV-EUiA ratificó el brinco de 2006, rozando el 10% de los votos, pero esta vez en un escenario de mayor participación – y por tanto competencia- sumando casi ochenta mil votos y poniéndose a tiro del sorpasso del PSC, que cayó al 14,5% de los votos. En el punto culminante del debate sobre el «derecho a decidir», con la irrupción de Podemos y el PSC y el PSOE en plena desorientación, se constituyó una nueva coalición, Cataluña Si Que Es Pot, sumando a la coalición amplia pos-PSUC la fuerza recién nacida de Podemos y siglas con más presencia mediática que popular como Equo. Su resultado electoral, el 27 de septiembre de 2015, fue decepcionante, dadas las expectativas; apenas ocho mil votos más que ICV-EUiA tres años atrás, y un retroceso neto en porcentaje, se pasó al 8,9%. No es aventurado decir que la mayor parte de los votos venían del electorado de ICV-EUiA, sin embargo en la gestión de la nueva coalición y de su actividad parlamentaria tuvo un peso desproporcionado, y negativo, el grupo procedente de Podemos; la tradición psuquera, y muy diluida, se diluyó todavía más desde arriba, por mor de los pactos de coalición y del temor a una ruptura interna, que resultó desproporcionado y sobre todo desviado, lo que había de temerse era la desconfianza ante la indefinición por parte del electorado popular que había que atraer. Como quiera que la fórmula no hubiese acabado de funcionar, se formó una nueva coalición ante las elecciones generales de diciembre, En Comú Podem, incorporando y dando todo el protagonismo a la fórmula – y a los líderes- de Barcelona en Comú, ganadora de las elecciones municipales de mayo de aquel año. El resultado esta vez sí fue espectacular, consiguiendo casi 930.000 votos, rozando el 25 %, que hizo de ECP la vencedora en Cataluña en las elecciones a Cortes. Esta vez el factor del voto útil operó de manera distinta, y la expectativa de cambio general en Cataluña y España, aquel año, con Podemos y sus confluencias haciendo su irrupción estelar, potenció al máximo la etiqueta que le correspondía en Cataluña; sin perder de vista que el hecho de que las CUP no se presentaran en esas elecciones pudieron derivar una parte del voto que habían obtenido meses atrás en favor de los «comunes» y, en cualquier caso, los beneficiaba en términos de porcentaje.
Más dura es la caída. El resultado del 21 de diciembre es una derrota sin paliativo para los Comunes, que dos años atrás prometían convertirse en la primera fuerza política en Cataluña. Una caída que se fue viendo venir, al compás del crecimiento de la indefinición, del abuso de la pretensión de equidistancia que determinados comportamiento de figuras principales de los «comunes» del ayuntamiento de Barcelona y el extraño episodio final de la ruptura unilateral de la coalición de gobierno con los socialistas en el Ayuntamiento de Barcelona, fueron desmintiendo en el discurso público. Del 25% se ha pasado al 7,5% un porcentaje claramente inferior al que ICV-EUiA ya habían conseguido por su parte; de lo 930.000 votos a menos de 324.000 – en un contexto de incremento de la participación, que en las generales de 2015 había sido del 71% y en las catalanas del 21 de diciembre saltaron al 79%; más de cuarenta mil votos menos que en 2015, incluso casi treinta y seis mil votos menos que en 2012, antes del torbellino de las nuevas coaliciones. Para ese viaje no hacía falta tales alforjas. Una parte importante del votante del ICV-EUiA ha migrado al PSC y buena parte del votante de los Comunes de 2015 han votado por…Ciudadanos; los resultados de Barcelona y el área metropolitana no dejan ningún lugar a dudas. ¿Cuál ha sido la baza de Ciudadanos, a pesar de la etiqueta de liberales, no desmentida por ellos? La definición en el conflicto político y civil planteado por el nacionalismo catalán. La imagen de un perfil propio, sustantivo, antagónico al del «proceso independentista».
Quizás sea el momento de reconsiderar la doctrina de la «equidistancia» y de las prácticas reales que la han acompañado. Pero también puede ser el momento para reconsiderar el abuso de los «novísimos», de los discursos nuevos, el olvido y el menosprecio de la tradición propia; no solo porque de otra manera la frustración puede hacerse permanente -no me atrevo a decir que el desastre mayor- sino porque precisamente en esa tradición propia, psuquera, de la política unitaria de masas durante la Dictadura, de la alianzas sociales amplias y las coaliciones de unidad popular, la de verdad, la que se produce como resultado de un compromiso amplio -no de una invocación sectaria, volveré sobre ello-, se encuentra la clave no sólo de la recuperación de la izquierda, sino de la resolución del conflicto civil que existe hoy en Cataluña, y que no podrá nunca resolverse sobre ejes identitarios, nacionalistas, sino solo sobre ejes sociales, en los que la identidad nacional puede ser un adjetivo -legítimo y todos bienvenidos- pero no el sustantivo.
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