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La izquierda y sus refundaciones

Fuentes: Rebelión

Carlos Taibo (CT) publicó el 9 de octubre en Público un artículo con el título «¿Refundación de la izquierda?«, un texto que ha sido reproducido en páginas de izquierda de la red como Rebelión, Kaos o Sin Permiso. El profesor de Ciencias Políticas de la UAM responde negativamente al interrogante: la anunciada, la ya iniciada […]

Carlos Taibo (CT) publicó el 9 de octubre en Público un artículo con el título «¿Refundación de la izquierda?«, un texto que ha sido reproducido en páginas de izquierda de la red como Rebelión, Kaos o Sin Permiso. El profesor de Ciencias Políticas de la UAM responde negativamente al interrogante: la anunciada, la ya iniciada refundación de IU, no está representando ninguna refundación exitosa de la izquierda.

Tras unas palabras iniciales en las que intenta evitar que los activistas de los movimiento sociales críticos (MSC) operen «con IU como lo hacen tantos de nuestros dirigentes políticos ante los cambios que se registran en la izquierda abertzale…», CT sostiene que, dejando «sintonías cognitivas y emocionales aparte», la mayoría de los activistas de los movimientos sociales críticos aprecian tres carencias en la oferta de IU: aristas anticapitalistas; ecologismo consecuente, y poca o nula voluntad de construir, desde abajo y desde ahora, un mundo nuevo. Intento aquilatarlas brevemente.

Más allá o más acá de su refundación, aunque IU declare «ser una fuerza orgullosamente anticapitalista», la concreción programática de esa definición deja muchísimo que desear, sostiene CT. Lo único que IU parece reivindicar es la preservación de «nuestro maltrecho Estado del bienestar y, en paralelo, la reconstrucción de la desregulación perdida al calor de las prácticas neoliberales». IU no llevaría delantera alguna en esta tarea a los sindicatos mayoritarios, «lamentablemente enfangados en el mismo lodazal», el de gestionar el capitalismo «sin tomar en serio en momento alguno la posibilidad de salir de él». En opinión de CT, muchos ciudadanos, los MSC en general, están ya por otros temas y miran con desdén propuestas que se contentan con reclamar «la reconstrucción del sector público de la economía sin hacer, al tiempo, llamadas claras a la socialización y la autogestión».

Aparte de que no es nada obvio el significado de términos como socialización, ni siquiera el de autogestión, no es imposible que esta primera crítica de CT que recoge, según afirma, la posición de la mayoría de activistas de MSC y sitúa a IU como fuerza no alternativa al sistema, apunte a algunas tendencias de la organización, diversa y plural como es sabido, o a algunos períodos, más o menos recientes, de su intervención política institucional. Pero difícilmente esa consideración puede generalizarse a todas las tendencias de IU y a todos los momentos de su trayectoria. Ser una fuerza anticapitalista (trasnochada desde luego) en sus momentos de mayor fuerza social y electoral (para entendernos, en la época de Anguita y Víctor Ríos) fue una de las acusaciones lanzadas contra IU día sí, noche también, por la inmensa mayoría de las organizaciones y medios de desinformación del sistema. Locura política, fuerza anclada en su oscuro pasado, organización comunista obsoleta, fueron algunas de las sentencias y descalificaciones lanzadas con insistencia. Aún suenan los ecos de aquellas voces poco afables.

No sólo desde los media e instituciones afines. Desde, digamos, posiciones críticas de la sociedad civil que vindicaban ser de izquierdas, se acusó a la dirección de IU porque la propuesta programática de las «dos orillas», la línea de demarcación entre fuerzas pro-sistema y anti-sistema, era una majadería política, un escándalo, una solemne memez, un regreso al pasado, volver a funestas tesis sectarias terzointernacionalistas, al tiempo que se sostenía que no se podía permitir, por ejemplo, que una determinada alcaldía cayese en manos del PP o de fuerzas afines, cuando era factible una coalición de izquierdas PSOE-IU que, obviamente, imposibilitaba cualquier práctica política con tonalidades antisistémicas Cuando tal apoyo implicaba ausencia de política alternativa, se acusaba a IU de transitar las agotadas aguas de la socialdemocracia encubierta o, peor, de ser un aliado con mala consciencia (o sin ella) del social-liberalismo del PSOE. En síntesis: si se apuntaba hacia otros senderos, se le criticaba por utopismo de nefastas consecuencias; si transitaba por lugares trillados, por colaboración con el reformismo insustantivo. La cuadratura del círculo. Por lo demás, y a título de análisis comparativo, cuando fuerzas como ICV (en compañía ciertamente servil de EUiA), coincidiendo en esta ocasión con CiU, PSC-PSOE y PP, apoyan la recalificación de un espacio de finalidad pública en suelo urbano destinado a la construcción de un hotel de lujo al lado del Palau de la Música, operación que lleva anexa una corrupción urbi et orbe y prácticas institucionales amenazadoras, el tono de las críticas adquiere un registro más cortés, menos ácido, más comprensivo, mucho más afable. Sin descalificaciones globales, con propósito y ánimo de enmienda.

Más allá de todo lo anterior, que acaso sea historia superada, más allá de papeles y programas que en ocasiones tienen nula incidencia política, no parece que las declaraciones de los actuales dirigentes de IU dejen duda al respecto: las claves esenciales anticapitalistas de la organización se han formulado y defendido con insistencia siempre mejorable. No son únicamente Krugman y Stiglitz los economistas de cabecera de IU. Otra cosa es que la situación sea tan compleja, lo que somos sea tan poco, las fuerzas estén tan debilitadas, los errores de todos y todas sean tan frecuentes, las tácticas adversarias estén tan bien perfiladas, los recelos internos tan arraigados, las ambiciones y necesidades personales tan acuciantes, la voluntad de poder y mando tan extendida, que apenas nada se haya hecho prácticamente por avanzar por un sendero tan intrincado y tan alejado del ámbito de las actuales posibilidades. Pero en un plano teórico, en el ámbito de documentos y programas, la reafirmación anticapitalista de IU parece evidente. La nueva dirección de la organización, si no ando muy errado, surge precisamente de esta consideración nada marginal. Uno de sus actuales representantes, Armado Fernández Steinko, ha escrito un excelente libro, nada trillado, sobre temáticas anticapitalistas: Izquierda y republicanismo: el salto a la refundición. No está alejado de las preocupaciones político-culturales de la organización.

La segunda de las carencias CT la vincula con el papel meramente retórico que IU «parece atribuir a un problema acuciante: el de los límites medioambientales y de recursos del planeta». Los términos en que IU contempla este problema, señala, acatan «un discurso, el dominante, que nos dice que debemos aparcar cualquier consideración seria de la cuestión ecológica en provecho de la resolución, imperiosa, de los problemas económicos y sociales del momento», crasa equivocación que, añade Taibo, olvida que «el crecimiento económico por todas partes idolatrado, el cambio climático con sus tétricos efectos, el encarecimiento inevitable en los precios de la mayoría de las materias primas energéticas y la prosecución del expolio de los recursos humanos y materiales de los países pobres tienen tanto o más relieve que la resolución, cargada de equívocos, de esa crisis que el sistema prefiere etiquetar, interesadamente, de financiera». La realidad que se halla en quiebra, concluye CT, no es sólo «el proyecto neoliberal, sino la propia civilización capitalista».

Es posible que en ocasiones no se haya puesto el acento en la aspecto global de la situación. Es sin duda difícil decirlo todo en todo momento. No es improbable que pueda haber habido errores de pedagogía política. Pero no parece que pueda atribuirse razonablemente a IU la consideración de nuestra crisis civilizatoria como crisis estrictamente financiera, la defensa de un keynesiasmo fáustico que olvide o arroje a la cuneta cambios climáticos, apueste por crecimientos irresponsables, sostenga o no recuerde el expolio de países empobrecidos, no tenga en cuenta lo sucedido con el incremento de precios de productos de primera necesidad, vuelva a tener dudas sobre el alocado papel que juega la industria nuclear y que apueste sin más, como solución, por una intervención pública que asegure más carreteras, más autopistas y más trenes de alta velocidad para salir de la crisis y generar empleo, y a otra cosa.

No se trata de que IU no pueda pulir más su discurso en este punto. No se trata de que no pueda profundizar más sus tesis en este ámbito. Pero IU, sabido es, proviene de varias tradiciones y una de ellas, la comunista, contó entre sus filas, críticas y algo marginadas ciertamente, con uno de los poquísimos intelectuales y activistas europeos que supo ver ya en los años setenta la importancia del ecologismo político y de la necesaria alianza del rojo y del verde (y del morado y los movimientos antimilitaristas por supuesto) con finalidades anticapitalistas. Manuel Sacristán fue ese autor y, además de su propia práctica, su libro editado póstumamente en 1987 por su amigo y discípulo Juan-Ramón Capella, Pacifismo, ecologismo y política alternativa, recientemente reeditado por Público-Icaria, contiene multitud de ideas y sugerencias en esta temática ciertamente ineludible. En Catalunya, sin ir más lejos, el CANC, el Comité Antinuclear, estuvo lleno a rebosar de rojos y científicos comprometidos. Muchos de ellos engrosaron más tarde las filas y ocuparon un lugar destacado en IU. Víctor Ríos y Francisco Fernández Buey son dos ejemplos conocidos.

La tercera carencia, señala Carlos Taibo, explica «muchos de los recelos de tantos movimientos sociales es la certificación de que en el proyecto orgánico de IU no se aprecia ninguna voluntad de construir, desde abajo y desde ahora, un mundo nuevo». Testimonio de ello: IU tiende a confundir la refundación de la organización propia con la refundación de la izquierda en general. Si en su discurso «aparecen muchas veces la república, la ciudadanía y la sociedad civil, rara vez se asoman, infelizmente, y por el contrario, la autogestión, la democracia directa, la contestación franca del vigente orden de propiedad y la denuncia de la explotación y de la alienación».

La tarea señalada -construir desde abajo y desde ahora un mundo nuevo- probablemente sea una de las tareas de la hora. Pero, admitámoslo, no es nada fácil ver como acometerla y por dónde avanzar. Mucho debe trabajar IU en un territorio tentada, como a veces ha ocurrido, por una política de vértice alejada de bases e intervenciones ciudadanas. Pero revisar procedimientos y rectificar tradiciones parece una de las señas identidad de la actual IU que, desde luego, no confunde, basta una mínima inteligencia política para ello, su propuesta de refundación con la refundación general de la IU. Hay mucho trigo que segar en este abigarrado campo.

La crítica categorial tampoco, en mi opinión, tiene fundamento. No se ve que los ámbitos categoriales apuntados por CT, él no lo señala desde luego, sean opuestos y mucho menos contradictorios. Apostar por la ciudadanía, por la república, por la sociedad civil desfavorecida, es un sendero que aproxima a la democracia directa, a la contestación de la civilización capitalista, a la denuncia de la explotación. Ni que decir tiene, por lo demás, que la cuestión no es airear con más o menos frecuencia críticas teóricas a la alienación o explotación sino trabajar sindical, política, organizativamente, para dar pasos prácticos, por pequeños que sean, avanzando hacia esas finalidades.

CT habla a continuación de república federal y de voluntariedad de las adhesiones. Para eso, señala, hace falta un reconocimiento expreso y previo del derecho de autodeterminación; lo sabe a estas alturas el más torpe, añade. Entre los más torpes debe estar IU porque lo ha señalado mil y una veces y, en ocasiones, con generalizada incomprensión y casi (insisto: casi) en soledad de uno.

El siguiente paso -«aunque, claro, uno está llamado a entender rápidamente las cosas si el objetivo mayor de Izquierda Unida no es atraer a los movimientos sociales alternativos, sino hacer lo propio con los votantes socialistas descontentos…»- es, en mi opinión, una injusta maldad política de CT que no merece ser respondida. Ignoro cual es el objetivo mayor de IU pero si éste fuera «atraerse los votos socialistas descontentos», creo que cometería un error, cómo también lo cometería si intentase «atraerse» los votos de quien fuera, incluidos los de los MSC, pero sería absurdo, incluso sectario hasta el vómito, que IU, como fuerza de izquierda, no intentase que muchos activistas, militantes y votantes del PSOE mirasen con ojos críticos la política de su organización y viesen que otros mundos y propuestas son posibles. Muchos de esos votantes, como es sabido, no digo todos. son trabajadores y trabajadoras alejados de todo privilegio social. ¿Una fuerza de izquierda no debe aspirar a incidir en ese sector?

Taibo sostiene que los activistas tienen el derecho a preguntarse «si la propia coalición de izquierdas no es, en su pulsión electoralista, en su livianísima respuesta ante tantas agresiones, en su lastre burocrático y en sus opciones programáticas», una de las paradójicas secuelas de las muchas miserias que nos ha regalado esa transición, y si tienen derecho a preguntarse también, añade, si «IU nos está ofreciendo algo realmente nuevo».

En mi opinión, IU no es sin más una de las paradójicas secuelas de las miserias que nos regaló la transición o bien, mirado desde otra atalaya, todos los somos. IU, de hecho, se levantó contra esas miserias, sumando creativamente posiciones y sensibilidades diferentes que siguieron posteriormente senderos muy diversos, y en su presente, con vacilaciones, errando en ocasiones, acumulando escasas fuerzas, intenta ofrecer caminos nuevos, no siempre transitados. ¿Realmente nuevos pregunta CT? La práctica y nuestro activismo podrán responder a ese interrogante, aunque seguramente no de forma clara, distinta y para siempre.

IU intenta unir sensibilidades heterogéneas y no todas ellas ponen, siempre y ahora, el acento en el vértice anticapitalista y en la construcción de algo nuevo desde la base y desde ahora. Pero, si no ando errado, creo que habíamos quedado en que el sectarismo y la intransigencia era lacras que había que superar y que la política de unidad en el disenso debía ser una de las señas de identidad de la izquierda transformadora, revolucionaria, anticapitalista, la que combate en un territorio nada afable por la socialización, la autogestión, la democracia directa y contra la alienación generalizada y la explotación impía de trabajadores y trabajadoras, pueblos e identidades. Contra los descreadores de la Tierra, por «una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo» como formulara hace treinta años un editorial de mientras tanto. En esas estamos, en esas seguimos estando.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.