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Libertad, igualdad y fraternidad

La libertad republicana

Fuentes: Rebelión

En este aspecto dos son las aportaciones importantes de la moderna teoría política del republicanismo, la primera que la libertad para los republicanos consiste en no ser dominado por otros frente a la idea liberal que ve la libertad únicamente como el hecho de que no haya nada que interfiera en nuestra vida; la segunda, […]

En este aspecto dos son las aportaciones importantes de la moderna teoría política del republicanismo, la primera que la libertad para los republicanos consiste en no ser dominado por otros frente a la idea liberal que ve la libertad únicamente como el hecho de que no haya nada que interfiera en nuestra vida; la segunda, que esa forma de entender la libertad fue la más común hasta que los burgueses ricos se dieron cuenta del peligro que corría su posición dominante si esa concepción se aplicaba a toda la población y no solo a la clase de los propietarios. El triunfo del utilitarismo como fundamentación teórica más importante de la democracia burguesa hizo desaparecer de la circulación al concepto republicano de libertad.

En la tradición puramente liberal la libertad es entendida de una manera pasiva como no interferencia porque el Estado es visto como una maquinaria ajena al funcionamiento social y en contradicción con él, ya que los ciudadanos son como átomos existentes individualmente y sin nada que los vincule entre sí. Al entender la libertad como no dominación lo que se quiere subrayar es que lo más importante para ser libre no es evitar la acción de cualquier fuerza exterior a la voluntad individual, sino la propia posición de los ciudadanos ante la acción de ese sistema de fuerzas. Visto así, las fuerzas que desde la sociedad intentan condicionar las conductas individuales pueden suponer interferencias arbitrarias y no arbitrarias. Lo que hay que evitar es la posibilidad interferencia arbitraria, es decir, la que es producto del capricho de los que se hallan en una posición de dominio, aunque decidieran ser benevolentes y no interferir. La intervención del estado no está necesariame nte en contradicción con la de los ciudadanos cuando es producto de decisiones ajustadas a una ley democrática, pues ésta es una interferencia no arbitraria, como consecuencia el Estado debe intervenir activamente para evitar que individuos o grupos de individuos puedan adquirir posiciones de dominio.

Así entendió la libertad el humanismo renacentista, cuyo modelo era la concepción republicana de los romanos. Libre es el que no es esclavo y esclavo es aquél cuya voluntad depende de la de otro. Se partía de la idea de la dignidad esencial del ser humano que intenta encontrar en la sociedad su plena realización personal y aumentar su propia potencia. Las personas solo son auténticamente libres en una sociedad libre, liberados de toda dominación el poder de los ciudadanos se incrementa con el poder del Estado, no disminuye. Pero los mismos burgueses que las elaboraron pronto abjuraron de esas ideas porque si la libertad así entendida se generalizaba para toda la población perderían su posición dominante. Y el concepto de libertad que había surgido en la lucha contra los monarcas, fue sustituido por un otro menos exigente, la libertad entendida como ausencia de interferencia, compatible con la pervivencia de la monarquía. Algo a medida de comerciantes e industriales que pien san que la actividad económica basada en el derecho de propiedad es la única propiamente social, relegando a la política a la posición de mero subproducto, un mal menor que debe subordinarse a aquella.

La defensa de la libertad como ausencia de dominación va unida a la lucha contra la monarquía porque los reyes hereditarios existentes en los sistemas constitucionales actuales son el ejemplo más claro de amos benevolentes que no interfieren, pero que siempre hay que temer que puedan hacerlo. Y el carácter de excepción de su posición, fuera de los sistemas democráticos de decisión, los convierte en encarnación simbólica de un Estado ajeno a la sociedad, Leviatán, «dios mortal», del que habla Hobbes. Acabar con la monarquía es condición necesaria para una sociedad libre de dominación, teniendo presente la frase de Azaña «la libertad no nos hace libres, nos hace humanos». El republicanismo quiere la libertad como condición necesaria en la búsqueda de la felicidad e inseparable de la igualdad, pero retoma lo mejor del auténtico liberalismo radical al afirmar que la búsqueda de la felicidad es asunto individual, en el que la sociedad debe permanecer al margen respetando la diver gencia y la disensión como la garantía del auténtico pluralismo.

La igualdad

El gobierno del pueblo parte necesariamente de igualdad de todos ante la ley que solo es posible totalmente en la República, pero esa igualdad queda vacía de contenido si no viene respaldada por una igualdad de poder de decisión y una igualdad económica que la haga posible.

La igualdad ante la ley implica que la ley democráticamente elaborada es universalizable, que no debe haber discriminación por razón alguna pero esto no puede ser entendido de una manera puramente pasiva. La democracia debe luchar para que la igualdad de derecho se convierta en igualdad de hecho haciendo lo posible para eliminar activamente las diferencias existentes de partida entre los distintos grupos sociales o entre las personas por su sexo, sus orígenes sociales, su raza o discapacidades. La igualdad ante la ley no es auténtica si da por buenas las desigualdades existentes sin hacer nada por luchar contra ellas.

La igualdad de poder implica que todos tengamos la misma capacidad de decisión, sin que las decisiones políticas se dejen en manos únicamente de profesionales. El ideal democrático republicano aspira a borrar la diferencia entre gobernantes y gobernados y conseguir acercarse a una concepción de la política activa en la que todos puedan ser escuchados y todos puedan participar en el gobierno. En las sociedades modernas la democracia directa no parece posible y es necesario cierto grado de delegación del poder en el que los ciudadanos participan en la toma de decisiones a través de representantes, pero esos representantes deben ser sometidos constantemente a control por parte de instituciones democráticas independientes y sería necesario establecer mecanismos para que las deliberaciones de la población sean escuchadas y sus conclusiones atendidas de manera vinculante en la medida de lo posible.

Por más que se pueda considerar exagerada o simplificadora en algunos aspectos la crítica marxista a una concepción puramente formal de la política, representada como un juego independiente de las relaciones económicas o neutral con respecto a las cuestiones de hegemonía ideológica, es acertada en lo fundamental. Por ello la democracia republicana no puede dejar de lado la búsqueda de la igualdad económica para organizar la sociedad de forma que sea realmente posible la igualdad ante la ley y la igualdad de poder de decisión. Si en la estructura económica unas personas se sitúan por encima de otras creando situaciones de dependencia sería ilusorio pensar que su capacidad de decisión vaya a ser la misma, las relaciones económicas determinan relaciones de poder. Hoy por hoy no parece existir una alternativa clara al sistema capitalista, ni es viable una socialización de los medios de producción que necesite de la planificación para suplantar al mercado como sistema de informac ión económica, ni tampoco lo sería un sistema económico «a la Proudhon» en el que todos fuéramos empresarios. Aceptando la economía de mercado como el menos malo de los sistemas posibles los republicanos proponemos reafirmar el carácter redistributivo del sistema impositivo, la importancia del gasto público como elemento garantizador de la satisfacción de las necesidades básicas para todos y de un sistema público de enseñanza que promueva la igualdad de oportunidades y las posibilidades de promoción social y la extensión de la Renta Básica de Ciudadanía como factor importante de emancipación de los individuos y palanca para liberarlos de todo sometimiento.

Para los republicanos la igualdad es inseparable de la libertad, sólo puede haber gobierno de todos donde no haya desigualdad que implica sometimiento. No es suficiente la igualdad ante la ley formalmente proclamada, sólo con la mayor igualdad económica compatible con la eficiencia del sistema económico se podrá conseguir la mayor igualdad de poder de decisión que es la garantía de la auténtica democracia.

La fraternidad

La república debe organizarse de tal modo que consiga generar en cada uno de sus miembros el sentimiento compartido de pertenecer a ella basado en la constatación de que ella se preocupa por nosotros. Nos reconocemos en la comunidad en la medida que ella nos reconoce. Este reconocimiento nos hace sentir partícipes de un proyecto de vida en común organizado a través de la justicia en el que la política pueda cumplir su objetivo más noble, construir una sociedad buena, es decir justa, para lograr una vida buena. Para el ser humano esto solo es posible en común, vivir es vivir con otros. La tendencia natural del ser humano a vivir en sociedad se basa en el altruismo y la cooperación. Por ello la solidaridad constituye el principal motor de la acción política republicana. Sin derechos sociales los derechos políticos y civiles están vacíos y sin derechos políticos y civiles los derechos sociales son inviables. De nada le vale a nadie tener reconocidos derechos si sus circunstanci as le impiden ocuparse en otra cosa que no sea su subsistencia y la de los suyos.

Los republicamos abogamos por la defensa y afianzamiento de los actuales sistemas de protección social, garantía contra la pobreza y la precariedad, buscando la máxima eficiencia en su gestión par que pueda ser un mecanismo eficaz en la mejora de la calidad de vida de las personas. Somos conscientes de que los sistemas asistencialistas de protección han creado una espiral de dependencia de la que es difícil salir para muchos. A pesar de recibir unas prestaciones monetarias no pueden desarrollar sus respectivos planes de vida porque la exclusión social reduce su autoestima y los hace más vulnerables y pasivos.

Debemos intentar modificar esas inercias sociales luchando contra las tendencias disgregadoras de la sociedad propias de un capitalismo competitivo sin caer en la mentalidad paternalista propia de la caridad cristiana que modernamente se traslada de forma casi inevitable a la actividad de las ONGs. Para romper esa dinámica los poderes públicos deben dotar a cada sujeto de los recursos que le permitan realizar sus derechos de ciudadano libre con capacidad de decisión, participación y autonomía. Ello significa que deberían garantizar dos aspectos esenciales: de un lado, una garantía de ingresos para paliar la exclusión que se genera a partir del hecho de no disponer de una vinculación laboral y, de otro lado, contrarrestar los efectos de las diferencias de acceso a los recursos educativos y culturales provocadas por la pobreza, la etnia, las discapacidades físicas o psíquicas, sexo o edad.

En definitiva dado que el mercado y el sistema competitivo no generan justicia ni solidaridad tiene que ser la acción política de la sociedad a través de los poderes públicos la que se encargue de producir las condiciones materiales en las que los ciudadanos puedan sentirse miembros de una comunidad que los reconoce como iguales.

Extracto del Documento Político de Izquierda Republica, en el año en el que se cumple el setenta aniversario de su fundación por Manuel Azaña, Presidente de la IIª República Española.