“Vivan los espiritistas, los monarquistas, los aberrantes, los criminales de varios grados… Viva la filosofía con humo pero sin esqueletos… Viva el perro que ladra y que muerde, viva todo el mundo, menos los comunistas”.
Pablo Neruda
“A ti te mato yo”. Eso le dijo a Pedro Berrocal el teniente de la Guardia Civil de Don Benito en los aciagos días de junio de 1973. Le puso la pistola en el pecho, le clavó los ojos del crimen y le rompió para siempre. Nos lo contó a Rogelio Barrero y a mí en el año 2002. Quería hablar con nosotros como dirigentes del PCE y de IU en Extremadura, nos había citado en su casa muy en secreto, a una hora en la que él preveía que no iba a estar su mujer. Decía que quería contarnos algo muy importante. Habían pasado ya casi treinta años de aquellos hechos, pero el recuerdo le mordía, le asaltaba por las noches todavía.
A Berrocal le habían detenido el día 11 de junio de 1973. Unos días antes habían caído los compañeros de Villanueva de la Serena y de Valdivia. Los sicarios de la Brigada Político-Social, con sus habituales métodos de tormento, les habían arrancado su nombre y el de otros compañeros de Don Benito, donde radicaba entonces el comité provincial del PCE. La Jabonera, la antigua fábrica que el Ayuntamiento de Villanueva ha transformado hoy en señorial salón de plenos, será el primer lugar de detención y torturas. Y el cuartel de la Guardia Civil en Don Benito tomará para muchos de los apresados el relevo de la ignominia. Cuando Berrocal es conducido allí, se encuentra en los calabozos, tirados en el suelo, a Valentín Morcillo y a otros compañeros, a los que han breado a palos. Al día siguiente es llamado a declarar ante el juez. Este es una persona joven, amable, con la mirada limpia, que da confianza y que le invita a hablar. Berrocal está indignado y decide denunciar ante él lo que está pasando. Ya no estamos en los años cuarenta y los tiempos de la tortura han pasado, piensa. “Señor juez, no hay derecho a tratar a una persona, a un padre de familia con cuarenta años, como si fuera un guiñapo. Ha habido malos tratos, aquí todavía se pega y se tortura”.
La afrenta que le acompañará ya siempre ocurre aquella misma tarde. Cuando le retornan al cuartel de la Guardia Civil en Don Benito, el teniente le está esperando. Él y un guardia se presentan en el calabozo, sacan al compañero de la celda y se quedan a solas con Berrocal. “Siéntate, me dijo. Con que tu eres el gallito, el rojo que va a denunciarnos. Desenfundó la pistola y me la puso en el pecho. A ti, hijo de puta, te mato yo. Si vuelves a ir con monsergas al juez, te meto dos tiros en la cabeza. Todo lo que digas al juez lo sabremos al instante. A ti te mato yo». Así nos lo contó Berrocal en 2002. Nos llamaba, alarmado porque hacia unos pocos días había vuelto a ver a aquel canalla. Estaba detrás de él, en la cola de una caja de ahorros, y quería ponerlo en nuestro conocimiento porque pensaba que quizás le estaban siguiendo.
Su hija, Visitación Berrocal, en el documental que se está realizando sobre la caída del 73, recuerda así los últimos años del ejemplar militante: “Los que estábamos alrededor de mi padre veíamos como el sufrimiento había hecho huella en su carácter y en su día a día. Él tuvo la delicadeza de no contarnos nunca, ni a sus hijas ni a sus nietas, sus torturas. Pero cuando ya se hizo muy mayor y tenía crisis postraumáticas, como decía la psiquiatra que le llevaba, revivía los momentos de tortura y escuchábamos cómo chillaba y decía: No me peguéis más, parad ya, dejadme tranquilo”.
El teniente de la Guardia Civil, el autor de aquellas hazañas -todo por la patria, decían-, se llamaba Ignacio Lombo López. Años después fue ascendido a capitán y destinado a otra comandancia. Fallecería en 2014, en Cádiz, con el grado de teniente coronel.
La lucha olvidada de los comunistas extremeños en el tardofranquismo
La palabra recordar, le gustaba decir a Eduardo Galeano, procede del latín re-cordis, y significaría, según el escritor uruguayo, volver a pasar por el corazón. Se cumplen ahora cincuenta años de la caída del 73 y necesitamos recordar. Necesitamos volver a pasar por el corazón la memoria de Pedro Berrocal, de Juan Díaz, de Manolo Paredes, de Isabel Domínguez, de Gregorio Sabido, de Miguel Herrera, de Valentín Giménez el guerrillero, de Manuel García-Mora y de tantos otros hombres y mujeres, vivos o ya fallecidos, que lucharon infatigables por la libertad y la justicia social.
“Y tú, ¿por qué sigues siendo comunista?”, le preguntó Eduardo Haro Tecglen a Manuel Vázquez Montalbán, años después de la caída del muro de Berlín, cuando muchos claudicantes tiraban la toalla y otros tantos, peritos de la cucaña, buscaban acomodo en las aguas más plácidas de la socialdemocracia. “Por el militante de base”, contestó el gran novelista catalán. Los irremplazables etcéteras, los camaradas oscuros de los que hablaba Alfonso Sastre, la morrallita anónima y generosa que cantaba Carlos Cano, a ellos nos debemos, por ellos tenemos el deber de recordar, entre otros momentos primordiales de la historia de la dignidad, la caída del 73.
Pero no se trata sólo de reconocer el denuedo o la honestidad de quienes han luchado y luchan. No es nostalgia lo que hace falta, sino melancolía revolucionaria, como le gustaba decir a Víctor Chamorro. Qué se recuerda y cómo se recuerda no es un cometido privativo de historiadores, sino una cuestión política central del presente. La caída del 73 es un hecho de una enorme importancia cuantitativa y cualitativa, y no sólo para la historia del PCE, sino para la de Extremadura en su conjunto. Es con mucha diferencia el episodio de represión más masivo desde los años de la posguerra. En la redada fueron detenidos nada menos que 160 militantes comunistas de 10 localidades (Don Benito, Villanueva de la Serena, Mérida, Montijo, Valdivia, Navalvillar de Pela, Orellana, Santa Amalia, Aceuchal y Calamonte). Y, sin embargo, ¿cuántos extremeños conocen este acontecimiento o siquiera el nombre de alguno de aquellos luchadores?
A pesar de la masacre de Badajoz y de las incontables matanzas pueblo a pueblo, de la brutal represión tras la guerra civil, y a pesar de la sangría de la emigración, los movimientos populares habían comenzado a despegar en Extremadura. También aquí, más tardíos que en Madrid, Cataluña o Euskadi, pero con una intensidad considerable, arraigaba una política de masas que tenía en el PCE a su principal motor. “El PCE no sólo era el partido más numeroso, mejor organizado y más activo de cuantos lucharon contra el franquismo. Sus militantes y cuadros formaban parte integral de movimientos y expresiones de oposición a la dictadura, ejerciendo en muchos momentos su “dirección cultural y moral”. Juan Andrade explica con hondura cómo el PCE fue construyendo progresivamente su hegemonía. Esta afirmación también puede hacerse, con la modestia necesaria, en relación a Extremadura. Será el partido que no cesará nunca en los intentos de reorganizarse y reorganizar la resistencia contra el franquismo. Primero en la guerrilla y en las colonias penitenciarias, junto a la CNT, y después en el movimiento obrero y campesino, junto a los cristianos de base fundamentalmente, pero siempre en la arena, construyendo alianzas. Las caídas de militantes en 1947, 1961 y 1973 serán las más masivas, pero no las únicas. Badajoz, Mérida, Almendralejo, Ribera del Fresno o Alconchel son, junto a los pueblos ya mencionados, algunos donde se producirán la detención de un gran número de activistas.
“El logro más importante de los comunistas en la segunda mitad del siglo XX será convertirse en el referente de la oposición a la dictadura durante el ventennio que va de la mitad de los cincuenta a la mitad de los setenta”, sostienen Carme Molinero y Pere Ysàs. El cambio de rumbo que inicia el PCE a partir de 1954-1956, cuya expresión más conocida y fructífera será la llamada política de reconciliación nacional, también tendrá su expresión en Extremadura. La repercusión de las jornadas de lucha convocadas en 1958 y 1959 será considerable. El PCE ha empezado a tener organización en los pueblos del Plan Badajoz. La intervención de Enrique López en nombre de la delegación de Extremadura en el VI Congreso del PCE es relevante de la nueva orientación. La huelga del arroz, en 1961, será el primer resultado de ese trabajo molecular que desarrollan los comunistas extremeños, especialmente en las vegas del Guadiana.
El hilo rojo de la República y del 25 de Marzo extiende su sutil urdimbre. Como en la leyenda china puede enredarse o tensarse, pero no se rompe. Los yunteros de ayer pasan el testigo a los colonos del Plan Badajoz de hoy, los jornaleros de la Federación de Trabajadores de la Tierra a las embrionarias Comisiones Obreras.
En el período de esos veinte años la política del PCE gana en solidez, en capacidad de alianzas y en solvencia teórica. Se reinventa en gran medida, es capaz de conectar con las nuevas generaciones que no han vivido la guerra civil y de confrontarse con la nueva situación política y económica que va a crearse especialmente a partir del Plan de Estabilización de 1959. Sujetos nuevos y métodos nuevos, es la orientación. La incorporación de jóvenes, las alianzas con el pequeño campesinado o con los cristianos de base, son algunos de los frutos. El vínculo con muchos militantes de la HOAC o de la JOC o con curas comprometidos, como Antonio Barrantes o Felipe Fernández, son algunos de los ejemplos más representativos. Publicaciones como La Voz del Campo, las huelgas del tomate o el pimiento, o años más tarde movimientos como la Unión de Campesinos Extremeños constituirán también, en otro sentido, pruebas palpables de que la nueva estrategia ha arraigado. Las cartas a la Pirenaica desde Extremadura durante los años sesenta y los informes de los dirigentes clandestinos del PCE, los hermanos Benítez Rufo, Antonio Montoya o Melquesidez Rodríguez, estos dos últimos ya en los setenta son un testimonio clarificador de los nuevos bríos del PCE en Extremadura. Los clandestinos, “los viajeros en las entrañas de las ciudades”, los vigilados a eternidad, burlaban cada vez mejor el cerco policial, reuniéndose al amparo de una romería, de una caldereta o de un equipo de fútbol, como en el caso de la Sociedad Deportiva La Obrera, en Don Benito.
Y también la búsqueda de nuevas formas de ligazón a las clases populares. “El problema del desarrollo de la organización del Partido ha quedado demostrado que no se logra por la vía de las conversaciones personales ni de las instrucciones ni de la busca de tal o cual camarada. Es un problema de orden político, de amplias discusiones”, afirmará Enrique López ya en 1960. Buscar los espacios de libertad, el ámbito de la asamblea, combinar las posibilidades legales y las extralegales, entrelazar las luchas económicas y las políticas, tal y como se está consiguiendo en el movimiento obrero, esa es la nueva divisa. Y conseguir que emanen de esa política de masas los nuevos militantes comunistas. Frente a la tópica, simiesca caricatura que presenta a los comunistas como un partido vertical por naturaleza, autoritario y burocrático por definición, suscribimos lo que dice Enric Juliana en su magnífico libro Aquí no hemos venido a estudiar: «Podríamos decir que había más democracia en la organización clandestina del Partido Comunista de los años sesenta que en la mayoría de los partidos actuales, verticalizados por la tecnología digital, mientras se recitan loas a la transparencia y a la horizontalidad«.
El viraje del PCE empezaba a cuajar. Eso es explica la contundencia y la virulencia de la caída del 73. Es la respuesta del régimen franquista a ese partido-levadura y a los movimientos populares que está engendrando juntamente con otras fuerzas. Se pretendía dar un escarmiento masivo, poner un freno a la extensión de ese magma rebelde. Como explica José Blázquez, que era por entonces el secretario politico en Valdivia “estaba muy claro que lo ellos querían era deshacer la organización; que la actividad que había en la comarca y la provincia dejara de existir. Era su argumento. Y lo consiguieron, en cierta medida, durante un par de años”. Pero tras la confusión y el miedo del principio, en los años posteriores volverán con más empeño las luchas populares: el despliegue del movimiento obrero con huelgas indefinidas en la construcción o la vendimia, la puesta en pie de un movimiento estudiantil reivindicativo especialmente en Cáceres y de un movimiento vecinal correoso en las principales ciudades de Extremadura, la emergencia del Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), la movilización en contra de la Central Nuclear de Valdecaballeros o la obtención de las alcaldías para el PCE en poblaciones señeras del Plan Badajoz como Montijo o Valdivia en las primeras elecciones municipales democráticas.
Recordar la caída del 73 para seguir luchando
“No te tenía yo por tan torpe, Manolo. Hay que vivir la vida”. Contaba Manolo Paredes que esto es lo que le dijo León Romero Verdugo cuando se produjo la caída del 73. Por entonces el que a la vuelta de seis años sería alcalde de Don Benito estaba sacándose el carné en la Autoescuela en la que Paredes era profesor (y cuyo título le quitarían a raíz de la detención). Hay que vivir la vida y ser listo. Y tanto que lo fue él y muchos de sus amigos y conmilitones, a los que colocó de por vida por decenas en la Diputación de Badajoz.
Llama poderosamente la atención el sonoro olvido de la caída del 73, cuando todo el mundo se llena la boca con la palabra democracia. Pero si reparamos en la brillante carrera militar que acompañó al teniente Lombo o al prudente consejero de Manolo Paredes, quizás se disuelva algo nuestra extrañeza. Ni a los olvidadores ni a los olvidadizos les fue nada mal con la modélica transición. A los leales funcionarios policiales del franquismo no les tosió nadie y los arribistas pudieron dedicarse tan ricamente a los negocios y al tráfico de influencias.
Seriamos ingenuos si esperásemos que ellos, los beneficiarios de este estado de cosas, reivindiquen el legado democrático de quienes sufrieron la caída del 73. “La historia es un diálogo sin fin entre el presente y el pasado”, escribía Edward H. Carr. Y esa reciprocidad íntima entre pasado y presente es lo que explica en gran medida el olvido por parte de la academia y de las instituciones oficiales: demasiada plebe, demasiado tumulto, demasiada inquietud democrática. Necesitamos la historia como “clave para la comprensión del presente”. Y por eso mismo precisamos, como dice el historiador chileno Gabriel Salazar, una “historia para la acción y la construcción de poder social y cultural”, pensada desde y para los sujetos vivos, no desde y para la academia.
Honrar la memoria de los militantes de la caída del 73 requiere hacerlo con la vista puesta en la hipótesis comunista hoy. El secreto girasol de los oprimidos, de sus luchas históricas, vira hacia el presente, nos invita a construir una constelación de astillas de emancipación. Hay muchas razones para reivindicar ese legado. La izquierda o es pueblo o no es nada. Pegarse a la composición de clase real, a los problemas sentidos de los de abajo. Trazar alianzas siempre, porque construir implica,como decía Julio Anguita, “no proclamar lo que uno es, sino juntarse con otros que son distintos para ponerse a ello”. Darle la importancia que tiene a lo colectivo, construir nuestro tiempo, nuestras instituciones. No somos mercancías, no somos hoolligans. Juntar inteligencia, coraje, generosidad. Recordar la caída del 73 para seguir luchando.
Fotrografías: Diego Sánchez Cordero.
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