Hace ahora veinte años, millones de personas salieron a las calles en todo el mundo para gritar al unísono no ya una petición, no, sino exigencia taxativa: No a la guerra. En ciudades y pueblos de toda España, más de tres millones de personas alzaron su voz en tres centenares de marchas unitarias, con Barcelona y Madrid como epicentros de una explosión antibelicista sin precedentes.
Las pancartas del No a la guerra, que afloraron al mismo tiempo que las de Nunca máis, supusieron en 2003 un símbolo de un consenso político y social frente a la Guerra de Iraq, y evidenciaron a las claras la profunda fractura entre la ciudadanía y sus gobernantes. No en vano, el presidente José María Aznar se hundió entonces a sus índices de popularidad más paupérrimos con el 90% de la opinión pública en contra.
«Fue un momento de unión en el que todos queríamos, por lo menos, unas explicaciones claras. Se formó así un sentimiento pacifista, no solo en la imagen de los Goya, sino en cientos de ciudades de España, principalmente Madrid, en las que todo el mundo gritaba No a la guerra», apunta a infoLibre Francisco J. Leira Castiñeira, doctor en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela y coordinador del libro El pacifismo en España desde 1808 hasta el No a la guerra de Iraq (Ediciones Akal, 2023).
Y prosigue: «En distintos idiomas, pero con un mismo sentimiento, se gritó No a la guerra y no más mentiras, porque allí no había armas de destrucción masiva. El sentimiento era el mismo en todas partes. Estar en contra de la muerte, estar en contra de la violencia, generó la mayor manifestación en favor de la paz en todo el mundo, no solo en España. Se trataba de defender esa cultura de paz y de la política de la empatía, que fue lo mismo que pasó en España después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, cuando con el espíritu de Ermua toda la sociedad salió a la calle a luchar contra esa violencia indiscriminada que no tenia sentido para nadie».
Para Leira Castiñeira, el momento del No a la guerra generó un «consenso importante» que, «tristemente», se fue «diluyendo» mientras algunos sectores, «principalmente de la derecha«, empezaban con las «teorías conspirativas«. Un momento de «explosión de antiviolencia«, sustentando tanto por una parte teórica basada en el altermundismo y en contra de la intervención de Estados Unidos, como por otra espontánea de la propia ciudadanía, que desembocó en la victoria socialista en las urnas con José Luis Rodríguez Zapatero al frente en marzo de 2004, tras los atentados del 11-M.
Precisamente el expresidente del Gobierno es uno de los participantes en este libro, como entrevistado, compartiendo plantel junto a Manuela Carmena, Iñaki Gabilondo, Soledad Gallego-Díaz, Juan Carlos Monedero o Javier Couso. Todos ellos, junto a prestigiosos intelectuales de diversas disciplinas, se han reunido para abrir el debate en torno a los conceptos que vertebran este libro: el antibelicismo, el antimilitarismo y el pacifismo, con el objetivo último de trazar una línea de continuidad en la formación del rechazo a la violencia en la historia española contemporánea, teniendo en cuenta los diversos contextos sociales, políticos y culturales.
Un recorrido que va desde los desertores de la Guerra de la Independencia, pasando por los prófugos de las Carlistas, el proceso de recluta forzosa de la Guerra Civil, los objetores de conciencia, el papel del feminismo y de las mujeres contra la violencia, el Basta ya a ETA o el movimiento anti-OTAN, hasta la condena ciudadana en las calles a la invasión de Iraq. Transitando ese periplo es como se podrá comprender cómo se fue construyendo a lo largo de las diferentes décadas ese sentimiento que llevó a un país entero a gritar junto contra la guerra.
Como coordinador de este voluminoso volumen, el objetivo de Leira Castiñeira es exponer cómo fueron evolucionando esas ideas pacifistas, antibelicistas y antimilitaristas a lo largo de toda la contemporaneidad española. Un largo trecho que concluye, apoyándose en las mencionadas entrevistas, desarrollando una tesis de lo que sucedió desde la muerte de Franco, que resume así a grandes rasgos: «Un proceso de acordeón, porque hubo un momento de mucho consenso, todos unidos en contra de un sistema dictatorial y de carácter militarista, por lo que queríamos una democracia. Como el acordeón no siempre se junta del todo, hubo sectores que se opusieron a la entrada en la OTAN con un fuerte movimiento en las calles y otros que no. Luego todos quisimos luchar contra ETA, pero se fue separando otra vez, surgieron grupos y una utilización un poco torticera de las víctimas. Con el No a la guerra de Iraq volvió la sociedad a juntarse y a reclamar no más mentiras por parte del Estado».
Lo bonito de este libro, para su coordinador, es su toque multidisciplinar durante un período muy largo, dos siglos en este caso, a través de un «enfoque amplio» y desde diferentes disciplinas como sociología, politología, historia o estudios de género. «Así se pueden ver los diferentes aspectos de estos movimientos, que en algunos momentos tuvieron mucho más auge social, en otros a lo mejor una acción colectiva más presente en las calles. O también está, por ejemplo, el caso de las quintas del siglo XIX, de las que muchos querían evadirse y que era una forma de intentar salir de esa idea militarista que significaba el servicio militar».
Tras defender el carácter ambicioso de este compendio de textos y autores, Leira Castiñeira llega a la conclusión de que España «no es muy diferente» del resto del mundo, aunque parezca que ha estado condenada irremediablemente por la historia a «golpes de Estado y guerras civiles«. «Obviamente, la dictadura es diferente», puntualiza, para desarrollar acto seguido: «Más allá de eso, por ejemplo, la creación de movimientos pacifistas y antimilitaristas estaba muy en sintonía y tenía mucha vinculación con lo que sucedía fuera. Hay que entender que el del siglo XIX era ya un mundo relativamente globalizado y esos movimientos de carácter transnacional, esas mujeres que empezaban a hacer sus primeras organizaciones de carácter pacífico, estaban en diálogo con lo que sucedía en Francia, en Reino Unido o en otros países».
«España no es tan distinta en esto y no estamos abocados a estar siempre metidos en una especie de espiral de violencia continua«, prosigue, al tiempo que muestra su deseo de que con El pacifismo en España desde 1808 hasta el No a la guerra de Iraq se recuerde que «hubo otra historia, que la guerra también tuvo otra cara en la lucha por la no violencia». «Verle ese reverso a esa historia, casi siempre centrada en la violencia, y recordar que hubo personas que lucharon contra ella y que es algo que se puede traer a la actualidad en nuestro dia a día», reflexiona.
¿Y podría esta España tan polarizada de 2023 volver a consensos pacifistas del pasado? El doctor en Historia asegura ser optimista al respecto, aunque lamenta que «no todos van a querer siempre una política limpia, sin insultos, en la que no se utilicen las muertes y el dolor para hacer política». «Lo ideal es que la sociedad en su conjunto, y aunque sea distinta ideológicamente, pueda ser capaz de convivir y de reclamar una política honesta, sin mentiras y sin insultos. La idea de violencia no se elimina con tanques, se elimina con educación, con diplomacia y con otros elementos que deberían estar presentes. Es una quimera, pero es lo que tenemos que tratar de buscar los ciudadanos», concluye.