Interrogar al pasado para comprender mejor el presente e interpretarlo adecuadamente en su contexto. Éste es uno de los grandes retos de la historiografía. Con el fin de compartir experiencias e investigaciones, la Facultat de Geografia i Història de la Universitat de València ha organizado entre el 10 y el 13 de septiembre el IV […]
Interrogar al pasado para comprender mejor el presente e interpretarlo adecuadamente en su contexto. Éste es uno de los grandes retos de la historiografía. Con el fin de compartir experiencias e investigaciones, la Facultat de Geografia i Història de la Universitat de València ha organizado entre el 10 y el 13 de septiembre el IV Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Contemporánea, uno de cuyos talleres ha versado sobre «Los agentes del cambio. De la crisis del franquismo a la consolidación de la democracia. Participación social, culturas colectivas y prácticas políticas» (las comunicaciones presentadas al Encuentro pueden consultarse en http://valencia2013.net/).
La historiadora Cristina Alquézar ha presentado una ponencia sobre la publicación carlista «Esfuerzo Común», que a partir de 1968 se convirtió en una revista de información general con un discurso antifranquista y de contenidos democráticos. De calado mucho menor que los grandes referentes -«Triunfo» o «Cuadernos para el Diálogo»- «Esfuerzo Común» se distribuía por suscripción y fue objeto de la censura en diferentes ocasiones (seis secuestros). Ofrecía a sus lectores información sobre los nuevos movimientos sociales, con especial atención a la conflictividad obrera y universitaria. Pero también sobre cuestiones religiosas (nuevas corrientes de pensamiento cristiano) y las singularidades regionales del estado.
También en el campo de la Historia de la Comunicación Social, el periodista de Levante-EMV e historiador, Carles Senso, estudia en su tesis doctoral el caso de la publicación «Valencia Semanal», y su evolución «de información contra el posfranquismo a portavoz del PSOE». ¿Qué representó finalmente la experiencia de «Valencia Semanal»? «Supuso un experimento periodístico sin precedentes en la historia del País Valenciano. Una isla informativa atractiva y atrevida que luchó con convicción por la libertad de expresión y la adquisición de un Estatuto de Autonomía, con plenas competencias a través de las reivindicaciones nacionales valencianas», defiende el periodista. También una experiencia profesional para periodistas que, con el tiempo, se convertirían en referentes del oficio.
En torno a la llegada del feminismo y su posterior desarrollo, han presentado comunicaciones diferentes historiadoras. Por ejemplo, Maialen Aranguren (Universidad del País Vasco), ha analizado, en el esbozo de una posterior tesis doctoral, las tres principales tendencias del feminismo en la transición: las feministas de la «doble militancia», cuyos planteamientos teóricos giraban básicamente en torno al marxismo y sus partidarias militaban además en partidos revolucionarios extraparlamentarios (sobre todo, trotskistas y maoístas); sostenían que todas las mujeres eran víctimas de la explotación, ahora bien, en el caso de las mujeres proletarias se agregaba la explotación de clase; el segundo grupo lo componían las mujeres con militancia exclusivamente feminista y desligada de los partidos; defendían que la principal opresión de las mujeres era la que las sometía al patriarcado. Por último, el feminismo «de la diferencia», que rechazaba de plano la igualdad y recalcaba las singularidades femeninas (emocionales, racionales, afectivas).
También con un enfoque de género, la investigadora Sandra Blasco ha hecho pública una comunicación sobre «Las asociaciones de barrio y las vocalías de mujeres: un foco activo del feminismo zaragozano». Las mujeres desempeñaron un papel significativo en la lucha por barrios y, dentro de las asociaciones vecinales, comenzaron a crearse vocalías de mujer. Además, poco a poco fueron incluyendo en la «agenda» asuntos como la falta de guarderías o la necesidad de escuelas de formación para adultos. El objetivo de la comunicación es, según la investigadora, reivindicar el rol de las asociaciones de amas de casa, «un instrumento a través del cual las mujeres comenzaron a organizarse desde abajo».
En la misma línea, la investigadora Elena Díaz Silva ha leído una comunicación con la que pretende abrir el debate «sobre la progresiva toma de conciencia política y feminista de un colectivo de mujeres -las amas de casa-; la mayoría eran de clase media o trabajadora, sin estudios universitarios, y con responsabilidades familiares que obstaculizaban su independencia económica y personal».
Más en general, Raimon Tormo analiza en su ponencia «El feminismo como movimiento social» las dificultades que arrostraron las mujeres de la época por diferentes motivos: la coyuntura, la falta de apoyo de los partidos políticos, la ignorancia de la problemática de género que sus compañeros mostraban. Aunque, sostiene el historiador en las conclusiones, «el movimiento vecinal les sirvió, en un principio, para articularse, pero por ellas mismas y sin apoyo de nadie».
En un campo de investigación diferente se inscribe la ponencia de Juan Carlos Colomer, «Elecciones por tercios y renovación de un consistorio franquista. Valencia (1969-1979)». «La ciudadanía nunca creyó en el proceso», subraya el investigador. Pero, matiza, «algunos vieron estas convocatorias como una forma de transformar la política en los municipios, implicándose totalmente y realizando fuertes campañas electorales». Forzada a buscar vías de legitimación, la dictadura reforzó el perfil técnico y no político de los candidatos y, en paralelo, la «necesidad» de estos procesos electorales para mantener las cuotas de «progreso» y «desarrollo» de las ciudades.
Por otra parte, el investigador de la Universidad Autónoma de Barcelona, Cristian Ferrer, ahonda en un campo en el que la historiografía ha penetrado en menor medida: las luchas campesinas y las movilizaciones populares de carácter rural, como respuesta a la hegemonía político-cultural del franquismo (en el caso estudiado, la comarca catalana del Montsià). Estos movimientos de protesta fueron acompañados, en muchas ocasiones, de actos de reivindicación catalanista. Además, Cristian Ferrer analiza un caso paradigmático: el de los campesinos y jornaleros de Amposta (Tarragona).
También con la intención de rellenar vacíos historiográficos, Joel Sans, de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha aportado una comunicación sobre «la izquierda revolucionaria y su papel en la movilización social y el rumbo político de los años 70». Se da actualmente, según este historiador, «una reciente revalorización del peso que tuvo la izquierda revolucionaria (PTE, ORT, MC, LCR, OIC), su arraigo social y su aportación a la lucha antifranquista, aunque siempre tuvo un peso menor que el PCE y el PSUC». Estos grupos sumaban una militancia cercana a las 30.000 personas, muy activa, y con una incidencia destacada, sobre todo, en el ámbito local y en el movimiento obrero, estudiantil, vecinal y feminista. Asimismo, «su influencia en la articulación de las fuerzas políticas del antifranquismo y en los sectores intelectuales fue comparativamente menor a su influencia en las luchas, aunque PTE, ORT y MC participaron en las plataformas unitarias de la oposición».
El estudio de las relaciones entre estudiantes y clase obrera durante los años finales de la dictadura es objeto de estudio por parte de Rosario Fombuena, de la Universitat de València. La investigadora concluye que se producen intercambios y mutuas influencias. «A través de sus diferentes órganos de comunicación, solicitaban los apoyos así como la defensa de acciones comunes», resume tras rastrear boletines estudiantiles y de Comisiones Obreras. Rosario Fombuena también se refiere a la repercusión en España de la acción de los movimientos sociales a finales de los 60. «Fue más bien tibia», señala. La mayor influencia vino de las reivindicaciones francesas y de la «adaptación» en el estado español de las protestas pacifistas en Estados Unidos contra la guerra del Vietnam.
Otra ponencia del taller, presentada por Carlos García Ordás, aborda el rol del movimiento antimilitarista y pacifista durante el tardofranquismo y la transición. Según el autor de la comunicación, el movimiento pacifista en el estado español estuvo desde el principio cargado de una fuerte componente antimilitarista. Además, creció afirmándose en postulados como la «no violencia» y la «desobediencia civil», aplicadas a las luchas por la objeción de conciencia, primero, y después a la insumisión. En la sociedad española se fueron desarrollando, a juicio de Ordás, valores pacifistas, cuyo grado mayor de manifestación pública se produjo en torno al referéndum de la OTAN. «También es interesante destacar cómo el movimiento antimilitarista y pacifista se sintió ninguneado durante bastante tiempo por los tradicionales partidos de izquierda», zanja el investigador.
De particular interés para entender la evolución del asociacionismo urbano es el trabajo de Jon Martínez Larrea (universidad del País Vasco), titulado «El movimiento vecinal en Álava durante la transición». Reconoce Jon Martínez que supuso «un factor de democratización social». Pero, finalmente, su idea de democracia participativa chocó con la «representatividad» de las nuevas corporaciones. Sin embargo, hubo ejemplos de participación popular en la gestión municipal, caso de Llodio. Además, «tanto las zonas verdes como los centros cívicos, símbolos de la Vitoria actual, fueron en cierta parte resultado de la lucha y la presión del movimiento vecinal». Por lo demás, en las asociaciones de la época se discutía con ardor sobre la «agenda» que debería presidir su actividad: incluir luchas más generales (amnistía y oposición a las nucleares) o limitarse a cuestiones urbanas.
En torno al asociacionismo vecinal se han presentado diferentes ponencias en el IV Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Contemporánea. La historiadora Fátima Martínez se centra en el caso gallego (en el que incluye al mundo rural) y, para ello, analiza en su inicio de tesis doctoral el ejemplo de la parroquia de Valladares. En estos pequeños núcleos de población, sostiene la investigadora, no se dan los problemas de vivienda y masificación que aquejan a las grandes urbes, pero en Valladares, por ejemplo, los vecinos se organizaron para reivindicar su derecho al agua potable.
Antonio Muñoz de Arenillas, del Institut d’Études Politiques Rennes, imprime un giro a la orientación de las ponencias y estudia la «Denuncia y reivindicación a través de la canción en Andalucía». Subraya el investigador que en Andalucía, la versión autóctona de la «nueva canción» incluye a colectivos como «Nueva Canción del Sur» y a artistas como Carlos Cano y Benito Moreno. Pero la «nueva canción» convivía con el flamenco, subraya Muñoz de Arenillas, lo que le restaba protagonismo debido a la mayor repercusión mediática de éste. Pero ello no significa que las canciones de Carlos Cano y Antonio Mata, o el «cante jondo» de Menese, Morente y Gerena no aportaran denuncia social y letras reivindicativas, al tiempo que se propugnaba una cultura andaluza propia y alejada del «nacional-folklorismo» franquista.
Por último, en clave local, el historiador Alfonso Natividad Hernandis ha hecho pública una ponencia sobre el valencianismo político en el periodo 1974-1977 y los efectos de su lucha en el largo plazo. En las conclusiones de la ponencia, el investigador sostiene que podría afirmarse (aparentemente) que el valencianismo político «fracasó», entre otras razones, al no convertirse el País Valenciano en la cuarta «nacionalidad histórica» del estado español. Pero tras ello «se esconde un éxito político pocas veces reconocido», matiza. De hecho, gracias a este movimiento nacido en la década de los 60 y su defensa de la singularidad valenciana (lingüística y cultural), «el País Valenciano goza hoy de un gobierno autonómico y la lengua del país se enseña en las escuelas».
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