Cien años habían pasado solamente de la llegada de Colón, cuando las primeras riquezas extraídas por los españoles comenzaron a cambiar los rumbos de la economía mundial, modificando a partir de allí las relaciones políticas y económicas entre los países. El oro extraído en grandes cantidades en México y América del Sur fue incrementando la […]
Cien años habían pasado solamente de la llegada de Colón, cuando las primeras riquezas extraídas por los españoles comenzaron a cambiar los rumbos de la economía mundial, modificando a partir de allí las relaciones políticas y económicas entre los países. El oro extraído en grandes cantidades en México y América del Sur fue incrementando la producción europea y transformándose en símbolo de la riqueza, al punto de llegar a constituirse en instrumento político.
Latinoamérica toda se fue convirtiendo en una especie de reserva permanente de oro y plata, instalándose así la vieja fórmula del «oro por baratijas», una fórmula que ha venido creciendo con el poderío económico del viejo continente y que aún no ha dejado de dar buenos resultados a los países del norte, que se siguen reservando siempre la libertad de elegir y decidir.
En el 2000, de 98.000 millones de dólares destinados a la inversión minera internacional, unos 30.000 se previeron para la explotación en América Latina. Esta región se convirtió en la mejor opción desde comienzos de la década del ’90, por los altísimos retornos que aseguraba y por las legislaciones instauradas en esos años en países como la Argentina, que garantizan gran rentabilidad y apoyo a las empresas extranjeras.
El «boom» de la inversión minera en el país coincide con el período más intenso de la recesión económica impulsada por las políticas de la llamada «década menemista» que llevaron al cierre y privatización de las empresas estatales, al mismo tiempo que dejaron abiertas las puertas de la riqueza a los países del primer mundo.
En la Patagonia Argentina, en 1991, se cerraron presumiblemente para siempre las puertas de Hipasam, en Sierra Grande, uno de los más grandes yacimientos de hierro del mundo; aunque los mineros despedidos, que no emigraron, siguieron atesorando la esperanza de que el sueño del progreso volvería a ser posible algún día. Como una actitud de vida necesaria para un pueblo que acarreaba desde los años ’70 una fuerte tradición minera.
Hoy el sueño parece volver a resurgir de las cenizas, gracias a la inversión de China en el sureste rionegrino; pero todavía no se sabe exactamente cuál será el costo. No hay garantías de cual será el grado o porcentaje de recomposición de la planta, ni de cuales serán las condiciones laborales para los obreros. Sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de un país en donde las formas de trabajo, posiblemente, estén determinadas de acuerdo a rasgos culturales tremendamente diferentes a los nuestros. (Ya se sabe que China ha superado muchas crisis a lo largo de la historia a costa de una estricta disciplina y de agotadores esfuerzos que difícilmente constituyan un rasgo característico del obrero argentino y latinoamericano).
La otra inversión está centrada en la explotación de oro, a cargo de la empresa canadiense Meridian Gold, en el cordón cordillerano de Esquel, al noroeste de Chubut y de Aquiline Resources Inc. en Ingeniero Jacobacci, en la línea sur rionegrina. En los dos casos ha surgido una fuerte oposición a los proyectos, dado el grado de contaminación que supone el uso de cianuro y de explosivos en una mina a cielo abierto. Aquí sí es posible visualizar claramente cual será el costo: la contaminación del ecosistema y la expropiación del territorio por parte de las empresas extranjeras, que exportarían el oro sin dejar ganancia alguna para el país.
En este sentido, la decisión de producir oro no se corresponde con las posibilidades reales de extraerlo sin contaminar las napas, perdiendo así el valor incalculable que tiene y seguirá teniendo el agua en el futuro. Esta especie de claridad de mirada, esta lucidez en el pensamiento de los pueblos de Esquel y Jacobacci los ha convertido en dos importantes focos de en donde parecía no haber resistencia desde hace unas tres décadas y esto, además de cuestionar el sistema de leyes aprobadas en los ’90, quizá esté también sugiriendo una nueva forma de pensar en términos económicos el desarrollo productivo.
Oponerse a la minería a cielo abierto significa oponerse a la contaminación del aire y el agua, fuente indispensable de vida y producción. La riqueza no se reduce solamente a los metales preciosos y el cambio ahora no es ni siquiera por baratijas. La nueva fórmula es «oro por cianuro, por arsénico, por plomo, por agua contaminada, por muerte».
Es entonces el sueño del oro o el sueño del agua. Y la libertad de elegir.
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Informe presentación sobre minería en la Patagonia
MINERÍA EN LA PATAGONIA
* Chubut: El Oro de Esquel, la explotación del cordón cordillerano
* Ing. Jacobacci: Cinco Siglos Igual
* Sierra Grande: La Sierra y su mina de hierro
* Río Turbio: La Noche Eterna
Colaboran
Andrés Dimitriu
Javier Rodríguez Pardo
Gerardo Mujica
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