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La política y la Nada: España en la crisis

Fuentes: eldiario.es

En La historia interminable de Michael Ende, el personaje de la Nada devora los lugares, el mundo y la vida sin que nadie sepa cómo detenerla. Es una imagen perfecta para describir la acción del capitalismo en la crisis.

Leí más o menos la misma versión de este texto en dos charlas en el extranjero. Primero en la Universidad VIII de París (enero 2013) en un encuentro sobre las resistencias europeas en la crisis (los materiales acaban de ser publicados en español por Errata Naturae). Más tarde en el encuentro Wake Up! en Münich (noviembre 2013), donde conversaron distintas respuestas político-culturales a la crisis económica (teatros ocupados en Grecia e Italia, humoristas de revistas satíricas turcas, artistas portugueses, etc.).

La recepción del texto fue a la vez muy fría entre los públicos francés y alemán y muy cálida entre los públicos griego, portugués o turco, es decir, donde están pasando más cosas en la calle. ¿Mera casualidad o un límite de la transmisión de experiencias allí donde no hay una vivencia física común?

No tenía pensado publicarlo, porque el texto retoma simplemente las reflexiones de otros textos precedentes sobre los movimientos en la crisis, pero Leónidas Martín y Enrique Flores -con quienes compartí el encuentro de Münich- me convencieron de que podía tener su utilidad como fragmento de un relato. Y quizá, ahora que los medios de comunicación martillean y machacan con la idea de que «no está pasando nada, la gente no se rebela», como si estuviésemos a principios de 2011 y no hubieran existido el 15-M, las mareas, ni la PAH, es importante «cuidar la brasa» de la memoria para resistir en lo posible la amnesia organizada y dirigida desde arriba sobre lo que hemos vivido y hemos hecho estos dos últimos años y medio.

Desde el comienzo de la crisis económica, en España vivimos una situación realmente excepcional, una aceleración histórica y una apertura de lo posible sin precedentes en el pasado inmediato.

La verdad es que no tengo recuerdo de que nunca se escribiera y se leyera tanto y con tanta intensidad. Estamos realmente hambrientos de referencias inspiradoras para entender lo que nos pasa y hacer algo al respecto. La crisis ha servido más que un millón de cursos de fomento de la lectura.

Miramos a Plaza Tahrir en El Cairo, a Plaza Syntagma en Atenas, a Zuccotti Park en Nueva York, a Gezi Park en Estambul… con una curiosidad y una avidez desconocidas, vinculándonos política, vital y afectivamente con lo que ocurre más allá de nuestras fronteras, tratando de aprender algo que nos pueda servir para pensar, para luchar, para vivir.

Mi idea hoy es contribuir humildemente a esta conversación entre plazas con algunas instantáneas de lo que pasa en España, algunas reflexiones elaboradas con amigos sobre la marcha vertiginosa de lo que va sucediendo, un punto de vista particular e implicado, es decir ni objetivo ni exterior, confiando en las resonancias que pudieran darse para organizar la conversación.

La Nada ¿interminable?

Lo llamamos crisis pero la palabra no alcanza. Es más bien un cambio radical en la totalidad de las reglas de juego.

Neutralización de los restos de soberanía de la democracia parlamentaria, desmantelamiento del Estado del bienestar, precarización y empobrecimiento general de la vida… No se trata simplemente de «recortes», sino de un cambio de escenario.

A nivel personal, la crisis supone un hachazo en la normalidad de la vida de millones de personas. Lo que dábamos por garantizado se hunde ante nuestros ojos. Se abren una cantidad de preguntas que nunca nos habíamos hecho. Nuestro mismo «estar en el mundo» se vuelve problemático.

Un detalle personal: yo había leído todo lo que hay que leer sobre el papel que juegan los bancos en la economía financiera, pero jamás me había cuestionado realmente donde tener mi dinero. Hasta ahora. Lo que quiero decir es que hoy la realidad nos obliga a pensar, estamos forzados a pensar porque la vida ya no va de suyo.

La tradición filosófica tiene algunas imágenes célebres que pueden servirnos de ayuda para imaginar lo que pasa: el tren sin frenos de Walter Benjamin o la cita de Marx sobre lo sólido que se disuelve en al aire. Pero entre amigos preferimos usar otras dos imágenes similares que nos ofrece la cultura popular.

La primera es el tren de la escena final de Los Hermanos Marx en el Oeste que se desmantela a sí mismo para alimentar una fuga enloquecida hacia adelante. Para pagar las deudas acumuladas por el capital financiero, el tren capitalista se traga nuestros derechos, nuestros recursos, nuestras riquezas, nuestros vínculos. El edificio entero de la civilización social moderna.

La segunda es la Nada de La historia interminable de Michael Ende. Esa Nada que nadie sabe muy bien de dónde sale ni cómo detenerla, pero avanza devorándolo todo y dejando el vacío a su paso. Es una imagen que a algunas personas de mi edad nos impresionó mucho en su día y que reaparece inesperadamente en las conversaciones informales sobre nuestra experiencia contemporánea. Porque de pronto aquí también hay Nada donde antes había lugares, mundos y vida.

Son todas ellas imágenes que tratan de figurar la aceleración del tiempo de destrucción del capitalismo. La sensación de vivir en una realidad en desintegración.

Nuevas politizaciones

Pero quizá lo más interesante y específico de la situación española es la respuesta a la Nada: una politización generalizada de la sociedad. Pero una politización atípica, que redefine lo político y arranca (visiblemente) con el movimiento 15-M.

Voy a lanzar ahora cinco titulares sobre algunos de los aspectos a mi juicio más llamativos de esa nueva politización a partir del 15-M:

1.- Es un movimiento a la vez político y antipolítico. Antipolítico en el sentido de que expresa un rechazo general de la política de los políticos: las consignas más conocidas del movimiento son «no nos representan» y «lo llaman democracia y no lo es».

Ya para nadie en España es un secreto que los políticos se limitan a gestionar simplemente las necesidades de la economía global y han desviado para ello completamente la soberanía popular. El mismo presidente del Gobierno lo declara cuando anuncia cada recorte: «no hay margen de maniobra».

Pero aunque en un primer momento nos uniese el rechazo, somos más que rechazo. Se ha dicho y repetido que el 15-M es un movimiento puramente reactivo de indignación y protesta, pero para cualquiera que pasara por las plazas es muy claro que no sólo estábamos allí para gritar nuestra indignación, sino también por la belleza y la potencia de estar juntos, ensayando modos de participación común en las cosas comunes.

2.- La activación de la gente cualquiera. El protagonismo en el campamento de mayo/junio de 2011 es de la gente sin experiencia de politización previa, creo que el frescor y la capacidad de creación vienen sobre todo de ahí. De hecho, los grupos militantes y los activistas de largo recorrido estaban por lo general muy desubicados ante lo que ocurría: algunos gozando de esa desubicación y otros con el ego muy herido.

Es un movimiento sin banderas, sin bloques identitarios en las manifestaciones, donde las pancartas son personales (lo que alguien ha llamado «democracia semiótica») y las propias manifestaciones son autoconvocadas (muchas veces de forma anónima).

El movimiento evita identificarse en el tablero de ajedrez político: izquierda o derecha, PSOE o PP. Dice de sí mismo que «no es un movimiento de izquierda contra la derecha, sino de los de abajo contra los de arriba». Esto es muy relevante porque rompe con la falsa polarización que define el mapa de lo posible en España desde hace décadas («las dos Españas»).

3.- Se construye como un espacio de invitación. No busca la separación de la sociedad o de la «gente normal», ni se concibe como una trinchera o un afuera utópico o radical, sino que hace una y otra vez gestos de invitación al otro para pensar y luchar juntos, desde la idea de que los problemas que tenemos como sociedad nos afectan a todos y que la complejidad y magnitud de las cuestiones a las que nos enfrentamos requiere una implicación activa de todos (o, mejor dicho, del 99%).

4.- El uso de nombres de cualquiera. Para que los muchos y diferentes puedan estar juntos, tenemos que dejar de ser quienes somos, porque «en tanto que» lo que somos (de izquierda o de derecha, anticapitalistas o reformistas, monárquicos o republicanos, etc.) sólo hay choque, relación instrumental, desigualdad, no horizontalidad.

Los nombres de cualquiera suspenden las identidades previas y crean un terreno común donde es posible el encuentro.

El más conocido de estos nombres de cualquiera es «indignados», pero se han usado otros: el 99% que viene de Occupy Wall Street, la insistencia en la palabra «personas» («una política de personas») o la misma puerta del Sol misma considerada como un personaje colectivo.

Estos nombres de cualquiera o «identidades no identitarias» disponen un nosotros abierto que no reenvía a ninguna identidad previa, sociológica o ideológica, sino a una decisión subjetiva, potencialmente accesible para todos.

5.- Por último, la noviolencia. El 15-M es un movimiento que plantea conflicto (toma el centro de las ciudades en acampada, bloquea desahucios, etc.), pero de forma noviolenta.

Nadie lo decidió así, pero esa «noviolencia alegre y ostentativa» se ha mantenido hasta el día de hoy, a pensar de haber sufrido en numerosas ocasiones la brutalidad policial.

Noviolencia para evitar entrar en la espiral represión-reacción y poder seguir manteniendo la iniciativa.

Noviolencia para desertar de los escenarios donde se nos espera y seguir siendo imprevisibles.

Noviolencia para poder seguir acogiendo la pluralidad que somos.

No violencia como forma de humanizar los conflictos, usando formas de comunicación irónicas o empáticas con la policía y el resto de población.

En definitiva, si tuviera que resumir el 15-M es una sola frase, yo diría que consiste en el deseo y la práctica de una política ciudadana, accesible a cualquiera, no troceada ni instrumentalizada por los partidos políticos, que busca reapropiarse de la posibilidad de decidir algo en los asuntos comunes.

Expulsar, desposeer, desahuciar

Esas potencias siguen vivas hoy, después de dos años y medio, aunque con distintas formas y distintos problemas. Os hablo ahora un poco de algunas continuaciones del 15-M.

Por un lado, una de las líneas de acción que se ha desarrollado con más fuerza es la lucha contra los desahucios.

Se calcula que se producen, atención, 500 desahucios al día en España, gente que ha contraido hipotecas y ahora no puede pagarlas al haberse quedado sin trabajo por la crisis.

Expulsar, desposeer, desarraigar, precarizar, arrojar a la intemperie y la incertidumbre… Los desahucios son quizá la imagen más precisa de la crisis, quizá también la imagen más precisa del capitalismo actual. Es la forma material que toma la Nada.

Una estructura previa al 15-M, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), enriquecida por nuevos activistas pasados por las plazas, ha parado infinidad de desahucios, consiguiendo en muchos casos mejoras concretas para los afectados.

También se han forzado algunas tibias medidas gubernamentales para aliviar esta terrible realidad y la amonestación (con algunas consecuencias prácticas) de Europa al respecto.

Pero sobre todo se ha hecho visible una realidad que antes pasaba completamente desapercibida y estaba completamente normalizada, ningún desahucio había sido noticia hasta ahora.

La sensibilización social con este tema ahora es enorme y ello explica que se puedan detener tantos desahucios, no únicamente la táctica o la fuerza física de las treinta o cuarenta personas que se congregan cada mañana en la puerta de la persona afectada para impedir la expulsión. Se podría decir quizá que los desahucios se paran socialmente antes de pararse físicamente.

Cada desahucio nos ofrece así una imagen resumida del combate general que se está librando aquí y ahora: la acción política defiende y crea mundos allí donde la Nada los hace desaparecer.

Vida y política

Al mismo tiempo, se ha dado también un cierto vaciamiento de las asambleas de barrio, donde el movimiento se mudó al abandonar las plazas. Mucha gente ha vuelto a hacer su vida.

Las semanas de acampada en Sol fueron un tiempo excepcional, pero resulta muy complicado habitar una excepción. O sólo puede hacerlo gente fuera de lo normal: por ejemplo, los activistas, los que hacen de la política el centro de su existencia.

Pero la profesionalización de la política (también activista) vacía los espacios comunes,  porque  los modos de hacer activistas acogen y convocan sobre todo a otros activistas.

El problema aquí es la enorme dificultad que tenemos para inventar una política habitable para el 99%, no sólo para los activistas. Lo personal se desliga de lo colectivo cuando no somos capaces de inventar engarces entre modos de vida y modos de lucha.

Pero «volver a hacer su vida» es una mala expresión. Porque después de pasar por las plazas no se vuelve igual, ni por tanto se vuelve a la misma vida. Paradójicamente, volvemos a una nueva vida: tocada, atravesada, afectada por la experiencia empoderadora de las plazas.

Miles de personas han visto alterada su mirada y su estar en el mundo tras el encuentro con el 15-M. Por eso es posible decir que ahora el 15-M no solo es una estructura organizativa compuesta de asambleas y comisiones, sino sobre todo otro estado mental y otra disposición colectiva hacia la realidad, marcada por la experiencia empoderadora de las plazas.

Un nuevo clima social que libera por todas partes nuevas posibilidades de acción.

Y atraviesa la sociedad entera como una corriente discontinua en el tiempo y el espacio, compleja y diversa, intermitente e imprevisible. A veces subterránea, encarnada en mil iniciativas formales e informales arraigadas en lo cotidiano. A veces muy visible, expresándose en enjambres y mareas que toman masivamente la calle.

Las mareas

El Partido Popular ha puesto en marcha una política durísima de recortes, precarización y privatizaciones que afecta a todos los sectores de la sociedad (profesores, médicos, jubilados, jueces, policías, etc.).

Pero como el clima ya no es el de la queja y la resignación, la respuesta es casi siempre el hacer, la protesta, la organización.

Cada recorte genera un nuevo espacio de lucha que toma el nombre de marea y un color: por ejemplo, la marea verde de profesores, padres y alumnos que llevan una camiseta verde característica; o la marea blanca de médicos y trabajadores de la salud que defiende el derecho de todos, ricos y pobres, a la sanidad pública, etc.

Lo interesante es que cada marea replica a su modo el espíritu 15-M. Hay una especie de transmisión inconsciente y espontánea de saberes, cada nueva politización activa un depósito latente de formas de hacer y decir, se retoman y replican una serie de claves. Por ejemplo:

-La autoorganización desde las bases, a distancia de o sin sindicatos.

-La inclusividad, por la cual en torno a objetivos comunes se agrupa gente de diferentes ideologías (la marea blanca de defensa de la sanidad pública está protagonizada por un colectivo médico de tendencia bastante conservadora) o de distintos roles sociales (médicos, trabajadores y usuarios de la salud en el caso de la marea blanca; profesores, padres y alumnos, en el caso de la marea verde).

-La toma de la calle sin pedir permiso ni legalizar recorridos, desde la noviolencia e inundando el espacio público de alegría.

-La interpelación positiva constante hacia la sociedad y el espíritu de invitación a luchar juntos por lo común: en la huelga de hospitales se cuidó mucho que nadie sufriera por ella, se organizaron abrazos donde la gente rodeaba los hospitales de su barrio para expresar su apoyo, etc.

Preguntas, problemas y debates abiertos

Voy a acabar mencionando rápidamente algunos de los debates abiertos que hay entre nosotros, algunas de las preguntas que nos hacemos, algunos de los problemas y desafíos que afrontamos:

1.- El problema de la organización. Profesores, médicos, jueces, jubilados, diversos físicos, mineros… ¿podría pensarse una articulación de todas las mareas, de qué tipo?

Nos faltan imágenes para pensar la organización más allá de las formas clásicas del «frente», el «bloque», que piensa la articulación como «suma».

Sin embargo, hay ya una cierta organización entre todas las mareas, una organización, no en términos de bloque o de frente, sino de circulación y comunicación de saberes, herramientas, nociones, imágenes. ¿Se puede intensificar esa circulación por ahora casi inconsciente, cómo?

2.- El problema del tiempo. Hay un desacople muy grande entre el tiempo acelerado de destrucción y el tiempo lento de la construcción (de otra subjetividad, otras relaciones sociales) que nos produce muchísima angustia. La Nada devora los mundos en un segundo, pero no se construyen mundos nuevos en un segundo.

Hemos vivido momentos muy marcados por estas lógicas de emergencia y ansiedad, como la convocatoria del 25 de septiembre de 2012 para rodear el congreso y exigir la dimisión de todos los políticos que se desarrolló en un imaginario apocalíptico de cambio radical e instantáneo.

Esa ilusión de producir un evento milagroso que lo cambia todo no es muy realista, pero ¿basta con insistir simplemente en la necesidad de un tiempo lento mientras a nuestro alrededor todo se desmorona?

3.- El problema del logro o la victoria. ¿Qué es ganar? Mucha gente acusa al 15-M de «no haber conseguido nada». Y es verdad: no hay ninguna victoria clara y contundente que presentar como en el caso de la Primavera Árabe por ejemplo (aunque la marea blanca ha conseguido la paralización judicial de proceso de privatización de la sanidad y hay muchos otros logros no pequeños).

Nuestra sensación paradójica es que todo ha cambiado aunque nada haya cambiado. Que la realidad es la misma pero ahora la vemos desde otro sitio. Que hemos ganado sin ganar nada. Que la sociedad ahora es más rica aunque sea en realidad más pobre.

Pero muchas veces nos es difícil pensar políticamente con una imagen tan difusa de lo que es un logro.

4.- El problema de la militancia. Como decía antes, los militantes no han sido el motor central o generador de las nuevas politizaciones, pero su aportación -en el caso de los militantes que están a la escucha y no quieren dirigirlo todo- es muy valiosa e importante.

¿Podemos repensar la militancia, no como un centro que dirige o empuja, sino más bien como una función de acompañamiento y enlace entre todas esas experiencias que ya están en marcha?

5.- El problema de lo macro y lo micro. Todas las iniciativas mencionadas se topan una y otra vez con un techo de cristal: la política de los políticos está blindada a cualquier tipo de escucha de lo que se dice en la calle.

¿Cómo hacer cuña en ese búnker? Es el gran debate abierto en torno a la cuestión del partido y hay ya en marcha varias iniciativas de nuevos partidos que no pretenden tanto representar -mejorar la representación, conseguir una representación mejor- como devolver el poder a la ciudadanía, hacer de caballo de troya o caja de resonancia de los movimientos callejeros.

(En este punto podríamos incluir también el problema del desacople entre el contexto transnacional de toma de decisiones y nuestro cerebro educado estrechamente a pensar en términos de Estado-nación.)

Por último, creo que hay una pregunta que las resume todas, y que podría ser quizá: ¿qué es el cambio social, cuando no se trata de simplemente tomar el poder -porque no hay otra economía ni otra política posibles sin otra subjetividad social-, ni tampoco de construir una sociedad paralela -porque somos el 99%?

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