Para funcionar del modo como hasta ahora lo había hecho, al sistema político cubano le bastaba con una prensa como la existente; al cambiar necesita otra. El verdadero significado de la publicación en el diario Granma de un artículo sobre el tema ha sido reflotar un asunto que seguramente será protagonista en la próxima Conferencia […]
Para funcionar del modo como hasta ahora lo había hecho, al sistema político cubano le bastaba con una prensa como la existente; al cambiar necesita otra. El verdadero significado de la publicación en el diario Granma de un artículo sobre el tema ha sido reflotar un asunto que seguramente será protagonista en la próxima Conferencia del Partido.
La prensa en Cuba no es un ente autónomo que cambia o se estanca por sí sola. Como en todas partes forma parte del sistema político, integra la estructura del poder, es uno de los mecanismos para la dirección de la sociedad que además, cumple funciones educativas y promueve los valores de la ideología dominante. Lo diferente es el modo excesivamente explicito y obvio como lo hace.
La producción, circulación y lectura de periódicos y revistas, la audición de programas de radio y televisión y la formación de opiniones y convicciones a partir de las noticias y análisis de la prensa, es el más masivo, extendido y significativo de todos los fenómenos culturales de las sociedades modernas.
Por la amplitud de su contenido, que no omite ningún área o suceso relevante, la diversidad de géneros y las formas rigurosas y entretenidas de contar historias o referir hechos que la hacen asequible a todos los sectores sociales y porque los circuitos de distribución la ponen cada día al alcance de todos, la prensa diaria es el más eficaz vehículo de concientización política, participación popular y desarrollo cultural de las masas. El pueblo cubano no sólo la necesita sino que merece una prensa mejor.
Sin inventariar defectos ni llevar la autocritica a extremos de flagelación; da la impresión de que los operadores de la prensa cubana no toman suficientemente en cuenta que, como ningún otro fenómeno social, la cultura popular necesita de la diversidad de enfoques, la pluralidad de ideas, la presencia de matices y colores, cualidades que la prensa debe poseer y promover y no anular.
Probablemente, como otros asuntos de la sociedad cubana de hoy la cuestión de la prensa no es simplemente funcional, sino estructural. La prensa es parte del esquema de dirección y gestión vertical, rígida, centralizada, con importantes déficit y afectada por prácticas rituales y excesivamente formales, por la vigencia de dogmas, la existencia de prohibiciones y limitaciones absurdas y por manifestaciones de autoritarismo, una de ellas, la censura. Ese esquema es puesto en solfa por los aires renovadores que soplan en la Isla.
El problema base de todos los demás es el carácter oficial de toda la prensa y su dependencia a la orientación desde un único centro. En Cuba la prensa se parece al modelo económico y político, no sólo porque persiguen los mismos objetivos, sino porque operan sobre las mismas bases. El engranaje administrativo y burocrático presente en la economía, los vicios de la centralización y el exceso de autoridad de algunos órganos y funcionarios se aplica a la prensa.
Creo firmemente que el hecho de que la prensa en Cuba no sea propiedad privada, de que sus objetivos sean coherentes con los del sistema y que la militancia revolucionaria y socialista de sus profesionales y directivos se patentice constantemente, lejos de impedir facilita la aplicación de fórmulas de dirección y de gestión renovada y eficaz. Para variar, en la prensa pudieran comenzar a expresarse la distinción entre lo estatal y lo social.
Sería erróneo culpar a los periodistas, a los funcionarios estatales o a los directivos a cargo de esas tareas, todos sometidos a las mismas reglas. En realidad se trata de deformaciones introducidas en lejanas y difíciles coyunturas, algunas de ellas desde la época de los bolcheviques y que han sido asumidas como si fueran consustanciales al socialismo cuando en realidad son estorbos. Si bien en la guerra y en la lucha de clases la discreción e incluso la desinformación fueron armas, convertir la necesidad en virtud o aplicar a uno mismo lo que se concibió para derrotar al enemigo son aberraciones.
Del mismo modo que ningún funcionario tiene derecho (ni oportunidad) para dar brochazos sobre la obra de los pintores ni para tachar metáforas creadas por los poetas, tampoco debiera haber ninguno habilitado para administrar autoritariamente, desde fuera de los órganos, la labor de los periodistas y mucho menos para decidir lo que la sociedad puede o no conocer.
Francamente no veo porque los periódicos y revistas no pueden ser dirigidos por órganos colegiados, formados por sus profesionales, no cooptados, subordinados ni tutelados por otras instancias superiores. Se trataría de instancias responsables e independientes, capaces de trazar sus propias políticas editoriales y adoptar iniciativas en el ámbito editorial, habilitadas incluso para elegir por ellos mismos sin candidatos previos, canteras, ni listas de reserva a sus directores.
El compromiso ideológico y político global de los directivos y periodistas cubanos no debería anular la identidad de la prensa, que es algo diferente del Estado y del Partido; parte del proceso pero también su contraparte. La prensa como el gobierno sirve al pueblo, solo que lo hacen de modo diferente. En la presente coyuntura, en manos de los promotores del cambio será ariete y escudo. Seguramente el tema estará en la agenda de la Conferencia del Partido. Allá nos vemos.
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