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Entrevista al filósofo Aurélien Berlan

«La primera necesidad es no perder la vida trabajando para satisfacer deseos ilimitados»

Fuentes: CTXT [Imagen: Aurélien Berlan, durante la conferencia Sémécol del 22 de octubre de 2021 en Toulouse. / Toxicplanet]

A Aurélien Berlan (París, 1976), que reparte sus días entre la traducción, la enseñanza a tiempo parcial, la producción de alimentos y el compromiso político, le gusta presentarse como filósofo-hortelano. La editorial barcelonesa Virus acaba de publicar Autonomía y subsistencia. Una teoría ecosocial y materialista de la libertad (traducción al castellano de Terre et liberté. La quête d’autonomie contre le fantasme de délivrance, publicado en 2021 por La Lenteur), un estimulante ensayo que critica los fundamentos filosóficos de nuestra modernidad.

En su libro afirma que la concepción moderna de la libertad está viciada y que nos lleva directamente al desastre. ¿Qué quiere decir?

Cuando pensamos en el concepto moderno de libertad, lo primero que se nos viene a la cabeza es su vertiente institucional e intelectual: la aspiración a la democracia, la libertad de conciencia, el derecho a la privacidad… Pero detrás de este escaparate, la libertad moderna tiene también una vertiente material a la que no se le suele dar importancia. Sin embargo, este aspecto está presente de manera implícita en la mayoría de las teorías y en el corazón mismo del sentido común. Hoy en día, la libertad se asocia con la idea de estar liberado de las “necesidades” de la vida cotidiana, es decir, de cierto número de tareas relacionadas con nuestra subsistencia.

Autonomía y subsistencia - Virus

Desde este punto de vista, ser libre significa no estar obligado a realizar toda una serie de actividades que se consideran duras o aburridas: producir alimentos, conseguir con qué calentarnos, cocinar, limpiar, lavar la ropa, cuidar de las personas dependientes que nos rodean, construir y mantener nuestras propias casas, etc. Sólo somos verdaderamente libres cuando nos liberamos de esta carga.

Como no queremos ocuparnos de hacer estas tareas, pero tampoco podemos prescindir de las cosas que aportan, se las endosamos a otros. Delegamos, descargamos, hacemos que otros hagan por nosotros. Pero esto tiene consecuencias sociopolíticas y ecológicas nefastas.

¿Cuáles concretamente?

Este deseo de liberarse de las tareas relacionadas con la subsistencia lleva a separar la producción y el consumo. Como decía André Gorz, vivimos en una sociedad de consumidores asalariados que “no producen nada de lo que consumen y no consumen nada de lo que producen”. Este tipo de organización social hace que los consumidores ya no vean los daños ecológicos que provoca la producción de las cosas que compran, y promueve además una forma particular de desmesura. Cuando uno hace las cosas por sí mismo, tiende a limitar sus necesidades, pues la primera necesidad es la de no perder la vida trabajando para satisfacer deseos ilimitados. En cambio, no hay nada que ponga límite a los deseos de quienes hacen que otros se lo hagan todo.

En el plano sociopolítico, este deseo de liberarse de las tareas materiales conduce necesariamente a formas de dominación social más o menos disimuladas. Por un lado están –lejos, en otra parte– los que ejecutan el trabajo, y por otro los que dan las órdenes, los que hacen hacer a otros. Si necesitamos cinco planetas para mantener nuestro modo de vida, en realidad es porque nuestro modo de vida está ligado a una concepción de la libertad entendida como liberación de las tareas materiales, lo que implica tener decenas o centenares de personas a nuestro servicio. Nuestro modo de vida sólo es libre si creemos, como pasaba en el régimen político imaginado por George Orwell en su novela 1984, que “la libertad es la esclavitud”.

Abandonar la Tierra es el último avatar de esta fantasía de liberación

Afirma que “lo que le estamos haciendo a la Tierra es inseparable del deseo de liberarnos de la tierra”.

Esta concepción de la libertad nos lleva a querer librarnos de nuestra condición terrenal. En la práctica, el deseo de liberación es ante todo el deseo de estar exento de trabajar la tierra (de la labor ligada a la labranza). Este deseo es característico de prácticamente todas las clases dominantes. En la época moderna, ha llevado a identificar la libertad con el estilo de vida urbano, basado en el dinero; ese dinero que, en palabras del teórico alemán de la ciudad y el dinero Georg Simmel, permite llevar una “existencia abstracta” en las metrópolis, es decir, una vida liberada de toda actividad de subsistencia. Desde la década de 1950, esta fantasía viene impulsando la idea de la conquista del espacio, que se supone que nos va a liberar de nuestra prisión terrenal. Abandonar la Tierra es el último avatar de esta fantasía de liberación.

A principios del siglo XX, el sociólogo Max Weber hablaba de la “jaula de acero” del capitalismo industrial. Los confinamientos de los años de pandemia nos han mostrado a dónde conduce el sueño de liberación a través de la industria: a una existencia separada del mundo de la vida, ciertamente parecida a la de los astronautas en su cápsula. En cierto modo, la jaula de acero se ha materializado: vivimos cada vez más en una especie de tecnocaparazón digital en el que, con un simple clic, esperamos obtenerlo todo –alimentación, entretenimiento, etc.– sin tener que salir de nuestra cabina.

La economía digital está provocando un auge de nuevas formas de domesticidad, con sus ejércitos de repartidores, almacenistas y transportistas

¿Cómo alimenta la tecnología digital este deseo de liberación?

Lo que nos seduce de muchos servicios digitales es que nos liberan de ciertas microobligaciones cotidianas: de tener que desplazarnos para hacer la compra (comercio electrónico), de hacer cola en los peajes (sistemas de telepeaje), de tener que mantener una bicicleta (sistemas de bicicletas públicas), etc. En cuanto a internet, su uso intensivo puede dar a sus adeptos la impresión de que se han liberado de las grandes limitaciones de la condición terrenal, como por ejemplo la de tener un cuerpo que nos asigna a una existencia limitada y hace que uno no pueda estar aquí y en otra parte al mismo tiempo.

Estas formas de liberación de las tareas de la subsistencia ilustran las nefastas consecuencias sociopolíticas de las que ya hemos hablado. Porque la economía digital está provocando un auge de nuevas formas de domesticidad, con sus ejércitos de repartidores, almacenistas y transportistas. Resulta, por cierto, muy llamativo que una de las grandes multinacionales que permite a la gente comprar comida preparada y recibirla directamente en casa se llame Deliveroo, que viene del verbo inglés to deliver, que tiene el mismo origen que el término francés con el que aludo a esta forma específica de liberación (délivrance).

¿Qué modo de vida genera esta idea de libertad como liberación de las obligaciones materiales?

Pues nuestro modo de vida de “consumidores-asalariados-votantes”. Si se piensa bien, hay dos tipos de necesidades de las que los modernos querían liberarse: por un lado, y como ya hemos dicho, de las necesidades materiales. Pero también de las necesidades políticas de la vida en la tierra, que delegamos en nuestros representantes. Esta fantasía de liberación consiste en creer que ya no tendremos que organizarnos con los demás, ni producir nosotros mismos aquello que nos permite satisfacer nuestras propias necesidades. No encontraremos una salida al actual atolladero ecológico sin cuestionar este modo de vida y la fantasía que lo alimenta.

La ecología política se ha distinguido de la mera protección del medio ambiente por su defensa simultánea de la naturaleza y de la libertad

¿Cómo explica que los movimientos ecologistas actuales sean vistos como liberticidas?

Esta cuestión es una ilustración perfecta de mi tesis central: el núcleo de la “libertad moderna” no es tanto su vertiente institucional como su vertiente material: el modo de vida liberado de las tareas de la subsistencia, que va minando los cimientos de su vertiente institucional. Quienes no ven nada malo en el hecho de que los principios básicos del liberalismo –como el derecho a la privacidad– sean pisoteados por nuestras sociedades supuestamente “ultraliberales” son también los primeros en denunciar el pseudoautoritarismo de los ecologistas cuando éstos proponen prohibir el uso de todoterrenos. En el fondo, esta gente, que abunda en el seno de la élite política y mediática, está de acuerdo con la categórica afirmación de George Bush padre de que “nuestro modo de vida no es negociable”. 

Desde sus orígenes, la ecología política se ha distinguido de la mera protección del medio ambiente por su defensa simultánea de la naturaleza y de la libertad. Para Bernard Charbonneau ambas causas son inseparables. André Gorz escribió un libro titulado Ecología y libertad, Ivan Illich defendía la “autonomía creadora” y el gran libro de Murray Bookchin se titula La ecología de la libertad. Decir que la ecología es liberticida sólo tiene sentido cuando la libertad se identifica con una liberarse o quedar exento de las tareas de la subsistencia.

Aspirar a cultivar la autosuficiencia alimentaria o energética significa estar dispuesto a proveer a las propias necesidades energéticas y alimentarias

En su libro propone otra definición de libertad: “la libertad como autonomía”. ¿Cómo la define?

La libertad como liberación de las tareas de la subsistencia se impuso frente a otras aspiraciones de las que eran portadoras las clases populares. Cuando se observa cómo estaba configurado su modo de vida o las luchas que libraron, vemos que no luchaban para librarse de las necesidades de la vida, sino para acceder a los recursos que les permitieran hacerse cargo de ellas: la tierra, los bosques, los manantiales, etcétera. Luchas de este tipo se pueden encontrar en todas partes y en todas las épocas: en la Francia del siglo XIX, con la Guerra de las Doncellas en el Ariège; hoy en día, en lo que se conoce como el ecologismo de los pobres, o en la lucha de las mujeres chipko de la India contra la deforestación.

Este deseo de hacerse cargo de las propias condiciones de vida es exactamente lo que quienes se oponen al curso catastrófico del mundo llaman actualmente “autonomía”: aspirar a cultivar la autosuficiencia alimentaria o energética significa estar dispuesto a proveer a las propias necesidades energéticas y alimentarias, es decir, “hacerse cargo de estas necesidades” en lugar de delegarlas en organizaciones industriales. Así pues, la autonomía es lo contrario de aquel deseo de librarse o quedar exento.

¿Qué significa en la práctica esta búsqueda de autonomía?

Esta autonomía se ejerce como mínimo en tres planos: el plano de las necesidades, el de las técnicas y el de los recursos. Me he inspirado en un pensador anarquista de finales del siglo XIX, Gustav Landauer, para distinguir estas tres dimensiones. Para crear el socialismo, Landauer decía que no había por qué esperar ni al derrumbe del sistema ni a que se dieran las condiciones objetivas de las que hablaban los marxistas; tan sólo hacían falta tres cosas: “hambre, manos y tierra” (Llamamiento al socialismo). El hambre es la metáfora de las necesidades, las manos son la metáfora de las capacidades técnicas y la tierra es la metáfora de los recursos. Ser autónomo es proveer a nuestras propias necesidades, hacer las cosas por nuestros propios medios y vivir de nuestros propios recursos.

Pero cuidado, esa autonomía no es sinónimo de independencia material. Porque la independencia es un mito. Se trata más bien de una autonomía social que se conquista y se cultiva colectivamente. El acto fundacional de esta autonomía no es una declaración de independencia, como ocurre en los grandes relatos de la modernidad, sino un reconocimiento de interdependencia. No se trata de evitar toda dependencia, sino de liberarnos de las dependencias asimétricas que nos atan a las organizaciones industriales, de reconstruir interdependencias personales para aflojar el cerco de las dependencias anónimas. Lo cual obliga también a repensar las herramientas que utilizamos y a aceptar alguna forma de arraigo local.

Autonomía no significa que uno se las apañe por sí mismo, sino construir nuevos circuitos de intercambio

En Francia, la idea de autonomía vuelve poco a poco al primer plano: vemos cómo proliferan las ecoaldeas, los huertos vuelven a estar de moda, la gente se pone a hacer su propio pan… Aude Vidal ha señalado esta tendencia en su libro Egologie. ¿Cómo evitar que la autonomía desemboque en un repliegue individual y despolitizado?

Tenemos que liberarnos del mito survivalista del individuo aislado e independiente. Robinson sólo puede sobrevivir en su isla porque Daniel Defoe tuvo la buena idea de hacer que las cajas de herramientas que encarnaban el saber hacer de su época se salvaran con él del naufragio. En otras palabras, ¡sólo puede subsistir gracias a la participación de un montón de artesanos! Y siempre es así, para todos los seres humanos: nuestra subsistencia presupone una relación social con la naturaleza. Así pues, en la idea de autonomía el momento relacional prima sobre el momento estrictamente material, el momento del “hágalo usted mismo”. Soy bastante crítico con el movimiento do it yourself (DIY). Porque tiene una dimensión individualista que puede muy bien alimentar dinámicas consumistas, como ha demostrado Aude Vidal. Autonomía no significa que uno se las apañe por sí mismo, sino construir nuevos circuitos de intercambio en el marco de un proceso de emancipación colectiva.

Mi ensayo trata de evitar dos escollos: el alternativismo despolitizado (construir otras formas de vida sin participar en las luchas colectivas) y la militancia que no toca suelo (creer que podemos derrocar el sistema sin desarrollar formas de vida menos dependientes de él). En mi opinión, no podremos construir formas de vida más autónomas sin luchas políticas, y no lograremos la victoria en nuestras luchas sin desarrollar formas de vida alternativas. Tenemos que vincular ambas cosas.

¿Cómo hacer para que esta autonomía sea accesible a todos? No todo el mundo tiene la posibilidad de desertar, de irse al campo, etc.

Por eso no podemos separar la aspiración a la autonomía de las luchas sociales a gran escala, y tenemos que recuperar la consigna revolucionaria “¡Tierra y libertad!”. Como escribió François Partant en 1982: “Da igual que yo pueda realizarme produciendo zapatos con herramientas ‘convivenciales’ si mi país construye cárceles y produce bombas atómicas. La calidad de las relaciones sociales e internacionales es infinitamente más importante para mi propia existencia que el nicho que yo haya conseguido hacerme dentro de la sociedad y de la economía”.

No conseguiremos construir formas de vida satisfactorias si no somos capaces de sabotear la megamáquina capitalista que arrasa las condiciones de vida de la mayoría

¿Así que no sólo pide a la gente que abandone la megamáquina, sino también que luche contra ella, que la sabotee?

Mucha gente intenta crearse un oasis lejos del ruido y la furia del mundo. Pero eso es una ilusión. La contaminación o el caos climático siempre te van a alcanzar. Así que tenemos que frenar la expansión del sistema. No conseguiremos construir formas de vida satisfactorias si no somos capaces de sabotear la megamáquina capitalista que está arrasando las condiciones de vida de la mayoría de los seres vivos de este planeta. Eso es lo que intentan hacer quienes destruyen antenas 5G, oleoductos o todoterrenos. Pero para desmantelar la megamáquina, también tenemos que emanciparnos del imaginario que la alimenta. La megamáquina no es una apisonadora que nos aplasta desde fuera, sino una matriz de la que todas y todos, querámoslo o no, somos parte interesada. No estamos fuera de ella. Estamos en ella, somos incluso sus componentes básicos. Así que tenemos que dejar de desempeñar nuestro papel de dóciles engranajes, ya sea como consumidores, como asalariados o como ciudadanos.

¿Cómo lo consigue personalmente?

No me considero un ejemplo de nada, soy como es actualmente todo el mundo. Consumo muchas cosas que no produzco, tengo que ganar dinero y a veces incluso voy a votar. No se trata de dar lecciones ni de estigmatizar estilos de vida, creo que todos estamos en el mismo barco. El reto consiste sobre todo en comprender cómo nos atrapa el sistema. Nos guste o no, estamos presos de este modelo. Sólo podemos liberarnos colectivamente, mediante luchas ofensivas y alternativas. 

No se trata de estigmatizar modos de vida, sino de comprender cómo nos mantiene cautivos el sistema capitalista

Como la mayoría de mis conciudadanos, estoy atrapado en la tela de araña de este sistema: estoy lejos de producir todo lo que necesito y tengo que trabajar para ganar dinero. Pero en la región en la que vivo hemos conseguido tejer vínculos de solidaridad y cooperación lo suficientemente amplios y densos como para conseguir aflojar un poco el cerco de las coacciones económicas: actividades colectivas de subsistencia (producción de hortalizas y de pan, cría de ganado y/o elaboración de productos a pequeña escala, etc.), talleres participativos de construcción, ayuda mutua, cooperativas de consumo para adquirir productos de lugares lejanos (café zapatista, cítricos andaluces, aceite de Calabria, etc.), propiedad colectiva (de tierras o inmuebles) para evitar la trampa de la deuda, uso compartido de herramientas, etc. Combinado con el rechazo del consumismo y de los cacharros de alta tecnología, todo esto permite vivir muy bien con poco dinero. Pero no es que queramos dar lecciones a nadie, otros van mucho más lejos que nosotros en términos de autosuficiencia. No se trata de estigmatizar modos de vida, sino de comprender cómo nos mantiene cautivos el sistema capitalista y cómo recuperar la libertad: construyendo colectivamente luchas y alternativas ofensivas.

La entrevista original (traducida y ligeramente modificada para la ocasión por Emilio Ayllón Rull) se publicó el 3 de enero de 2022 en Reporterre y puede leerse aquí.

Fuente: https://ctxt.es/es/20250101/Politica/48397/Gaspar-DAllens-entrevista-Aurelien-Berlan-filosofia-ecologismo.htm