No conozco al centro cubano en política. No sé quiénes son. He leído mucho sobre la «neocontrarrevolución socialdemócrata» pero imagino que esta no sea el centro sino algún extremo misterioso. Sabemos, eso sí, que el centro existe, -si existe la izquierda y la derecha-, y sabemos que en la historia las posiciones de centro muchas […]
No conozco al centro cubano en política. No sé quiénes son. He leído mucho sobre la «neocontrarrevolución socialdemócrata» pero imagino que esta no sea el centro sino algún extremo misterioso.
Sabemos, eso sí, que el centro existe, -si existe la izquierda y la derecha-, y sabemos que en la historia las posiciones de centro muchas veces se han aliado con las más conservadoras, como también sabemos que partidos de izquierda han terminado en el otro extremo del ámbito político.
Algunos nos educamos en las ideas de la izquierda radical. Aprendimos que el peor enemigo era el capitalismo porque este no defendía los intereses de la mayoría sino de los privilegiados, que siempre son los mismos.
Después aprendimos que en el socialismo también hay privilegiados y comprendimos que también son nuestros enemigos.
Las ideas radicales de izquierda que nos conformaron parten del pueblo y solo se detienen cuando se detiene la pobreza, la injusticia social, la inequidad y el desprecio a los humildes.
La izquierda cubana está viva. La primera vía no es, sin embargo, la de los burócratas. Nosotros sabemos que el socialismo se salva si el pueblo lo levanta en sus hombros y no fuimos nosotros, los nacidos en los 70, los que hemos quitado de los labios de los jóvenes la palabra socialismo.
Nosotros, la izquierda, queremos que los derechos humanos se respeten sin excepción. Los que se oponen a los derechos humanos no son el centro, ni la peor derecha puede defender esta propuesta, solo los fascistas pintados del color que sea, pueden defender un criterio de patria y de nación por encima de los derechos humanos.
Nosotros, la izquierda, queremos que el pueblo de Cuba sea el dueño de los recursos naturales, de las riquezas del país, del pan que se amasa en las madrugadas, de los hoteles, de las playas, de los campos de golf, de las zonas especiales, de las marinas, de los yates, de los carros de lujo y de las guaguas de uso.
Si alguien piensa que el pueblo cubano debe contentarse con un pan de a medio, con croquetas saltarinas de escamas de pescado, con vacaciones a la programación de verano de la televisión y con colas como ríos interminables para comprarlo todo, entonces no conoce al pueblo y no está en el centro, ni en la derecha, ni en la izquierda, sino debajo de la tierra, en la humedad del dogmatismo y el fundamentalismo.
Nosotros, la izquierda, queremos que el socialismo cubano no pierda ni un hospital, ni una escuela, ni un museo de la historia de la revolución. Moriremos por mantener la educación gratuita y la salud libre para todos y juramos que no le entregaremos en el futuro a ningún paciente un documento que diga lo que cuesta nuestra salud gratis.
Los que defendemos el socialismo no queremos más poder que el de participar, no sentimos ninguna clase de odio por la generación histórica ni clase alguna de amor por los burócratas que hablan a los diputados de la Asamblea Nacional como si fueran pioneros en un matutino.
El socialismo solo se salvará si los jóvenes lo recogen de los contenes donde se conectan a internet para hablar a gritos con sus familiares de Miami, si hacen suyo el sueño y lo convierten en su obra.
Si Fidel hubiera usado «los canales establecidos» no hubiera habido revolución. Si José Antonio y Fructuoso hubieran sido disciplinados y hubieran confiado en los que dirigen porque «ellos saben lo que hacen» no hubiera habido base moral ni mártires sobre los que edificar el futuro.
Ahora no queremos muertos. El estado y el gobierno serán nuestros aliados, porque ellos han sido la vanguardia del pensamiento de izquierda en América Latina y deberán entender que si queremos la soberanía popular, la independencia y no el anexionismo, si respetamos más el honor de Carlos Manuel de Céspedes que de todos los autonomistas del siglo XIX juntos, no somos los enemigos, sino ciudadanos, interlocutores, sujetos políticos, actores sociales, compañeros, parte del pueblo cubano, que llevan a su patria, a no dudarlo, en el centro del pecho. Si no lo entienden, no será por nuestra actitud. Nosotros estamos donde hemos estado siempre.
Nosotros, la izquierda, queremos la paz y el crecimiento del bienestar del pueblo cubano. No queremos entregar el país a los norteamericanos ni regalarlo a los inversionistas extranjeros. Debe recordarse que los que siempre están en peligro de entregar a la patria son los que deciden qué hacer con nuestro dinero y con nuestros recursos, jamás el pueblo que va en guaguas y se queda sin agua de un día para otro.
La izquierda cubana cree en la paz porque sin ella no hay felicidad para las madres, para los hijos, para los ancianos y los que están por nacer. Sin paz en el mundo y en Cuba no hay prosperidad posible, y con venganza y rencor solo se llega al abismo del odio entre hermanos.
Nosotros queremos que las niñas y niños sigan viviendo en el país seguro donde se juega en la calle, donde los vecinos cuidan a nuestros hijos como propios y donde nada es más importante que la infancia y su tranquilidad.
La izquierda cubana ama a su patria, a su historia, a sus héroes, heroínas y mártires y sabe que sin democracia y derechos humanos defendidos y elevados a columnas de la nación, no habrá futuro digno para los cubanos y cubanas.
No sé quiénes son el centro en política en Cuba hoy. Amo y respeto a los seres humanos y gozo con sus ideas diferentes y lucho por las mías en el terreno de la ciudad, del surco y de la plaza cívica. Solo creo en la intolerancia para los que practican la intolerancia. Las leyes de la libertad no deben permitir ni el odio entre pueblos, ni la xenofobia, ni la discriminación por ser de un color, de una orientación sexual, de una ideología que promueva alguna forma de amor, de una religión cualquiera.
La izquierda que somos ama a América Latina, sufre por la desigualdad en todo el mundo, cree en la solidaridad con los que tienen menos e incluso con los que tienen más. Para nosotros el socialismo no es una mala palabra pero debe ser una palabra nueva si la queremos conservar con vida.
La única vía que conozco para salvar la esperanza en Cuba, la esperanza en un mañana donde la dignidad no sea solo para los ricos y donde los burócratas no se conviertan en millonarios con más dinero que diplomas, es que el pueblo se haga dueño de su presente, que no apruebe los documentos que le traen como regalos sino que los redacte en el taller y en la calle, apoyados sobre la espalda del maquinista más fuerte, como se hacía en la Comuna.
Algunos sabemos dónde está el socialismo y no dejaremos que lo extingan, ni los de la derecha brutal que odia, que ha inventado la tortura, los golpes de estado y las doctrinas de seguridad que lo justifican todo, ni los del extremismo de estado, que quieren más a sus autos que a sus hijos, que miden la vida en litros de gasolina y que quieren resolver los problemas de la gente en una reunión donde nadie habla como un herrero ni como un campesino.
La primera vía es la única que nos interesa, con democracia, derechos humanos, estado de derecho, legalidad, paz, concordia nacional y justicia sin dobleces, para que los que no han sido beneficiados por la obra de la revolución, al fin puedan ser rescatados. El socialismo también tiene que ser para los miles de albergados sin vivienda, para los miles de presos, para los varados fuera de Cuba que se han quedado sin país, para los emigrantes que no han dejado de sentirse cubanos, para los pobres que no saben lo que es comer mantequilla desde 1989 o que les falta el agua desde hace décadas.
No sabemos quiénes son el centro. Nunca los hemos escuchado hablar desde la radio o desde una mesa de la televisión por lo tanto pensamos que tal vez no existan o que sean el resultado de la obsesión de los que cazan enemigos en las horas sagradas en que deberían trabajar para el pueblo.
No sabemos quiénes defienden el anexionismo como opción para Cuba pero estamos seguros que si existen, el pueblo de Cuba tiene derecho a saber quiénes son y qué argumentos tienen y así podremos cruzar los dedos, o mejor, hacer política al fin, para evitar que esas propuestas convenzan a la gente.
No sabemos quiénes son los socialdemócratas cubanos pero sabemos que hay escuelas en Cuba que llevan el nombre de respetables socialdemócratas del pasado reciente. Estoy seguro que el pueblo de Cuba tiene el derecho a escuchar las tesis de los que piensan de una forma o de otra, nadie como el pueblo para saber por quién votar y nadie como el pueblo de Cuba para decidir con justicia después de décadas de alta educación, de programas de estudios nacionales, de políticas culturales nacionales, de televisión nacional, de propaganda política nacional, todas a favor del socialismo.
Tal vez suceda que cuando sean convocados a presentar sus proyectos políticos, los liberales, los socialdemócratas, los anexionistas, los defensores del estatus quo inamovible, suceda que nadie acuda, que nadie quiera dar la cara, que nadie aproveche la oportunidad de hablar, de discutir, de tantos años sin practicar la deliberación y la polémica.
Si la defensa del socialismo es la primera vía entonces creo que somos muchos los que estamos en ella. Pero aviso de que venimos con manuales distintos a los de los 70. En nuestras mochilas están, todos con la misma importancia, los Cuadernos de la Cárcel, El manifiesto de Montecristi, La carta de Jamaica, los Estatutos de la Universidad Popular José Martí, La pupila insomne, Canto a mí mismo y Las iniciales de la tierra, por citar algunos referentes al vuelo. No creemos en el sectarismo ni en el esquematismo facilón, que convierte en un lema cada intento de idea, por eso preferimos a Paulo Freire y confesamos que hemos leído toda la literatura prohibida en el socialismo real, desde Pasternak hasta Kundera, de Padilla a Norberto Fuentes.
No renegamos de nada que la historia del socialismo haya dejado de bello y justo y esa es la razón por la cual defendemos el Estado de Derecho, la legalidad y la democracia, porque pensamos que a nombre del socialismo no se puede pisotear el Derecho, ni la Ley, ni a la soberanía popular.
Por eso confiamos en la belleza de la creación cubana. Aceptamos la singularidad de la cubanía sin festejar la supuesta preponderancia de nuestra gracia, inteligencia, creatividad y sexapil, que no son más que mala propaganda de un pueblo igual de hermoso y frágil que otro cualquiera.
Creemos, en fin, que la primera vía puede ser, todavía, el socialismo, pero solo si este es el templo más grande y brillante de la democracia, el amor, la paz y el bienestar humanos.
Fuente: http://segundacita.blogspot.com/2017/06/la-primera-via-o-la-revolucion.html